Calderón: crisis y despropósito
En el marco de la reunión que sostuvo con el Consejo Empresarial Mexicano de Comercio Exterior, el titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón Hinojosa, instó a los exportadores del país a aprovechar la supuesta “ventaja” que representa el alto precio del dólar (13.50 pesos al concluir la jornada de ayer) e incluso añadió: “me atrevo a decir que durante años y por las razones que se quiera (se tuvo) un tipo cambiario notablemente apreciado, que dificultaba la competitividad de los exportadores”.
En un momento en el que privan la incertidumbre y la desconfianza frente a la crisis económica mundial, originada en los descalabros del sector financiero estadunidense –como se ha visto reflejada en las cuatro caídas consecutivas sufridas esta semana por la Bolsa Mexicana de Valores–, y en el que urgen, por tanto, atisbos de un rumbo económico claro y congruente, resulta alarmante la actitud de un gobierno que, por un lado, gasta en unos cuantos días más de 13 mil millones de dólares de la reserva internacional del Banco de México, precisamente para contener el alza en el precio del dólar, y que incurre, por el otro, en despropósitos como el mencionado, al pretender justificar y aun encomiar la depreciación de la divisa nacional frente a la estadunidense.
La recomendación lanzada por Calderón a los empresarios –obtener ventaja de la actual situación cambiaria– revestiría una mínima congruencia si la baja del peso frente al dólar formara parte de las directrices de política económica del gobierno –en este caso, con miras al fomento de las exportaciones–, y si se tuviera en la actualidad un régimen de paridad controlado por las autoridades monetarias. Lo cierto es que ninguna de esas dos circunstancias se cumple: si la alta cotización de la divisa estadunidense fuera parte de las medidas emprendidas deliberadamente por el gobierno calderonista no se entendería la premura con que se convocó, el pasado 8 de octubre, a la Comisión de Cambios para que el Banco de México frenara, vía subastas, el ascenso del dólar frente al peso; por otra parte, debe recordarse que el actual tipo de cambio es fluctuante, y que la moneda estadunidense es considerada, en ese sentido, como un producto más sometido a la ley de la oferta y la demanda, fuera del control del gobierno.
Ante lo dicho por Calderón se despiertan, por añadidura, inevitables sospechas en relación con la intención real de intervenir en el llamado rescate del peso. Hasta donde puede verse, la medida no tuvo el impacto que se quería –el dólar continúa en ascenso–, y en cambio resultó propicia para que se perdieran, en unas cuantas jornadas especulativas, una porción considerable de los ahorros de la nación. Ahora, ante la presentación de la caída del peso como una “ventaja”, cabe preguntarse para qué emplear, en la contención de ese fenómeno, recursos que bien pudieron haber sido destinados para reducir la enorme brecha de la desigualdad social, construir infraestructura, generar empleos, reactivar la economía interna y restablecer los mecanismos de bienestar social que contribuyan a paliar los efectos de la actual crisis económica.
Por lo demás, en la circunstancia presente, el exhorto de Calderón a los empresarios resulta por lo menos cuestionable: ocurre que Estados Unidos, el país al que van a parar más de 80 por ciento de las exportaciones mexicanas, se encuentra, a decir de diversos especialistas, en el umbral de una recesión –cuya duración y profundidad aún se desconoce– y no estaría, por tanto, en condiciones de adquirir los productos que llegaran desde este lado de la frontera, por más que los precios de éstos resultaran altamente competitivos.
En suma, las declaraciones que se comentan se inscriben en el ya largo historial de desatinos del actual gobierno ante la presente crisis económica, y apuntan a una falta de rumbo en la conducción del país que resulta de suyo inaceptable, pero que lo es aún más en tiempos en que lo que se necesita es, justamente, sensatez, mesura y responsabilidad.
En un momento en el que privan la incertidumbre y la desconfianza frente a la crisis económica mundial, originada en los descalabros del sector financiero estadunidense –como se ha visto reflejada en las cuatro caídas consecutivas sufridas esta semana por la Bolsa Mexicana de Valores–, y en el que urgen, por tanto, atisbos de un rumbo económico claro y congruente, resulta alarmante la actitud de un gobierno que, por un lado, gasta en unos cuantos días más de 13 mil millones de dólares de la reserva internacional del Banco de México, precisamente para contener el alza en el precio del dólar, y que incurre, por el otro, en despropósitos como el mencionado, al pretender justificar y aun encomiar la depreciación de la divisa nacional frente a la estadunidense.
La recomendación lanzada por Calderón a los empresarios –obtener ventaja de la actual situación cambiaria– revestiría una mínima congruencia si la baja del peso frente al dólar formara parte de las directrices de política económica del gobierno –en este caso, con miras al fomento de las exportaciones–, y si se tuviera en la actualidad un régimen de paridad controlado por las autoridades monetarias. Lo cierto es que ninguna de esas dos circunstancias se cumple: si la alta cotización de la divisa estadunidense fuera parte de las medidas emprendidas deliberadamente por el gobierno calderonista no se entendería la premura con que se convocó, el pasado 8 de octubre, a la Comisión de Cambios para que el Banco de México frenara, vía subastas, el ascenso del dólar frente al peso; por otra parte, debe recordarse que el actual tipo de cambio es fluctuante, y que la moneda estadunidense es considerada, en ese sentido, como un producto más sometido a la ley de la oferta y la demanda, fuera del control del gobierno.
Ante lo dicho por Calderón se despiertan, por añadidura, inevitables sospechas en relación con la intención real de intervenir en el llamado rescate del peso. Hasta donde puede verse, la medida no tuvo el impacto que se quería –el dólar continúa en ascenso–, y en cambio resultó propicia para que se perdieran, en unas cuantas jornadas especulativas, una porción considerable de los ahorros de la nación. Ahora, ante la presentación de la caída del peso como una “ventaja”, cabe preguntarse para qué emplear, en la contención de ese fenómeno, recursos que bien pudieron haber sido destinados para reducir la enorme brecha de la desigualdad social, construir infraestructura, generar empleos, reactivar la economía interna y restablecer los mecanismos de bienestar social que contribuyan a paliar los efectos de la actual crisis económica.
Por lo demás, en la circunstancia presente, el exhorto de Calderón a los empresarios resulta por lo menos cuestionable: ocurre que Estados Unidos, el país al que van a parar más de 80 por ciento de las exportaciones mexicanas, se encuentra, a decir de diversos especialistas, en el umbral de una recesión –cuya duración y profundidad aún se desconoce– y no estaría, por tanto, en condiciones de adquirir los productos que llegaran desde este lado de la frontera, por más que los precios de éstos resultaran altamente competitivos.
En suma, las declaraciones que se comentan se inscriben en el ya largo historial de desatinos del actual gobierno ante la presente crisis económica, y apuntan a una falta de rumbo en la conducción del país que resulta de suyo inaceptable, pero que lo es aún más en tiempos en que lo que se necesita es, justamente, sensatez, mesura y responsabilidad.
Kikka Roja
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