Entorno de desaliento
Andrea Bárcena
Me pregunto en qué términos hablan los electricistas a sus hijos –niños y adolescentes–, acerca de su trance laboral, ya que seguramente está alterando la vida cotidiana de sus familias.
Parece una muy buena oportunidad para interesarlos en la realidad de su país, en temas vivos de civismo, de ciencias sociales, de historia no oficial. Incluso, es una buena oportunidad para que los menores sepan cómo funcionan los medios de comunicación y sus relaciones con el poder.
Ojala que también los maestros aprovechen la realidad para analizarla en sus salones de clase. Porque si algo urge en educación es la enseñanza y la comprensión de valores éticos. Sin embargo, los valores éticos se aprenden en contextos reales, en situaciones vivas, en observancia de modelos de conducta y no simplemente en el discurso.
Lamentablemente, los tiempos políticos que corren irradian un malestar ético que llena de pesimismo a las familias y los niños lo perciben. Resulta sumamente difícil hoy en día transmitir a los niños el valor de la honestidad, del cumplimiento del deber y la importancia de un espíritu colectivo, sin el cual será imposible ir adelante.
La mayoría de los jóvenes carecen de interés en los asuntos políticos y colectivos, viven al día, porque no ven horizontes hacia adónde avanzar. Y tienen razón, no estamos avanzando como sociedad en ningún sentido.
Muestra de ello es encontrar que en un artículo publicado en 1998, Pablo Latapí reflexionaba ya del mismo modo que lo haría hoy: El tiempo presente no es precisamente favorable para formar valores en las nuevas generaciones. Es el actual, para los jóvenes, tiempo de miedo, de incertidumbre y desesperanza. Ni ricos ni pobres tienen ilusiones; los primeros porque su vida se les da ya hecha; los segundos porque saben que no podrán hacerla. Pero particularmente los pobres, que son la inmensa mayoría, viven una amargura anticipada, un sentimiento de derrota y humillación ante un futuro que saben cerrado. Y sin orgullo es imposible formar valores.
Por eso es importante que los electricistas hoy, y con ellos todos los trabajadores, no se dejen pisotear ni se vendan al interés individual por encima del colectivo. Los padres y los educadores no debemos darnos por vencidos en la ardua tarea de dar a nuestros hijos un país digno de vivir en él, así como modelos de conducta social y política a seguir. Lástima no poder hoy día hablarles bien del presidente de su país.
Sin embargo, el mismo Latapí, nos estimula al final del citado artículo: "Educar en un entorno de desaliento supone creer con fe ciega que cada nueva generación trae su propio destino y los recursos para cumplirlo". Ojalá tenga razón.
Parece una muy buena oportunidad para interesarlos en la realidad de su país, en temas vivos de civismo, de ciencias sociales, de historia no oficial. Incluso, es una buena oportunidad para que los menores sepan cómo funcionan los medios de comunicación y sus relaciones con el poder.
Ojala que también los maestros aprovechen la realidad para analizarla en sus salones de clase. Porque si algo urge en educación es la enseñanza y la comprensión de valores éticos. Sin embargo, los valores éticos se aprenden en contextos reales, en situaciones vivas, en observancia de modelos de conducta y no simplemente en el discurso.
Lamentablemente, los tiempos políticos que corren irradian un malestar ético que llena de pesimismo a las familias y los niños lo perciben. Resulta sumamente difícil hoy en día transmitir a los niños el valor de la honestidad, del cumplimiento del deber y la importancia de un espíritu colectivo, sin el cual será imposible ir adelante.
La mayoría de los jóvenes carecen de interés en los asuntos políticos y colectivos, viven al día, porque no ven horizontes hacia adónde avanzar. Y tienen razón, no estamos avanzando como sociedad en ningún sentido.
Muestra de ello es encontrar que en un artículo publicado en 1998, Pablo Latapí reflexionaba ya del mismo modo que lo haría hoy: El tiempo presente no es precisamente favorable para formar valores en las nuevas generaciones. Es el actual, para los jóvenes, tiempo de miedo, de incertidumbre y desesperanza. Ni ricos ni pobres tienen ilusiones; los primeros porque su vida se les da ya hecha; los segundos porque saben que no podrán hacerla. Pero particularmente los pobres, que son la inmensa mayoría, viven una amargura anticipada, un sentimiento de derrota y humillación ante un futuro que saben cerrado. Y sin orgullo es imposible formar valores.
Por eso es importante que los electricistas hoy, y con ellos todos los trabajadores, no se dejen pisotear ni se vendan al interés individual por encima del colectivo. Los padres y los educadores no debemos darnos por vencidos en la ardua tarea de dar a nuestros hijos un país digno de vivir en él, así como modelos de conducta social y política a seguir. Lástima no poder hoy día hablarles bien del presidente de su país.
Sin embargo, el mismo Latapí, nos estimula al final del citado artículo: "Educar en un entorno de desaliento supone creer con fe ciega que cada nueva generación trae su propio destino y los recursos para cumplirlo". Ojalá tenga razón.
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