Regalo de derechas, lamentables ausencias (I DE II) Jorge Moch tumbaburros@yahoo.com México no es un país socialmente maduro ni propiamente democrático. Es más bien una especie de experimento, a ver si logramos aparecer como demócratas, pero manteniendo prebendas injustas, los infamantes privilegios previos al presunto orden republicano. Alguien dijo que para conocer la naturaleza de una sociedad basta ver cómo se trata en su seno a los animales, qué tanto se preocupa la población de mantener limpios sus recursos naturales y en qué estado están sus universidades. Habrá que agregar un parámetro infalible: cómo operan sus medios masivos de comunicación. En México por lo general operan por consigna. Salvo escasas excepciones que preservan la dignidad del oficio, los medios mexicanos siempre se han plegado a los intereses del poder: corpúsculos mafiosos cercanos a la presidencia en turno, organismos cupulares a menudo corruptos y voraces de banqueros, comerciantes y empresarios, y desde luego allí el clero católico siempre amigo del poder y del dinero. Si un medio, en cualquier época, se ha atrevido a ejercer mirada y opinión críticas sobre esos sectores minoritarios, ése ha sido un medio aislado, asediado y perseguido. O, en cambio, cómplice. El sistema político mexicano, esos caciquillos de ocasión que suelen ser nuestros politicastros y ese clero fresa, esos golosos señorones dueños de todo, se han servido de esos medios lambiscones que con demasiada facilidad renuncian a la naturaleza esencial de su presunto origen y prefieren convertirse en alecuijes propagandísticos con los que se uniforman las verdades oficiales, para moldear y homogeneizar a la opinión pública de modo que verdad sea sólo una: la de ellos . Allí tenemos ahora otra infeliz ausencia en los medios que sin duda hace felices a esos retardatarios sectores. A un sistema social cimentado en oprobio y mentira no le conviene que haya en los medios voces que se atreven a rascar la débil costra de las apariencias para exhibir una realidad que apesta a podrido. Terrible resulta la mal disimulada expulsión de Carmen Aristegui de las filas de w Radio por ser prácticamente la única voz con cobertura nacional que se atrevió a denunciar las porquerías y delitos de clérigos pederastas y sus encubridores, o las corruptelas de políticos de “alto” nivel y sus compinches empresarios. Carmen es una de las más sensibles bajas en ese pequeño ejército de periodistas y comunicadores valientes, acallados, reprimidos que tanta vergüenza debe causarnos como sociedad. Allí los silenciados, los puestos a un lado para que siga el circo de loas imbéciles y divertimentos perversos. Hace poco conocí a Juan Ignacio Zavala, cuñado de Felipe Calderón y desde hace poco encargado de los intereses en México del grupo empresarial español prisa , uno de los dueños (el otro es, claro, Televisa) de w Radio. Zavala adquirió cierta notoriedad por los pleitazos que tuvo con Federico Arreola, por entonces todavía vicepresidente del grupo Multimedios Estrellas de Oro, precisamente en el espacio radiofónico de Aristegui durante el proceso electoral reciente. Bromeé con él al respecto cuando me lo presentaron y le dije: sí, yo sé quién eres: el villano de la tele. Luego le reclamé en broma, pero con ácidas, inevitables intenciones, que me debía un dinero por todos los remedios contra la gastritis y la úlcera que me causaron sus argumentos y provocaciones en las acaloradas discusiones con Federico. Contrario a lo que pensaba antes de conocerlo en persona, y al margen del insalvable abismo ideológico y de conciencia social que nos separa, Zavala me resultó un tipo simpático, pero finalmente vocero de derechas y por ello perfectamente capaz de cualquier trapacería (como defender el fraude electoral de su cuñadito). ¿Por qué casi coincide su llegada a prisa con la salida de Carmen?, ¿aducir “diferencias editoriales” significa que la verdad resulta indeseable?, ¿seguirá colaborando con sus estupendas investigaciones, por ejemplo, Sanjuana Martínez, acérrima indagadora de los hediondos vericuetos del clero mexicano?, ¿es la salida de Carmen una venganza barata porque en sus espacios noticiosos ella, a diferencia de casi todos los demás, sí dio voz de calidad a la disidencia y a la verdadera oposición? Por lo pronto estoy seguro de que w Radio ha perdido a buena parte de su audiencia matutina y merecido lo tiene. Carmen habrá de volver a los medios en otro lado, y obrará de nuevo su magia, y convertirá cualquier espacio radiofónico en uno de los de mayor audiencia. Muchos ya la estamos esperando. Lamentables ausencias (II Y ÚLTIMA) El reciente fallecimiento de María Victoria Llamas concita una como nostalgia porque simboliza también la desaparición de una época, una decencia en los medios masivos que cada vez es menos porque se volvieron impúdico territorio de cortesana lisonjería y de colusión descarada con quienes se han solazado en esquilmar este país. La suya se suma a otras ausencias lamentables, ya por las impepinables razones de la muerte o por “diferencias editoriales” que son mal disimuladas, infamantes despidos que satisfechos dejan a esos poderosos a los que comentarios e indagaciones de los periodistas rasguñan y que esta columna no se cansa de ponderar, de invocar, de rezar como letanía triste: Ricardo Garibay, Jorge Saldaña, Alejandro Aura, Javier Solórzano, Carmen Aristegui, Ricardo Rocha, Ilana Sod, Pilar Álvarez Lazo, el espacio noticioso de Ciro Gómez Leyva en Canal 40 y muchos otros, para que en su lugar permanezcan, salvo cada vez más escasas excepciones, correveidiles, bufones y voceros del reyezuelo que hacen de la televisión mexicana un puro pasar vergüenzas ajenas. Foto: archivo La Jornada Decir María Victoria Llamas es decir recuerdos de adolescencia, fechorías estúpidas, pleitos de secundaria, primeros amores y cigarros. La indiferencia de mi generación, la remota selva política, la ignorancia sobre la guerra sucia, la ineptitud presidencial y financiera como un sino oscuro y nacional que no nos iba a soltar y no nos suelta todavía el patrio pescuezo una treintena de años después. La vaga noción del latrocinio con escándalos que rebasaron los candados del silencio oficial, como la Bahía de Banderas de Camarena o las presuntas trapacerías del sindicato petrolero de entonces, la Quina imbatible, Barragán, Díaz Serrano: desuellos que palidecerían ahora ante Colosio asesinado, el RENAVE o el IPAB, los trasiegos PEMEX-PRI, los Amigos de Fox, Acteal, la venta de Banamex o las aventuras del gobernador de Puebla y sus compinches textileros. Pero aquellos eran asuntos ajenos, cosas que solíamos pasar por alto mientras se podía disfrutar de una televisión menos bruja corporativa, menos especializada –aunque ya en el camino hacia la perfección vocacional, ya ensayando fórmulas zafias– en la pura estupidez del entretenimiento o la vesania de torcerle el rabo a la realidad con todo y que esos medios, los de antes de la presunta apertura del salinato, vivían en una complicidad forzosa con la versión oficial. La represión y la censura hacían de cualquier periodista genuino un consecuente mártir. La presencia de María Victoria Llamas en la televisión, como la de otros pocos conductores o comentaristas, era contrapeso tenue, pero real, al veneno que ya inundaba el ideario colectivo mexicano: Televisa tenía a Raúl Velasco colmando de mierda la cultura popular. Ella, María Victoria, desfiló por los principales medios anteponiendo un discurso culto, una especie de rescate, un desdoro de las nuevas viejas formas. Claro que no la iban a aguantar mucho tiempo. Se fue de Imevisión cuando la devoró la monarquía salinista con dinero sucio de incertidumbres y tufo a nepotismo. Se fue de Televisa cuando a la refractaria mojigatería que campea por sus pasillos, donde suelen abundar expertos en morigeración y doble moral, resultaba incómodo su discurso descarnado sobre la entonces incipiente pandemia del sida. Fue precursora, sin embargo, de Diálogos en confianza, programa dedicado a esos y otros temas indispensables en los medios y que todavía transmite Canal Once. Qué bueno que también era gente de la radio, porque allí María Victoria pudo articular más o menos libremente su discurso divulgador y decir lo que pensaba, lanzarse valientemente a la defensa de género y en pro de la educación de la mujer mexicana, para erradicar en esta sociedad falocrática e intolerante el machismo pendejo y trasnochado en que tienen raigambre buena parte de nuestras taras ancestrales y mitos atávicos. Pero le ganó la vida. Se le acabó el tiempo. No importa. Quedaron grabadas, en muchas cabezas y en muchas horas de video y de radio sus esfuerzos, su trayectoria con baches y cimas, su tenacidad puesta a prueba cada que se le presentaron obstáculos en el camino, su vida convertida ahora en ejemplo, se espera, para venideras generaciones de mujeres y hombres que decidan que ser periodista en la televisión mexicana es todavía un oficio no solamente digno, sino depositario de una ineludible responsabilidad con nuestro pasado y nuestro futuro, que no con el poder y sus arrulladores pelotilleros de siempre. |
Kikka Roja