Horizonte político
José A. Crespo
Obama y el narcotráfico
Desafortunadamente, el renovado interés estadunidense por México ha sido menos por temas como la migración o el comercio y más por la violencia derivada de la lucha contra el narcotráfico. Y porque esa violencia ha llegado a niveles inusitados, al grado de que empieza a salpicar a territorio estadunidense. Por lo cual, una vez más —pero ahora con mayor énfasis— el vecino del norte ve la narcoviolencia mexicana como una amenaza a su seguridad nacional. Ante la comparación que hizo Obama de la lucha de Felipe Calderón contra los capos con la que emprendió Eliot Ness contra las mafias del alcohol, muchos han recordado precisamente que esa guerra se ganó (decisivamente, no a medias), no con balas, sino legalizando el alcohol, una droga que causa graves daños a la salud de los adictos, asociado a accidentes automovilísticos y violencia familiar. En suma, mucho más perjudicial que la mariguana. Los resultados de la Prohibición fueron estos: “El crimen organizado creó un imperio, la violación a la ley creció, y el consumo per cápita de alcohol se incrementó dramáticamente”, escribe el historiador Peter McWilliams (1998). La legalización provocó menor consumo (salvo en los primeros meses), que además era de mayor calidad y menor graduación que el ingerido durante la Prohibición. El alcohol industrial de 95%, cuya venta sí era legal, incrementó 400% su venta, lo cual sugiere que era utilizado también para ser ingerido, con las consecuencias que uno puede suponer.
En efecto, el “noble experimento” —como se le conoce— fue un desastroso fracaso. Pero la experiencia de ese experimento —valga la redundancia no sirvió para evitar caer de nuevo en el mismo error con las otras drogas. La contradicción es tal, que siempre que se mencionan los daños que provocan la mariguana y la cocaína, se aclara que el alcohol es aún más dañino. ¿Entonces, por qué permanece legalizado? La razón es que los costos sociales, económicos y políticos de la Prohibición fueron más elevados que los de la legalización. ¿Qué impide hacer lo mismo con la mariguana? No lo sé. No he oído ningún argumento convincente para mantener esa diferenciación legal entre el alcohol —y el tabaco— y la mariguana. Cuando se argumenta que la cannabis es puente a otras drogas más dañinas, no se menciona que el alcohol y el tabaco también lo son. Pero muchísimos bebedores o fumadores no ingieren otras drogas. Y hay muchos también que consumen mariguana, pero no tabaco ni alcohol (y les va mejor, en términos de salud).
Dice Jordi Cebrián —uno de los expertos invitados al foro sobre este tema en el Congreso esta semana— que, en vísperas de la Prohibición, al picante se le veía como puente para el consumo de mariguana y a ésta como puente al alcohol, considerado entonces una de las drogas más destructivas y peligrosas; pero resulta que hoy el alcohol es legal. Otro ponente, favorable a preservar la prohibición, señaló que se ha demostrado que la mariguana es un puente… ¡al tabaco! Y de ahí colige la racionalidad de preservar su prohibición. Lo que no explicó es la racionalidad de legalizar el tabaco. En todo caso, el número de muertes provocadas por mariguana es insignificante con respecto a las del alcohol y el tabaco. Y, sobre todo, el número de víctimas derivadas de la guerra contra las drogas en México es muy superior al número de muertes provocadas por los narcóticos ilegales (con mayor razón cuando se considera la mariguana por separado). Una estrategia contraproducente, pues. Como lo señaló otro de los ponentes en el foro, Jorge JavierRomero, tendríamos que buscar, no que la droga no llegue a nuestros hijos (esfuerzo evidentemente inútil), sino a la inversa: que nuestros hijos no busquen la droga (empeño más prometedor y socialmente menos costoso).
El caso es que la posición de Obama, quien dice haber consumido en su juventud mariguana y cocaína, parece más proclive a explorar otras estrategias. Durante su campaña para senador por Illinois, en pleno debate público, dijo: “Necesitamos repensar y descriminalizar nuestras leyes sobre la mariguana. No soy alguien que crea en la legalización de la mariguana, pero creo que debemos repensar cómo estamos llevando a cabo la guerra contra las drogas. Actualmente, no estamos haciendo un buen trabajo” (ene/04). Muchos en EU han interpretado esas palabras como una posición de flexibilidad y apertura hacia el problema. Obama nombró como zar antidrogas a Gil Kerlikowsket, quien fue jefe de la policía de Seattle y cuya postura es conocida por su mayor flexibilidad, en contraposición al combate policial contra la oferta y el consumo de las drogas ilegales.
Eso no implica que Obama acepte o promueva activamente un esquema de despenalización en su país o en otros, pero quizá sería menos rígido si, por ejemplo, México decidiera adoptar y adaptar legislaciones de despenalización de la mariguana como las vigentes en EU. Por lo pronto, Obama profundizará en la estrategia vigente desde la II Guerra Mundial, de persecución a los cárteles y colaboración con México en ese mismo sentido. Lo novedoso es el compromiso de Washington para detener el trasiego de armas, una decisión cuya efectividad está por verse. Pero no habrá mayor restricción de ventas allá, pues, como lo dicen algunos legisladores estadunidenses, el problema de la demanda de las armas es nuestro. Con esa misma lógica —afiman algunos— podríamos nosotros bajarle al combate contra la oferta de drogas, porque la demanda se genera principalmente allá. Por lo pronto, podríamos adoptar uno de los esquemas de despenalización de la mariguana vigentes en aquel país. Ya hay 13 estados de la Unión Americana donde la adquisición y el consumo de mariguana es legal para fines terapéuticos, pero con tal liberalidad que, para efectos prácticos, se puede hablar de una despenalización más amplia.
El número de víctimas derivadas de la guerra contra las drogas en México es muy superior al número de muertes provocadas por los narcóticos ilegales.
En efecto, el “noble experimento” —como se le conoce— fue un desastroso fracaso. Pero la experiencia de ese experimento —valga la redundancia no sirvió para evitar caer de nuevo en el mismo error con las otras drogas. La contradicción es tal, que siempre que se mencionan los daños que provocan la mariguana y la cocaína, se aclara que el alcohol es aún más dañino. ¿Entonces, por qué permanece legalizado? La razón es que los costos sociales, económicos y políticos de la Prohibición fueron más elevados que los de la legalización. ¿Qué impide hacer lo mismo con la mariguana? No lo sé. No he oído ningún argumento convincente para mantener esa diferenciación legal entre el alcohol —y el tabaco— y la mariguana. Cuando se argumenta que la cannabis es puente a otras drogas más dañinas, no se menciona que el alcohol y el tabaco también lo son. Pero muchísimos bebedores o fumadores no ingieren otras drogas. Y hay muchos también que consumen mariguana, pero no tabaco ni alcohol (y les va mejor, en términos de salud).
Dice Jordi Cebrián —uno de los expertos invitados al foro sobre este tema en el Congreso esta semana— que, en vísperas de la Prohibición, al picante se le veía como puente para el consumo de mariguana y a ésta como puente al alcohol, considerado entonces una de las drogas más destructivas y peligrosas; pero resulta que hoy el alcohol es legal. Otro ponente, favorable a preservar la prohibición, señaló que se ha demostrado que la mariguana es un puente… ¡al tabaco! Y de ahí colige la racionalidad de preservar su prohibición. Lo que no explicó es la racionalidad de legalizar el tabaco. En todo caso, el número de muertes provocadas por mariguana es insignificante con respecto a las del alcohol y el tabaco. Y, sobre todo, el número de víctimas derivadas de la guerra contra las drogas en México es muy superior al número de muertes provocadas por los narcóticos ilegales (con mayor razón cuando se considera la mariguana por separado). Una estrategia contraproducente, pues. Como lo señaló otro de los ponentes en el foro, Jorge JavierRomero, tendríamos que buscar, no que la droga no llegue a nuestros hijos (esfuerzo evidentemente inútil), sino a la inversa: que nuestros hijos no busquen la droga (empeño más prometedor y socialmente menos costoso).
El caso es que la posición de Obama, quien dice haber consumido en su juventud mariguana y cocaína, parece más proclive a explorar otras estrategias. Durante su campaña para senador por Illinois, en pleno debate público, dijo: “Necesitamos repensar y descriminalizar nuestras leyes sobre la mariguana. No soy alguien que crea en la legalización de la mariguana, pero creo que debemos repensar cómo estamos llevando a cabo la guerra contra las drogas. Actualmente, no estamos haciendo un buen trabajo” (ene/04). Muchos en EU han interpretado esas palabras como una posición de flexibilidad y apertura hacia el problema. Obama nombró como zar antidrogas a Gil Kerlikowsket, quien fue jefe de la policía de Seattle y cuya postura es conocida por su mayor flexibilidad, en contraposición al combate policial contra la oferta y el consumo de las drogas ilegales.
Eso no implica que Obama acepte o promueva activamente un esquema de despenalización en su país o en otros, pero quizá sería menos rígido si, por ejemplo, México decidiera adoptar y adaptar legislaciones de despenalización de la mariguana como las vigentes en EU. Por lo pronto, Obama profundizará en la estrategia vigente desde la II Guerra Mundial, de persecución a los cárteles y colaboración con México en ese mismo sentido. Lo novedoso es el compromiso de Washington para detener el trasiego de armas, una decisión cuya efectividad está por verse. Pero no habrá mayor restricción de ventas allá, pues, como lo dicen algunos legisladores estadunidenses, el problema de la demanda de las armas es nuestro. Con esa misma lógica —afiman algunos— podríamos nosotros bajarle al combate contra la oferta de drogas, porque la demanda se genera principalmente allá. Por lo pronto, podríamos adoptar uno de los esquemas de despenalización de la mariguana vigentes en aquel país. Ya hay 13 estados de la Unión Americana donde la adquisición y el consumo de mariguana es legal para fines terapéuticos, pero con tal liberalidad que, para efectos prácticos, se puede hablar de una despenalización más amplia.
El número de víctimas derivadas de la guerra contra las drogas en México es muy superior al número de muertes provocadas por los narcóticos ilegales.
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