“Ironía histórica: la izquierda, no la derecha, sería la mejor equipada para reformar Pemex”
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Ironías de la Historia. Es sólo una hipótesis. El tema de la reforma al marco jurídico que rige a la industria petrolera apareció en la agenda del actor político equivocado. Si alguien hubiera podido proponer al país un cambio, cubierto con legitimidad y que implicara alguna forma de relación de Pemex con otras empresas para mejorar su eficiencia, esa fuerza es la izquierda, no la derecha. A esta última le hubiera correspondido llevar adelante un cambio muy diferente: una reforma fiscal de fondo, tema pospuesto por medio siglo en la agenda nacional.
Las iniciativas de Felipe Calderón para modificar la Ley reglamentaria del Artículo 27 en materia de petróleo y ampliar el espacio a la empresa privada nacional y extranjera son unas que, de entrada, se prestan a sospecha y rechazo por venir de quien vienen. Si alguien hubiera podido proponer que nuestra empresa petrolera estatal se asociara con alguna foránea en algunos de sus campos, sin despertar sospecha sobre sus intenciones –hacer negocios privados a la sombra del interés público-, era la izquierda. Y no cualquier izquierda, sino una con sus credenciales nacionalistas en orden.
El Agente Idóneo y el Inadecuado. Es posible argumentar que en el urgente tema de modernizar y hacer eficiente a la industria petrolera mexicana, una posibilidad sería una asociación de Pemex con otra empresa petrolera estatal con buena experiencia y reputación, como sería StatoilHydro de Noruega. Sin embargo, ese argumento pierde su fuerza cuando lo expone el Gobierno actual, uno que no supo siquiera separar los intereses públicos de los privados de algunos de sus cuadros prominentes.
Por un momento, el Gobierno de Felipe Calderón pretendió hacer de un miembro de su círculo íntimo un “zar del petróleo” (Proceso, (20 de enero, 2008). En efecto, Juan Camilo Mouriño -un joven cuya familia, española de origen, está dedicada al negocio del transporte de productos petroleros, de las gasolineras y otros similares- ascendió sorprendentemente rápido en los círculos del poder del Gobierno Federal. En un acto de insensibilidad política, por llamarlo de alguna manera, Calderón no sólo nombró a Mouriño secretario de Gobernación –una de las antesalas históricas a la candidatura presidencial- sino que pretendió que, desde ahí, el empresario se encargara de negociar la aprobación de su reforma petrolera en el Congreso. La movilización política y social que encabezó Andrés Manuel López Obrador en contra, desdibujó el papel de Mouriño y obligó, entre otras cosas, a organizar un debate formal sobre las iniciativas de reforma a la Ley reglamentaria del petróleo, que originalmente se pretendían aprobar sólo como resultado de una negociación en la cúpula.
Un Buen Ejemplo. Y justamente en ese debate el presidente del PAN, Germán Martínez, buscó cerrar una larga tirada de adjetivos contra quienes se oponen a la privatización parcial de la industria petrolera, sacando de su manga lo que consideró un as histórico: el proyecto de Ley reglamentaria del petróleo de diciembre de 1939. En ese documento, firmado por el mismísimo presidente Lázaro Cárdenas, se asegura que el mantener la explotación petrolera como actividad propia del Estado “no implica que la nación abandone la posibilidad de admitir la colaboración de la Iniciativa Privada”. De esta manera se pretendió colocar a Cárdenas en la misma trinchera que su enemigo histórico: el PAN.
Sin negarle imaginación a Germán Martínez al intentar probar que el propio artífice de la nacionalización petrolera no pensó en cerrar las puertas a la empresa privada en esa industria, hay que hacer un par de observaciones fundamentales al argumento.
En primer lugar, las circunstancias. El boicot de los intereses extranjeros contra el petróleo mexicano en 1939 era brutal pero hoy Pemex tiene ganancias espectaculares y quienes buscan debilitarlo están dentro, no fuera. En l939 Cárdenas simplemente buscó echar mano de cualquier ayuda posible que salvara lo esencial. Fue por ello que su Gobierno incluso negoció vender petróleo a sus peores enemigos ideológicos: a los gobiernos de Hitler y Mussolini. En esas condiciones, buscar la colaboración de la empresa privada era un mal menor.
Sin embargo, la observación más importante, y que avala la tesis que aquí se presenta, es que sólo Cárdenas y nadie más podía proponer con legitimidad abrir un lugar al capital privado en la industria petrolera estatal. Y es que el entonces presidente era el mexicano más libre de sospecha de pretender minar el carácter público de la actividad petrolera.
En contraste con la propuesta de Ley reglamentaria enviada por Cárdenas hace casi 70 años al Congreso federal, quienes hoy proponen la privatización parcial de la actividad petrolera con otra Ley reglamentaria, son la antítesis de Cárdenas y su proyecto. El PAN nació justamente en 1939 como un opositor declarado de todo el programa que impulsó Lázaro Cárdenas, incluida la expropiación del petróleo y de los latifundios.
Otro Ejemplo. En la biografía política del general Cárdenas puede volver a encontrarse otro ejemplo que sirve para ilustrar cómo en circunstancias que obligan al Gobierno a tomar decisiones políticas muy delicadas y que tienden a despertar sospechas sobre sus verdaderos motivos, lo mejor es encomendar esas tareas a actores cuya ideología y conducta hayan demostrado que no serán ellos los que saquen provecho personal o de partido de la situación.
Cuando en 1942 México entró a la Segunda Guerra Mundial como aliado de los norteamericanos, el recuerdo de los graves conflictos con Estados Unidos estaba aún muy vivo en la conciencia colectiva de los mexicanos. La opinión pública sospechaba de los motivos para entrar a una guerra que veía como ajena y a colaborar con Estados Unidos, al punto que se rumoreaba que los buques mexicanos cuyo hundimiento se atribuía a submarinos alemanes, y razón por la cual México se había declarado en “Estado de Guerra” con El Eje, en realidad habían sido torpedeados por los norteamericanos. Sin embargo, para el Gobierno de Ávila Camacho las circunstancias hacían inevitable la cooperación no sólo política y económica sino militar con la potencia vecina del Norte.
En esas condiciones el presidente consideró, y con razón, que la mejor manera de hacer aceptable una alianza formal entre México y Estados Unidos era poner al frente de la colaboración militar a un general del que nadie pudiera poner en duda su antifascismo, pero tampoco su voluntad de resistir cualquier demanda norteamericana contraria al interés nacional. Ese general era Lázaro Cárdenas. Sólo él, que se había enfrentado a los intereses norteamericanos sin titubear, podía ser garantía de una relación con la potencia del Norte que no fuera sospechosa de subordinación.
En 1942 la tarea y el responsable embonaron a la perfección. Cárdenas primero quedó al mando de toda la zona del Pacífico –se temía el ataque de Japón- y poco después se hizo cargo de la propia Secretaría de Defensa. Cárdenas negociaría la instalación de radares norteamericanos en México –siempre a cargo de un equipo binacional- y la modernización del Ejército, pero sus condiciones hicieron inaceptable para los norteamericanos la construcción de bases navales o aéreas en México. En suma, sólo un nacionalista probado podía encabezar la colaboración militar con el país cuyas acciones habían alimentado ese nacionalismo defensivo de México.
Misiones. Todos concuerdan en que la estructura administrativa y financiera de Pemex es inadecuada. La empresa necesita rediseñar su estructura administrativa –es absurdo que de 7 subdirecciones que tenía en 1992 se haya pasado a 58 en la actualidad- y política –hay que enfrentar los abusos del sindicato. También debe detenerse el crecimiento galopante de la importación de refinados, debe lograrse un aprovechamiento óptimo de todas las áreas que ha sido impedido por el énfasis desmedido en la producción, las reservas han disminuido de manera alarmante y los ductos han envejecido de igual manera, el financiamiento vía Pidiregas es costoso y, sobre todo, la carga fiscal de Pemex es excesiva. En suma, es mucho lo debe de cambiarse en Pemex, pero no es la derecha la fuerza idónea para la misión.
La raíz principal, que no la única, de los males de la actividad petrolera y de muchas otras cosas, es de origen fiscal. Desde hace al menos cuarenta años que se viene posponiendo una verdadera reforma en ese campo. Es ahí, en la negociación a fondo de las cargas impositivas, donde un Gobierno identificado con los empresarios y el capital, como es el actual, debería estar al frente. Esa sería la honrosa misión histórica de la derecha, no el desmantelamiento de Pemex.
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Ironías de la Historia. Es sólo una hipótesis. El tema de la reforma al marco jurídico que rige a la industria petrolera apareció en la agenda del actor político equivocado. Si alguien hubiera podido proponer al país un cambio, cubierto con legitimidad y que implicara alguna forma de relación de Pemex con otras empresas para mejorar su eficiencia, esa fuerza es la izquierda, no la derecha. A esta última le hubiera correspondido llevar adelante un cambio muy diferente: una reforma fiscal de fondo, tema pospuesto por medio siglo en la agenda nacional.
Las iniciativas de Felipe Calderón para modificar la Ley reglamentaria del Artículo 27 en materia de petróleo y ampliar el espacio a la empresa privada nacional y extranjera son unas que, de entrada, se prestan a sospecha y rechazo por venir de quien vienen. Si alguien hubiera podido proponer que nuestra empresa petrolera estatal se asociara con alguna foránea en algunos de sus campos, sin despertar sospecha sobre sus intenciones –hacer negocios privados a la sombra del interés público-, era la izquierda. Y no cualquier izquierda, sino una con sus credenciales nacionalistas en orden.
El Agente Idóneo y el Inadecuado. Es posible argumentar que en el urgente tema de modernizar y hacer eficiente a la industria petrolera mexicana, una posibilidad sería una asociación de Pemex con otra empresa petrolera estatal con buena experiencia y reputación, como sería StatoilHydro de Noruega. Sin embargo, ese argumento pierde su fuerza cuando lo expone el Gobierno actual, uno que no supo siquiera separar los intereses públicos de los privados de algunos de sus cuadros prominentes.
Por un momento, el Gobierno de Felipe Calderón pretendió hacer de un miembro de su círculo íntimo un “zar del petróleo” (Proceso, (20 de enero, 2008). En efecto, Juan Camilo Mouriño -un joven cuya familia, española de origen, está dedicada al negocio del transporte de productos petroleros, de las gasolineras y otros similares- ascendió sorprendentemente rápido en los círculos del poder del Gobierno Federal. En un acto de insensibilidad política, por llamarlo de alguna manera, Calderón no sólo nombró a Mouriño secretario de Gobernación –una de las antesalas históricas a la candidatura presidencial- sino que pretendió que, desde ahí, el empresario se encargara de negociar la aprobación de su reforma petrolera en el Congreso. La movilización política y social que encabezó Andrés Manuel López Obrador en contra, desdibujó el papel de Mouriño y obligó, entre otras cosas, a organizar un debate formal sobre las iniciativas de reforma a la Ley reglamentaria del petróleo, que originalmente se pretendían aprobar sólo como resultado de una negociación en la cúpula.
Un Buen Ejemplo. Y justamente en ese debate el presidente del PAN, Germán Martínez, buscó cerrar una larga tirada de adjetivos contra quienes se oponen a la privatización parcial de la industria petrolera, sacando de su manga lo que consideró un as histórico: el proyecto de Ley reglamentaria del petróleo de diciembre de 1939. En ese documento, firmado por el mismísimo presidente Lázaro Cárdenas, se asegura que el mantener la explotación petrolera como actividad propia del Estado “no implica que la nación abandone la posibilidad de admitir la colaboración de la Iniciativa Privada”. De esta manera se pretendió colocar a Cárdenas en la misma trinchera que su enemigo histórico: el PAN.
Sin negarle imaginación a Germán Martínez al intentar probar que el propio artífice de la nacionalización petrolera no pensó en cerrar las puertas a la empresa privada en esa industria, hay que hacer un par de observaciones fundamentales al argumento.
En primer lugar, las circunstancias. El boicot de los intereses extranjeros contra el petróleo mexicano en 1939 era brutal pero hoy Pemex tiene ganancias espectaculares y quienes buscan debilitarlo están dentro, no fuera. En l939 Cárdenas simplemente buscó echar mano de cualquier ayuda posible que salvara lo esencial. Fue por ello que su Gobierno incluso negoció vender petróleo a sus peores enemigos ideológicos: a los gobiernos de Hitler y Mussolini. En esas condiciones, buscar la colaboración de la empresa privada era un mal menor.
Sin embargo, la observación más importante, y que avala la tesis que aquí se presenta, es que sólo Cárdenas y nadie más podía proponer con legitimidad abrir un lugar al capital privado en la industria petrolera estatal. Y es que el entonces presidente era el mexicano más libre de sospecha de pretender minar el carácter público de la actividad petrolera.
En contraste con la propuesta de Ley reglamentaria enviada por Cárdenas hace casi 70 años al Congreso federal, quienes hoy proponen la privatización parcial de la actividad petrolera con otra Ley reglamentaria, son la antítesis de Cárdenas y su proyecto. El PAN nació justamente en 1939 como un opositor declarado de todo el programa que impulsó Lázaro Cárdenas, incluida la expropiación del petróleo y de los latifundios.
Otro Ejemplo. En la biografía política del general Cárdenas puede volver a encontrarse otro ejemplo que sirve para ilustrar cómo en circunstancias que obligan al Gobierno a tomar decisiones políticas muy delicadas y que tienden a despertar sospechas sobre sus verdaderos motivos, lo mejor es encomendar esas tareas a actores cuya ideología y conducta hayan demostrado que no serán ellos los que saquen provecho personal o de partido de la situación.
Cuando en 1942 México entró a la Segunda Guerra Mundial como aliado de los norteamericanos, el recuerdo de los graves conflictos con Estados Unidos estaba aún muy vivo en la conciencia colectiva de los mexicanos. La opinión pública sospechaba de los motivos para entrar a una guerra que veía como ajena y a colaborar con Estados Unidos, al punto que se rumoreaba que los buques mexicanos cuyo hundimiento se atribuía a submarinos alemanes, y razón por la cual México se había declarado en “Estado de Guerra” con El Eje, en realidad habían sido torpedeados por los norteamericanos. Sin embargo, para el Gobierno de Ávila Camacho las circunstancias hacían inevitable la cooperación no sólo política y económica sino militar con la potencia vecina del Norte.
En esas condiciones el presidente consideró, y con razón, que la mejor manera de hacer aceptable una alianza formal entre México y Estados Unidos era poner al frente de la colaboración militar a un general del que nadie pudiera poner en duda su antifascismo, pero tampoco su voluntad de resistir cualquier demanda norteamericana contraria al interés nacional. Ese general era Lázaro Cárdenas. Sólo él, que se había enfrentado a los intereses norteamericanos sin titubear, podía ser garantía de una relación con la potencia del Norte que no fuera sospechosa de subordinación.
En 1942 la tarea y el responsable embonaron a la perfección. Cárdenas primero quedó al mando de toda la zona del Pacífico –se temía el ataque de Japón- y poco después se hizo cargo de la propia Secretaría de Defensa. Cárdenas negociaría la instalación de radares norteamericanos en México –siempre a cargo de un equipo binacional- y la modernización del Ejército, pero sus condiciones hicieron inaceptable para los norteamericanos la construcción de bases navales o aéreas en México. En suma, sólo un nacionalista probado podía encabezar la colaboración militar con el país cuyas acciones habían alimentado ese nacionalismo defensivo de México.
Misiones. Todos concuerdan en que la estructura administrativa y financiera de Pemex es inadecuada. La empresa necesita rediseñar su estructura administrativa –es absurdo que de 7 subdirecciones que tenía en 1992 se haya pasado a 58 en la actualidad- y política –hay que enfrentar los abusos del sindicato. También debe detenerse el crecimiento galopante de la importación de refinados, debe lograrse un aprovechamiento óptimo de todas las áreas que ha sido impedido por el énfasis desmedido en la producción, las reservas han disminuido de manera alarmante y los ductos han envejecido de igual manera, el financiamiento vía Pidiregas es costoso y, sobre todo, la carga fiscal de Pemex es excesiva. En suma, es mucho lo debe de cambiarse en Pemex, pero no es la derecha la fuerza idónea para la misión.
La raíz principal, que no la única, de los males de la actividad petrolera y de muchas otras cosas, es de origen fiscal. Desde hace al menos cuarenta años que se viene posponiendo una verdadera reforma en ese campo. Es ahí, en la negociación a fondo de las cargas impositivas, donde un Gobierno identificado con los empresarios y el capital, como es el actual, debería estar al frente. Esa sería la honrosa misión histórica de la derecha, no el desmantelamiento de Pemex.
Kikka Roja
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