"Hoy hemos firmado un nuevo acuerdo de paz", proclama Mauricio Funes, líder del FMLN nada más confirmarse su triunfo.
PABLO ORDAZ | Enviado especial - San Salvador - 16/03/2009
FOT ELPAIS.COM
La antigua guerrilla salvadoreña logró anoche un triunfo histórico. Por primera desde que hace dos décadas dejara las armas y firmara los acuerdos de paz que pusieron fin a la contienda civil, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) conquistó la presidencia de la república de El Salvador. Nada más confirmarse su ajustada victoria -el 51,27% de los votos frente al 48,73% que obtuvo la derecha-, su candidato, el periodista Mauricio Funes, compareció ante la opinión pública escoltado por los viejos comandantes guerrilleros. Con la voz rota por el cansancio y la emoción, Funes dijo: "Esta noche debe tener el mismo sentimiento de esperanza y reconciliación que hizo posible los acuerdos de paz. Hoy hemos firmado un nuevo acuerdo de paz, de reconciliación del país consigo mismo. Por esta razón, invito desde este momento a las diferentes fuerzas sociales y políticas a que construyamos juntos el futuro. No me cabe ninguna duda que este día ha triunfado la ciudadanía que creyó en la esperanza y venció el miedo".
Funes vestía de chaqueta oscura y camisa blanca sin corbata. Ellos, los viejos comandantes guerrilleros, sus antiguas guayaberas rojas. El FMLN no sólo consiguió anoche derrotar por primera vez a la derechista Alianza Republicana Nacionalista (Arena), sino también a su propia obstinación inmovilista. Aunque con sus más y sus menos, la vieja guardia de la guerrilla aceptó presentar como candidato a un hombre joven, moderado, cuyo discurso está lleno de la palabra diálogo y de mensajes a la reconciliación nacional. Y ha sido ese hombre el que los ha llevado a la victoria. Durante toda la campaña, la derecha dura que ha venido gobernando este país desde que cesaron los tiros no ha hecho otra cosa que acusar al FMLN de querer vender El Salvador a Hugo Chávez y al comunismo internacional. Pero el discurso de Funes -ya sabiéndose presidente- ni siquiera tuvo un guiño con el presidente de Venezuela. Muy al contrario. La mirada cómplice estuvo dirigida a Estados Unidos, un país donde viven y trabajan más de dos millones y medio de salvadoreños. "Deseo", dijo el flamante ganador, "una política exterior independiente. Quiero la integración centroamericana y el fortalecimiento de la relación con Estados Unidos".
Funes, consciente del momento histórico que estaba protagonizando, empezó su discurso diciendo: "Esta es la noche más feliz de mi vida. Y quiero que sea también la noche de la más grande esperanza de El Salvador". Pero utilizó sus tablas como antiguo corresponsal de la CNN para hacer un discurso equilibrado, con las gotas justas de emoción, aplicándose desde el primer momento la loción de jefe de Estado. De ahí que tuviera unas palabras de homenaje para las Fuerzas Armadas de El Salvador, por su comportamiento durante la jornada electoral. Fue curioso observar el gesto serio de los viejos comandantes, que escuchaban a su joven y mediático líder hablando del Ejército -sus viejos enemigos- y de Dios. También encontró un hueco en su discurso para evocar unas palabras del arzobispo Óscar Arnulfo Romero, asesinado a tiros en 1980, en el altar de la catedral de San Salvador, un día después de pedir a los soldados que dejaran de matar. "Monseñor Romero", recordó Mauricio Funes, "dijo que la Iglesia tenía una opción preferencial con los pobres. Eso haré yo. Favorecer a los pobres y a los excluidos".
El discurso de Mauricio Funes no fue más que el histórico colofón de una jornada larga, donde la sensación de cambio estaba en todas las bocas. Sin embargo, la dureza de la campaña electoral le imprimió también al día una dosis de cierto riesgo que se hizo más patente una hora después de cerrar los colegios electorales. A las 5.53 de la tarde, las cámaras de televisión ya retransmitían en directo el recuento de algunas mesas electorales, en San Salvador, en San Miguel... Eran sólo unas mesas, pero la alegría que se respiraba alrededor de ellas, la contundencia con que las papeletas del FMNL iban saliendo una tras otra, los aplausos, la manera con la que el presidente alzaba cada papeleta para recibir la ovación de la gente arremolinada alrededor de la caja de cartón, los gritos -cada vez más contundentes- de "el pueblo, unido, jamás será vencido" iban confirmando la sensación, nada científica, de que el cambio se estaba produciendo en El Salvador. Como se vio después, ese cambio no fue resultado de una victoria aplastante, sino de una pugna ajustada. Y había un peligro. Igual que la derecha había acusado sin pruebas a la izquierda de querer vender el país a Chávez, también la izquierda del FMLN había hecho correr la voz de que, si perdían, sólo sería producto de un pucherazo. Así que un hipotético vuelco electoral a favor de Arena hubiese provocado una situación difícil, casi con toda seguridad violenta. Por eso, cuando Mauricio Funes se adelantó unos minutos a la última comparecencia del Tribunal Superior Electoral y dijo las palabras mágicas -"soy ya y sin lugar a dudas en el presidente electo de todos los salvadoreños"- una sensación de alivio recorrió el país. Sobre todo cuando el candidato de la derecha, Rodrigo Ávila, aceptó democráticamente la derrota.
Los ciudadanos -los de izquierdas y los de derechas- demostraron una vez más estar a la altura de las circunstancias. Durante un mes, los políticos les ofrecieron una campaña sucia y violenta. Y ellos, los salvadoreños, les devolvieron ayer civismo y paz. Supieron convertir el 15 de marzo de 2009 en un día histórico. El eco de los tiros quedó definitivamente a resguardo de los libros de historia.
kikka-roja.blogspot.com/
Funes vestía de chaqueta oscura y camisa blanca sin corbata. Ellos, los viejos comandantes guerrilleros, sus antiguas guayaberas rojas. El FMLN no sólo consiguió anoche derrotar por primera vez a la derechista Alianza Republicana Nacionalista (Arena), sino también a su propia obstinación inmovilista. Aunque con sus más y sus menos, la vieja guardia de la guerrilla aceptó presentar como candidato a un hombre joven, moderado, cuyo discurso está lleno de la palabra diálogo y de mensajes a la reconciliación nacional. Y ha sido ese hombre el que los ha llevado a la victoria. Durante toda la campaña, la derecha dura que ha venido gobernando este país desde que cesaron los tiros no ha hecho otra cosa que acusar al FMLN de querer vender El Salvador a Hugo Chávez y al comunismo internacional. Pero el discurso de Funes -ya sabiéndose presidente- ni siquiera tuvo un guiño con el presidente de Venezuela. Muy al contrario. La mirada cómplice estuvo dirigida a Estados Unidos, un país donde viven y trabajan más de dos millones y medio de salvadoreños. "Deseo", dijo el flamante ganador, "una política exterior independiente. Quiero la integración centroamericana y el fortalecimiento de la relación con Estados Unidos".
Funes, consciente del momento histórico que estaba protagonizando, empezó su discurso diciendo: "Esta es la noche más feliz de mi vida. Y quiero que sea también la noche de la más grande esperanza de El Salvador". Pero utilizó sus tablas como antiguo corresponsal de la CNN para hacer un discurso equilibrado, con las gotas justas de emoción, aplicándose desde el primer momento la loción de jefe de Estado. De ahí que tuviera unas palabras de homenaje para las Fuerzas Armadas de El Salvador, por su comportamiento durante la jornada electoral. Fue curioso observar el gesto serio de los viejos comandantes, que escuchaban a su joven y mediático líder hablando del Ejército -sus viejos enemigos- y de Dios. También encontró un hueco en su discurso para evocar unas palabras del arzobispo Óscar Arnulfo Romero, asesinado a tiros en 1980, en el altar de la catedral de San Salvador, un día después de pedir a los soldados que dejaran de matar. "Monseñor Romero", recordó Mauricio Funes, "dijo que la Iglesia tenía una opción preferencial con los pobres. Eso haré yo. Favorecer a los pobres y a los excluidos".
El discurso de Mauricio Funes no fue más que el histórico colofón de una jornada larga, donde la sensación de cambio estaba en todas las bocas. Sin embargo, la dureza de la campaña electoral le imprimió también al día una dosis de cierto riesgo que se hizo más patente una hora después de cerrar los colegios electorales. A las 5.53 de la tarde, las cámaras de televisión ya retransmitían en directo el recuento de algunas mesas electorales, en San Salvador, en San Miguel... Eran sólo unas mesas, pero la alegría que se respiraba alrededor de ellas, la contundencia con que las papeletas del FMNL iban saliendo una tras otra, los aplausos, la manera con la que el presidente alzaba cada papeleta para recibir la ovación de la gente arremolinada alrededor de la caja de cartón, los gritos -cada vez más contundentes- de "el pueblo, unido, jamás será vencido" iban confirmando la sensación, nada científica, de que el cambio se estaba produciendo en El Salvador. Como se vio después, ese cambio no fue resultado de una victoria aplastante, sino de una pugna ajustada. Y había un peligro. Igual que la derecha había acusado sin pruebas a la izquierda de querer vender el país a Chávez, también la izquierda del FMLN había hecho correr la voz de que, si perdían, sólo sería producto de un pucherazo. Así que un hipotético vuelco electoral a favor de Arena hubiese provocado una situación difícil, casi con toda seguridad violenta. Por eso, cuando Mauricio Funes se adelantó unos minutos a la última comparecencia del Tribunal Superior Electoral y dijo las palabras mágicas -"soy ya y sin lugar a dudas en el presidente electo de todos los salvadoreños"- una sensación de alivio recorrió el país. Sobre todo cuando el candidato de la derecha, Rodrigo Ávila, aceptó democráticamente la derrota.
Los ciudadanos -los de izquierdas y los de derechas- demostraron una vez más estar a la altura de las circunstancias. Durante un mes, los políticos les ofrecieron una campaña sucia y violenta. Y ellos, los salvadoreños, les devolvieron ayer civismo y paz. Supieron convertir el 15 de marzo de 2009 en un día histórico. El eco de los tiros quedó definitivamente a resguardo de los libros de historia.