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jueves, 10 de abril de 2008

Lorenzo Meyer : De líderes

De líderes
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“Si sólo las instituciones funcionaran, los líderes de multitudes estarían fuera de lugar”

Una Posición. Al finalizar marzo, en Guadalajara, y citando a un gran escritor jalisciense –Juan José Arreola, (1918-2001)-, Felipe Calderón dijo: “México necesita que ya no haya líderes importantes ni dirigentes de multitudes, sino que cada hombre sea capaz de conducirse por sí mismo”. Aunque la afirmación no es novedosa da pie a una reflexión sobre la naturaleza de nuestra política, historia y coyuntura.

La Circunstancia. La cita de Arreola fue utilizada en la defensa del diagnóstico pesimista de Pemex que el Gobierno acaba de presentar como justificación y acicate de lo que se supone va a ser su propuesta de reforma energética; una iniciativa encaminada a abrir la actividad petrolera de manera clara y legal a la inversión privada nacional y extranjera como única vía de salvar a Pemex y hacer frente a la demanda creciente de combustible. Obviamente, la oposición a modificar el marco legal heredado de 1938 y que se supone impide la privatización de la actividad petrolera, es la encabezada por Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Como Calderón no considera apropiado referirse directamente a su adversario político –lo contrario ocurre a diario-, optó por usar en Jalisco al autor de Confabulario y de La feria para enviar el mensaje descalificador.

Quien le escribió el discurso a Calderón lo hizo sin consultar la obra de Arreola y apenas buscó la cita en un libro de frases célebres sin fuentes, (La Jornada, 1° de abril). Arreola fue un gran escritor, pero incluso así es necesario conocer el contexto en que elaboró su tesis para poder valorarla a plenitud. Además, es un tanto injusto colocar a Arreola en el papel de historiador, sociólogo o politólogo para hacerlo intervenir en la coyuntura. Al jalisciense hay que apreciarlo no por su análisis político sino por su dominio y economía del lenguaje, por su enorme imaginación y capacidad para cruzar con gracia y sin problema la raya que separa a la realidad de la figuración.

Finalmente, quien hizo de Arreola un fustigador de los dirigentes de multitudes es también un dirigente, aunque no de multitudes sino de un ejército de funcionarios y burócratas que en última instancia le obedecen porque están obligados a hacerlo y no por su carisma. En realidad, los líderes de las burocracias son la norma, pero los otros, los líderes de masas, sólo aparecen de tarde en tarde, en momentos de crisis e inevitablemente resultan molestos o peligrosos para los primeros, pues son sus enemigos naturales.

El Deber Ser. La frase de Arreola, “que cada hombre sea capaz de conducirse por sí mismo”, tiene su historia. Para Juan Jacobo Rousseau, uno de los padres intelectuales de la democracia moderna, la situación ideal era una república de ciudadanos libres y perfectamente informados y en donde todos ellos, sin necesidad de partidos, “fracciones” o líderes, sin necesidad de delegar en diputados o senadores su condición de soberanos y sin previamente deliberar en grupos pequeños, discutieran abiertamente la agenda en la plaza pública y ahí mismo, por voto mayoritario, tomaran por sí y ante sí las decisiones pertinentes como se suponía que ocurría en los cantones suizos de la época o en la Atenas clásica (donde sólo la minoría propietaria era ciudadana).

La utopía roussoniana ha seguido siendo eso, algo inexistente. En ningún lugar del mundo la actividad política tiene como base a una sociedad en donde cada individuo sea independiente, altruista, bien informado y conocedor de sus derechos. El proceso electoral norteamericano, por ejemplo, muestra que aún en una democracia de más de dos siglos, rica, informada y bien asentada, el papel de los líderes es indispensable para despertar la imaginación y voluntad de una parte de la ciudadanía, ése es hoy el caso de Barack Obama, por citar el caso más conspicuo.

Movimientos Sociales. Los movimientos sociales no se forman si no hay agravios de fondo y líderes que puedan encarnarlos y articularlos. Y resulta que ése es el caso en nuestro país como resultado de la polarización social y de las obvias fallas en el proceso de la transición política. Guste o no, es un hecho que en el México de hoy se está intentando dar forma a un movimiento social, y de ahí la presencia del líder que tanto molesta a Calderón y a los dueños del país.

Los movimientos sociales son formaciones políticas que suelen tener una organización interna un tanto laxa y que nacen del deseo de grupos con insuficiente representación institucional que pretenden hacer realidad una demanda y que por eso se identifican con el cambio. En este proceso contencioso es frecuente –en realidad inevitable- el choque con los intereses de las élites y sus instituciones, que se eche mano de la acción directa –la desobediencia civil, por ejemplo- y que sus integrantes vayan forjando en el proceso un sentido de identidad.

Los movimientos sociales modernos se iniciaron en Europa como acciones propias de la clase trabajadora, pero hace tiempo que se volvieron multiclasistas. Hasta no hace mucho, la teoría veía en este fenómeno el resultado de fallas o disfunciones en la estructura institucional. Hoy su caracterización es más compleja, menos maniquea, pero en el caso de México la explicación clásica sigue siendo válida. En efecto, si en 2000 el cambio de régimen hubiera desembocado en uno donde la democracia política hubiera adquirido carta de naturalización efectiva y se hubiera desarrollado como se prometió, el actual intento de movilización encabezado por AMLO simplemente no se hubiera dado o ya hubiera fracasado, pero no ha sido el caso.

Tras el año 2000, la primera gran movilización encabezada por el líder tabasqueño tuvo lugar como respuesta al intento de Vicente Fox, del PRI y de la derecha mexicana en general, de desaforarlo para impedirle ser el candidato presidencial de la izquierda en 2006. Ese movimiento se reactivó cuando la derrota de la coalición de izquierda no se dio de acuerdo a las reglas formales porque la campaña y la elección misma estuvieron contaminadas, entre otras cosas, por la participación ilegal e ilegítima de Fox, de la gran empresa privada y por las fallas del IFE y del tribunal electoral, que arrojaron la sombra del fraude.

En la etapa actual, la movilización está impulsada por el choque de proyectos en relación a la reforma de la industria petrolera. Desde el poder se quiere modificar el marco legal de Pemex para legitimar definitivamente y expandir el papel del capital privado extranjero en esa actividad. El movimiento social encabezado por AMLO sostiene que el petróleo es un recurso natural estratégico, no renovable, que debe permanecer en el lugar ganado por la expropiación y nacionalización de 1938; que debe explotarse según el interés nacional de largo plazo y no como un mero sustituto a una reforma fiscal que México debió poner en marcha desde hace medio siglo.

Liderazgo. Si en México existiera confianza pública en las instituciones como resultado de su eficacia, respeto a la letra y espíritu de la Ley y de la confianza en la probidad de sus dirigentes, entonces el sistema judicial o el Congreso hubieran resuelto de manera aceptable temas como el desafuero del jefe de Gobierno de la Ciudad de México en 2004, las acusaciones contra los gobernadores que han abusado de su poder, el margen tan pequeño entre ganador y perdedor en la elección presidencial de 2006 o las reformas en materia de la radio y la televisión o el petróleo. Sin embargo, esas instituciones han fallado los mencionados y en muchos otros y las encuestas muestran que la opinión pública no les tiene confianza.

Si al menos el sistema de partidos expresara de manera más o menos satisfactoria la diversidad y la contradicción de intereses de una sociedad tan compleja y polarizada como la nuestra, entonces una discusión como la que hoy tiene lugar alrededor del petróleo se podría llevar dentro de los recintos parlamentarios sin necesidad de movilizaciones. Sin embargo, los partidos en México son oligarquías sin credibilidad que básicamente se representan a ellas mismas.

Si hubiera en México un partido de izquierda que se comportara como tal, es posible que las energías del actual movimiento social pudieran ser canalizadas por esa vía. Sin embargo, es claro que desde hace tiempo el PRD está más interesado en su disputa interna y el reparto de puestos que en el programa de la izquierda, de ahí su irrelevancia en la actualidad.

En fin, son las condiciones de una transición política descarrilada, de una estructura social polarizada y de la coyuntura, lo que han creado en México las condiciones para un movimiento social y con un líder carismático. El México de Arreola aún está en el futuro distante.

Kikka Roja

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