jorge carrasco araizaga México, D.F. (apro).- No conforme con el asesinato de cuatro universitarios mexicanos a manos de su Ejército en territorio ecuatoriano, el presidente de Colombia, Álvaro Uribe, cometió un desplante hacia México ante la indolencia con la que ha actuado el gobierno de Felipe Calderón.
Arrogante ante la débil diplomacia mexicana, Uribe le dio un portazo a la tardía petición de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) para que indemnice a los familiares de los cuatro mexicanos muertos y la estudiante que resultó herida durante la acción militar del primer de marzo. Al margen de las investigaciones que realiza la Organización de Estados Americanos (OEA) para determinar las circunstancias del ataque, Uribe se adelantó a concluir que todos los muertos y heridos en la acción eran simple y sencillamente terroristas que merecían ser atacados. “El presidente de la República ha expresado que no hay razón alguna para que Colombia pague indemnizaciones por acciones legítimas de la fuerza pública contra grupos terroristas”, fue la respuesta de Uribe a la SRE.
Sólo el desdén hacia el Estado que se lo solicitó, por no hablar de las familias de las víctimas, explica la conducta del presidente colombiano. Hasta antes de que el pasado miércoles 26 el gobierno mexicano solicitara formalmente la indemnización, la administración de Calderón parecía asentir implícitamente “el castigo” recibido por los universitarios mexicanos que se encontraban en un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en territorio de Ecuador.
Los llamados “buenos oficios” de la cancillería mexicana fueron echados a la basura por Uribe.
La diplomacia mexicana, que durante el siglo pasado gozó de prestigio internacional y de respeto en América Latina, está lejos de la seriedad con la que se le consideró en sus fronteras geoestratégicas. Fuera de la relación asimétrica que ha representado la vecindad con la primera potencia mundial, Estados Unidos, la presencia diplomática de México hacia América Latina y el Caribe llegó a significar, incluso, derroteros para la región en asuntos internacionales. Después del desastre del gobierno de Vicente Fox en la relación con Cuba, de las peleas de ese presidente pendenciero con sus contemporáneos de Venezuela y Argentina, del desprecio que demostró hacia el presidente de Bolivia, Evo Morales, y de la prepotencia que mostró hacia República Dominicana al disputarle el liderazgo de la OEA, confrontándose para ello con Chile, Calderón se ha concentrado en restañar la relación con el régimen cubano, más por convicción personal que por estrategia política-diplomática.
El ataque de Colombia tomó fuera del lugar al gobierno mexicano, carente de política hacia América Latina; pero más grave fue el silencio cómplice que guardó durante semanas ante el asesinato de Juan González, Fernando Franco, Natalia Velásquez y Sorén Avilés. En la acción resultó herida la también mexicana Lucía Morett. El espacio que tenía Uribe para responder como lo hizo era tan amplio como la indiferencia que durante semanas mostró el gobierno de Calderón ante la agresión sufrida por sus connacionales en una acción de un ejército extranjero.
¿Qué pensarán los militares mexicanos? (28 de marzo de 2008)
Sólo el desdén hacia el Estado que se lo solicitó, por no hablar de las familias de las víctimas, explica la conducta del presidente colombiano. Hasta antes de que el pasado miércoles 26 el gobierno mexicano solicitara formalmente la indemnización, la administración de Calderón parecía asentir implícitamente “el castigo” recibido por los universitarios mexicanos que se encontraban en un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en territorio de Ecuador.
Los llamados “buenos oficios” de la cancillería mexicana fueron echados a la basura por Uribe.
La diplomacia mexicana, que durante el siglo pasado gozó de prestigio internacional y de respeto en América Latina, está lejos de la seriedad con la que se le consideró en sus fronteras geoestratégicas. Fuera de la relación asimétrica que ha representado la vecindad con la primera potencia mundial, Estados Unidos, la presencia diplomática de México hacia América Latina y el Caribe llegó a significar, incluso, derroteros para la región en asuntos internacionales. Después del desastre del gobierno de Vicente Fox en la relación con Cuba, de las peleas de ese presidente pendenciero con sus contemporáneos de Venezuela y Argentina, del desprecio que demostró hacia el presidente de Bolivia, Evo Morales, y de la prepotencia que mostró hacia República Dominicana al disputarle el liderazgo de la OEA, confrontándose para ello con Chile, Calderón se ha concentrado en restañar la relación con el régimen cubano, más por convicción personal que por estrategia política-diplomática.
El ataque de Colombia tomó fuera del lugar al gobierno mexicano, carente de política hacia América Latina; pero más grave fue el silencio cómplice que guardó durante semanas ante el asesinato de Juan González, Fernando Franco, Natalia Velásquez y Sorén Avilés. En la acción resultó herida la también mexicana Lucía Morett. El espacio que tenía Uribe para responder como lo hizo era tan amplio como la indiferencia que durante semanas mostró el gobierno de Calderón ante la agresión sufrida por sus connacionales en una acción de un ejército extranjero.
¿Qué pensarán los militares mexicanos? (28 de marzo de 2008)
jcarrasco@proceso.com.mx
Kikka Roja
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