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domingo, 17 de mayo de 2009

De la Madrid: Así pensaba y así hablaba: Álvaro Delgado

De la Madrid: Así pensaba y así hablaba
Por Álvaro Delgado
17/05/2009

Hace un cuarto de siglo, Miguel de la Madrid criticaba duramente a su antecesor en la Presidencia, José López Portillo, por haber desbarrado en una entrevista con Carlos Loret de Mola, publicada en el libro El juicio. Entre otras cosas, López Portillo afirmó que la responsabilidad de la deuda pública no le correspondía a él, “sino al pueblo de México”. Así –relató años después De la Madrid–, “consideré la posibilidad de sugerirle que se desdijera, pero luego pensé que eso sería contraproducente”. Y ahora el exmandatario se hizo caso a sí mismo: se desdijo y se calló.

MEXICO (Apro).- El juicio, un libro del político y periodista Carlos Loret de Mola elaborado con base en dos entrevistas con José López Portillo, generó un escándalo político en 1984, a dos años de iniciado el gobierno de Miguel de la Madrid, quien juzgó que ese trabajo sólo sirvió “para terminar de hundir la imagen” de su antecesor.
De la Madrid cuenta ese episodio en Cambio de rumbo, un grueso volumen de memorias que elaboró, en 2004, auxiliado por Alejandra Lajous, y que sin embargo también arroja luz sobre sí mismo:
“Las afirmaciones de López Portillo, que significan su defensa ante las decisiones tomadas durante su sexenio, se han revertido contra él; han tenido un efecto de bumerán. Cabe imaginar la reacción del lector cuando López Portillo afirma que la responsabilidad de la deuda pública no le corresponde a él, sino al pueblo de México…”
Apunta: “En el fondo, el libro revela una ingenuidad extraordinaria de parte del expresidente, quien no midió la diferencia entre expresar sus opiniones ante amigos o excolaboradores, y hacerlo ante un periodista que, por profesión, lógicamente las publicará.”
Ante la polémica que concitó el libro de Loret de Mola, De la Madrid cuenta que López Portillo lo consultó, “por medio de cientos mensajeros”, sobre lo que debía hacer:
“Yo estuve reflexionando al respecto. Consideré la posibilidad de sugerirle que se desdijera, pero luego pensé que eso sería contraproducente, pues Loret argumentaría que las opiniones de López Portillo eran verídicas, lo que a la postre sólo serviría para aumentar la polémica. Así que le mandé decir que, en mi opinión, lo mejor que podía hacer era callarse, pues se iba a venir una reacción muy fuerte en su contra, por lo que había que evitar echarle más leña al fuego.”
Un cuarto de siglo después de lo que recomendó a López Portillo, y una vez que se generó un escándalo por acusar a Carlos Salinas y a sus hermanos de conductas criminales, De la Madrid se hizo caso a sí mismo: Se desdijo y se calló.
Reputado como político prudente en extremo, el expresidente tuvo un momento de arrojo al declarar a la periodista Carmen Aristegui que se arrepentía también de haber designado a Salinas como su sucesor. Pero él mismo hizo transitoria su audacia.

“¿Frío? Mentira”

La personalidad plomiza de De la Madrid se despliega, también, en dos largas entrevistas con Regino Díaz Redondo, director de Excélsior, publicadas en cinco y cuatro partes, respectivamente: La primera al cumplir tres años de su gobierno, en diciembre de 1985, y la segunda a una semana de concluir su mandato, en 1988.
Zalamero, Díaz Redondo no escatima elogios para encumbrar a De la Madrid, exhibido su auténtico talante por las antipopulares medidas ante la crisis económica y su pasmo ante los terremotos de 1985:
¿Frío?, mentira, no confundir la frialdad con la seriedad (…) Escucha con una gran paciencia a su interlocutor. Es un presidente que escucha. Afable, directo; la dialéctica del hombre de leyes le permite emitir opiniones enriquecidas por sus conocimientos profundos de la Constitución y de la historia nacionales.
Inclusive, en la última de las cinco partes de la entrevista, publicada el 5 de diciembre de 1985, Regino cabeceó a ocho columnas: “Soy frío de cabeza y caliente de corazón: el presidente”, pero esa declaración no aparece por ninguna parte.
–Un presidente sereno, de pensamiento profundo, no tiene derecho a irritarse, a confundirse ni a tomar decisiones livianas… Pero, ¿alguna vez se irrita?
–Sí, mucho, pero me aguanto.
–¿Con quiénes no se entiende?
–Con los tiesos y los fríos… A veces me dicen: pobre de este presidente que le tocó una época muy difícil… Pero yo creo que es también un reto especial, que me estimula a utilizar mayor talento, imaginación, voluntad y actividad.
–Señor presidente, se dice que no llega usted a las gentes con entusiasmo, que está demasiado tieso, demasiado lejos cuando dialoga con ellas.
–Con la gente normal me entiendo muy fácil y ella conmigo.
–¿Lo deprime alguna cosa?
–Depresión propiamente no, a veces, al final de ciertos días, sí hay cansancio, pero depresión no, afortunadamente no.
–¿Qué hace el presidente de México cuando descansa, si es que descansa alguna vez?
–Sí descanso. Sí descanso y me doy tiempo para descansar, y me obligo para tener tiempo para descansar; porque el descanso es indispensable en términos de salud y en términos de serenidad.
La charla alcanza los días de los terremotos y los “errores” por la expropiación de terrenos, pero no sobre la parálisis del gobierno.
–A raíz del sismo ha cambiado la mentalidad de la gente. ¿Cree que pueda estar en peligro el sistema político actual o que, cuando menos, haya una gran irritación contra el gobierno?
–No lo creo. Yo no veo en la mayoría del pueblo de México un deseo de cambio fundamental de nuestra estructura política.
Sobre la relación con los medios de comunicación, De la Madrid la califica de “compleja y difícil”, y le molesta que se anteponga el sensacionalismo a la ponderación.
Eso es fundamentalmente lo que me molesta. Y eso no implica de mi parte hostilidad hacia la prensa. Sé que es un fenómeno, hasta cierto punto natural, del cual los propios periodistas siempre, cuando menos los periodistas profesionales, están en guardia, y usted siempre me lo ha dicho, que tienen que estar en guardia contra esa tendencia. Y además es un fenómeno, como le digo, mundial.
–¿Cómo clasificaría o dividiría a la prensa nacional?
–Perdóneme que no le responda a la pregunta. Creo que es de los juicios que un presidente debe reservarse para sí mismo.
Después de hablar de su familia –“la célula fundamental de la sociedad”–, De la Madrid diserta sobre libros y autores.
–¿Puede citarme algunos autores?
–Lo que pasa es que si doy una lista pecaría por defecto u olvido. Pero… en la literatura mexicana, por lo pronto, me gustan mucho las novelas de Martín Luis Guzmán, de Agustín Yáñez, de Carlos Fuentes, de Luis Spota, de Juan Rulfo. Le repito: He leído tanto que es difícil hacer una lista, porque es enorme e interminable.
–¿Tiene preferencia por algún autor extranjero?
–A los clásicos los trato de leer de vez en cuando; a los griegos, a los romanos, a los españoles, a los ingleses, a las grandes figuras. Lo clásico por eso es clásico. Porque es de valor permanente, eterno, porque habla de la naturaleza humana que, al fin y al cabo, es una constante en el tiempo; me gustan también los modernos: Borges, García Márquez, Vargas Llosa.
–¿Qué es lo que más le gusta de la vida y qué hubiese preferido ser de no haber sido presidente de la República?
–A mí de la vida me gustan muchas cosas. Creo que es una oportunidad ilimitada de tener experiencias; la que he tenido me ha gustado. Si tuviera oportunidad de repetirla, la repetiría; y si no hubiese tenido esta oportunidad, me hubiera gustado seguir en el servicio público, en alguna posición, o también en actividades de tipo académico.
–¿Duerme usted bien?
–Normalmente sí.
–¿Cuántas horas?
–De seis a siete, y obviamente sí hay veces que tarda más en llegar el sueño o se acaba más pronto cuando hay problemas especiales. En esta última época que me ha tocado, de los terremotos, sí le confieso que me bajó el buen sueño que normalmente tengo.
–¿No toma usted pastillas para dormir?
–Prefiero una cerveza.

Contento con Salinas

Regino volvió a entrevistar a De la Madrid en noviembre de 1988, a unos días de entregar a Salinas el cargo, y nota que “no ha perdido el tono, el énfasis, la convicción”. Anota: “El diálogo fluido, relajante. El presidente está sereno, son las siete de la tarde, su semblante está fresco, no hay asomo de cansancio. Sí, a veces hace notar asuntos que parecen afectarlo, emocionarlo, responsabilizarlo.”
–Para empezar, y romper un poco el hielo, yo quisiera preguntarle, ¿cuál ha sido el momento más agradable y cuál el más desagradable de su gobierno?
–El más desagradable lo recuerdo con facilidad. Yo creo que fueron los momentos alrededor de los terremotos de septiembre de 1985. Fueron momentos muy dramáticos; fueron momentos en que, sobre todo en los primeros tiempos, yo tenía un sentimiento de impotencia, de no poder responder con rapidez, con la agilidad deseada, al gran problema. Momentos agradables muchos, Regino…
–¿De qué se arrepiente durante su sexenio? ¿Qué es lo que no ha hecho?
–Es una pregunta bien difícil, Regino. Quizá sea muy presuntuoso de mi parte decirle que en lo básico no estoy arrepentido. Habrá algún detalle. Habrá una cuestión secundaria. Yo me esforcé mucho por tomar las mejores decisiones y ejecutar de la mejor manera esas decisiones mediante acciones. Probablemente sí me arrepiento de que hubo lapsos en donde yo me restringía de tener una actividad social más amplia, de quedarme, digamos, los fines de semana en mi casa, viendo papeles, dejando de ver amigos. Creo que ahí probablemente se me pasó la mano.
–¿Pero cómo dejó el país y cómo lo deja?
–Mire, lo tomé en grandes dificultades y ahora lo dejo con dificultades. La diferencia es la agudeza de los problemas…
–¿A usted no le sorprendieron los resultados del 6 de julio?
–Sí me sorprendieron, porque yo tenía la impresión de que el partido de la Revolución iba a tener una votación menor, pero no tanto.
–¿Y usted está conforme con la forma en que se realizó la selección del candidato a la Presidencia, del ahora presidente electo?
–Yo creo que sí. Responde a nuestra cultura política, responde a la etapa actual del desarrollo político mexicano. El resultado a mí me pareció bueno, y a un proceso se le califica por el resultado. Yo estoy muy contento de que haya sido electo Carlos Salinas de Gortari. En consecuencia, el proceso fue idóneo.
Regino le pregunta sobre las protestas del Frente Democrático Nacional, particularmente la interpelación de Porfirio Muñoz Ledo, en su último informe de gobierno.
–¿Qué sintió usted como ser humano, ya no como presidente, qué sintió como ser humano en ese momento?
–Lástima.
–¿Lástima por quién?
–Por ellos. Lástima de que no entendieron la gran oportunidad que se nos está ofreciendo a todos los mexicanos de mejorar nuestra vida democrática.
–¿Fue un momento de nerviosismo para usted? ¿Estuvo usted inquieto?
–No, yo soy muy autocontrolado y mientras más es la presión, más me controlo. Es una reacción temperamental quizás.
En otra parte de la entrevista, De la Madrid vuelve sobre su temperamento y su deber como presidente de la República. “El país lo trae uno metido todo el día, y a veces toda la noche.”
–¿Sintió a veces ganas de zarandear a alguien por incomprensión?
–Sí, muchas veces, y me las aguanté.
–¿Y hasta qué punto el aguantarse no contribuye a excitar o a debilitar –como usted quiera– su pasión, y sus nervios, y entonces tener menos capacidad de maniobra, en vez de gritar aunque sea a solas?
–Creo más en la persuasión que en la violencia. Y opino que un presidente de México, sobre todo, está obligado a propiciar la paz y la concordia. Y que se tiene uno que aguantar los corajes, y que se tiene que aguantar uno las intemperancias. Porque está uno sirviendo a la nación.
“A mí se me dice que soy muy sereno, que soy muy tranquilo. No es cierto. Soy muy nervioso, muy intranquilo, preocupón; pero me aguanto.”
Hombre de fobias –“sí tengo: odio la mentira, odio la deshonestidad”–, De la Madrid hizo un compromiso: “Me he fijado el firme propósito de no volver a aspirar a puestos de dirección política ni a ser muy activo en la política, salvo que en un momento dado hubiera un partido de oposición que ganara el poder: Me volvería furibundo oposicionista”.
Tal cual.

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