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jueves, 15 de marzo de 2012

Agustín Basave Benítez : La veda y los ruidos del silencio

La veda y los ruidos del silencio
Agustín Basave Benítez

09 marzo 2012
Agustín Basave

Director de Posgrado de la Universidad Iberoamericana

Con dos condolencias: a la familia de Cuauhtémoc Sandoval y a Sergio Sarmiento

El silencio de la veda “intercampañas” nos permite escuchar los rechinamientos de nuestra maquinaria política oxidada y los chasquidos que producen quienes la operan.

Así como en un periodo vacacional, cuando se vacía la ciudad y se apaga el bullicio de vehículos y transeúntes, podemos oír sonidos ignotos que vienen de una fábrica contaminante, de unos diablitos que chisporrotean en un poste de luz o del drenaje que brota de atarjeas azolvadas, los mexicanos podemos ahora percibir los estertores de un régimen que no se ha renovado y de una clase política que se aferra a lastres atávicos. Ya sabíamos que la fábrica, el poste y el drenaje estaban mal, pero no les dábamos importancia; ya sabíamos de la obsolescencia del sistema y de los residuos de una mentalidad autócrata, pero nos hacíamos de la vista gorda. Son esos malditos ruidos los que no nos dejan hoy fingir que nuestro entorno funciona bien.

El Presidente de la República anuncia en un foro empresarial que la candidata de su partido está a cuatro puntos de alcanzar al candidato que encabeza las encuestas. La nota provoca una ola de indignación entre priístas y perredistas, quienes recuerdan las intervenciones de Vicente Fox en la malhadada contienda electoral del 2006 y exigen a Felipe Calderón que no cometa el mismo error. Se reabre el debate: ¿debe el Ejecutivo federal mantenerse al margen del proceso electoral o se vale que dé apoyo moral, como lo hacen los presidentes de Estados Unidos con sus correligionarios en campaña? La respuesta es más o menos clara: si aquí tuviéramos los instrumentos que tienen nuestros vecinos del norte para garantizar que no se desvíen recursos públicos, o si como en Europa tuviéramos un jefe de Estado como referente de la imparcialidad, nadie podría objetar que el jefe de gobierno Calderón tomara literal y públicamente partido de cara a una elección.

Los partidos, que procesaron con considerable pulcritud sus candidaturas presidenciales, enfrentan rebeliones de precandidatos que no lograron la postulación a otros cargos. Ninguno se salva: PRI, PAN y PRD se desgastan en conflictos internos. Renuncias de militantes, amagos de desbandadas, llamados a la unidad, promesas de recompensas. Unos y otros recurren a la operación cicatriz. Todos temen los latigazos del Tribunal Electoral, que puede ordenarles reponer procedimientos y otorgar candidaturas a los quejosos. Sus estatutos se han vuelto contra ellos, porque no fueron hechos pensando en que el Poder Judicial de la Federación pudiera obligarlos a su cumplimiento.

El Presidente se reúne con el dirigente nacional del PRI y el discurso priísta da un giro de 180 grados. Del ataque se pasa a la deferencia: antes del encuentro Felipe Calderón era un líder faccioso, al día siguiente se convirtió en estadista. Se desatan las especulaciones sobre una presunta negociación. Algunos hablan de Coahuila y Tamaulipas; se sospecha que se haya pactado el carpetazo a las investigaciones contra ex gobernadores del PRI, pero no se dice a cambio de qué. Tirios y troyanos se quejan de la injerencia de Calderón, pero ambos buscan convencerlo de que su candidato le garantizaría una ex presidencia menos traumática. En el fondo, el Presidente sigue siendo visto como el fiel de la balanza. Unos le dicen que Peña Nieto lo trataría mejor que Josefina y otros le insinúan que estaría mejor con Andrés Manuel López Obrador.

En los últimos 20 años la correlación de fuerzas políticas se transformó profundamente en México y, sin embargo, nuestro entramado legal e institucional sólo ha tenido ajustes menores y nuestra forma de entender la política mantiene resabios vigesémicos. Conservamos en formol un presidencialismo anacrónico y nos negamos a adoptar un régimen parlamentario que separe la jefatura de Estado de la de gobierno. En la legislación electoral quedan lagunas que no acaban de integrar cabalmente la vida interna partidaria a la norma externa constitucional, como en el parlamentarismo. Y en las cúpulas partidistas y en el imaginario colectivo persiste la inercia de ver al presidente como el factótum cuyo poder lo moldea todo. Nuestro hardware y nuestro software políticos son una mezcla de modernidad y premodernidad; ambos piden a gritos una actualización que nos ponga a la altura de nuestras esperanzas.

Los ruidos del silencio nos dicen que algo anda mal. ¿Por qué no ponemos atención a lo que escuchamos y nos decidimos de una vez por todas a dejar el pasado en el pasado? Es una oportunidad que no debemos desperdiciar: si los candidatos estuvieran hoy en los medios, los ciudadanos estaríamos inmersos en una vorágine de declaraciones insulsas y no apreciaríamos nuestro desfasamiento. Que la veda sirva de algo. Que este insólito paréntesis de “intercampañas” nos haga conscientes de la disfuncionalidad de nuestra sociedad políticamente organizada. Y que de ahora en adelante ya no podamos vivir como si la realidad no existiera.

@abasave

kikka-roja.blogspot.com/

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