17 de mayo de 2012
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kikka-roja.blogspot.com
A la memoria de Carlos Fuentes, escritor eterno y amigo generoso; a Silvia Lemus, con mis deseos de que su recuerdo la aliente siempre.
No voy a hacer una reseña más de la visita de Enrique Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana el pasado 11 de mayo (llamémosle el 11-M para abreviar). Me limitaré a agregar algo notable que ocurrió dentro del auditorio Sánchez Villaseñor: el estruendoso duelo de abucheos y porras que acompañó a EPN en su camino al recinto se convirtió en un impactante silencio en el momento en que tomó el micrófono, y ese silencio respetuoso se prolongó durante casi toda su intervención. Los estudiantes lo escucharon con atención y solamente cerca del final se oyeron algunos gritos aislados. Pese al apasionamiento generalizado, nadie le impidió hablar. Él correspondió a ese clima, justo es reconocerlo, al referirse a sus críticos con respeto. Los problemas empezaron después, cuando ya terminada su comparecencia decidió pedir la palabra de nuevo para justificar su actuación en el caso Atenco. Eso exacerbó los ánimos de por sí caldeados entre los activistas por los derechos humanos, un tema muy sensible en la Ibero. Lo que ocurrió a partir de ese instante es harina de otro costal, uno que ha sido vaciado y rellenado varias veces para descalificar a los muchachos.
Lo que quiero hacer es analizar los orígenes y las implicaciones del 11-M. ¿Qué llevó a jóvenes mayoritariamente privilegiados a protestar de esa manera contra el candidato puntero? La respuesta del PRI es equívoca, y para muestra basta un botón. Mezclando una verdad a medias —en política no hay nada espontáneo—, una falacia completa —la juventud no piensa por sí misma— y un vicio mexicano —un conspiracionista en cada hijo te dio—, desde ese mismo día esparció la versión de que había mano negra. Entiendo la urgencia de los responsables de logística y seguridad del candidato de buscar chivos expiatorios, pero no que un miembro del equipo de campaña haya llegado al extremo de difundir en su cuenta de Twitter la sandez de que esa mano era la mía. El calumniador, quien dicho sea de paso es una persona de cola larga y luces cortas, lanzó a sus trollecitos a chapotear en su estercolero. ¿Por qué fui el elegido para recibir una retahíla de injurias que hacen palidecer los gritos que algunos jóvenes lanzaron contra EPN frente a las instalaciones de la radio Ibero 90.9? ¿Porque trabajo en la Iberoamericana y escribí en este espacio —y por cierto lo sostengo— que voy a votar por López Obrador? ¡Por favor! Es ridículo señalar a alguien cuya trayectoria está marcada por la defensa del diálogo respetuoso, pero es peor aún llamar a los alumnos “porros”, como en su estulticia hizo este pequeño émulo de Goebbels. He aquí un ejemplo del error que luego se magnificó en declaraciones a la prensa, menos estridentes que los tweets de marras pero mucho más ampliamente difundidas. Esas tácticas crean un caldo de cultivo para la radicalización.
En el 11-M no hay titiriteros porque no hay títeres: hay chavos inteligentes e informados que se organizaron en redes sociales sin ocultar sus intenciones. Hay alumnos de una universidad privada con fama de fresa pero con el sello jesuita de la conciencia social a quienes nadie manipuló, ni para cometer los excesos verbales que lamento ni para grabar el valiente video que admiro, en el que 131 de ellos dan la cara. No los conozco, pero acabo de hablar por teléfono con dos de ellos y creo que su manifestación contra el candidato priísta no tiene orígenes partidarios. Seguramente hay tanto apartidistas como simpatizantes del PRD y del PAN, pero lo que los une es el rechazo al establishment. A la enorme desigualdad, al peligro de degeneración de la democracia en oligarquía, a la corrupción, a la manipulación informativa. Que yo sepa, no tienen un corpus doctrinario que los mueva, como tampoco tienen un líder político o un gurú académico; detrás de ellos sólo está su inconformidad. No sé si puedan ponerse de acuerdo en el país que quieren pero sí sé que tienen muy claro el que no quieren. Quizá sean otro germen de los indignados mexicanos, con toda la pluralidad y las contradicciones que eso conlleva, y tal vez sean filoneístas.
Hay que trascender la discusión sobre ecos diazordacistas y dejar atrás odios y ofensas para ver el futuro. Nuestro país pide a gritos un cambio profundo, y han de ser los jóvenes quienes lo impulsen. El 11-M puede quedar en anécdota o convertirse en parteaguas. Si surge esa chispa ignota que misteriosa y súbitamente nos permite escoger voces que no están en nuestro libreto y que nos da la posibilidad de enmendar el cauce de nuestra circunstancia, esto puede abonar a una eclosión creativa y transformadora de la ciudadanía. Que la nuestra no sea una sociedad abierta sólo a las diversas opciones de la inequidad. Que México sea nuestra verdadera casa común, con un piso de bienestar que detenga la caída de los débiles, un techo de legalidad que impida la fuga de los poderosos y cuatro paredes de cohesión social que nos permitan a todos vivir juntos. Que la imaginación y la generosidad, en suma, fecunden este breve resquicio de esperanza.
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