- Serrat y Sabina, dos pájaros lúdicos
- Abren su serie de conciertos en el Auditorio; García Márquez, entre los gozosos asistentes
Jorge Caballero Monero Hernández
Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina Foto: Fernando Aceves Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina ofrecieron el sábado por la noche en el Auditorio Nacional de la ciudad de México, dentro de su gira
Dos pájaros de un tiro, un enorme concierto que satisfizo a los 10 mil gozosos asistentes, quienes festejaron hasta la saciedad lo que la dupla presentó en el escenario.
Una actuación dialéctica/mimética con dedicatoria para Gabriel García Márquez, la cual entretejió eficazmente las canciones de los compositores españoles heredadas vía información cromosomática en algunos o halladas a lo largo de la educación sentimental para otros.
No importó si era Joan Sabina o Joaquín Serrat o Joan Joaquín Manuel Serrat Sabina; lo verdaderamente importante fue la democracia musical ofrecida, que irrigó el torrente sanguíneo del respetable para alojarse en su corteza cerebral y provocarle un exceso de placer en todos los órganos del cuerpo vía arterial, a lo largo de dos horas y media de recital. La fruición llegó desde que las espigadas figuras de los cantautores aparecieron en el escenario para soltar las primera notas de Ocupen su localidad, hilvanada con Hoy puede ser un gran día, seguida de Aves de paso, reforzada con diálogo de presentación cuyo colofón coronó el grito al unísono de los protagonistas de la noche: “Viva México, cabrones”. Eso y los ocho solventes músicos, además de dos coristas; todos estos elementos preludiaron una increíble velada que ni siquiera el gélido clima pudo empañar. A partir de ese momento no hubo punto medio: únicamente, y sólo para ser precisos, punto alto y, sólo para ser exactos, dos momentos vomitivos.
La dialéctica musical Serrat a la derecha, Sabina a la izquierda, Joan Manuel cediendo el escenario, Joaquín abandonándolo, se dio con Tu nombre me sabe a hierba. El catalán se arrancó con el tema del ángel negro madrileño Y sin embargo, versión que dibujó una pétrea sonrisa en el público que cantó el estribillo de la canción de forma delicada, como un aterciopelado susurro; la acción se repitió en todos los temas, aunque con la variante del aumento de decibeles en algunas o perdiendo totalmente el comportamiento cerebral en otras.Los sonidos provenientes del bajo y contrabajo, de la sección de metales, del piano y sintetizadores, de las guitarras, la batería, las imágenes de las pantallas equidistantes a los lados del escenario, y la fragmentada en 12 partes sobre y detrás del proscenio, además del efectivo juego de luces, arroparon a los músicos a lo largo de los etéreos 150 minutos que trascurrieron como agua. Mención aparte para los monólogos de Joan Manuel Serrat, en los que en repetidas ocasiones hizo sorna de Joaquín Sabina tratándolo como si fuera tierno. Lo cual no pareció importarle demasiado al natural de Jaén, quizás porque él también se mofó del catalán, aunque con menos intensidad. Diálogos lúdicos, cebollazos acariciaegos, disputas creativas/viriles ofrecidos como extras a los 10 mil extasiados asistentes. Ya había pasado No hago otra cosa que pensar en ti y Princesa (puesta al día), cuando Sabina se dirigió al público y soltó: “Yo sé que Serrat daría 50 por ciento de sus canciones, no, 75 por ciento, por cantar vallenato. Así que queremos dedicar este concierto a un amigo.
¿A quién, Joan Manuel?” Y él respondió: “A un amigo... a Mercedes y a Gabo”, fue evidente que en un gesto de generosidad Serrat incluyó a la esposa del premio Nobel colombiano, a quien el cañón de luz descubrió dando las gracias desde el palco principal del Auditorio Nacional. El desfile de temas siguió: A la orilla de la chimenea, Las pequeñas cosas, Ruido, Penélope, Por el bulevard de los sueños rotos, Noche de bodas, Esos locos bajitos, 19 días y 500 noches, La fiesta y Pastillas para no soñar; en esta última Serrat chocó un par de paltillos y Sabina golpeó un bombo mientras pateaban el escenario. Llegó Mediterráneo, interpretada por su autor, en la parte final Sabina salió para acompañarlo. Luego, a manera de queja, informó: “Cuando estábamos haciendo la lista de canciones le pregunté: ‘¿y tú cuál quieres cantar de las mías?’, cuando mencionó Y sin embargo, pensé: me jodió. Y cuando él me preguntó cuál quería cantar yo de él, le dije Penélope y me respondió: ‘No, ésa no porque me la aplauden mucho’; entonces le dije Mediterráneo, ‘está bien, sales cantando la parte final: lalalalalala, lalalalala, lalalalalala…’, me dijo”.
Cantares, deliciosa, Y nos dieron las diez fue deconstruida/reversionada, Lucía, de las mejores, pero sin duda la coronación llegó con La del pirata cojo, donde aparecieron vestidos como truhanes. Al final el público salió del auditorio a enfrentarse de nueva cuenta al inclemente frío, sólo que la diferencia radicó en que ahora contaba con el recubrimiento invulnerable de haber escuchado a Sabina versionando a Serrat y Serrat interpretando a Sabina.
Una actuación dialéctica/mimética con dedicatoria para Gabriel García Márquez, la cual entretejió eficazmente las canciones de los compositores españoles heredadas vía información cromosomática en algunos o halladas a lo largo de la educación sentimental para otros.
No importó si era Joan Sabina o Joaquín Serrat o Joan Joaquín Manuel Serrat Sabina; lo verdaderamente importante fue la democracia musical ofrecida, que irrigó el torrente sanguíneo del respetable para alojarse en su corteza cerebral y provocarle un exceso de placer en todos los órganos del cuerpo vía arterial, a lo largo de dos horas y media de recital. La fruición llegó desde que las espigadas figuras de los cantautores aparecieron en el escenario para soltar las primera notas de Ocupen su localidad, hilvanada con Hoy puede ser un gran día, seguida de Aves de paso, reforzada con diálogo de presentación cuyo colofón coronó el grito al unísono de los protagonistas de la noche: “Viva México, cabrones”. Eso y los ocho solventes músicos, además de dos coristas; todos estos elementos preludiaron una increíble velada que ni siquiera el gélido clima pudo empañar. A partir de ese momento no hubo punto medio: únicamente, y sólo para ser precisos, punto alto y, sólo para ser exactos, dos momentos vomitivos.
La dialéctica musical Serrat a la derecha, Sabina a la izquierda, Joan Manuel cediendo el escenario, Joaquín abandonándolo, se dio con Tu nombre me sabe a hierba. El catalán se arrancó con el tema del ángel negro madrileño Y sin embargo, versión que dibujó una pétrea sonrisa en el público que cantó el estribillo de la canción de forma delicada, como un aterciopelado susurro; la acción se repitió en todos los temas, aunque con la variante del aumento de decibeles en algunas o perdiendo totalmente el comportamiento cerebral en otras.Los sonidos provenientes del bajo y contrabajo, de la sección de metales, del piano y sintetizadores, de las guitarras, la batería, las imágenes de las pantallas equidistantes a los lados del escenario, y la fragmentada en 12 partes sobre y detrás del proscenio, además del efectivo juego de luces, arroparon a los músicos a lo largo de los etéreos 150 minutos que trascurrieron como agua. Mención aparte para los monólogos de Joan Manuel Serrat, en los que en repetidas ocasiones hizo sorna de Joaquín Sabina tratándolo como si fuera tierno. Lo cual no pareció importarle demasiado al natural de Jaén, quizás porque él también se mofó del catalán, aunque con menos intensidad. Diálogos lúdicos, cebollazos acariciaegos, disputas creativas/viriles ofrecidos como extras a los 10 mil extasiados asistentes. Ya había pasado No hago otra cosa que pensar en ti y Princesa (puesta al día), cuando Sabina se dirigió al público y soltó: “Yo sé que Serrat daría 50 por ciento de sus canciones, no, 75 por ciento, por cantar vallenato. Así que queremos dedicar este concierto a un amigo.
¿A quién, Joan Manuel?” Y él respondió: “A un amigo... a Mercedes y a Gabo”, fue evidente que en un gesto de generosidad Serrat incluyó a la esposa del premio Nobel colombiano, a quien el cañón de luz descubrió dando las gracias desde el palco principal del Auditorio Nacional. El desfile de temas siguió: A la orilla de la chimenea, Las pequeñas cosas, Ruido, Penélope, Por el bulevard de los sueños rotos, Noche de bodas, Esos locos bajitos, 19 días y 500 noches, La fiesta y Pastillas para no soñar; en esta última Serrat chocó un par de paltillos y Sabina golpeó un bombo mientras pateaban el escenario. Llegó Mediterráneo, interpretada por su autor, en la parte final Sabina salió para acompañarlo. Luego, a manera de queja, informó: “Cuando estábamos haciendo la lista de canciones le pregunté: ‘¿y tú cuál quieres cantar de las mías?’, cuando mencionó Y sin embargo, pensé: me jodió. Y cuando él me preguntó cuál quería cantar yo de él, le dije Penélope y me respondió: ‘No, ésa no porque me la aplauden mucho’; entonces le dije Mediterráneo, ‘está bien, sales cantando la parte final: lalalalalala, lalalalala, lalalalalala…’, me dijo”.
Cantares, deliciosa, Y nos dieron las diez fue deconstruida/reversionada, Lucía, de las mejores, pero sin duda la coronación llegó con La del pirata cojo, donde aparecieron vestidos como truhanes. Al final el público salió del auditorio a enfrentarse de nueva cuenta al inclemente frío, sólo que la diferencia radicó en que ahora contaba con el recubrimiento invulnerable de haber escuchado a Sabina versionando a Serrat y Serrat interpretando a Sabina.
Kikka Roja
Muy buena tu reseña del concierto y si... sale uno revestido despues de alimentar el alma y los sentidos con este espectaculo en que ambos (Joaquinito y Serrat) disfrutaron como niños cada momento en el escenario
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