Horizonte político
José A. Crespo
Abstención electoral: explicaciones a modo
Como mucho se ha advertido, es más que probable que el nivel de concurrencia a las urnas en la elección intermedia de este año sea de los más bajos registrados en nuestra historia. Hay elementos para pensar que la participación será incluso menor a la registrada en 2003 (38%, al descontar los votos nulos). Por lo cual, desde ahora se empiezan a proponer posibles razones —según el interés del observador— para explicar el fenómeno abstencionista. Por ejemplo, el IFE ha señalado, como posibles razones de la baja participación, a la violencia y la inseguridad imperantes. No es que eso no exista, desde luego, pero probablemente al IFE no le cuadren otras explicaciones alternativas, como la baja de credibilidad en el Instituto, que se ha venido registrando de manera constante desde la última elección presidencial: 75% de la ciudadanía le tenía confianza al IFE antes de 2006 y, actualmente, menos de la mitad lo hace. La renovación de su Consejo General en 2008 no logró remontar esa tendencia. Y justo dicha renovación podría argumentarse como una de las causas de la poca participación, por parte de quienes se manifestaron contra la sustitución anticipada de seis consejeros electorales (incluido el presidente del IFE). Habrá también quien recurra, como explicación de la abstención, a tal o cual parte de la reforma electoral con la que no concuerde. De hecho, eso ya sucede a través del coordinador de los senadores panistas, Gustavo Madero, quien aduce como posibles inhibidores de la participación que se haya prohibido la contratación mediática de propaganda electoral, así como que se prohibieran las campañas negativas. Ha dicho el senador Madero que “la participación podría disminuir por las recientes reformas que prohíben la compra de publicidad por particulares y la imposibilidad de criticar a los candidatos a puestos de elección popular” (03/oct/08).
Es probable que los consorcios mediáticos y sus respectivos voceros, que se opusieron a la reforma electoral por afectar sus intereses, recurran también a explicaciones semejantes con el fin de dar cuenta de la probable disminución en la participación electoral y buscan con ello echar atrás la reforma. Es cierto que esa reforma entraña varios problemas y complejidades. Y es verdad que resultará difícil aplicarla cabalmente y tiene numerosas lagunas e insuficiencias. Y, desde luego, es posible que eso genere en algunos ciudadanos una resistencia a concurrir a las urnas. Pero no se puede hacer una inferencia automática de ello.
Y para quienes en general quieren minimizar la gravedad de una baja participación les viene muy bien el argumento de que los comicios intermedios son menos atractivos para la población que los presidenciales. Es cierto, pero entonces lo que debe considerarse es no sólo si la concurrencia fue menor que en la más reciente elección presidencial (algo prácticamente seguro), sino también si será menor que en los pasados comicios intermedios, los de 2003. Y eso, desde luego, si se toma como indicador no el número absoluto de votantes (que tiende al alza debido al crecimiento demográfico), sino el porcentaje de participación. Si la asistencia a las urnas es proporcionalmente menor que en 2003, el argumento del menor atractivo de los comicios intermedios no valdrá para explicar el abstencionismo de este año.
Si en efecto la abstención en 2009 iguala o supera a la registrada en 2003, será un fenómeno de investigación obligatoria. Lo más adecuado para desentrañar el fenómeno son menos las especulaciones de columnistas y actores sociales y más los sondeos y las encuestas profesionales. Esperemos que las firmas encuestadoras más conocidas entrevisten a los abstencionistas (lo cual, por definición, no puede hacerse durante encuestas de salida). Eso, para desentrañar con más precisión las razones de los abstencionistas de por qué decidieron no ir a las urnas.Aparecerán seguramente los argumentos técnicos de siempre: “No estaba en mi Distrito, perdí mi credencial, estaba enfermo”. Pero podrían aflorar también razones de apatía política endémica: “No me interesa la política, nunca he votado”. Lo importante sería, en todo caso, dilucidar por qué hay ciudadanos que normalmente sufragan, pero que, teniendo la posibilidad de participar, hayan decidido no hacerlo. Entonces sí habría que agrupar y analizar respuestas que podrían ir desde “los comicios intermedios no me suscitan interés, sino sólo los presidenciales”, pasando por “todos los partidos son igual de malos”, “no me siento representado por ninguno de ellos”, “después de 2006 ya no confío en las autoridades electorales”, hasta “como no hubo campañas negativas no tuve posibilidad de informarme sobre quiénes eran realmente los candidatos”, “como la sociedad civil no puede contratar propaganda electoral, no pude oír todas las voces” o incluso “tenía miedo de que estallara en mi casilla una granada de fragmentación”.Me parecen más probables las respuestas aludiendo al descrédito de los partidos y las elecciones, y menos probables —aunque no imposibles— las que evoquen la prohibición de comprar publicidad electoral o la presunta amenaza a la seguridad pública en las casillas. Pero sólo a través de estudios precisos podremos hacernos una idea un poco más aproximada de las verdaderas razones de por qué los votantes habituales habrían decidido conscientemente no participar en los comicios intermedios. De lo contrario, se inventarán las más sofisticadas e inverosímiles tesis sobre por qué el abstencionismo habría avanzado en esta elección, si es que eso ocurre (como lo sugieren múltiples indicadores, aunque todavía no las encuestas).
Es probable que los consorcios mediáticos y sus respectivos voceros, que se opusieron a la reforma electoral por afectar sus intereses, recurran también a explicaciones semejantes con el fin de dar cuenta de la probable disminución en la participación electoral y buscan con ello echar atrás la reforma. Es cierto que esa reforma entraña varios problemas y complejidades. Y es verdad que resultará difícil aplicarla cabalmente y tiene numerosas lagunas e insuficiencias. Y, desde luego, es posible que eso genere en algunos ciudadanos una resistencia a concurrir a las urnas. Pero no se puede hacer una inferencia automática de ello.
Y para quienes en general quieren minimizar la gravedad de una baja participación les viene muy bien el argumento de que los comicios intermedios son menos atractivos para la población que los presidenciales. Es cierto, pero entonces lo que debe considerarse es no sólo si la concurrencia fue menor que en la más reciente elección presidencial (algo prácticamente seguro), sino también si será menor que en los pasados comicios intermedios, los de 2003. Y eso, desde luego, si se toma como indicador no el número absoluto de votantes (que tiende al alza debido al crecimiento demográfico), sino el porcentaje de participación. Si la asistencia a las urnas es proporcionalmente menor que en 2003, el argumento del menor atractivo de los comicios intermedios no valdrá para explicar el abstencionismo de este año.
Si en efecto la abstención en 2009 iguala o supera a la registrada en 2003, será un fenómeno de investigación obligatoria. Lo más adecuado para desentrañar el fenómeno son menos las especulaciones de columnistas y actores sociales y más los sondeos y las encuestas profesionales. Esperemos que las firmas encuestadoras más conocidas entrevisten a los abstencionistas (lo cual, por definición, no puede hacerse durante encuestas de salida). Eso, para desentrañar con más precisión las razones de los abstencionistas de por qué decidieron no ir a las urnas.Aparecerán seguramente los argumentos técnicos de siempre: “No estaba en mi Distrito, perdí mi credencial, estaba enfermo”. Pero podrían aflorar también razones de apatía política endémica: “No me interesa la política, nunca he votado”. Lo importante sería, en todo caso, dilucidar por qué hay ciudadanos que normalmente sufragan, pero que, teniendo la posibilidad de participar, hayan decidido no hacerlo. Entonces sí habría que agrupar y analizar respuestas que podrían ir desde “los comicios intermedios no me suscitan interés, sino sólo los presidenciales”, pasando por “todos los partidos son igual de malos”, “no me siento representado por ninguno de ellos”, “después de 2006 ya no confío en las autoridades electorales”, hasta “como no hubo campañas negativas no tuve posibilidad de informarme sobre quiénes eran realmente los candidatos”, “como la sociedad civil no puede contratar propaganda electoral, no pude oír todas las voces” o incluso “tenía miedo de que estallara en mi casilla una granada de fragmentación”.Me parecen más probables las respuestas aludiendo al descrédito de los partidos y las elecciones, y menos probables —aunque no imposibles— las que evoquen la prohibición de comprar publicidad electoral o la presunta amenaza a la seguridad pública en las casillas. Pero sólo a través de estudios precisos podremos hacernos una idea un poco más aproximada de las verdaderas razones de por qué los votantes habituales habrían decidido conscientemente no participar en los comicios intermedios. De lo contrario, se inventarán las más sofisticadas e inverosímiles tesis sobre por qué el abstencionismo habría avanzado en esta elección, si es que eso ocurre (como lo sugieren múltiples indicadores, aunque todavía no las encuestas).
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