SARA LOVERA
MÉXICO, DF, 28 de mayo (apro).- La fuga de 53 reos en la cárcel de Cieneguillas en Zacatecas ha revelado hasta dónde han llegado las mafias y el poder de los cárteles en la vida pública del país.
La única entidad gobernada por una mujer de izquierda histórica, militante desde su juventud en el Partido Comunista, exdirigente nacional y fundadora del Partido de la Revolución Democrática (PRD), jefa de una corriente interna, Amalia García que parecía inmune a los feos y tremendos espacios de discusión tradicional en la vida política de un partido tocado por el narcotráfico, la corrupción y la lucha encarnizada por pequeños espacios de poder.
Amalia García ha sido capaz de permanecer en la elite política durante casi 30 años sin escándalo, a pesar del que presidió su llegada a la dirigencia del PRD, la primera vez que se hizo claro un fraude interno en ese partido y hubo que anular el proceso. Inmune a las vulgares situaciones donde se coloca a las mujeres.
Hoy la gobernadora, responsable de la conducción política y gubernamental de Zacatecas, ha quedado en el centro de un acontecimiento tremendo, donde se le ha configurado, al menos políticamente, responsabilidad.
Me pregunto si ¿le tendieron una trampa? O bien si ha sido engañada o simplemente si es, como todos los gobernantes, omisa frente a un entramado de complicidades y falta de gobierno, que da lo mismo.
Me niego a imaginar que el deseo de poder puede involucrar a la gente decente en menos de seis años. Y entonces, por enésima vez, me tengo que preguntar por qué las mujeres quieren entrar en la política dominada por un sentido, por un sexo, por un modo de hacer las cosas. Por qué, si ningún partido político o político en funciones se salva de los tentáculos de los cárteles y las mafias, de los grupos que dominan la economía y los intereses de grupo, se nos ocurre pensar que las mujeres o los de izquierda podrían hacerlo de otro modo.
Ello pone en el centro de la discusión el sentido y valor de que las mujeres se involucren en la política. No hablo de las mujeres que han estado ahí en el pasado, las mujeres del PRI que fueron parte del entramado del antiguo partido de Estado. Mujeres con poder real en el sistema, que admitieron de todo, incluyendo los actos de corrupción y mentiras, ejecutoras de las políticas de exclusión, como Elba Esther Gordillo o Beatriz Paredes.
No, de lo que hablo es de la búsqueda de poder desde otro lugar, desde el feminismo o de la izquierda. Hacer lo posible para que las mujeres lleguen a lugares estratégicos y de toma de decisiones, se dice, para lograr cambios y avances para la sociedad, donde se eliminen la discriminación y la opresión de las mujeres.
Lo cierto es que en Chile, con Michel Bachelet, las mujeres ganaron muy poco. Y no estoy hablando de un poder local sino de todo un país. Lo mismo pasa en Argentina, con la señora Cristina Fernández.
En los partidos políticos la dirección de las mujeres tampoco consiguió transformaciones de visión genérica deseada. Dirigió el PRI Dulce María Sauri; el PRD, Amalia García y Rosario Robles, ahora otra vez el PRI es dirigido por Beatriz Paredes, por cierto, todas ellas han admitido en algún momento de su vida pública o privada ser feministas. Sus discursos y algunas iniciativas lo certifican.
Pero a su llegada a los puestos públicos son inmediatamente atrapadas por el poder real. Les pedimos y las empujamos al poder y, ahí, en los pasillos de la Cámara, algunas diputadas no podrían confesar las negociaciones que hacen para conseguir un pequeño avance.
Conocí a una diputada que pactó con Elba Esther Gordillo para poder desarrollar su plan estratégico para las mujeres. Y vi cómo el sistema absorbió a Rosario Robles, que había conseguido poner en el centro los derechos de las mujeres a la hora de gobernar. Ella que fue jefa de gobierno de la ciudad más grande del mundo consiguió la vía para hacer efectivo el aborto legal y acabó siendo cómplice de un mafioso.
Quiero decir, con todo esto, que está tan podrido el sistema que las pequeñas hendiduras y los pequeños lugares logrados no sirven, si las mujeres que buscan espacios no tienen un real y profundo compromiso con la transformación del sistema, de la lógica del capital y de la real democracia. Estoy segura que nada le pasará a Rosario Ibarra.
Si esta vez el sistema o la inhabilidad de Amalia García, que como todas las personas se ha equivocado y mucho; si esta vez los hombres se asocian para limpiar a la familia Monreal, que no ha dejado gobernar a Amalia García, estaremos en la necesidad de rediscutir ¿para qué queremos a las mujeres en el poder? Mientras no tengamos realmente un espacio de democracia política.
Eso también me recuerda la manera como fue expulsada del partido que ella creó para no contemporizar con los hombres y los políticos de siempre. Me refiero a Patricia Mercado, excandidata presidencial, creadora del hoy Partido Social Demócrata, donde ha quedado en claro que tampoco ahí hay o hubo democracia interna, ni modos distintos de hacer política.
En fin, que la situación delicadísima de Zacatecas nos lleva a repensar lo que las tecnócratas llaman la agenda de las mujeres. Hasta ahora, a cada paso, adelante a favor de la condición femenina, se dan muchos pasos para atrás.
Lo del derecho humano a interrumpir un embarazo está peligrosamente cambiado en doce entidades del país. Aun de manera cotidiana la violencia contra las mujeres se expande, crece, es un dato estadístico que lacera cualquier discusión sobre los derechos de las mujeres, acalladas con una cachetada real o con un escenario tan peligroso como el de la gobernadora de Zacatecas, a quien el peor pecado de su vida, se le reclama, es precisamente la maternidad, esa tan apreciada por la extrema derecha.
Un verdadero nudo de contradicciones está en la realidad de esta mañana nublada que entra por mi ventana y donde golpean tan fuerte las olas sobre una roca que no se puede escuchar a las garzas ni a los buenos augurios. ¿Para eso queremos los puestos de poder las mujeres?
La única entidad gobernada por una mujer de izquierda histórica, militante desde su juventud en el Partido Comunista, exdirigente nacional y fundadora del Partido de la Revolución Democrática (PRD), jefa de una corriente interna, Amalia García que parecía inmune a los feos y tremendos espacios de discusión tradicional en la vida política de un partido tocado por el narcotráfico, la corrupción y la lucha encarnizada por pequeños espacios de poder.
Amalia García ha sido capaz de permanecer en la elite política durante casi 30 años sin escándalo, a pesar del que presidió su llegada a la dirigencia del PRD, la primera vez que se hizo claro un fraude interno en ese partido y hubo que anular el proceso. Inmune a las vulgares situaciones donde se coloca a las mujeres.
Hoy la gobernadora, responsable de la conducción política y gubernamental de Zacatecas, ha quedado en el centro de un acontecimiento tremendo, donde se le ha configurado, al menos políticamente, responsabilidad.
Me pregunto si ¿le tendieron una trampa? O bien si ha sido engañada o simplemente si es, como todos los gobernantes, omisa frente a un entramado de complicidades y falta de gobierno, que da lo mismo.
Me niego a imaginar que el deseo de poder puede involucrar a la gente decente en menos de seis años. Y entonces, por enésima vez, me tengo que preguntar por qué las mujeres quieren entrar en la política dominada por un sentido, por un sexo, por un modo de hacer las cosas. Por qué, si ningún partido político o político en funciones se salva de los tentáculos de los cárteles y las mafias, de los grupos que dominan la economía y los intereses de grupo, se nos ocurre pensar que las mujeres o los de izquierda podrían hacerlo de otro modo.
Ello pone en el centro de la discusión el sentido y valor de que las mujeres se involucren en la política. No hablo de las mujeres que han estado ahí en el pasado, las mujeres del PRI que fueron parte del entramado del antiguo partido de Estado. Mujeres con poder real en el sistema, que admitieron de todo, incluyendo los actos de corrupción y mentiras, ejecutoras de las políticas de exclusión, como Elba Esther Gordillo o Beatriz Paredes.
No, de lo que hablo es de la búsqueda de poder desde otro lugar, desde el feminismo o de la izquierda. Hacer lo posible para que las mujeres lleguen a lugares estratégicos y de toma de decisiones, se dice, para lograr cambios y avances para la sociedad, donde se eliminen la discriminación y la opresión de las mujeres.
Lo cierto es que en Chile, con Michel Bachelet, las mujeres ganaron muy poco. Y no estoy hablando de un poder local sino de todo un país. Lo mismo pasa en Argentina, con la señora Cristina Fernández.
En los partidos políticos la dirección de las mujeres tampoco consiguió transformaciones de visión genérica deseada. Dirigió el PRI Dulce María Sauri; el PRD, Amalia García y Rosario Robles, ahora otra vez el PRI es dirigido por Beatriz Paredes, por cierto, todas ellas han admitido en algún momento de su vida pública o privada ser feministas. Sus discursos y algunas iniciativas lo certifican.
Pero a su llegada a los puestos públicos son inmediatamente atrapadas por el poder real. Les pedimos y las empujamos al poder y, ahí, en los pasillos de la Cámara, algunas diputadas no podrían confesar las negociaciones que hacen para conseguir un pequeño avance.
Conocí a una diputada que pactó con Elba Esther Gordillo para poder desarrollar su plan estratégico para las mujeres. Y vi cómo el sistema absorbió a Rosario Robles, que había conseguido poner en el centro los derechos de las mujeres a la hora de gobernar. Ella que fue jefa de gobierno de la ciudad más grande del mundo consiguió la vía para hacer efectivo el aborto legal y acabó siendo cómplice de un mafioso.
Quiero decir, con todo esto, que está tan podrido el sistema que las pequeñas hendiduras y los pequeños lugares logrados no sirven, si las mujeres que buscan espacios no tienen un real y profundo compromiso con la transformación del sistema, de la lógica del capital y de la real democracia. Estoy segura que nada le pasará a Rosario Ibarra.
Si esta vez el sistema o la inhabilidad de Amalia García, que como todas las personas se ha equivocado y mucho; si esta vez los hombres se asocian para limpiar a la familia Monreal, que no ha dejado gobernar a Amalia García, estaremos en la necesidad de rediscutir ¿para qué queremos a las mujeres en el poder? Mientras no tengamos realmente un espacio de democracia política.
Eso también me recuerda la manera como fue expulsada del partido que ella creó para no contemporizar con los hombres y los políticos de siempre. Me refiero a Patricia Mercado, excandidata presidencial, creadora del hoy Partido Social Demócrata, donde ha quedado en claro que tampoco ahí hay o hubo democracia interna, ni modos distintos de hacer política.
En fin, que la situación delicadísima de Zacatecas nos lleva a repensar lo que las tecnócratas llaman la agenda de las mujeres. Hasta ahora, a cada paso, adelante a favor de la condición femenina, se dan muchos pasos para atrás.
Lo del derecho humano a interrumpir un embarazo está peligrosamente cambiado en doce entidades del país. Aun de manera cotidiana la violencia contra las mujeres se expande, crece, es un dato estadístico que lacera cualquier discusión sobre los derechos de las mujeres, acalladas con una cachetada real o con un escenario tan peligroso como el de la gobernadora de Zacatecas, a quien el peor pecado de su vida, se le reclama, es precisamente la maternidad, esa tan apreciada por la extrema derecha.
Un verdadero nudo de contradicciones está en la realidad de esta mañana nublada que entra por mi ventana y donde golpean tan fuerte las olas sobre una roca que no se puede escuchar a las garzas ni a los buenos augurios. ¿Para eso queremos los puestos de poder las mujeres?
Comentarios: saralovera@yahoo.com.mx
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