Manotazo
Roberto Zamarripa
14 Dic. 09
Ya no se habla de la recesión sino de la sucesión y del país del catarrito pasamos al del tapadito. El médico familiar salió del consultorio y se fue a despachar en la farmacia. Espléndido regalo a sus acertados diagnósticos. Dijo que era catarro y nos cayó un nuevo tipo de influenza que ha dejado más pobres y desempleados.
El lugar lo ocupa un novel maestro que viene de un dispensario llamado Sedesol. Que nadie se alarme, las recetas serán las mismas. Es evidente que no estamos ante un cambio de política, ni de guía ni de orientación. Hay un simple cambio en la burocracia con propósitos de disputa política.
No se discute la capacidad sino se aplaude la velocidad. El problema no parece ser si Ernesto Cordero es capaz de controlar las finanzas en medio de la tormenta sino el deslumbramiento por su meteórica carrera. En el sótano, las variables crujen.
Según un documento enviado previo a la discusión del presupuesto donde solicitaba más recursos para los programas de vivienda, Cordero le decía a su antecesor Carstens que la pobreza en México llegaría a los 57 millones de personas en 12 millones de hogares (Reforma, 09/12/09).
Coneval presentó el pasado 10 de diciembre la nueva fórmula de medición de la pobreza integrando siete satisfactores y la capacidad de ingreso económico como variables combinadas que precisarán los grados de pobreza del país.
Según la nueva medición para el 2008 México tenía unos 47.2 millones de pobres que "presentaban al menos una carencia social y no tenían un ingreso suficiente para satisfacer sus necesidades". Cordero decía en su carta a Carstens que de "seguir la tendencia" para el 2010 México tendría 6 millones de pobres más. Llegaría, con las nuevas cifras de Coneval, a 53 millones. Cuatro más o cuatro menos. Las expectativas de Cordero cuando era secretario de Desarrollo Social eran más pesimistas. Según Coneval, "en el espacio de los derechos sociales, 77.2 por ciento de la población presentaba al menos una carencia social", es decir 82 millones de mexicanos, y 30.7 por ciento al menos tres carencias sociales, algo así como 33 millones de personas. Las cuentas pormenorizadas son una bofetada a las políticas económicas y sociales del país.
Lo grave no sólo son las cifras sino que el festejo del recambio no asuma que el sótano cruje.
No cuenta la democracia sino la eficacia. Así de fácil. El Presidente ejerce facultades de su cargo más allá de las dispensas de trámite que le otorgue el Congreso. En esos resquicios aparenta tener todas consigo. El Poder Judicial le hace la corte y le endosa sin remilgos el bajón de switch a la Compañía de Luz; las comisiones de derechos humanos permanecen anestesiadas por los jugosos presupuestos y avalan, con el silencio, la espiral de violencia sin responsables; la guerra sigue con erosiones importantes en las Fuerzas Armadas bajo una lógica que más que destantear al enemigo confunde a los mandos. Pululan los marinos en zonas sin litorales -marinos que incursionaron cerca del balneario de Oaxtepec en busca de La Barbie, acaso es lo más cercano a una tarea anfibia- mientras que el Ejército es arrinconado en Ciudad Juárez. La poderosa Policía Federal -el escuadrón negro- gana recursos sin rendir partes de guerra. Diciembre cierra con ofensivas frustradas: iban por La Tuta y se les escapó. Iban por La Barbie y se esfumó. En Sonora fueron atacados cuarteles a granadazos y en Sinaloa fueron secuestrados destacamentos completos de policías. ¿Quién es el responsable? ¿El secretario de Marina, el de Defensa, el de Seguridad? ¿Todos para uno y uno contra todos?
El Presidente asumió como reto personal la guerra contra el narco. Ahora ha asumido la conducción personal de la política económica. Da el manotazo para reorganizar el gabinete y alinear sus preferencias. Pero en el esplendor del poder ha comenzado a tejer su debilidad.
En el imaginario hay uno o dos o tres prospectos de sucesión. Uno de ellos es Cordero. Todo lo que haga o deje de hacer el Presidente al lado de sus favoritos será interpretado como una entrega o un regateo de su propio poder. Detonó la cuenta regresiva en medio de una algarabía exagerada que no les deja escuchar el crujido del sótano.
El lugar lo ocupa un novel maestro que viene de un dispensario llamado Sedesol. Que nadie se alarme, las recetas serán las mismas. Es evidente que no estamos ante un cambio de política, ni de guía ni de orientación. Hay un simple cambio en la burocracia con propósitos de disputa política.
No se discute la capacidad sino se aplaude la velocidad. El problema no parece ser si Ernesto Cordero es capaz de controlar las finanzas en medio de la tormenta sino el deslumbramiento por su meteórica carrera. En el sótano, las variables crujen.
Según un documento enviado previo a la discusión del presupuesto donde solicitaba más recursos para los programas de vivienda, Cordero le decía a su antecesor Carstens que la pobreza en México llegaría a los 57 millones de personas en 12 millones de hogares (Reforma, 09/12/09).
Coneval presentó el pasado 10 de diciembre la nueva fórmula de medición de la pobreza integrando siete satisfactores y la capacidad de ingreso económico como variables combinadas que precisarán los grados de pobreza del país.
Según la nueva medición para el 2008 México tenía unos 47.2 millones de pobres que "presentaban al menos una carencia social y no tenían un ingreso suficiente para satisfacer sus necesidades". Cordero decía en su carta a Carstens que de "seguir la tendencia" para el 2010 México tendría 6 millones de pobres más. Llegaría, con las nuevas cifras de Coneval, a 53 millones. Cuatro más o cuatro menos. Las expectativas de Cordero cuando era secretario de Desarrollo Social eran más pesimistas. Según Coneval, "en el espacio de los derechos sociales, 77.2 por ciento de la población presentaba al menos una carencia social", es decir 82 millones de mexicanos, y 30.7 por ciento al menos tres carencias sociales, algo así como 33 millones de personas. Las cuentas pormenorizadas son una bofetada a las políticas económicas y sociales del país.
Lo grave no sólo son las cifras sino que el festejo del recambio no asuma que el sótano cruje.
No cuenta la democracia sino la eficacia. Así de fácil. El Presidente ejerce facultades de su cargo más allá de las dispensas de trámite que le otorgue el Congreso. En esos resquicios aparenta tener todas consigo. El Poder Judicial le hace la corte y le endosa sin remilgos el bajón de switch a la Compañía de Luz; las comisiones de derechos humanos permanecen anestesiadas por los jugosos presupuestos y avalan, con el silencio, la espiral de violencia sin responsables; la guerra sigue con erosiones importantes en las Fuerzas Armadas bajo una lógica que más que destantear al enemigo confunde a los mandos. Pululan los marinos en zonas sin litorales -marinos que incursionaron cerca del balneario de Oaxtepec en busca de La Barbie, acaso es lo más cercano a una tarea anfibia- mientras que el Ejército es arrinconado en Ciudad Juárez. La poderosa Policía Federal -el escuadrón negro- gana recursos sin rendir partes de guerra. Diciembre cierra con ofensivas frustradas: iban por La Tuta y se les escapó. Iban por La Barbie y se esfumó. En Sonora fueron atacados cuarteles a granadazos y en Sinaloa fueron secuestrados destacamentos completos de policías. ¿Quién es el responsable? ¿El secretario de Marina, el de Defensa, el de Seguridad? ¿Todos para uno y uno contra todos?
El Presidente asumió como reto personal la guerra contra el narco. Ahora ha asumido la conducción personal de la política económica. Da el manotazo para reorganizar el gabinete y alinear sus preferencias. Pero en el esplendor del poder ha comenzado a tejer su debilidad.
En el imaginario hay uno o dos o tres prospectos de sucesión. Uno de ellos es Cordero. Todo lo que haga o deje de hacer el Presidente al lado de sus favoritos será interpretado como una entrega o un regateo de su propio poder. Detonó la cuenta regresiva en medio de una algarabía exagerada que no les deja escuchar el crujido del sótano.
tolvanera06@yahoo.com.mx
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