Después de dos meses de aprobarse el rescate por 700 mil millones de dólares, los principales bancos del país dicen que no pueden determinar con exactitud cómo están invirtiendo el dinero o simplemente se niegan a hablar del tema
Washington, EU Lunes 22 de diciembre de 2008 10:50 Cualquier banco le exige a sus clientes antes de prestarles dinero que les digan en qué será invertido el préstamo, pero eso al parecer no se aplica a los propios bancos de Estados Unidos que recibieron miles de millones de dólares de los contribuyentes norteamericanos como parte de un gigantesco plan de rescate. Los principales bancos del país dicen que no pueden determinar con exactitud cómo están invirtiendo el dinero o simplemente se niegan a hablar del tema.
La banca JPMorgan Chase recibió 25 mil millones de dólares como parte del plan de rescate. He aquí la respuesta de Thomas Kelly, uno de sus voceros: "Parte del dinero lo prestamos. Parte del dinero no lo prestamos. No estamos ofreciendo estimado alguno de cómo lo estamos haciendo. No hemos revelado eso al público. Nos negamos a hacerlo". The Associated Press se puso en contacto con ejecutivos de 21 bancos que recibieron al menos mil millones de dólares en dinero del contribuyente y formuló cuatro preguntas: ¿Cuanto dinero ha sido gastado? ¿En qué se gastó? ¿Cuanto está retenido en cuentas de ahorro? ¿Cual es el plan para el resto? Ninguno de los bancos consultados ofreció respuestas específicas. SunTrust Banks Incorporated, de Atlanta, Georgia, recibió 3 mil 500 millones de dólares en dinero de los contribuyentes.
Esta es la respuesta de Barrly Koling, vocero de la institución: "No estamos proporcionando un seguimiento de dólar por dólar" del préstamo. En algunos casos, los bancos simplemente ignoran dónde fue a parar el dinero. Regions Financial Corporation, una compañía de Birmingham, Alabama, recibió otros 3 mil 500 millones de dólares del plan de rescate. Su vocero, Tim Deighton, dijo que la institución no le está dando seguimiento al dinero. "Nosotros administramos nuestro capital en su conjunto", explicó Deighton. Las respuestas subrayan el secreto que rodea el programa de rescate por 700 mil millones de dólares. El departamento del Tesoro ha estado usando el dinero para comprar acciones en bancos norteamericanos.
La esperanza era que el súbito influjo de dinero en efectivo permitiera a los bancos comenzar a prestar dinero. Presionados por el gobierno del presidente George W. Bush para que aprobaran con rapidez el plan de rescate, los legisladores prácticamente no establecieron obligación alguna para que los bancos rindieran cuenta del dinero recibido. Tampoco hay sanciones si los bancos, en lugar de prestar dinero, lo usan para entregar cuantiosas bonificaciones a sus ejecutivos o para comprar otros bancos. "Resulta totalmente apropiado que el pueblo de Estados Unidos sepa cómo están usando sus dólares en el sector privado", dijo Elizabeth Warren, quien preside un comité creado por el Congreso para supervisar el plan de rescate de las instituciones financieras. Empero, al menos por ahora, no hay manera de que los contribuyentes develen el secreto. "Se trata de preguntas legítimas que deberían haber sido respondidas desde el primer día", dijo el representante republicano Scott Garrett, miembro de la comisión de servicios financieros de la cámara baja, que se opuso al plan de rescate.
"¿Dónde irá a parar ese dinero? ¿Cómo será gastado? ¿Cuando obtendremos registros de eso?". Prácticamente cada banco interrogado por AP, incluidos el Citibank y el Bank of America, dos de los principales destinatarios del dinero del plan de rescate, respondieron con declaraciones genéricas ofrecidas por sus jefes de relaciones públicas. Esas instituciones financieras explicaron que el dinero estaba siendo usado para fortalecer sus cuentas y para que pudieran hacer préstamos a fin de atenuar la crisis crediticia. En ningún caso ofrecieron información concreta.
León Bendesky
leon@jornada.com.mx
- ¿Qué sabemos de la crisis?
Sabemos poco, aunque en general se pretende que se entiende más del modo en que funcionan los mercados.
Han proliferado los análisis acerca sobre las causas de la actual crisis financiera. Ahora las cosas les parecen a muchos tan claras que las explicaciones que se proponen aparecen como las “crónicas de un desastre anunciado”. Nótese cómo se ha abusado de esa expresión por parte de autores de diversa afiliación y por los editores de todo tipo de publicaciones.
Ahora, en retrospectiva, hay demasiados clarividentes y las interpretaciones son tan obvias que no se explica uno cómo es que se pudo llegar finalmente a una crisis de esta magnitud.
Esos análisis parten todos de la sabiduría convencional acerca de los fenómenos económicos. Es desde esa plataforma que se construyen las historias y reseñas de lo que ha acontecido y de cómo se responde desde la política pública.
Las variantes son pocas, ya sea por sus componentes formales o teóricos, por la secuencia de los hechos, los supuestos de lo que cada uno de los agentes involucrados hizo, o bien lo que debió haber hecho; la forma en que se sigue considerando una cierta racionalidad económica; el mantenimiento de la idea de que hay una determinada certidumbre en la manera en que se comportan los agentes que participan de los mercados.
Los rendimientos que producen cada uno de esos nuevos exámenes son claramente decrecientes. De tal manera se hacen, en general, cada vez más inútiles.
Hace apenas unos meses los analistas financieros y económicos en los bancos y organismos internacionales y profesores de abolengo en muchas universidades de todo el mundo no veían prácticamente mayores riesgos en el hecho de que hubiera tan grandes facilidades de crédito en los mercados en dondequiera que se mirara.
Había recursos disponibles y a tasas de interés bajas que formaban un entorno de gran rentabilidad para las empresas financieras y facilitaban la contratación de deuda para los productores, los constructores de casas y, en especial, para los consumidores.
La economía mundial crecía con exceso de deudas, con innovaciones y complejas transacciones de títulos, sin grandes presiones de inflación, generando, no obstante, fuertes desajustes internacionales en las cuentas comerciales y de capitales, y distorsiones entre el valor de las monedas. Algunos países se expandían a un ritmo realmente vertiginoso como eran los casos de China e India.
Todos contentos. Los signos de riesgos en los que se incurría se mantenían convenientemente al borde de la pista donde actuaban los magos del dinero.
El entorno que propiciaba el aumento del riesgo, sin embargo, crecía de manera sostenida y retroalimentada por las autoridades monetarias y regulatorias. Pero el entusiasmo prevaleciente no era cuestionado en esencia. Las ganancias eran grandes, entonces para qué moverse, y la fe en los mercados dominaba las visiones predominantes.
El equilibrio, que es el estado preferido de la teoría económica y de los funcionarios de los ministerios de Hacienda y de los bancos centrales, sería continuamente restablecido por la misma operación de los mercados. La regulación y las normas se convertían en asuntos políticamente incorrectos.
Las consecuencias ya las conocemos por la experiencia de los meses recientes. Pero lo que no sabemos es la naturaleza del proceso que lleva a la crisis. Me refiero a la identificación de cómo se interrelacionan las diversas causas, de cuáles son los precursores de este fenómeno. Lo que no sabemos, sobre todo, es la forma en que se manifiesta la crisis, es decir: el dónde y el cuándo va a ocurrir, su duración y la fuerza que tiene. Vaya no se sabe la magnitud de la crisis ni en el espacio ni en el tiempo.
Estamos, hay que reconocerlo, en el terreno de la incertidumbre. Esta zona es sumamente incómoda para la forma convencional de pensar la economía. Pero no hay escapatoria.
Como en otros campos del conocimiento de los fenómenos de la naturaleza y de la sociedad, la economía no ofrece un asidero ante lo que aparece esencialmente como impredecible. Ojo, me refiero no a que haya crisis, pues éstas son recurrentes, sino a cuándo estallarán y cuáles serán sus efectos. Es un poco como pensar en los terremotos o las explosiones de los volcanes. Los geólogos saben que esos fenómenos van a ocurrir, pero lo que no saben es en qué momento se precipitan y cuál será su repercusión.
Estamos, pues, ante fenómenos que son impredecibles en un rango muy amplio y que, más aún, se desenvuelven con grados muy grandes de tumultuosidad.
Así, se ponen en entredicho varias cosas, entre ellas, principalmente, nuestras nociones acerca de las relaciones sociales que se establecen y se regulan mediante el dinero y el crédito. Los eventos de crisis no son aislados, sino que tienen historia y su transcurso es incierto. Esto, a su vez, hace más complejo todavía el trabajo de definir e instrumentar las políticas económicas y señalar sus efectos probables.