La Bola...
El Fondo de Cultura Económica pondrá a circular en breve el libro titulado La bola de la Independencia: Una historieta de la historia, firmado por El Fisgón. En el prólogo, el historiador Lorenzo Meyer apunta: “Rafael Barajas es un observador-estudioso-participante del acontecer político mexicano actual y, por tanto, desde su perspectiva, la lucha de aquellos que en 1810 se enfrentaron en México al poder español no es asunto meramente histórico, es decir, superado, sino algo que aún no se resuelve del todo”. Con autorización de la editorial, ofrecemos el prefacio, a manera de adelanto.
El humorista español Enrique Jardiel Poncela afirmó que “historia es, desde luego, exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es exactamente lo que sucedió”. El humorista tiene razón. Aunque tratan de tenerlo siempre presente, los historiadores suelen olvidar que toda visión de la historia –incluida la suya– está marcada por conceptos ideológicos, prejuicios sociales, teorías de moda y necesidades políticas de su tiempo, lo que implica, invariablemente, errores, distorsiones y el olvido de temas y zonas históricas. Creo que escribir La Historia es tarea imposible (nadie es dueño de la objetividad), por lo que me he propuesto algo mucho más modesto: hacer una historia de la historia.
El debate por la historia es parte del debate político. Es piezas clave en la lucha por el poder y en la formación de la memoria colectiva. Hay fechas, eventos y movimientos que desatan pasiones, fracturan familias, dividen a la sociedad y se discuten durante meses, años y hasta siglos; éste es el caso del grito que dio el cura Miguel Hidalgo y Costilla en el pueblo de Dolores el 16 de septiembre de 1810. En su tiempo, los realistas consideran el hecho una infamilla inspirada por el demonio y la Iglesia excomulga a los insurgentes; por su parte, algunos pueblos festejan el “grito libertador” aun antes de que se consume la Independencia en 1821.
Quien es dueño del presente puede imponer su visión del pasado y quien tiene una visión del pasado puede luchar por el presente y futuro; esto es aún más claro en los momentos históricos decisivos, cuando la sociedad discute proyectos políticos que definen su futuro. En los primeros años del México independiente, los grupos liberal y conservador luchan por el poder y, a pesar de que el país apenas cuenta con unos años de vida, el ideólogo conservador Lucas Alamán, y los intelectuales liberales, José María Luis Mora y Lorenzo de Zavala, escriben miles y miles de páginas sobre la historia de México. En las primeras décadas del siglo XIX, el movimiento de Hidalgo está en el centro del debate que divide a liberales y conservadores; para los liberales, Hidalgo es el Padre de la Patria y el movimiento insurgente está en el origen de la nación mexicana, mientras que para los conservadores el Padre de la Patria es Iturbide y el cura de Dolores un irresponsable que alebrestó a un populacho violento y atrasado.
Es de sobra sabido que los vencedores son quienes escriben la historia y es un hecho que todo Estado o grupo en el poder necesita imponer su visón de la historia para legitimarse. En todas las naciones, la historia oficial tiende a simplificar los acontecimientos; suele olvidar próceres, eventos, datos y hechos importantes y relega a un segundo plano la complejidad de los acontecimientos. México no es la excepción. Después del triunfo definitivo sobre los conservadores, los historiadores liberales construyen una visión de la Guerra de Independencia en la que los insurgentes son héroes perfectos, patriotas visionarios que se propusieron, desde un principio, liberar a sus coterráneos del yugo del Imperio español y construir una nación independiente y soberana. Durante décadas, la historia oficial impone una visión de la Independencia que está llena de mitos, de leyendas épicas, de fantasías patrióticas, y que se toma grandes licencias poéticas y literarias. La realidad histórica es, por supuesto, mucho más complicada: los insurgentes dudan, se equivocan, incurren en torpezas y traiciones, cometen atrocidades, toman decisiones inexplicables y la concepción y el nacimiento de México como nación independiente es un proceso complejo y accidentado, como lo demuestra Luis Villoro en su clásico libro El proceso ideológico de la Revolución de Independencia.
A pesar de que el movimiento insurgente ha sido profusamente estudiado, el debate sobre la bola de Hidalgo aún no termina. A fines del siglo XXX y principios del XXI, algunos católicos ultraconservadores (notablemente los miembros de El Yunque) sostienen, aunque con precariedad argumental, la tesis de que la Colonia es el periodo de mayor esplendor que se ha vivido en estas tierras americanas y hacen todo por reinstaurar “el reino de Dios en la tierra”. Para este sector, Hidalgo sigue siendo un mal cura que mereció la excomunión; su movimiento social, una revuelta tan sangrienta como innecesaria, y el verdadero Padre de la Patria es el emperador Agustín de Iturbide (de hecho, a principios del siglo XXI, un alcalde panista, para celebrar el grito, cuelga en la plaza pública la imagen de Iturbide al lado de las de Allende, Hidalgo y Morelos). Por su lado, ciertos historiadores identificados con la ideología empresarial sostienen una curiosa visión de la historia nacional según la cual el país evoluciona gracias al impulso de la clase emprendedora y las élites iluminadas, a pesar de los múltiples obstáculos y estallidos históricos sociales absurdos, como la Revolución Mexicana y la Guerra de Independencia. Este sector se identifica con la visión de que Hidalgo es un caudillo idealista –uno de los tantos que, con sus acciones y su personalidad, marcaron el siglo XIX mexicano– que provocó un conflicto innecesario. En Siglo de caudillos, Enrique Krauze sostiene que el grito de Hidalgo es también “un llamado justificatorio a la crueldad, un llamado de intolerancia, de irracionalidad en la historia mexicana”, y lamenta que Hidalgo no haya “convocado a un pacto encabezado por los criollos que, casi sin excepción, anhelaban la independencia”. Esta lógica está muy ligazda a la idea que tiene la oligarquía mexicana del siglo XXI de que el pueblo mexicano es tan atrasado que ni siquiera se le puede confiar su propia historia porque comete atrocidades. La idea de que la historia es pura negociación entre las élites tiene un remate lógico: en la cumbre, el consejo de administración, en la base la mayoría que, por serlo,
Nunca tiene cabida ni física, ni política, ni histórica en los espacios de la sociedad respetable. A eso se le llama deshacerse de la nación para que los pocos que queden y quepan no tengan problemas ni de espacio ni de olfato ni de discusión.
A pesar de que es imposible encontrar la objetividad incuestionable, en la disciplina de la historia la búsqueda de la verdad es fundamental y para ello es necesario recopilar hechos y entender las lógicas internas de los procesos sociales. En contra de las visiones ultraconservadoras, yo dudo que la Nueva España haya sido la época de oro de estas tierras, y, contra la tesis históricas proempresariales de la historia; creo que la actuación de las élites novohispanas y mexicanas no siempre ha sido benéfica para la sociedad, que su afán de mantener sus enormes privilegios está en el origen de graves injusticias y diversos estallidos sociales y que los pueblos juegan un papel importante en los procesos sociales.
Más allá de la mitología liberal oficial y de las visiones conservadoras y empresariales, la bola de Hidalgo merece ser estudiada como un movimiento social fundacional que tiene su origen en quejas y aspiraciones legítimas, que impulsa cambios importantes en la sociedad, que expresa el sentir de un sector importante de la población y que vaz evolucionando con el tiempo. Los movimientos sociales del México del siglo XXI pueden aprender mucho de los aciertos y errores de la gesta insurgente.
Para hacer una reconstrucción histórica apegada a la realidad es importante recrear los ambientes y el universo estético de la época. Nadie plasma las visiones, las aspiraciones, la realidad y los ideales de un periodo como los artistas de su tiempo. Los grabados, alegorías, dibujos, óleos, retratos en cerca que fueron hechos en la década de 1810 (o unos años después, cuando aún estaba vivo aquel mundo) y la gráfica patriótica liberal son documentos que tienen un valor gráfico e histórico enorme y nos permiten meternos de lleno en el paisaje social y el imaginario visual del momento. Por ello, para hacer esta historieta de la historia, he utilizado imágenes de grabadores anónimos, artistas viajeros y demás creadores de la Nueva España y el México del siglo XIX.
Cualquier parecido de esta historieta con los sucesos políticos mexicanos del siglo XXI es mera coincidencia… o, tal vez, producto de la persistencia histórica.
El humorista español Enrique Jardiel Poncela afirmó que “historia es, desde luego, exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es exactamente lo que sucedió”. El humorista tiene razón. Aunque tratan de tenerlo siempre presente, los historiadores suelen olvidar que toda visión de la historia –incluida la suya– está marcada por conceptos ideológicos, prejuicios sociales, teorías de moda y necesidades políticas de su tiempo, lo que implica, invariablemente, errores, distorsiones y el olvido de temas y zonas históricas. Creo que escribir La Historia es tarea imposible (nadie es dueño de la objetividad), por lo que me he propuesto algo mucho más modesto: hacer una historia de la historia.
El debate por la historia es parte del debate político. Es piezas clave en la lucha por el poder y en la formación de la memoria colectiva. Hay fechas, eventos y movimientos que desatan pasiones, fracturan familias, dividen a la sociedad y se discuten durante meses, años y hasta siglos; éste es el caso del grito que dio el cura Miguel Hidalgo y Costilla en el pueblo de Dolores el 16 de septiembre de 1810. En su tiempo, los realistas consideran el hecho una infamilla inspirada por el demonio y la Iglesia excomulga a los insurgentes; por su parte, algunos pueblos festejan el “grito libertador” aun antes de que se consume la Independencia en 1821.
Quien es dueño del presente puede imponer su visión del pasado y quien tiene una visión del pasado puede luchar por el presente y futuro; esto es aún más claro en los momentos históricos decisivos, cuando la sociedad discute proyectos políticos que definen su futuro. En los primeros años del México independiente, los grupos liberal y conservador luchan por el poder y, a pesar de que el país apenas cuenta con unos años de vida, el ideólogo conservador Lucas Alamán, y los intelectuales liberales, José María Luis Mora y Lorenzo de Zavala, escriben miles y miles de páginas sobre la historia de México. En las primeras décadas del siglo XIX, el movimiento de Hidalgo está en el centro del debate que divide a liberales y conservadores; para los liberales, Hidalgo es el Padre de la Patria y el movimiento insurgente está en el origen de la nación mexicana, mientras que para los conservadores el Padre de la Patria es Iturbide y el cura de Dolores un irresponsable que alebrestó a un populacho violento y atrasado.
Es de sobra sabido que los vencedores son quienes escriben la historia y es un hecho que todo Estado o grupo en el poder necesita imponer su visón de la historia para legitimarse. En todas las naciones, la historia oficial tiende a simplificar los acontecimientos; suele olvidar próceres, eventos, datos y hechos importantes y relega a un segundo plano la complejidad de los acontecimientos. México no es la excepción. Después del triunfo definitivo sobre los conservadores, los historiadores liberales construyen una visión de la Guerra de Independencia en la que los insurgentes son héroes perfectos, patriotas visionarios que se propusieron, desde un principio, liberar a sus coterráneos del yugo del Imperio español y construir una nación independiente y soberana. Durante décadas, la historia oficial impone una visión de la Independencia que está llena de mitos, de leyendas épicas, de fantasías patrióticas, y que se toma grandes licencias poéticas y literarias. La realidad histórica es, por supuesto, mucho más complicada: los insurgentes dudan, se equivocan, incurren en torpezas y traiciones, cometen atrocidades, toman decisiones inexplicables y la concepción y el nacimiento de México como nación independiente es un proceso complejo y accidentado, como lo demuestra Luis Villoro en su clásico libro El proceso ideológico de la Revolución de Independencia.
A pesar de que el movimiento insurgente ha sido profusamente estudiado, el debate sobre la bola de Hidalgo aún no termina. A fines del siglo XXX y principios del XXI, algunos católicos ultraconservadores (notablemente los miembros de El Yunque) sostienen, aunque con precariedad argumental, la tesis de que la Colonia es el periodo de mayor esplendor que se ha vivido en estas tierras americanas y hacen todo por reinstaurar “el reino de Dios en la tierra”. Para este sector, Hidalgo sigue siendo un mal cura que mereció la excomunión; su movimiento social, una revuelta tan sangrienta como innecesaria, y el verdadero Padre de la Patria es el emperador Agustín de Iturbide (de hecho, a principios del siglo XXI, un alcalde panista, para celebrar el grito, cuelga en la plaza pública la imagen de Iturbide al lado de las de Allende, Hidalgo y Morelos). Por su lado, ciertos historiadores identificados con la ideología empresarial sostienen una curiosa visión de la historia nacional según la cual el país evoluciona gracias al impulso de la clase emprendedora y las élites iluminadas, a pesar de los múltiples obstáculos y estallidos históricos sociales absurdos, como la Revolución Mexicana y la Guerra de Independencia. Este sector se identifica con la visión de que Hidalgo es un caudillo idealista –uno de los tantos que, con sus acciones y su personalidad, marcaron el siglo XIX mexicano– que provocó un conflicto innecesario. En Siglo de caudillos, Enrique Krauze sostiene que el grito de Hidalgo es también “un llamado justificatorio a la crueldad, un llamado de intolerancia, de irracionalidad en la historia mexicana”, y lamenta que Hidalgo no haya “convocado a un pacto encabezado por los criollos que, casi sin excepción, anhelaban la independencia”. Esta lógica está muy ligazda a la idea que tiene la oligarquía mexicana del siglo XXI de que el pueblo mexicano es tan atrasado que ni siquiera se le puede confiar su propia historia porque comete atrocidades. La idea de que la historia es pura negociación entre las élites tiene un remate lógico: en la cumbre, el consejo de administración, en la base la mayoría que, por serlo,
Nunca tiene cabida ni física, ni política, ni histórica en los espacios de la sociedad respetable. A eso se le llama deshacerse de la nación para que los pocos que queden y quepan no tengan problemas ni de espacio ni de olfato ni de discusión.
A pesar de que es imposible encontrar la objetividad incuestionable, en la disciplina de la historia la búsqueda de la verdad es fundamental y para ello es necesario recopilar hechos y entender las lógicas internas de los procesos sociales. En contra de las visiones ultraconservadoras, yo dudo que la Nueva España haya sido la época de oro de estas tierras, y, contra la tesis históricas proempresariales de la historia; creo que la actuación de las élites novohispanas y mexicanas no siempre ha sido benéfica para la sociedad, que su afán de mantener sus enormes privilegios está en el origen de graves injusticias y diversos estallidos sociales y que los pueblos juegan un papel importante en los procesos sociales.
Más allá de la mitología liberal oficial y de las visiones conservadoras y empresariales, la bola de Hidalgo merece ser estudiada como un movimiento social fundacional que tiene su origen en quejas y aspiraciones legítimas, que impulsa cambios importantes en la sociedad, que expresa el sentir de un sector importante de la población y que vaz evolucionando con el tiempo. Los movimientos sociales del México del siglo XXI pueden aprender mucho de los aciertos y errores de la gesta insurgente.
Para hacer una reconstrucción histórica apegada a la realidad es importante recrear los ambientes y el universo estético de la época. Nadie plasma las visiones, las aspiraciones, la realidad y los ideales de un periodo como los artistas de su tiempo. Los grabados, alegorías, dibujos, óleos, retratos en cerca que fueron hechos en la década de 1810 (o unos años después, cuando aún estaba vivo aquel mundo) y la gráfica patriótica liberal son documentos que tienen un valor gráfico e histórico enorme y nos permiten meternos de lleno en el paisaje social y el imaginario visual del momento. Por ello, para hacer esta historieta de la historia, he utilizado imágenes de grabadores anónimos, artistas viajeros y demás creadores de la Nueva España y el México del siglo XIX.
Cualquier parecido de esta historieta con los sucesos políticos mexicanos del siglo XXI es mera coincidencia… o, tal vez, producto de la persistencia histórica.
LIBROS DE Enrique Jardiel Poncela
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