José A. Crespo Adicciones y prohibiciones Y mientras México aplica la estrategia antinarcóticos diseñada en Estados Unidos, éstos nos ven cada vez con mayor preocupación, como un peligro a su seguridad nacional, e incluso una zona en la que eventualmente habría que intervenir, según afirman diversas agencias de seguridad de nuestros vecinos. Eso nos pasa por negarnos a discutir la política antinarcóticos que mejor convenga a nuestro interés, que evidentemente no es la actual. Según la ONU, a nivel mundial, 5% de la población consume —que no es lo mismo que ser adicto— algún tipo de drogas, pero sólo 0.6% lo hace con drogas más perniciosas (coca, heroína, anfetaminas). ¿Y por una proporción tan pequeña de consumidores estamos poniendo en riesgo la viabilidad de nuestro Estado? Es absurdo. Sería más racional enfrentar el problema como lo que es: uno de salud pública. La prohibición de las drogas responde a la idea de que, como la ingerencia de tales sustancias puede generar graves daños a la salud física y emocional, deben prohibirse legalmente. Quienes sostenemos que la prohibición de las drogas es contraria a la libertad del individuo (pues el Estado se entromete en una decisión personalísima), insistimos en la contradicción de permitir la legalidad del alcohol y el tabaco, en contraste con la prohibición de otras drogas, algunas de las cuales resultan menos perjudiciales para la salud y la sociedad. Al destacar dicha contradicción, no se busca que las drogas legales se prohíban nuevamente —pues se ha comprobado que es contraproducente— sino que sean despenalizadas algunas otras. Pero, además de adicciones a drogas lícitas, las hay a muchas sustancias y actividades cuyo consumo o práctica excesivos se vuelven perjudiciales para la salud física, mental o la vida social de quienes caen en ellas. Y, sin embargo, son perfectamente legales. ¿Habría que prohibirlas por eso mismo? En la lógica aplicada a las drogas ilegales, sí. Pero siquiera plantearlo puede verse como algo absurdo. ¿De qué adicciones hablamos? Alimentos. Hay muchos alimentos que, ingeridos en exceso, pueden provocar no sólo obesidad (como bien sabemos en México), que en sí misma es una condición poco saludable, sino también otros males físicos, y eventualmente la muerte (a partir de paros cardiacos, cerebrales, etcétera). Pero, si se prohibieran tales alimentos, muy pronto surgirían cárteles que los ofrecieran —aun cuando de peor calidad— y que al ser combatidos por el Estado generarían violencia, inseguridad, corrupción de las autoridades, lavado de dinero y un largo etcétera. Ludopatía. El juego compulsivo es una enfermedad que se caracteriza por el impulso incontrolable de jugar, lo que ocasiona problemas tanto emocionales como familiares, legales y financieros. Muchos ludópatas llegan al suicidio cuando quedan desfalcados. Así de letal puede llegar a ser. La Organización Mundial de la Salud la incluye en su lista de enfermedades desde 1992. De ahí que, en varios países (México incluido), se prohíban los casinos (aunque no todos los juegos de azar, como el hipódromo o la lotería). Pero, ¿eso resuelve el problema? No. Hubo varios intentos fallidos de prohibir el juego en diversos países. Hoy en día, pese a la prohibición que prevalece en México, el ludópata puede jugar, apostar y perder dinero en juegos caseros o buscar y encontrar casinos clandestinos (en condiciones de seguridad peores que las prevalecientes en casinos legales) o incluso apostar y perder fortunas en casinos por internet (por los que circulan millones de dólares). Que exista la ludopatía no implica que todos los que apuestan en un casino (o en el hipódromo o en la lotería) la sufran. Entonces, en lugar de prohibir esa actividad, la tendencia es a dejar que el individuo tome sus decisiones y asuma las consecuencias. Es mejor eso que intentar (inútilmente) prohibir los juegos de azar. El trabajo. A ciertos individuos que trabajan compulsivamente se les conoce como workaholics. Es una adicción que en principio podría verse como una virtud (por ejemplo, la adicción al ejercicio), pero puede provocar daños colaterales en la salud del adicto, además de desórdenes en su vida social y familiar. Incluso, no pocos mueren por exceso de trabajo, y las tensiones consecuentes. ¿Eso significa que todos los que trabajan duro padecen esa enfermedad? Evidentemente, no. ¿Habría que prohibir el trabajo para evitar que la gente caiga en esta adicción? Sería ridículo. Es mejor detectar el problema y, si el individuo mismo reconoce su adicción y los inconvenientes que provoca, encontrar el origen sicológico o emocional de ser un workaholic. Y tomar las providencias para que al menos no le genere problemas de salud. En el extremo, incluso internet genera adicción en algunas personas, con consecuencias nefastas. Los estadunidenses Lana y Michael Straw, una joven pareja de Reno, Nevada, enfrentan cargos de negligencia de menores, después de que una trabajadora social descubrió en junio de 2007 que sus dos bebés se estaban muriendo de hambre mientras los padres jugaban Dungeons & Dragons por internet. La pareja se declaró culpable y enfrenta una posible pena de varios años de cárcel. En suma, pese a que algunas de las drogas ilegales pueden provocar un daño más rápido que los alimentos riesgosos, los juegos de azar, el trabajo excesivo o el uso de internet, lo racional sería tratar a las drogas como el resto de las adicciones: un problema de salud pública. Mejor informar a los ciudadanos sobre los riesgos de tales excesos y facilitar medios de rehabilitación, según ocurre con otras adicciones legales. Eso, para no provocar complicaciones mucho menos manejables de seguridad pública y nacional y poner en riesgo la viabilidad misma del Estado. |
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