Al cierre de su primera jornada de 2008, la Bolsa Mexicana de Valores (BMV) registró una descenso de 2.84 por ciento en su principal indicador, el Índice de Precios y Cotizaciones (IPC). Esto sucedió tras la divulgación de cifras desalentadoras para la economía de Estados Unidos, principalmente con respecto a la debilidad de su sector manufacturero –debido, en buena medida, al endurecimiento en las condiciones para otorgar créditos a raíz de la crisis inmobiliaria de ese país–, lo que ha reforzado los temores por una recesión de magnitudes impredecibles en la principal economía del mundo.
De suyo, la caída en la BMV no es escandalosa si se toma en cuenta que en algunas jornadas del año pasado el IPC registró variaciones a la baja superiores a 3 por ciento e inclusive cercanas a 6 por ciento. Sin embargo, lo que resulta sobresaliente y alarmante es que el mercado bursátil de nuestro país arranque el año con una pérdida significativa, y que esto se haya derivado de un anuncio referente a una economía extranjera.
El evento constituye un indicador más de la dependencia económica de México con respecto de Estados Unidos. Nuestro país realiza cerca de 90 por ciento de su comercio exterior con la nación vecina del norte, y más de la mitad de la inversión extranjera directa es constituida por capital estadunidense. Las principales empresas nacionales cotizan en la bolsa de Nueva York, por lo que no es extraño que el comportamiento del mercado bursátil de ese país acabe por afectar, por extensión, al mexicano. Por otra parte, México lleva ya más de dos décadas sin desarrollar un programa propio y viable en materia de desarrollo y crecimiento: los gobiernos neoliberales se han limitado a seguir las políticas económicas de Estados Unidos, y es en esa nación desde donde, en realidad, se define el comportamiento de la economía mexicana.
Esta situación de dependencia ha impactado ya en forma negativa al mercado financiero de nuestra nación. Según un informe que la firma financiera Merrill Lynch dio a conocer en diciembre, del conjunto de las economías emergentes sólo México y Taiwán registraron pérdidas –de 100 millones de dólares cada uno– en las inversiones a sus respectivos mercados financieros, lo que inclusive les valió el mote de “patitos feos” a ambas naciones, por resultar poco atractivas para los mercados bursátiles en comparación con el resto de los llamados países en desarrollo. Ello da cuenta de que, ante los inversionistas extranjeros, el hecho de que México dependa tanto en términos económicos de Estados Unidos resulta poco atractivo, sobre todo en un contexto de riesgo por una crisis en la nación vecina.
En conjunto, los elementos mencionados dan cuenta de la vulnerabilidad en que se encuentra la economía de nuestro país; sin embargo, el gobierno de Felipe Calderón los ha desatendido y minimizado de manera recurrente, no obstante las diversas voces que, incluso en el interior de su propio gabinete, han advertido sobre los riesgos que implican. La actitud gobernante frente a lo que debiera ser considerado como una situación de riesgo nacional, pone de manifiesto, a su vez, una falta inaceptable de sentido económico.
No deja de ser paradójico que, con la caída en el IPC, los afectados en primera instancia sean los propietarios de las grandes empresas mexicanas, un círculo tradicionalmente cercano al partido en el poder. Así sea para proteger sus intereses, es urgente que el gobierno comience a atender estos signos y reconozca que un arranque negativo en el mercado bursátil es muestra de una desastrosa perspectiva económica nacional. Por el bien del país, más vale que sea verdad, y no un mero gesto retórico, la aseveración hecha por el titular del Ejecutivo federal hace unos meses, en el sentido de que, en materia económica, “México apostará por sí mismo”.
De suyo, la caída en la BMV no es escandalosa si se toma en cuenta que en algunas jornadas del año pasado el IPC registró variaciones a la baja superiores a 3 por ciento e inclusive cercanas a 6 por ciento. Sin embargo, lo que resulta sobresaliente y alarmante es que el mercado bursátil de nuestro país arranque el año con una pérdida significativa, y que esto se haya derivado de un anuncio referente a una economía extranjera.
El evento constituye un indicador más de la dependencia económica de México con respecto de Estados Unidos. Nuestro país realiza cerca de 90 por ciento de su comercio exterior con la nación vecina del norte, y más de la mitad de la inversión extranjera directa es constituida por capital estadunidense. Las principales empresas nacionales cotizan en la bolsa de Nueva York, por lo que no es extraño que el comportamiento del mercado bursátil de ese país acabe por afectar, por extensión, al mexicano. Por otra parte, México lleva ya más de dos décadas sin desarrollar un programa propio y viable en materia de desarrollo y crecimiento: los gobiernos neoliberales se han limitado a seguir las políticas económicas de Estados Unidos, y es en esa nación desde donde, en realidad, se define el comportamiento de la economía mexicana.
Esta situación de dependencia ha impactado ya en forma negativa al mercado financiero de nuestra nación. Según un informe que la firma financiera Merrill Lynch dio a conocer en diciembre, del conjunto de las economías emergentes sólo México y Taiwán registraron pérdidas –de 100 millones de dólares cada uno– en las inversiones a sus respectivos mercados financieros, lo que inclusive les valió el mote de “patitos feos” a ambas naciones, por resultar poco atractivas para los mercados bursátiles en comparación con el resto de los llamados países en desarrollo. Ello da cuenta de que, ante los inversionistas extranjeros, el hecho de que México dependa tanto en términos económicos de Estados Unidos resulta poco atractivo, sobre todo en un contexto de riesgo por una crisis en la nación vecina.
En conjunto, los elementos mencionados dan cuenta de la vulnerabilidad en que se encuentra la economía de nuestro país; sin embargo, el gobierno de Felipe Calderón los ha desatendido y minimizado de manera recurrente, no obstante las diversas voces que, incluso en el interior de su propio gabinete, han advertido sobre los riesgos que implican. La actitud gobernante frente a lo que debiera ser considerado como una situación de riesgo nacional, pone de manifiesto, a su vez, una falta inaceptable de sentido económico.
No deja de ser paradójico que, con la caída en el IPC, los afectados en primera instancia sean los propietarios de las grandes empresas mexicanas, un círculo tradicionalmente cercano al partido en el poder. Así sea para proteger sus intereses, es urgente que el gobierno comience a atender estos signos y reconozca que un arranque negativo en el mercado bursátil es muestra de una desastrosa perspectiva económica nacional. Por el bien del país, más vale que sea verdad, y no un mero gesto retórico, la aseveración hecha por el titular del Ejecutivo federal hace unos meses, en el sentido de que, en materia económica, “México apostará por sí mismo”.
Kikka Roja