SME: casi un siglo de lucha
Miguel Ángel Granados Chapa
14 Dic. 09
Hoy cumple 95 años de edad el Sindicato Mexicano de Electricistas. Aunque desde el comienzo de las actividades de la Mexican Light and Power (MLP) en 1903 sus trabajadores buscaron agruparse (e integraron en 1906 la sexta sección de la Gran Liga de electricistas mexicanos) crearon su propia organización como Sindicato de empleados y obreros del ramo eléctrico, que afilió también a telefonistas y tranviarios y se constituyó formalmente el 14 de diciembre de 1914. Una semana después, en su segunda asamblea, sus miembros resolvieron llamarla Sindicato Mexicano de Electricistas.
Esa sola condición histórica, la antigüedad de su presencia y lucha, la permanencia de su capacidad representativa ante un empleador que experimentó varias mudanzas, explica por un lado la capacidad de resistencia del SME, sometido hoy a la agresión más decidida, encaminada a terminar con su propia existencia, y por otro lado la naturaleza y magnitud de las prestaciones de sus miembros, conseguidas a través de décadas de negociación colectiva. Ya en septiembre de 1917, por ejemplo, apenas unos meses después de la puesta en vigor de la Constitución cuyo artículo 123 regulaba las relaciones laborales, el SME pactó con la MLP condiciones relativas a la antigüedad, procedimientos para llenar vacantes, ajustes salariales, servicio médico, normas sobre incapacidad temporal y sobre indemnizaciones a los incapacitados permanentemente, jornada de ocho horas y capacitación.
El año anterior el sindicato había pasado su primera gran prueba política. Por problemas con la empresa y por su pertenencia a la Federación obrera del DF, el SME participó en la huelga general que fue reprimida por Carranza, que apenas instalado en la Ciudad de México enfrentó con rudeza tal movilización obrera. Ernesto Velasco, dirigente del gremio, fue sometido a juicio sumario y sentenciado a muerte, que se conmutó por 20 años de prisión, de la que salió en febrero de 1918. La huelga consiguió el cumplimiento de una demanda crucial: que los salarios se pagaran en oro y no en bilimbiques, el papel moneda desdeñado por su escaso poder libertario.
En 1936 el SME protagonizó otra importante huelga, en la etapa de ascenso de las reivindicaciones sindicales. Aunque ya había participado en los años veinte en tentativas de agrupamiento con otras organizaciones (a lo que una especie de temperamento del SME ha sido en general renuente), en la etapa cardenista se afilió al Frente popular y al propio Partido de la Revolución Mexicana, del que se apartó al concluir el gobierno de Cárdenas. En ese tiempo el sindicato fue receptivo a la llegada de los exiliados españoles. Algunos de ellos, los pintores Antonio Pujol, Josep Renau y Miguel Prieto (afamado después por sus tareas de diseño editorial), encabezados por Siqueiros, crearon un mural de inspiración antifascista, que forma parte no sólo del sindicato sino del arte mural de México. Ubicado en el edificio sindical, en la calle Antonio Caso casi esquina con Insurgentes Norte, apenas el año antepasado fue sujeto a un satisfactorio proceso de restauración. Con los criterios de hoy, se reprocharía al sindicato la tenencia de esa pieza artística, y se la consideraría un privilegio inadmisible, como se objeta el funcionamiento de instalaciones deportivas que muestran un buen uso de las cuotas sindicales.
La libre discusión sindical ha producido una rotación frecuente de los cargos de representación. Sólo en los años cuarenta se generó un cacicazgo, encarnado en Juan José Rivera Rojas, que por una década exacta (1942-1952) encabezó el sindicato. Era la época en que nació el charrismo sindical, es decir la imposición de liderazgos por intereses ajenos a los trabajadores. Un movimiento de renovación se deshizo de Rivera Rojas y recomenzó el funcionamiento de la democracia en la vida sindical. En 1960 el SME dio la bienvenida a la nacionalización de la industria eléctrica, que para esa organización significó dejar de contratar con una empresa extranjera y hacerlo con un organismo público, que inicialmente conservó su estructura de sociedad mercantil, la Cia. Mexicana de Luz y Fuerza. El sindicato participaría activamente en los procedimientos para la integración de la industria, tanto técnica como administrativamente. Se opuso, sin embargo, a la liquidación de la empresa dictada por Echeverría, proceso lento y torpe que mantuvo durante décadas al sindicato en la incertidumbre y sujeto a decisiones adversas. En 1985, por ejemplo, perdió materia de trabajo cuando cerca del 50 por ciento de las zonas cubiertas por la Cia. de Luz y Fuerza del Centro (como era entonces su denominación) en Guerrero y Michoacán fue entregado a la Comisión Federal de Electricidad.
Cuando Carlos Salinas percibió la necesidad de asegurar votos, ante el crecimiento de la candidatura de Cárdenas, se comprometió con el SME a reconstituir la empresa de que era contraparte. Y aunque demoró para hacerlo hasta el último año de su gestión, el 9 de febrero de 1994, siguiendo una instrucción del Congreso, emitió el decreto de creación de Luz y Fuerza del Centro. En un mecanismo perverso, sin embargo, su propio gobierno y los que lo reemplazaron, encabezados por Zedillo, Fox y Calderón implantaron medidas destinadas a debilitar el organismo. Esa política, y la administración (a cuyos responsables no se les ha pedido cuentas en esta delicada hora) degradaron al organismo, de cuya suerte hoy se culpa sólo al sindicato.
Cajón de Sastre
Los chilenos no merecen ser gobernados por un pinochetista, que ha querido distanciarse de sus nexos con el régimen que asoló a la angosta república austral durante 17 terribles años (que no se mitigan por el desarrollo económico iniciado entonces), y que además representa un enorme poder económico por sí solo. Esa convicción llevará en la segunda vuelta electoral a unirse a partidos y candidatos distantes entre sí pero más alejados de Sebastián Piñera, el magnate que está en posición de romper la cadena de gobiernos de la Concertación que ha gobernado a Chile desde 1990. Con responsabilidad, Marco Enríquez Ominami, el candidato independiente que minó la votación a favor de Eduardo Frei, y el partido comunista sin duda tendrán claro que sus diferencias son menores que la necesidad de que su país continúe por la senda de la democracia social.
miguelangel@granadoschapa.com
Esa sola condición histórica, la antigüedad de su presencia y lucha, la permanencia de su capacidad representativa ante un empleador que experimentó varias mudanzas, explica por un lado la capacidad de resistencia del SME, sometido hoy a la agresión más decidida, encaminada a terminar con su propia existencia, y por otro lado la naturaleza y magnitud de las prestaciones de sus miembros, conseguidas a través de décadas de negociación colectiva. Ya en septiembre de 1917, por ejemplo, apenas unos meses después de la puesta en vigor de la Constitución cuyo artículo 123 regulaba las relaciones laborales, el SME pactó con la MLP condiciones relativas a la antigüedad, procedimientos para llenar vacantes, ajustes salariales, servicio médico, normas sobre incapacidad temporal y sobre indemnizaciones a los incapacitados permanentemente, jornada de ocho horas y capacitación.
El año anterior el sindicato había pasado su primera gran prueba política. Por problemas con la empresa y por su pertenencia a la Federación obrera del DF, el SME participó en la huelga general que fue reprimida por Carranza, que apenas instalado en la Ciudad de México enfrentó con rudeza tal movilización obrera. Ernesto Velasco, dirigente del gremio, fue sometido a juicio sumario y sentenciado a muerte, que se conmutó por 20 años de prisión, de la que salió en febrero de 1918. La huelga consiguió el cumplimiento de una demanda crucial: que los salarios se pagaran en oro y no en bilimbiques, el papel moneda desdeñado por su escaso poder libertario.
En 1936 el SME protagonizó otra importante huelga, en la etapa de ascenso de las reivindicaciones sindicales. Aunque ya había participado en los años veinte en tentativas de agrupamiento con otras organizaciones (a lo que una especie de temperamento del SME ha sido en general renuente), en la etapa cardenista se afilió al Frente popular y al propio Partido de la Revolución Mexicana, del que se apartó al concluir el gobierno de Cárdenas. En ese tiempo el sindicato fue receptivo a la llegada de los exiliados españoles. Algunos de ellos, los pintores Antonio Pujol, Josep Renau y Miguel Prieto (afamado después por sus tareas de diseño editorial), encabezados por Siqueiros, crearon un mural de inspiración antifascista, que forma parte no sólo del sindicato sino del arte mural de México. Ubicado en el edificio sindical, en la calle Antonio Caso casi esquina con Insurgentes Norte, apenas el año antepasado fue sujeto a un satisfactorio proceso de restauración. Con los criterios de hoy, se reprocharía al sindicato la tenencia de esa pieza artística, y se la consideraría un privilegio inadmisible, como se objeta el funcionamiento de instalaciones deportivas que muestran un buen uso de las cuotas sindicales.
La libre discusión sindical ha producido una rotación frecuente de los cargos de representación. Sólo en los años cuarenta se generó un cacicazgo, encarnado en Juan José Rivera Rojas, que por una década exacta (1942-1952) encabezó el sindicato. Era la época en que nació el charrismo sindical, es decir la imposición de liderazgos por intereses ajenos a los trabajadores. Un movimiento de renovación se deshizo de Rivera Rojas y recomenzó el funcionamiento de la democracia en la vida sindical. En 1960 el SME dio la bienvenida a la nacionalización de la industria eléctrica, que para esa organización significó dejar de contratar con una empresa extranjera y hacerlo con un organismo público, que inicialmente conservó su estructura de sociedad mercantil, la Cia. Mexicana de Luz y Fuerza. El sindicato participaría activamente en los procedimientos para la integración de la industria, tanto técnica como administrativamente. Se opuso, sin embargo, a la liquidación de la empresa dictada por Echeverría, proceso lento y torpe que mantuvo durante décadas al sindicato en la incertidumbre y sujeto a decisiones adversas. En 1985, por ejemplo, perdió materia de trabajo cuando cerca del 50 por ciento de las zonas cubiertas por la Cia. de Luz y Fuerza del Centro (como era entonces su denominación) en Guerrero y Michoacán fue entregado a la Comisión Federal de Electricidad.
Cuando Carlos Salinas percibió la necesidad de asegurar votos, ante el crecimiento de la candidatura de Cárdenas, se comprometió con el SME a reconstituir la empresa de que era contraparte. Y aunque demoró para hacerlo hasta el último año de su gestión, el 9 de febrero de 1994, siguiendo una instrucción del Congreso, emitió el decreto de creación de Luz y Fuerza del Centro. En un mecanismo perverso, sin embargo, su propio gobierno y los que lo reemplazaron, encabezados por Zedillo, Fox y Calderón implantaron medidas destinadas a debilitar el organismo. Esa política, y la administración (a cuyos responsables no se les ha pedido cuentas en esta delicada hora) degradaron al organismo, de cuya suerte hoy se culpa sólo al sindicato.
Cajón de Sastre
Los chilenos no merecen ser gobernados por un pinochetista, que ha querido distanciarse de sus nexos con el régimen que asoló a la angosta república austral durante 17 terribles años (que no se mitigan por el desarrollo económico iniciado entonces), y que además representa un enorme poder económico por sí solo. Esa convicción llevará en la segunda vuelta electoral a unirse a partidos y candidatos distantes entre sí pero más alejados de Sebastián Piñera, el magnate que está en posición de romper la cadena de gobiernos de la Concertación que ha gobernado a Chile desde 1990. Con responsabilidad, Marco Enríquez Ominami, el candidato independiente que minó la votación a favor de Eduardo Frei, y el partido comunista sin duda tendrán claro que sus diferencias son menores que la necesidad de que su país continúe por la senda de la democracia social.
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