Miércoles, 28 de Enero de 2009
Estrictamente personal
Raymundo Riva Palacio
Caricatura: monero Rapé
Hay demócratas de palabra y demócratas por convicción. Los primeros son farsantes, y los segundos están comprometidos con un principio. También hay demócratas que dejan de serlo cuando ven en peligro sus intereses, y se convierten en autócratas refinados o déspotas primitivos que lo único que pretenden es conservar el poder. Hoy, en uno de esos momentos de la historia, estamos viendo una metamorfosis acelerada en un partido que por más de dos generaciones luchó porque la democracia se instalara en México.
Se trata del PAN, que desde su fundación hace 70 años se empeñó en desmontar el sistema autoritario del régimen revolucionario, y que enarboló como bandera de lucha la defensa y búsqueda de la democracia, pero que hoy en día, ante la probabilidad de que pierda la mayoría en el Congreso, y con ello las posibilidades de que el presidente Felipe Calderón sea incapaz de trabajar con el legislativo para sacar adelante las reformas que necesita para afianzar su gobierno, está recurriendo a lo que tantas veces criticó del PRI: la imposición de candidatos desde la cúpula.
En el pasado, el PAN designaba a sus candidatos mediante votaciones en asambleas, donde se llamaban a todas las bases para que emitieran sus opiniones y vertieran sus votos por los aspirantes a puestos de elección popular. El PAN era el partido que mayor democracia aplicaba a ese proceso, que todos respetaban aunque no siempre salieran del todo contentos con los resultados. Gracias a ello, por ejemplo, Vicente Fox pudo derrotar a la maquinaria del partido cuando la controlaban Diego Fernández de Cevallos y Carlos Castillo Peraza, y allegarse la nominación presidencial. Sin ese procedimiento, Felipe Calderón jamás hubiera podido derrotar al aspirante del poder, Santiago Creel, en la interna para la nominación a la Presidencia, que le abrió la puerta hacia Los Pinos.
Hoy se despojaron del pudor, y tratan de guardar la cara de cinismo. La democracia para el presidente Calderón y sus operadores en el PAN está bien, siempre y cuando ellos la controlen, la administren y la apliquen discrecionalmente. Reflejan la necesidad de poder controlar quién va a ir a luchar por una curul en el Congreso, y una vez que llegue, responder a sus dictados. Necesitan, parecieran decir con sus acciones, un grupo de incondicionales que sean confiables artilleros no sólo contra la oposición, sino también dentro del propio partido, evitando fisuras en las posiciones que quiere impulsar y defender la Presidencia calderonista, y tratando de construir un bloque homogéneo.
Los malos resultados electorales que dio Germán Martínez como líder nacional del PAN el año pasado, no son un buen preámbulo para llegar a una elección complicada, como la que se avecina en julio próximo. Las encuestas muestran una preferencia de los electores por el PRI, adicionalmente a que en las elecciones del año pasado, ese partido fue avanzando sólidamente y recuperando posiciones, como la que inesperadamente arrebató en la gubernatura de Yucatán al PAN y en la alcaldía de Acapulco al PRD. Si a esto se añade a una recomposición de fuerzas dentro del PRD, que tiene un dominio importante sobre la zona metropolitana de la ciudad de México, que comprende al Distrito Federal y los municipios mexiquenses connurbados –donde se encuentra más del 23% de los electores en el país-, y una crisis económica que se profundizará con desempleo y mayor pérdida del poder adquisitivo del mexicano de clase media, que es la clientela natural del PAN, los vaticinios para el partido de Calderón están muy lejos de ser optimistas.
La democracia, en este contexto, bien puede esperar un rato más. Contra los mismos estatutos del PAN, el Presidente y Martínez decidieron hacer a un lado las buenas costumbres del pasado, y recurrir a un autoritario procedimiento para realizar la selección de la mayoría de sus candidatos a las 300 diputaciones que se pondrán en juego en las elecciones intermedias de julio próximo. Por decisión cupular, el PAN está seleccionando al 60% de sus candidatos por un método que le llaman "extraordinario", que es un eufemismo dramático para aplicar lo que en la cultura del PRI era autoritarismo. O dicho en un lenguaje más coloquial, lo que están haciendo es un "dedazo".
Calderón no quiere perder la elección de medio término, que suelen ser un referendo sobre el gobierno en turno, y que definen lo que será la segunda parte del sexenio. Desde finales de 2007 colocó ahí a Martínez, y la última acción estratégica fue enviar a su ex secretario particular, César Nava, al PAN para aprobar cada una de las nominaciones a diputados. Una vez hecho el trabajo, él mismo se registró como candidato y se perfiló como el futuro panista en la Cámara de Diputados.
Van a neutralizar a Manuel Espino, el ex presidente del partido que aspiraba a ser el líder de la fracción, que representa un 30% del voto más radical que existe en el PAN, y al primer secretario de Gobernación de Calderón, Francisco Ramírez Acuña. Pero no hay reparos. La maquinaria presidencial marchó sobre los panistas, les guste o no les guste. Habían leído a Maquiavelo con eso de que el poder se usa, pero criticaban al PRI por llevar al máximo el consejo del florentino. En esta ocasión, como lo hacía antaño el PRI, usan el poder, y también, porqué no, abusan de él. El pastel legislativo no permite a Calderón ser el demócrata que tanto ha pregonado.
Se trata del PAN, que desde su fundación hace 70 años se empeñó en desmontar el sistema autoritario del régimen revolucionario, y que enarboló como bandera de lucha la defensa y búsqueda de la democracia, pero que hoy en día, ante la probabilidad de que pierda la mayoría en el Congreso, y con ello las posibilidades de que el presidente Felipe Calderón sea incapaz de trabajar con el legislativo para sacar adelante las reformas que necesita para afianzar su gobierno, está recurriendo a lo que tantas veces criticó del PRI: la imposición de candidatos desde la cúpula.
En el pasado, el PAN designaba a sus candidatos mediante votaciones en asambleas, donde se llamaban a todas las bases para que emitieran sus opiniones y vertieran sus votos por los aspirantes a puestos de elección popular. El PAN era el partido que mayor democracia aplicaba a ese proceso, que todos respetaban aunque no siempre salieran del todo contentos con los resultados. Gracias a ello, por ejemplo, Vicente Fox pudo derrotar a la maquinaria del partido cuando la controlaban Diego Fernández de Cevallos y Carlos Castillo Peraza, y allegarse la nominación presidencial. Sin ese procedimiento, Felipe Calderón jamás hubiera podido derrotar al aspirante del poder, Santiago Creel, en la interna para la nominación a la Presidencia, que le abrió la puerta hacia Los Pinos.
Hoy se despojaron del pudor, y tratan de guardar la cara de cinismo. La democracia para el presidente Calderón y sus operadores en el PAN está bien, siempre y cuando ellos la controlen, la administren y la apliquen discrecionalmente. Reflejan la necesidad de poder controlar quién va a ir a luchar por una curul en el Congreso, y una vez que llegue, responder a sus dictados. Necesitan, parecieran decir con sus acciones, un grupo de incondicionales que sean confiables artilleros no sólo contra la oposición, sino también dentro del propio partido, evitando fisuras en las posiciones que quiere impulsar y defender la Presidencia calderonista, y tratando de construir un bloque homogéneo.
Los malos resultados electorales que dio Germán Martínez como líder nacional del PAN el año pasado, no son un buen preámbulo para llegar a una elección complicada, como la que se avecina en julio próximo. Las encuestas muestran una preferencia de los electores por el PRI, adicionalmente a que en las elecciones del año pasado, ese partido fue avanzando sólidamente y recuperando posiciones, como la que inesperadamente arrebató en la gubernatura de Yucatán al PAN y en la alcaldía de Acapulco al PRD. Si a esto se añade a una recomposición de fuerzas dentro del PRD, que tiene un dominio importante sobre la zona metropolitana de la ciudad de México, que comprende al Distrito Federal y los municipios mexiquenses connurbados –donde se encuentra más del 23% de los electores en el país-, y una crisis económica que se profundizará con desempleo y mayor pérdida del poder adquisitivo del mexicano de clase media, que es la clientela natural del PAN, los vaticinios para el partido de Calderón están muy lejos de ser optimistas.
La democracia, en este contexto, bien puede esperar un rato más. Contra los mismos estatutos del PAN, el Presidente y Martínez decidieron hacer a un lado las buenas costumbres del pasado, y recurrir a un autoritario procedimiento para realizar la selección de la mayoría de sus candidatos a las 300 diputaciones que se pondrán en juego en las elecciones intermedias de julio próximo. Por decisión cupular, el PAN está seleccionando al 60% de sus candidatos por un método que le llaman "extraordinario", que es un eufemismo dramático para aplicar lo que en la cultura del PRI era autoritarismo. O dicho en un lenguaje más coloquial, lo que están haciendo es un "dedazo".
Calderón no quiere perder la elección de medio término, que suelen ser un referendo sobre el gobierno en turno, y que definen lo que será la segunda parte del sexenio. Desde finales de 2007 colocó ahí a Martínez, y la última acción estratégica fue enviar a su ex secretario particular, César Nava, al PAN para aprobar cada una de las nominaciones a diputados. Una vez hecho el trabajo, él mismo se registró como candidato y se perfiló como el futuro panista en la Cámara de Diputados.
Van a neutralizar a Manuel Espino, el ex presidente del partido que aspiraba a ser el líder de la fracción, que representa un 30% del voto más radical que existe en el PAN, y al primer secretario de Gobernación de Calderón, Francisco Ramírez Acuña. Pero no hay reparos. La maquinaria presidencial marchó sobre los panistas, les guste o no les guste. Habían leído a Maquiavelo con eso de que el poder se usa, pero criticaban al PRI por llevar al máximo el consejo del florentino. En esta ocasión, como lo hacía antaño el PRI, usan el poder, y también, porqué no, abusan de él. El pastel legislativo no permite a Calderón ser el demócrata que tanto ha pregonado.
r_rivapalacio@yahoo.com
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