Lorenzo Meyer
23 Oct. 08
Para un país como el nuestro, la ausencia de una utopía, de un proyecto de futuro, es un problema mayor
De corta duración
A lo largo de la historia del México independiente ha surgido un buen número de proyectos de nación (PN), pero sólo un puñado logró materializarse, al menos parcialmente. El primero de éstos, el liberal, tardó en madurar, pero se mantuvo vigente por decenios, como también fue el caso de los dos siguientes: el revolucionario y el posrevolucionario. Sin embargo, el último, el neoliberal, apenas si aguantó una docena de años en su modalidad autoritaria y ahora, en la supuestamente etapa democrática -del 2000 a la fecha-, se está desmoronando. En realidad, es posible incluso suponer que ya dejó de existir y que la acción del gobierno actual a lo más que aspira es a sobrevivir.
La definición
Para adentrarnos en la cuestión planteada, conviene intentar una definición del concepto. Teniendo como base la experiencia histórica, un PN es una gran propuesta de futuro colectivo a la que se le atribuyen posibilidades razonables de éxito. Se trata de un diseño de régimen político para hacer del ejercicio del poder la solución a los grandes problemas nacionales. Esa fórmula política plantea metas generales y sugiere medios para alcanzarlas.
Todo PN implica necesariamente una concepción de la naturaleza humana y de la sociedad. Igualmente, todo PN digno de tal nombre contiene, aunque no lo acepte de manera explícita, una cierta dosis de utopía, de sociedad ideal. Ningún gran proyecto puede funcionar sin ese elemento que despierta la imaginación y el altruismo, aunque tampoco puede alejarse demasiado de la realidad. Un PN que tiene éxito es porque pudo negociar lo ideal con lo real.
Es natural que en cada época histórica convivan y choquen más de un PN y ése ha sido el caso de México. La textura del proceso político de un periodo determinado se puede explicar justamente como el resultado de la competencia, lucha o negociación de proyectos. Ese proceso transcurre en varios planos. Por un lado, el conflicto por lograr el control efectivo de los instrumentos de poder: gobierno, medios de comunicación, etcétera. Por el otro, el ideológico: la disputa por la imaginación colectiva y por el apoyo social a las ideas, al partido o grupo que las presenta como su plataforma y a los individuos que conforman su liderazgo.
En principio, cualquier PN es una construcción ideológica que tiene su origen en las élites políticas y sus elementos más intelectuales. Entender hasta qué punto, por qué y cómo las ideas y valores de un proyecto específico logran penetrar y ser aceptados por sectores sociales más amplios es una arena principal de investigación. En ocasiones la liga entre un PN y una clase o grupo social puede resultar relativamente evidente, pero lo normal es la complejidad. Un PN relativamente exitoso -ninguno lo es totalmente- suele ser el origen o resultado de compromisos entre personalidades, grupos, regiones y clases con intereses contradictorios. Especialmente en países periféricos como México, los PN suelen tener una inevitable dimensión internacional, pues el nacionalismo y el papel de la o las potencias que actúan en la región son también parte de sus componentes.
El primer PN
Si se desea examinar el proceso político del México independiente desde la óptica del choque o predominio de los PN, una propuesta puede ser la siguiente. El origen del primer gran proyecto puede enfocarse como resultado de la confrontación, a partir de 1821, entre visiones alternativas de futuro de las élites en una sociedad que aún carecía de los elementos básicos para ser nación. Como resultado de la Independencia surgieron los proyectos monárquico y republicano (con sus antecedentes coloniales), que fueron evolucionando y traslapándose con el choque entre federalistas y centralistas (con algunos cuantos desarrollos francamente separatistas, particularmente en Yucatán, tanto entre las élites como entre ciertos grupos mayas), para finalmente desembocar a mediados del siglo XIX en una disputa entre conservadores y liberales dentro de una nación que seguía sin cuajar.
Al final, serían los liberales, bajo el liderazgo primero de Benito Juárez y posteriormente de Porfirio Díaz, quienes lograron articular y poner en marcha un PN que pretendía la modernización material de México vía una superación del arreglo colonial mediante la destrucción de las corporaciones, la creación del Estado laico, la apertura al capital y comercio externos y la sustitución, en la práctica, de los principios democráticos de la Constitución de 1857 por un autoritarismo paternalista.
El PN de la Revolución
Al inicio del siglo XX, la sorpresiva destrucción del liberalismo autoritario por un levantamiento popular dio lugar, sobre la marcha, a la formulación de un segundo gran proyecto: el de la Revolución Mexicana, que buscaba combinar modernización material con justicia social, es decir, la incorporación subordinada de indígenas, campesinos, trabajadores urbanos y clases medias al nuevo régimen. El nuevo PN, contenido en la Constitución de 1917, buscó un mayor peso de las políticas sociales -especialmente la reforma agraria- y una ampliación de la independencia relativa de México -la expropiación petrolera- junto con una modernización del marco autoritario y la creación de un partido de Estado corporativo -CNC, CTM, CNOP.
La posrevolución
Una vez que se agotó el reformismo cardenista se buscó una variante. Su foco fue la industrialización basada en una burguesía que explotara un mercado interno protegido, la rectoría económica del Estado encabezada por una Presidencia sin límites constitucionales efectivos más una independencia relativa frente a Estados Unidos. El énfasis en la justicia social se difuminó pero no la retórica populista.
El PN neoliberal
El "nacionalismo revolucionario" murió con la crisis de 1982 pero no tardó en surgir su sustituto: el neoliberalismo autoritario. La parte sustantiva del nuevo proyecto encabezado por Carlos Salinas fue el abandono de la modernización material basada en la economía protegida y la independencia relativa. Lo viable, se dijo, era escuchar las señales del mercado, privatizar y abrazar la globalización vía la integración económica a Estados Unidos mediante la firma del TLCAN en 1993. El objetivo y promesa fue introducir a México en un tiempo muy corto al selecto grupo de los ganadores económicos del nuevo orden mundial y sin mucha reflexión México ingresó a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
El PN del neoliberalismo autoritario -Perestroika sin Glasnost- fracasó y entre 1997 y 2000 desembocó en la derrota del PRI y la transición a la democracia política. Sin embargo, el corazón de la variante del nuevo PN -el neoliberalismo democrático encabezado por el PAN- también perdió rápidamente su parte utópica, ésa relacionada ya no con el rápido ascenso de México a la categoría de país económicamente desarrollado, sino de país democrático, algo que nunca había sido pero que se proponía ser.
La democracia se presentó al inicio del siglo XXI como compatible con un desarrollo material aceptable -ya no el extraordinario inicialmente prometido- pero acompañado de fuertes instituciones legales que hicieran posible alcanzar, por fin, el Estado de derecho -la congruencia entre lo legal y lo real- para lo cual se pondría fin a las añejas prácticas corruptas a la vez que los mexicanos se transformarían de súbditos en ciudadanos.
¿Dónde estamos?
El neoliberalismo democrático no resistió el choque electoral de la derecha con la izquierda. Ante el riesgo de perder las elecciones del 2006 frente a la izquierda, la derecha que triunfó en las del 2000 optó por alterar el espíritu de la competencia y presentó a su adversario no ya como un actor legítimo sino como "un peligro para México" al que había que cerrarle la posibilidad de asumir la Presidencia a como diera lugar. Eso dio al traste con la confianza en las recién formadas instituciones electorales. Por otra parte, el viejo partido autoritario resurgió como un aliado incómodo pero indispensable del nuevo poder y el combate a la corrupción nunca se dio. La división de poderes devino en parálisis y el narcotráfico y la inseguridad llevaron al país al terreno de la ingobernabilidad. Finalmente, el crecimiento económico, basado en el petróleo, nunca pasó de mediocre y hoy es víctima de la crisis del mercado global.
México ha llegado así a un tiempo donde el poder se ejerce sin proyecto. La oposición de izquierda esbozó uno alternativo pero al cerrársele el camino a la Presidencia cayó en un aparatoso conflicto interno que la aleja aún más del poder. Pero ¿es viable nuestro país sin un gran proyecto que despierte la imaginación?
De corta duración
A lo largo de la historia del México independiente ha surgido un buen número de proyectos de nación (PN), pero sólo un puñado logró materializarse, al menos parcialmente. El primero de éstos, el liberal, tardó en madurar, pero se mantuvo vigente por decenios, como también fue el caso de los dos siguientes: el revolucionario y el posrevolucionario. Sin embargo, el último, el neoliberal, apenas si aguantó una docena de años en su modalidad autoritaria y ahora, en la supuestamente etapa democrática -del 2000 a la fecha-, se está desmoronando. En realidad, es posible incluso suponer que ya dejó de existir y que la acción del gobierno actual a lo más que aspira es a sobrevivir.
La definición
Para adentrarnos en la cuestión planteada, conviene intentar una definición del concepto. Teniendo como base la experiencia histórica, un PN es una gran propuesta de futuro colectivo a la que se le atribuyen posibilidades razonables de éxito. Se trata de un diseño de régimen político para hacer del ejercicio del poder la solución a los grandes problemas nacionales. Esa fórmula política plantea metas generales y sugiere medios para alcanzarlas.
Todo PN implica necesariamente una concepción de la naturaleza humana y de la sociedad. Igualmente, todo PN digno de tal nombre contiene, aunque no lo acepte de manera explícita, una cierta dosis de utopía, de sociedad ideal. Ningún gran proyecto puede funcionar sin ese elemento que despierta la imaginación y el altruismo, aunque tampoco puede alejarse demasiado de la realidad. Un PN que tiene éxito es porque pudo negociar lo ideal con lo real.
Es natural que en cada época histórica convivan y choquen más de un PN y ése ha sido el caso de México. La textura del proceso político de un periodo determinado se puede explicar justamente como el resultado de la competencia, lucha o negociación de proyectos. Ese proceso transcurre en varios planos. Por un lado, el conflicto por lograr el control efectivo de los instrumentos de poder: gobierno, medios de comunicación, etcétera. Por el otro, el ideológico: la disputa por la imaginación colectiva y por el apoyo social a las ideas, al partido o grupo que las presenta como su plataforma y a los individuos que conforman su liderazgo.
En principio, cualquier PN es una construcción ideológica que tiene su origen en las élites políticas y sus elementos más intelectuales. Entender hasta qué punto, por qué y cómo las ideas y valores de un proyecto específico logran penetrar y ser aceptados por sectores sociales más amplios es una arena principal de investigación. En ocasiones la liga entre un PN y una clase o grupo social puede resultar relativamente evidente, pero lo normal es la complejidad. Un PN relativamente exitoso -ninguno lo es totalmente- suele ser el origen o resultado de compromisos entre personalidades, grupos, regiones y clases con intereses contradictorios. Especialmente en países periféricos como México, los PN suelen tener una inevitable dimensión internacional, pues el nacionalismo y el papel de la o las potencias que actúan en la región son también parte de sus componentes.
El primer PN
Si se desea examinar el proceso político del México independiente desde la óptica del choque o predominio de los PN, una propuesta puede ser la siguiente. El origen del primer gran proyecto puede enfocarse como resultado de la confrontación, a partir de 1821, entre visiones alternativas de futuro de las élites en una sociedad que aún carecía de los elementos básicos para ser nación. Como resultado de la Independencia surgieron los proyectos monárquico y republicano (con sus antecedentes coloniales), que fueron evolucionando y traslapándose con el choque entre federalistas y centralistas (con algunos cuantos desarrollos francamente separatistas, particularmente en Yucatán, tanto entre las élites como entre ciertos grupos mayas), para finalmente desembocar a mediados del siglo XIX en una disputa entre conservadores y liberales dentro de una nación que seguía sin cuajar.
Al final, serían los liberales, bajo el liderazgo primero de Benito Juárez y posteriormente de Porfirio Díaz, quienes lograron articular y poner en marcha un PN que pretendía la modernización material de México vía una superación del arreglo colonial mediante la destrucción de las corporaciones, la creación del Estado laico, la apertura al capital y comercio externos y la sustitución, en la práctica, de los principios democráticos de la Constitución de 1857 por un autoritarismo paternalista.
El PN de la Revolución
Al inicio del siglo XX, la sorpresiva destrucción del liberalismo autoritario por un levantamiento popular dio lugar, sobre la marcha, a la formulación de un segundo gran proyecto: el de la Revolución Mexicana, que buscaba combinar modernización material con justicia social, es decir, la incorporación subordinada de indígenas, campesinos, trabajadores urbanos y clases medias al nuevo régimen. El nuevo PN, contenido en la Constitución de 1917, buscó un mayor peso de las políticas sociales -especialmente la reforma agraria- y una ampliación de la independencia relativa de México -la expropiación petrolera- junto con una modernización del marco autoritario y la creación de un partido de Estado corporativo -CNC, CTM, CNOP.
La posrevolución
Una vez que se agotó el reformismo cardenista se buscó una variante. Su foco fue la industrialización basada en una burguesía que explotara un mercado interno protegido, la rectoría económica del Estado encabezada por una Presidencia sin límites constitucionales efectivos más una independencia relativa frente a Estados Unidos. El énfasis en la justicia social se difuminó pero no la retórica populista.
El PN neoliberal
El "nacionalismo revolucionario" murió con la crisis de 1982 pero no tardó en surgir su sustituto: el neoliberalismo autoritario. La parte sustantiva del nuevo proyecto encabezado por Carlos Salinas fue el abandono de la modernización material basada en la economía protegida y la independencia relativa. Lo viable, se dijo, era escuchar las señales del mercado, privatizar y abrazar la globalización vía la integración económica a Estados Unidos mediante la firma del TLCAN en 1993. El objetivo y promesa fue introducir a México en un tiempo muy corto al selecto grupo de los ganadores económicos del nuevo orden mundial y sin mucha reflexión México ingresó a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
El PN del neoliberalismo autoritario -Perestroika sin Glasnost- fracasó y entre 1997 y 2000 desembocó en la derrota del PRI y la transición a la democracia política. Sin embargo, el corazón de la variante del nuevo PN -el neoliberalismo democrático encabezado por el PAN- también perdió rápidamente su parte utópica, ésa relacionada ya no con el rápido ascenso de México a la categoría de país económicamente desarrollado, sino de país democrático, algo que nunca había sido pero que se proponía ser.
La democracia se presentó al inicio del siglo XXI como compatible con un desarrollo material aceptable -ya no el extraordinario inicialmente prometido- pero acompañado de fuertes instituciones legales que hicieran posible alcanzar, por fin, el Estado de derecho -la congruencia entre lo legal y lo real- para lo cual se pondría fin a las añejas prácticas corruptas a la vez que los mexicanos se transformarían de súbditos en ciudadanos.
¿Dónde estamos?
El neoliberalismo democrático no resistió el choque electoral de la derecha con la izquierda. Ante el riesgo de perder las elecciones del 2006 frente a la izquierda, la derecha que triunfó en las del 2000 optó por alterar el espíritu de la competencia y presentó a su adversario no ya como un actor legítimo sino como "un peligro para México" al que había que cerrarle la posibilidad de asumir la Presidencia a como diera lugar. Eso dio al traste con la confianza en las recién formadas instituciones electorales. Por otra parte, el viejo partido autoritario resurgió como un aliado incómodo pero indispensable del nuevo poder y el combate a la corrupción nunca se dio. La división de poderes devino en parálisis y el narcotráfico y la inseguridad llevaron al país al terreno de la ingobernabilidad. Finalmente, el crecimiento económico, basado en el petróleo, nunca pasó de mediocre y hoy es víctima de la crisis del mercado global.
México ha llegado así a un tiempo donde el poder se ejerce sin proyecto. La oposición de izquierda esbozó uno alternativo pero al cerrársele el camino a la Presidencia cayó en un aparatoso conflicto interno que la aleja aún más del poder. Pero ¿es viable nuestro país sin un gran proyecto que despierte la imaginación?
Kikka Roja
Buen articulo
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