- Albert Fert y Peter Grünberg logran el galardón por un principio descubierto en 1988
- Dan Nobel de Física a nanotecnólogos
- Su investigación básica encontró aplicaciones prácticas antes de una década. Lograron multiplicar la capacidad de almacenamiento de los discos duros.
La Real Academia Sueca de Ciencias distinguió al francés Albert Fert, de 69 años, y al alemán Peter Grünberg, de 68, con el Nobel de Física por haber descubierto, hace menos de 20 años, el principio que sirvió de base a la revolución informática de miniaturización de discos duros.
En 1988, los dos científicos descubrieron a la vez, investigando por separado, la llamada “magnetorresistencia gigante”, GMR por sus iniciales en inglés. Este efecto, debido al espín de los electrones, se aplicó antes de una década a productos comerciales, y alimenta hoy día a una industria multimillonaria. Gracias a la GRM, los sistemas de grabación y recuperación de datos se hicieron más pequeños pero a la vez más capaces. En una década fue posible multiplicar por 50 la capacidad de almacenamiento de los discos duros de computadora, de reproductores digitales de música, cámaras de video y más. Según la explicación del Comité Nobel, un disco duro almacena información —desde música hasta imágenes o datos— en forma de microscópicas áreas magnetizadas en direcciones distintas. “La información (grabada en el disco) es recuperada por una cabeza lectora que explora el disco y registra los cambios magnéticos”, indicó el anuncio del comité. “Entre más pequeño y compacto sea el disco duro, más pequeñas y débiles son las áreas magnéticias individuales”. Aumentar la densidad de almacenamiento de información en un disco implica hacer más pequeñas las áreas magnetizadas, lo que a su vez requiere hacer las cabezas de lectura más sensibles. Las tecnologías de las décadas de 1970 y 1980, basadas exclusivamente en fenómenos magnéticos, habían llegado casi a sus límites. Fue entonces cuando Fert y Grünberg, que investigaban con materiales magnéticos y no magnéticos en capas ultradelgadas, descubrieron el principio de la GMR.
En esencia, la magnetorresistencia gigante logra que, en un sándwich particular de materiales ultradelgados, un cambio muy tenue en las propiedades magnéticas se traduzca en un cambio gigantesco en la resistencia eléctrica del sándwich. Ese cambio, basado no en el flujo de electrones (como en la corriente eléctrica) sino en las variaciones de su espín, se puede medir, y tal es el principio de las modernas cabezas lectoras de disco duro. A la industria nacida de este principio también se le llama magnetoelectrónica o espintrónica. Antes de una década, Stuart Parkin, trabajando para la corporación informática IBM, pudo sacar al mercado la primera cabeza lectora basada en la magnetorresistencia gigante. Hoy día el principio se aplica a todos los discos duros que se fabrican en el mundo, un mercado de 70 mil millones de dólares. Para el Comité Nobel, los estudios de Fert y Grünberg son un ejemplo perfecto de cómo la ciencia básica puede encontrar aplicaciones prácticas de gran relevancia para la vida cotidiana y con suma rapidez. “Lo más fascinante es que la investigación básica de Grünberg y Fert tuvo éxito comercial masivo pasados sólo diez años. Normalmente, demora entre 20 y 30 años”, sostuvo Joseph Nordgren, un miembro del comité sueco. Y en realidad, el principio de la GMR (aprovechar una variable pequeña para manipular y medir una grande) ha ido encontrando aplicaciones en muchos ámbitos: se han construido medidores de flujos cerebrales basados en sensores de campos magnéticos. Igualmente se aplican a sistemas antibloqueo en automóviles, o en mecanismos de control de lavadoras. Desde el descubrimiento en 1988 de la GMR, Grünberg recibió varios premios, entre ellos el Alemán del Futuro, en 1998, y el título de doctor honorífico de la Universidad de Bochum, en 2002. Este año también fue distinguido con el renombrado Premio Wolf, de Israel. Con su colega Albert Fert, de la Université Paris-Sud, y con Stuart Parkin, de IBM, compartió el Premio Internacional para Nuevos Materiales de 1994 (Sociedad de Física estadunidense) y el Premio Eurofísica Hewlett-Packard (Sociedad Física Europea). Grünberg y Fert también reciberon el pasado enero el prestigioso Japan Prize.
Carreras perpetuas
Albert Fert, francés, y Peter Grünberg, alemán, comparten no sólo su gusto por la ciencia sino también sus ganas de seguir trabajando. Por ejemplo, teóricamente Grünberg se jubiló en 2004, pero sigue investigando. El físico alemán, que tiene 68 años, trabajó durante más de 30 en el Centro de Investigaciones Jülich y a pesar de estar jubilado sigue yendo varias veces a la semana a su oficina, participa en seminarios y es invitado a dar conferencias. En el futuro quiere seguir investigando. “Sí, quiero seguir yendo al laboratorio. Ahora puedo investigar sin presión”, indicó ayer. Lo mejor del Premio Nobel para él es que ya no tiene que temer que no pueda ir más al laboratorio por una cuestión de edad. El galardón “asegura mi situación de permanecer en la investigación”, dijo Grünberg, lo que para él es lo más importante. Consultado sobre la importancia que le da al premio, Grünberg reconoció que “es un gran honor, pero el dinero no es para nada desdeñable”. Lo sabe bien: su grupo patentó la tecnología nacida de sus investigaciones y ello atrajo fondos al centro Jülich. En cuanto a Fert, que dice amar las películas de Pedro Almodóvar, es un científico activo, deportivo, culto, aún activo en la cátedra y capaz de entusiasmar a los investigadores jóvenes. “Me alegro de que tantos jóvenes brillantes investiguen activamente”, dijo. “Y me alegro de que mis descubrimientos los inspiren”.
En 1988, los dos científicos descubrieron a la vez, investigando por separado, la llamada “magnetorresistencia gigante”, GMR por sus iniciales en inglés. Este efecto, debido al espín de los electrones, se aplicó antes de una década a productos comerciales, y alimenta hoy día a una industria multimillonaria. Gracias a la GRM, los sistemas de grabación y recuperación de datos se hicieron más pequeños pero a la vez más capaces. En una década fue posible multiplicar por 50 la capacidad de almacenamiento de los discos duros de computadora, de reproductores digitales de música, cámaras de video y más. Según la explicación del Comité Nobel, un disco duro almacena información —desde música hasta imágenes o datos— en forma de microscópicas áreas magnetizadas en direcciones distintas. “La información (grabada en el disco) es recuperada por una cabeza lectora que explora el disco y registra los cambios magnéticos”, indicó el anuncio del comité. “Entre más pequeño y compacto sea el disco duro, más pequeñas y débiles son las áreas magnéticias individuales”. Aumentar la densidad de almacenamiento de información en un disco implica hacer más pequeñas las áreas magnetizadas, lo que a su vez requiere hacer las cabezas de lectura más sensibles. Las tecnologías de las décadas de 1970 y 1980, basadas exclusivamente en fenómenos magnéticos, habían llegado casi a sus límites. Fue entonces cuando Fert y Grünberg, que investigaban con materiales magnéticos y no magnéticos en capas ultradelgadas, descubrieron el principio de la GMR.
En esencia, la magnetorresistencia gigante logra que, en un sándwich particular de materiales ultradelgados, un cambio muy tenue en las propiedades magnéticas se traduzca en un cambio gigantesco en la resistencia eléctrica del sándwich. Ese cambio, basado no en el flujo de electrones (como en la corriente eléctrica) sino en las variaciones de su espín, se puede medir, y tal es el principio de las modernas cabezas lectoras de disco duro. A la industria nacida de este principio también se le llama magnetoelectrónica o espintrónica. Antes de una década, Stuart Parkin, trabajando para la corporación informática IBM, pudo sacar al mercado la primera cabeza lectora basada en la magnetorresistencia gigante. Hoy día el principio se aplica a todos los discos duros que se fabrican en el mundo, un mercado de 70 mil millones de dólares. Para el Comité Nobel, los estudios de Fert y Grünberg son un ejemplo perfecto de cómo la ciencia básica puede encontrar aplicaciones prácticas de gran relevancia para la vida cotidiana y con suma rapidez. “Lo más fascinante es que la investigación básica de Grünberg y Fert tuvo éxito comercial masivo pasados sólo diez años. Normalmente, demora entre 20 y 30 años”, sostuvo Joseph Nordgren, un miembro del comité sueco. Y en realidad, el principio de la GMR (aprovechar una variable pequeña para manipular y medir una grande) ha ido encontrando aplicaciones en muchos ámbitos: se han construido medidores de flujos cerebrales basados en sensores de campos magnéticos. Igualmente se aplican a sistemas antibloqueo en automóviles, o en mecanismos de control de lavadoras. Desde el descubrimiento en 1988 de la GMR, Grünberg recibió varios premios, entre ellos el Alemán del Futuro, en 1998, y el título de doctor honorífico de la Universidad de Bochum, en 2002. Este año también fue distinguido con el renombrado Premio Wolf, de Israel. Con su colega Albert Fert, de la Université Paris-Sud, y con Stuart Parkin, de IBM, compartió el Premio Internacional para Nuevos Materiales de 1994 (Sociedad de Física estadunidense) y el Premio Eurofísica Hewlett-Packard (Sociedad Física Europea). Grünberg y Fert también reciberon el pasado enero el prestigioso Japan Prize.
Carreras perpetuas
Albert Fert, francés, y Peter Grünberg, alemán, comparten no sólo su gusto por la ciencia sino también sus ganas de seguir trabajando. Por ejemplo, teóricamente Grünberg se jubiló en 2004, pero sigue investigando. El físico alemán, que tiene 68 años, trabajó durante más de 30 en el Centro de Investigaciones Jülich y a pesar de estar jubilado sigue yendo varias veces a la semana a su oficina, participa en seminarios y es invitado a dar conferencias. En el futuro quiere seguir investigando. “Sí, quiero seguir yendo al laboratorio. Ahora puedo investigar sin presión”, indicó ayer. Lo mejor del Premio Nobel para él es que ya no tiene que temer que no pueda ir más al laboratorio por una cuestión de edad. El galardón “asegura mi situación de permanecer en la investigación”, dijo Grünberg, lo que para él es lo más importante. Consultado sobre la importancia que le da al premio, Grünberg reconoció que “es un gran honor, pero el dinero no es para nada desdeñable”. Lo sabe bien: su grupo patentó la tecnología nacida de sus investigaciones y ello atrajo fondos al centro Jülich. En cuanto a Fert, que dice amar las películas de Pedro Almodóvar, es un científico activo, deportivo, culto, aún activo en la cátedra y capaz de entusiasmar a los investigadores jóvenes. “Me alegro de que tantos jóvenes brillantes investiguen activamente”, dijo. “Y me alegro de que mis descubrimientos los inspiren”.
Kikka Roja
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