Ahora resulta que el catarrito que se volvió pulmonía nunca fue pulmonía y que el catarrito fue únicamente un simulacro de constipación de mocos. Según el doctor Karstenstein hay pocas cosas tan saludables como su volumétrica masa corpórea como la economía nacional. Tanto que el ya mítico episodio de la supuesta malevolencia de los especuladores sólo fue un momento de ofuscación, supongo, debido a la falta de nutrientes hipocalóricos en su sistema. Según nos cuenta en sus memorias, que son casi tan verosímiles como las de Luis Carlos Ugalde (Luisferatu revela en Así lo viví, que hasta Catémoc Blanco y el artista antes conocido como Fabiruchis lo presionaron para ser el héroe de aquella película electoral de 2006, papá), no hubo tal ataque especulativo contra el peso, pues los especuladores son los más amigables animalitos de la depredación dominante en el hermoso y gentil bosque encantado de las finanzas públicas.
Una vez más, lo que parecía ser un duelo entre dos grandes bandas, la del secretario de Hacienda y la del gobernator del Banco de México, Guillermo Ortiz, fue tan aburrido como el cuasi clásico Tigres vs. Monterrey. Después de una semana de misterios y secresías acerca de la increíble y triste historia del cándido peso y los especuladores desalmados, Karstenstein quedó más humillado que los Tigres de Lavolpe, al tener que reconocer, por el bien de la patria, que Ortiz tenía razón, que la especulación es un mito genial al nivel de los pobres del inolvidable Pedro Aspe, casi tanto como los empleos de Calderón, mejor conocido en los bajos fondos de las tasas de los Sin Chamba como Mr. Job.
Quizá sea tiempo de que al doktor Karstenstein, antes de que acabe por foxinanizarse y lo perdamos para siempre, de conseguirle un buen vocero del tipo de don Burrén Aguilar para que explique con claridad qué es lo que quiere decir para que no se enojen los dioses de la Iniciativa Privada que, por supuesto, son almas buenas, santas y puras, ajenas a las tentaciones de la especulación de piedra corazón con Hummer incluida.
Por supuesto, la demagogia es buena para el negocio de la política, pero en estas cosas de la economía que son tan sensibles en este país tan sobrepoblado de cuentachiles, don Agustín tiene que aprender una máxima de mi tío Juan: “Trabajo fino no acepta reclamación”.
Le pasó lo que a Jelipillo, que mientras en el país cunde la inseguridad, se le ocurre colar a México en el Consejo de Seguridad de la ONU. O sea, jelooouuu...
Una vez más, lo que parecía ser un duelo entre dos grandes bandas, la del secretario de Hacienda y la del gobernator del Banco de México, Guillermo Ortiz, fue tan aburrido como el cuasi clásico Tigres vs. Monterrey. Después de una semana de misterios y secresías acerca de la increíble y triste historia del cándido peso y los especuladores desalmados, Karstenstein quedó más humillado que los Tigres de Lavolpe, al tener que reconocer, por el bien de la patria, que Ortiz tenía razón, que la especulación es un mito genial al nivel de los pobres del inolvidable Pedro Aspe, casi tanto como los empleos de Calderón, mejor conocido en los bajos fondos de las tasas de los Sin Chamba como Mr. Job.
Quizá sea tiempo de que al doktor Karstenstein, antes de que acabe por foxinanizarse y lo perdamos para siempre, de conseguirle un buen vocero del tipo de don Burrén Aguilar para que explique con claridad qué es lo que quiere decir para que no se enojen los dioses de la Iniciativa Privada que, por supuesto, son almas buenas, santas y puras, ajenas a las tentaciones de la especulación de piedra corazón con Hummer incluida.
Por supuesto, la demagogia es buena para el negocio de la política, pero en estas cosas de la economía que son tan sensibles en este país tan sobrepoblado de cuentachiles, don Agustín tiene que aprender una máxima de mi tío Juan: “Trabajo fino no acepta reclamación”.
Le pasó lo que a Jelipillo, que mientras en el país cunde la inseguridad, se le ocurre colar a México en el Consejo de Seguridad de la ONU. O sea, jelooouuu...
jairo.calixto@milenio.com
Kikka Roja
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