Carmen Aristegui F.
28 Ago. 09
Para Miguel Ángel Granados Chapa, el maestro.
Dentro de las variables económicas que se han conocido en las últimas semanas, por demás catastróficas como la caída del PIB en casi 11 por ciento, el desplome en la actividad industrial, el boquete en las finanzas públicas o cualquier otro de los conocidos, tal vez lo que mejor define el alcance de la debacle y sus efectos en millones de personas en este país sea el índice de desempleo, dado a conocer esta semana, y los indicadores de pobreza. Nos acercan más al alcance y profundidad del abismo en el que México ha caído. Nos colocan en perspectiva sobre el alarmante riesgo en el terreno de lo social.
El INEGI dio a conocer, hace poco, la encuesta bianual que nos revela que México es un país que tiene hoy mayor pobreza y desigualdad. Fueron medidos ahí los dos primeros años de este gobierno, es decir, sin contar la crisis por la que atravesamos. Cuando se mida éste y el próximo año, ya podremos imaginar lo que vendrá. Expertos en América Latina han dicho que la crisis es de tal magnitud que en muy poco tiempo se terminarán por perder los avances logrados, por lo menos en la última década, en el combate a la pobreza. Un verdadero desastre.
El miércoles, el INEGI anunció que el número de desempleados en julio alcanzó niveles sólo comparables a lo ocurrido tras la catástrofe económica de 1994. La tasa de desocupación llegó a un 6.12 por ciento de la Población Económicamente Activa, que equivale a 2 millones 846 mil personas sin empleo. La Secretaría del Trabajo relativizó la gravedad del dato, al decir que ésta no es la tasa de desempleo más alta en la historia, sino la del segundo trimestre de 1995 cuando se llegó a un 6.86 por ciento. Dejemos, pues, en que es la segunda tasa más alta de desempleo en la historia. El problema es que esto apenas empieza. Al mercado laboral le falta vivir los peores momentos de la crisis. En un plazo más bien corto se verán tasas de desempleo más altas y, como saben los expertos, será una de las últimas variables en recuperarse. La Secretaría del Trabajo dice, también, que la tasa del 6.12 "no se debe a una pérdida de empleos, sino a que -además del contexto de crisis internacional de magnitud histórica en la que estamos inmersos- siempre en los meses de julio y agosto se registra presión adicional al mercado laboral de los estudiantes en periodo vacacional". Más allá de los matices, lo que hoy tenemos es desempleo, subocupación y mayor informalidad como la marca más grave de esta etapa crítica en el mercado laboral que, por demás, no tendrá válvulas de escape suficientes como la migración o, incluso, el autoempleo. Los efectos son múltiples. Los caminos a la criminalidad y a más descomposición están francos. México vive hoy rangos de explosividad que no pueden soslayarse. Casi una cuarta parte de la población tiene entre 15 y 29 años de edad. El país transita por lo que se conoce como "bono demográfico", es decir, un periodo largo de tiempo en el que se cuenta con una población económicamente dependiente menor a la población que se encuentra en edad productiva. Una oportunidad única en donde la población en edad de trabajar es más grande que la población inactiva y en donde, si existe crecimiento suficiente y generación de empleo de calidad -cosa que hoy no tiene México-, ese país puede aprovechar a su capital humano para detonar un verdadero desarrollo de largo plazo que incluye excedentes y ahorros, y mejorías sustantivas en calidad de vida y erradicación de la pobreza. La demografía está de nuestro lado. Todo lo demás no. México se perfila hacia el desperdicio de esta oportunidad histórica. Sin crecimiento. Sin empleos suficientes. Con miles de brazos y mentes jóvenes que no encuentran ocupación. Sin salidas alternas. Con el riesgo enorme de convertir la oportunidad en pesadilla. Según Conapo tendrían que generarse anualmente unos 730 mil trabajos de calidad, permanentes y bien remunerados. La realidad va en sentido contrario. Urge un golpe de timón para colocar al empleo, la educación y los jóvenes en el centro del debate y de las decisiones. De lo contrario nos espera un país envejecido. Empobrecido. Con más jóvenes en la delincuencia. Adultos desesperados. En suma, una bomba de tiempo.
kikka-roja.blogspot.com/
El INEGI dio a conocer, hace poco, la encuesta bianual que nos revela que México es un país que tiene hoy mayor pobreza y desigualdad. Fueron medidos ahí los dos primeros años de este gobierno, es decir, sin contar la crisis por la que atravesamos. Cuando se mida éste y el próximo año, ya podremos imaginar lo que vendrá. Expertos en América Latina han dicho que la crisis es de tal magnitud que en muy poco tiempo se terminarán por perder los avances logrados, por lo menos en la última década, en el combate a la pobreza. Un verdadero desastre.
El miércoles, el INEGI anunció que el número de desempleados en julio alcanzó niveles sólo comparables a lo ocurrido tras la catástrofe económica de 1994. La tasa de desocupación llegó a un 6.12 por ciento de la Población Económicamente Activa, que equivale a 2 millones 846 mil personas sin empleo. La Secretaría del Trabajo relativizó la gravedad del dato, al decir que ésta no es la tasa de desempleo más alta en la historia, sino la del segundo trimestre de 1995 cuando se llegó a un 6.86 por ciento. Dejemos, pues, en que es la segunda tasa más alta de desempleo en la historia. El problema es que esto apenas empieza. Al mercado laboral le falta vivir los peores momentos de la crisis. En un plazo más bien corto se verán tasas de desempleo más altas y, como saben los expertos, será una de las últimas variables en recuperarse. La Secretaría del Trabajo dice, también, que la tasa del 6.12 "no se debe a una pérdida de empleos, sino a que -además del contexto de crisis internacional de magnitud histórica en la que estamos inmersos- siempre en los meses de julio y agosto se registra presión adicional al mercado laboral de los estudiantes en periodo vacacional". Más allá de los matices, lo que hoy tenemos es desempleo, subocupación y mayor informalidad como la marca más grave de esta etapa crítica en el mercado laboral que, por demás, no tendrá válvulas de escape suficientes como la migración o, incluso, el autoempleo. Los efectos son múltiples. Los caminos a la criminalidad y a más descomposición están francos. México vive hoy rangos de explosividad que no pueden soslayarse. Casi una cuarta parte de la población tiene entre 15 y 29 años de edad. El país transita por lo que se conoce como "bono demográfico", es decir, un periodo largo de tiempo en el que se cuenta con una población económicamente dependiente menor a la población que se encuentra en edad productiva. Una oportunidad única en donde la población en edad de trabajar es más grande que la población inactiva y en donde, si existe crecimiento suficiente y generación de empleo de calidad -cosa que hoy no tiene México-, ese país puede aprovechar a su capital humano para detonar un verdadero desarrollo de largo plazo que incluye excedentes y ahorros, y mejorías sustantivas en calidad de vida y erradicación de la pobreza. La demografía está de nuestro lado. Todo lo demás no. México se perfila hacia el desperdicio de esta oportunidad histórica. Sin crecimiento. Sin empleos suficientes. Con miles de brazos y mentes jóvenes que no encuentran ocupación. Sin salidas alternas. Con el riesgo enorme de convertir la oportunidad en pesadilla. Según Conapo tendrían que generarse anualmente unos 730 mil trabajos de calidad, permanentes y bien remunerados. La realidad va en sentido contrario. Urge un golpe de timón para colocar al empleo, la educación y los jóvenes en el centro del debate y de las decisiones. De lo contrario nos espera un país envejecido. Empobrecido. Con más jóvenes en la delincuencia. Adultos desesperados. En suma, una bomba de tiempo.