Petróleo: el debate incómodo
En una declaración que ha generado deslindes hasta en las filas de su propio partido, el titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón Hinojosa, dijo ayer en Madrid que carece de profundidad el foro organizado por el Senado de la República para analizar la iniciativa privatizadora de la industria petrolera, presentada hace poco más de dos meses por Los Pinos. Arropado por los intereses empresariales peninsulares, prestos a beneficiarse a su vez con las pretendidas reformas legales, Calderón afirmó, además, que no se han abordado en el debate los asuntos técnicos; se quejó de que “se han discutido cosas ideológicas, cosas históricas” en lugar de “cuestiones técnicas”, de que han quedado fuera del debate los “elementos centrales de mi propuesta” y de cómo ésta “sí aumenta la producción de petróleo, sí aumenta la producción de gas, de gasolina, las reservas y la rentabilidad de Pemex para los mexicanos”.
Este discurso descalifica a quienes han participado en el foro senatorial –incluidos los defensores de su proyecto de reformas legales–, a quienes lo organizaron y, lo más lamentable, al propio Senado de la República, la institución que convocó y que modula el debate en curso. Por añadidura, las palabras de Calderón ponen de manifiesto una percepción sesgada –y marcadamente ideológica, ésa sí– o bien desinformada, de lo que ha venido ocurriendo en la casona de Xicoténcatl en semanas recientes, porque en las sesiones del debate se ha realizado un análisis exhaustivo no sólo de la iniciativa presidencial que pretende transferir a particulares filones enteros de la industria petrolera mexicana, sino también una revisión política, histórica, económica, financiera, tecnológica y legal de los hidrocarburos nacionales y de las labores de prospección, extracción, comercialización y administración relacionadas. En suma, el debate en el Senado no sólo ha ido a fondo en el tema estricto de la propuesta calderonista, sino también ha abordado en profundidad la circunstancia actual de Pemex y sus perspectivas posibles, tanto por los partidarios de la privatización propuesta como por sus detractores. Varios exponentes cuestionaron las premisas mismas en que se basa, de manera explícita o por omisión, la iniciativa calderonista. En particular, se critica el pobrísimo y errado “diagnóstico” que sobre la paraestatal efectuó la actual administración, se ha señalado que la propuesta no plantea nada específico para corregir y erradicar fenómenos que empobrecen y asfixian a Pemex –el saqueo fiscal, la intolerable corrupción en la empresa y en el gobierno federal, así como el exasperante dispendio de recursos que caracteriza al estilo panista de administrar– y se ha dicho que el desafío del país, en la hora presente, no consiste en mantener o incrementar la producción de crudo, sino, por el contrario, en reducirla, a fin de preservar parte de ese recurso no renovable para usufructo de las generaciones futuras.
Al contrario de lo que sostiene Calderón Hinojosa, los debates en Xicoténcatl han alcanzado tal profundidad que han permitido a la opinión pública asomarse, desde el análisis del manejo oficial del petróleo, a las miserias e inconsecuencias de la política económica vigente, caracterizada por su extremado pragmatismo –extraer todo el crudo que sea posible y venderlo lo más rápido que se pueda–, por su irrefrenable tendencia privatizadora –de la refinación, de los oleoductos y de los trabajos de perforación y extracción–, por su vocación depredadora de los recursos naturales y por su tendencia a favorecer a los capitales foráneos en detrimento de los imperativos del desarrollo nacional.
Por lo que puede verse, Calderón desearía que su iniciativa dispusiera de un respaldo universal y unánime y que el debate alrededor de ella se limitara a precisar y afinar detalles de la transferencia de la industria petrolera del país a empresas privadas de México y, sobre todo, del extranjero. Sin embargo, en los foros convocados por el Senado de la República se ha manifestado lo contrario, es decir, la falta de consensos en torno a la política petrolera que debe adoptar el país y la gran división que este tema provoca en la sociedad mexicana. También se pone en evidencia que el rescate y la modernización de Pemex requieren –más que de capitales privados– de probidad, de austeridad y de transparencia en las oficinas públicas, de democracia sindical, de un mínimo sentido de justicia social para fijar las políticas fiscales, y de sentido nacional y de visión de futuro. No cabe extrañarse, en consecuencia, de que los ejercicios de reflexión que tienen lugar en Xicoténcatl resulten profundamente incómodos para el Ejecutivo federal.
Este discurso descalifica a quienes han participado en el foro senatorial –incluidos los defensores de su proyecto de reformas legales–, a quienes lo organizaron y, lo más lamentable, al propio Senado de la República, la institución que convocó y que modula el debate en curso. Por añadidura, las palabras de Calderón ponen de manifiesto una percepción sesgada –y marcadamente ideológica, ésa sí– o bien desinformada, de lo que ha venido ocurriendo en la casona de Xicoténcatl en semanas recientes, porque en las sesiones del debate se ha realizado un análisis exhaustivo no sólo de la iniciativa presidencial que pretende transferir a particulares filones enteros de la industria petrolera mexicana, sino también una revisión política, histórica, económica, financiera, tecnológica y legal de los hidrocarburos nacionales y de las labores de prospección, extracción, comercialización y administración relacionadas. En suma, el debate en el Senado no sólo ha ido a fondo en el tema estricto de la propuesta calderonista, sino también ha abordado en profundidad la circunstancia actual de Pemex y sus perspectivas posibles, tanto por los partidarios de la privatización propuesta como por sus detractores. Varios exponentes cuestionaron las premisas mismas en que se basa, de manera explícita o por omisión, la iniciativa calderonista. En particular, se critica el pobrísimo y errado “diagnóstico” que sobre la paraestatal efectuó la actual administración, se ha señalado que la propuesta no plantea nada específico para corregir y erradicar fenómenos que empobrecen y asfixian a Pemex –el saqueo fiscal, la intolerable corrupción en la empresa y en el gobierno federal, así como el exasperante dispendio de recursos que caracteriza al estilo panista de administrar– y se ha dicho que el desafío del país, en la hora presente, no consiste en mantener o incrementar la producción de crudo, sino, por el contrario, en reducirla, a fin de preservar parte de ese recurso no renovable para usufructo de las generaciones futuras.
Al contrario de lo que sostiene Calderón Hinojosa, los debates en Xicoténcatl han alcanzado tal profundidad que han permitido a la opinión pública asomarse, desde el análisis del manejo oficial del petróleo, a las miserias e inconsecuencias de la política económica vigente, caracterizada por su extremado pragmatismo –extraer todo el crudo que sea posible y venderlo lo más rápido que se pueda–, por su irrefrenable tendencia privatizadora –de la refinación, de los oleoductos y de los trabajos de perforación y extracción–, por su vocación depredadora de los recursos naturales y por su tendencia a favorecer a los capitales foráneos en detrimento de los imperativos del desarrollo nacional.
Por lo que puede verse, Calderón desearía que su iniciativa dispusiera de un respaldo universal y unánime y que el debate alrededor de ella se limitara a precisar y afinar detalles de la transferencia de la industria petrolera del país a empresas privadas de México y, sobre todo, del extranjero. Sin embargo, en los foros convocados por el Senado de la República se ha manifestado lo contrario, es decir, la falta de consensos en torno a la política petrolera que debe adoptar el país y la gran división que este tema provoca en la sociedad mexicana. También se pone en evidencia que el rescate y la modernización de Pemex requieren –más que de capitales privados– de probidad, de austeridad y de transparencia en las oficinas públicas, de democracia sindical, de un mínimo sentido de justicia social para fijar las políticas fiscales, y de sentido nacional y de visión de futuro. No cabe extrañarse, en consecuencia, de que los ejercicios de reflexión que tienen lugar en Xicoténcatl resulten profundamente incómodos para el Ejecutivo federal.
En el debate no se han rebatido temas centrales de mi propuesta: Calderón
Claudia Herrera Beltrán y Armando G. Tejeda (Enviada y corresponsal)
Madrid, 12 de junio. Para el presidente Felipe Calderón, el debate que se realiza desde hace un mes en el Senado de la República sobre la reforma de Petróleos Mexicanos (Pemex), si bien ha sido “enormemente benéfico” para el país, también ha implicado discusiones ideológicas e históricas en las que ni siquiera se ha rebatido el aspecto central de su propuesta
La integración, fundamental para el desarrollo de la petroquímica: expertos
Enrique Méndez y Roberto Garduño
En el debate del décimo foro sobre la reforma energética, expertos y empresarios resaltaron que la cadena de la industria petroquímica no puede continuar rota, mientras, en una postura que mereció amplio aplauso y provocó sorpresa entre los panistas, el general en retiro y diputado por el PRI Roberto Badillo afirmó, en nombre de su bancada, que los responsables de la caída de Petróleos Mexicanos (Pemex) han sido los ex presidentes de la República, desde Miguel de la Madrid, sus secretarios de Hacienda y de Energía, así como los directores de la paraestatal y los encargados del...
El abandono oficial convirtió la petroquímica en chatarra
Roberto Garduño y Enrique Méndez
La industria petroquímica, uno de los pilares del desarrollo económico en países productores de petróleo, en México se abandonó deliberadamente hasta convertirla en chatarra, manifestó la mayoría de los especialistas que acudieron ayer a la Cámara de Senadores a exponer sus propuestas y críticas al sector.
- En contraste, cita casos de Bolivia y Venezuela, que renacionalizaron el sector energético
- Saxe-Fernández: sin precedente, el afán entreguista del patrimonio de la nación
- El investigador universitario formula una severa crítica al proyecto privatizador de Calderón
El investigador John Saxe-Fernández señaló a Bolivia y Venezuela como ejemplo de dos naciones “posmonroeístas” que, con sus respectivas estrategias de nacionalización de hidrocarburos, han puesto sus recursos naturales al servicio del interés nacional. En sentido contrario, señaló, marcha en México el proyecto energético calderonista, que pone al servicio del interés imperial no sólo el petróleo, sino a todo México.Fue durante su exposición en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, donde se realizó una conferencia sobre energéticos en el contexto del Festival hacia la Construcción de la Patria Grande, en el cual también participaron el embajador de Bolivia, Jorge Mansilla, y el agregado comercial de Venezuela, Juan Carlos Arocha.
El primero había trazado la dimensión histórica del caso boliviano y el saqueo histórico de riquezas naturales que sufrió su país, hoy el más pobre del continente, después de Haití: desde la montaña de plata del Potosí –vaciada por los colonizadores españoles–, el oro robado por los gambusinos brasileños, el cobre y el guano arrebatados por Chile junto con sus costas, y el estaño que Estados Unidos saqueó durante la primera mitad del siglo XX –metal indispensable para las municiones y los aviones que hicieron las dos grandes guerras de la centuria–, hasta el gas que la española Repsol explotaba dejando en el país solo un dólar por cada diez de ganancia durante el gobierno neoliberal de Gonzalo Sánchez de Lozada.De ahí el famoso aforismo de Coco Manto, como algunos llaman afectuosamente a Jorge Mansilla: “El gas es un compuesto de etano, metano y butano que nos quieren quitar zutano, mengano y perengano”. De ahí también que, con la victoria electoral del indio aymara Evo Morales, en 2005, esta historia de cinco siglos diera un vuelco. “Nos empezó a cambiar la suerte –dijo Mansilla– y ahora Brasil y Argentina dejan al año 2 mil 900 millones de dólares anuales en el país”.Pero Bolivia, añadió el embajador, es “mucho más que gas”. El país andino cuenta con uno de los yacimientos de hierro no explotados más grandes el continente, con grandes recursos acuíferos subterráneos y con una enorme veta virgen de urexita, material necesario para la computación y la telefonía celular.
“La pregunta es –concluyó el diplomático–: todos estas riquezas naturales, ¿para qué, para dónde, para quién?”En su turno, el encargado de negocios de Venezuela recordó que su país, junto con México y Colombia, son claves para la estrategia estadunidense que prevé, para satisfacer las necesidades de su reserva estratégica energética, importar dentro de 20 años dos de cada tres barriles de petróleo producidos en el mundo. Pero Venezuela hace ruido en este plan. “Antes de Hugo Chávez, Venezuela vivió su historia de espaldas al Caribe y al Amazonas, mirando sólo hacia el norte. El primer cambio bajo el chavismo fue conectar con la petroamérica y proponer políticas de integración con esas regiones introduciendo relaciones de intercambio distintas a las que dominan en el trato con las empresas trasancionales y con el Norte. Esta integración distinta propone el fortalecimiento regional para mejorar las condiciones de negociación frente a los países industrializados y las corporaciones, y pone énfasis en la lucha contra la exclusión y la pobreza, mientras el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), promovida por Washington, propicia el predominio del comercio como motor de todas las relaciones y abate fronteras para un sistema de supuesto libre comercio que en realidad conduce al monopolio”.
A estas dos visiones –la boliviana y la venezolana– Saxe-Fernández, doctor en estudios latinoamericanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México llamó “posmonroeísmo”, ya que en ambas naciones se han hecho a un lado las recetas del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional para revertir los efectos de las nacionalizaciones petroleras en los países productores.México, en cambio –afirmó–, sigue la hoja de ruta que se trazó en 1995, cuando el entonces presidente Ernesto Zedillo accedió, más como una rendición al término de una guerra que como un convenio entre dos naciones soberanas, a las condiciones que impuso Estados Unidos a cambio del rescate bancario que le concedió Bill Clinton para –gradualmente– desmantelar el control del Estado mexicano sobre Pemex.Saxe-Fernández, quien por décadas ha estudiado e investigado temas de seguridad energética, insistió –como lo ha hecho en otros foros– en subrayar la “gran dimensión histórica” que entraña la propuesta del gobierno de Felipe Calderón para el petróleo mexicano, “una entrega del patrimonio nacional sin precedente”.
Kikka Roja
El primero había trazado la dimensión histórica del caso boliviano y el saqueo histórico de riquezas naturales que sufrió su país, hoy el más pobre del continente, después de Haití: desde la montaña de plata del Potosí –vaciada por los colonizadores españoles–, el oro robado por los gambusinos brasileños, el cobre y el guano arrebatados por Chile junto con sus costas, y el estaño que Estados Unidos saqueó durante la primera mitad del siglo XX –metal indispensable para las municiones y los aviones que hicieron las dos grandes guerras de la centuria–, hasta el gas que la española Repsol explotaba dejando en el país solo un dólar por cada diez de ganancia durante el gobierno neoliberal de Gonzalo Sánchez de Lozada.De ahí el famoso aforismo de Coco Manto, como algunos llaman afectuosamente a Jorge Mansilla: “El gas es un compuesto de etano, metano y butano que nos quieren quitar zutano, mengano y perengano”. De ahí también que, con la victoria electoral del indio aymara Evo Morales, en 2005, esta historia de cinco siglos diera un vuelco. “Nos empezó a cambiar la suerte –dijo Mansilla– y ahora Brasil y Argentina dejan al año 2 mil 900 millones de dólares anuales en el país”.Pero Bolivia, añadió el embajador, es “mucho más que gas”. El país andino cuenta con uno de los yacimientos de hierro no explotados más grandes el continente, con grandes recursos acuíferos subterráneos y con una enorme veta virgen de urexita, material necesario para la computación y la telefonía celular.
“La pregunta es –concluyó el diplomático–: todos estas riquezas naturales, ¿para qué, para dónde, para quién?”En su turno, el encargado de negocios de Venezuela recordó que su país, junto con México y Colombia, son claves para la estrategia estadunidense que prevé, para satisfacer las necesidades de su reserva estratégica energética, importar dentro de 20 años dos de cada tres barriles de petróleo producidos en el mundo. Pero Venezuela hace ruido en este plan. “Antes de Hugo Chávez, Venezuela vivió su historia de espaldas al Caribe y al Amazonas, mirando sólo hacia el norte. El primer cambio bajo el chavismo fue conectar con la petroamérica y proponer políticas de integración con esas regiones introduciendo relaciones de intercambio distintas a las que dominan en el trato con las empresas trasancionales y con el Norte. Esta integración distinta propone el fortalecimiento regional para mejorar las condiciones de negociación frente a los países industrializados y las corporaciones, y pone énfasis en la lucha contra la exclusión y la pobreza, mientras el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), promovida por Washington, propicia el predominio del comercio como motor de todas las relaciones y abate fronteras para un sistema de supuesto libre comercio que en realidad conduce al monopolio”.
A estas dos visiones –la boliviana y la venezolana– Saxe-Fernández, doctor en estudios latinoamericanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México llamó “posmonroeísmo”, ya que en ambas naciones se han hecho a un lado las recetas del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional para revertir los efectos de las nacionalizaciones petroleras en los países productores.México, en cambio –afirmó–, sigue la hoja de ruta que se trazó en 1995, cuando el entonces presidente Ernesto Zedillo accedió, más como una rendición al término de una guerra que como un convenio entre dos naciones soberanas, a las condiciones que impuso Estados Unidos a cambio del rescate bancario que le concedió Bill Clinton para –gradualmente– desmantelar el control del Estado mexicano sobre Pemex.Saxe-Fernández, quien por décadas ha estudiado e investigado temas de seguridad energética, insistió –como lo ha hecho en otros foros– en subrayar la “gran dimensión histórica” que entraña la propuesta del gobierno de Felipe Calderón para el petróleo mexicano, “una entrega del patrimonio nacional sin precedente”.