Barros Sierra sale en defensa de la UNAM y marcha con miles de estudiantes Gustavo Castillo García Primero de agosto: un día como hoy, hace 40 años, miles de personas se preparaban para marchar de la rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) al Zócalo, en protesta por la violación a la autonomía de la casa de estudios y la violencia gubernamental ejercida contra alumnos de esa institución y del Instituto Politécnico Nacional (IPN). Esa era la ruta inicial, pero finalmente, ante la posibilidad de una represión militar, el punto de retorno a la universidad fue el cruce de Insurgentes y Félix Cuevas. Al mismo tiempo, en Guadalajara, Jalisco, el presidente Gustavo Díaz Ordaz declaraba: “Una mano está tendida (…) los mexicanos dirán si esa mano se queda en el aire o bien (…) se ve acompañada por millones de manos que, entre todos, quieran restablecer la paz y la tranquilidad de las conciencias (…) estoy entre los mexicanos a quienes más les haya herido y lacerado la pérdida transitoria de la tranquilidad en la capital de nuestro país por algaradas en el fondo sin importancia” (El Día 2/VIII/68). Pero la realidad contradecía el discurso presidencial: el conflicto estudiantil crecía y la Secretaría de la Defensa Nacional desplegó a miles de efectivos armados y vehículos artillados en la capital para evitar que los manifestantes llegaran al Zócalo. Para ello convirtió, según testimonios y documentos, en cuarteles momentáneos el Palacio Nacional y los sótanos de la Plaza México. La marcha partió, “tal como se había programado, a las 16:30 horas de la explanada de la rectoría con un contingente de más de cien mil personas, en el que también participaron estudiantes del Politécnico, Chapingo y la Normal”, reseña Ramón Ramírez en su libro El movimiento estudiantil de México, publicado por Era, en 1969. Malestar creciente El texto también da cuenta de “un gran despliegue de fuerzas armadas en la avenida Insurgentes, a la altura de la Ciudad de los Deportes” (sitio donde se encuentran la Plaza México y el actual estadio Azul), para contener a los manifestantes si pretendían llegar a la Plaza de la Constitución. El Universal publicó (2/VIII/ 68): “Inusitada expectación, pánico y asombro causó entre los vecinos de las colonias Nápoles y Del Valle el despliegue del Ejército Nacional”, ya que, además, había “decenas de vehículos policiacos y personal de la jefatura de Policía, Policía Judicial y Dirección Federal de Seguridad, en las –casi siempre– tranquilas calles de las mencionadas colonias. “Para la mayoría de los habitantes de esa zona resultó una sorpresa que desde temprana hora fueron estacionados tanques con ametralladoras giratorias y vehículos militares, que materialmente rodearon las citadas colonias.” Ese diario publicó, el primero de agosto en su editorial, el texto: “Respetuosos, respetados”, que apuntalaba la versión oficial de lo sucedido en los días anteriores: “Para fortuna de los más de 6 millones de habitantes del Distrito Federal, el reprobable intento de perturbar la paz y romper el clima existente desde hace mucho tiempo, gracias al óptimo clima social que priva en México, hoy se frustró, oportunamente, en virtud de las atinadas y enérgicas medidas tomadas por las autoridades sobre los escandalosos hechos registrados en días pasados. “Y si todos los sectores sociales condenaron en forma unánime los desmanes de las turbas estudiantiles y seudoestudiantiles al conocer lo ocurrido, también han aplaudido sin restricción alguna las providencias adoptadas por el gobierno, particularmente la rápida y valiosa intervención del Ejército Nacional, puesto que los alborotadores ya no tenían respeto alguno para los guardianes del orden público.” En ese contexto de confrontación e inmersos en el clima de linchamiento generado por los medios de comunicación, informes de la Secretaría de Gobernación revelaban que en Palacio Nacional fueron concentrados cientos de soldados, así como vehículos blindados para enfrentar a los manifestantes si intentaban llegar al Zócalo. Lo mismo ocurrió en la Plaza México, que se ubica a poco más de un kilómetro de Félix Cuevas y el cruce con Insurgentes. Vehículos artillados y de transporte de personal, así como soldados de infantería, permanecieron durante varios días estacionados en el lugar. De allí saldrían para tomar Ciudad Universitaria la madrugada del 18 de septiembre. Otro reporte de la Secretaría de Gobernación –que tiene gran importancia, porque documenta la aparición en esos días del grupo que en 1971 alcanzaría notoriedad con el nombre de Halcones– da cuenta que el primero de agosto de 1968, al mismo tiempo en que inició la marcha, “a las 16:30 horas, arribaron al Zócalo ocho camiones del Departamento del Distrito Federal (DDF), con 260 hombres del Servicio de Limpia y Transportes, quienes en caso dado actuarían como elementos de choque, en caso (sic) de ataques de estudiantes”. Esos golpeadores estaban bajo el mando del teniente coronel Manuel Díaz Escobar, subdirector de servicios generales de la mencionada dependencia. El rector Javier Barros Sierra había fijado un día antes su posición respecto del movimiento, durante un mitin ante más de 20 mil personas, en el cual aseguró: “Permanezco al lado de los universitarios en su protesta contra los ataques a nuestra autonomía y en sus manifestaciones pacíficas tendientes a la reivindicación de su personalidad estudiantil ante el pueblo de México (El Día 1/VIII/68)”. Luego de la violenta toma de las preparatorias de la UNAM y las vocacionales del IPN por policías y militares, la cual incluyó el disparo de una bazuca que destruyó el portón principal de San Ildefonso, el rector de la UNAM declaró: “Durante casi 40 años la autonomía de nuestra institución no se había visto tan seriamente amenazada como ahora. “Culmina así una serie de hechos en los que la violencia de la fuerza pública coincidió con la acción de los provocadores de dentro y de fuera de la universidad. “La autonomía de la universidad es, esencialmente, la libertad de enseñar, investigar y difundir la cultura. Estas funciones deben respetarse. Los problemas académicos, administrativos y políticos internos deben ser resueltos, exclusivamente, por los universitarios. En ningún caso es admisible la intervención de agentes exteriores y, por otra parte, el cabal ejercicio de la autonomía requiere respeto a los recintos universitarios.” Antes, en su discurso del 31 de julio, Barros Sierra había advertido: “Hoy, más que nunca, es necesario mantener una enérgica prudencia y fortalecer la unidad de los universitarios. Dentro de la ley está el instrumento para hacer efectiva nuestra protesta. Hagámoslo sin ceder a la provocación”. También anunció que encabezaría una “manifestación en la que presentaremos, fuera de la Ciudad Universitaria, nuestra demanda de respeto absoluto a la autonomía universitaria” (Excélsior 1/VIII/68). Para el rector, en aquella movilización se dirimía, “sin ánimo de exagerar (…) no sólo los destinos de la Universidad y el Politécnico, sino las causas más importantes, más entrañables para el pueblo de México. Por primera vez, universitarios y politécnicos, hermanados, defienden la vigencia de las libertades democráticas en México”, enfatizó. La marcha del primero de agosto fue seguida por agentes de Gobernación. Los reportes eran enviados cada cinco minutos a su centro de operaciones y concluyeron hasta después de las 22 horas. La amenaza militar El despliegue militar provocó que se modificara el destino de la marcha, que inicialmente debía llegar al Zócalo. Por ello, Barros Sierra dijo antes de iniciar la movilización: “Al saludarlos fraternalmente, quiero comenzar por indicar que, por petición de numerosos sectores de maestros y estudiantes de la universidad, y para demostrar una vez más que vivimos en una comunidad democrática, nuestra manifestación se extenderá hasta la esquina de Insurgentes y Félix Cuevas”. Agregó que, en la medida en que supieran demostrar que podían “actuar con energía, pero siempre dentro del marco de la ley, tantas veces violada, pero no por nosotros, afianzaremos no sólo la autonomía y las libertades de nuestras casas de estudios superiores, sino que contribuiremos fundamentalmente a las causas libertarias de México”. Luego pidió estar “alertas sobre la actuación de posibles provocadores”. Ante el riesgo de provocaciones, un grupo de preparatorianos se trasladó a Insurgentes y Félix Cuevas, donde se formó una valla que bloqueó el paso de los manifestantes, que pretendían seguir hasta el Zócalo; así, los participantes tuvieron que seguir por avenida Coyoacán y luego avanzar sobre avenida Universidad hasta regresar a Ciudad Universitaria. “Los estudiantes tuvieron innumerables muestras de simpatía por parte del público durante todo el recorrido, que se realizó en completo orden”, refiere el libro de Ramón Ramírez, situación que corroboran los informes de la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales de la Secretaría de Gobernación. Sin embargo, miles de estudiantes del IPN y la UNAM creyeron que la marcha llegaría hasta el Zócalo y algunos se adelantaron, pero fueron “rechazados” por militares y policías, dice un informe de Gobernación. Al respecto, un reporte de la DGIPS señalaba: a las “18:15 horas, se encuentra un contingente de 3 mil estudiantes en el lugar. Por las puertas de Palacio Nacional salieron tres secciones con 40 elementos del Ejército cada una; la primera dio vuelta en las calles de Moneda, la segunda siguió hasta la altura de 5 de Mayo y Madero, y otra se encuentra en Pino Suárez. Asimismo, empezaron a llegar granaderos por la calle de Francisco I. Madero portando escudos. “18:25 horas, quedan dentro de Palacio Nacional varias unidades militares. Llegan a la Plaza de la Constitución 12 transportes grandes con tropas. “18:30, alrededor de la explanada se encuentran motociclistas de tránsito. En la parte de Catedral, Moneda y en el DDF se encuentran transportes de granaderos.” Regreso a Ciudad Universitaria Los reportes oficiales dieron cuenta de la presencia estudiantil en diversas zonas del centro de la ciudad, mientras la marcha iniciaba su regreso a Ciudad Universitaria. Los jóvenes se reunieron antes de tratar de llegar a la Plaza de la Constitución en el Monumento a la Revolución; en la esquina de Madero y San Juan de Letrán; en la Vocacional 5, en la Ciudadela y hasta en la Catedral. Cerca de las 20 horas, “elementos de las fuerzas armadas desalojaron las aceras de la plaza del Zócalo. Los estudiantes que se encontraban en el lugar, al ser desalojados. gritaban: ‘juntos, juntos’ (…) las personas son invitadas por los soldados a retirarse; los que no lo hacen reciben empujones y culatazos”. Luego, en el Monumento a la Revolución, “los soldados les manifestaron (a los jóvenes) que se trataba de un recinto sagrado”, pero éstos continuaron lanzando porras a la universidad y al Politécnico, y cantaban “estrofas del Himno Nacional”. Ese día también se inició la conformación del Consejo Nacional de Huelga. Universitarios y politécnicos, unidos con estudiantes y maestros de Chapingo y la Normal, daban comienzo a su lucha organizada contra la represión y el autoritarismo. (Siguiente entrega, 4 de agosto) |
Kikka Roja