MARTA LAMAS
“Asesino a domicilio”, se titula un estremecedor reportaje de Aníbal Santiago y Gerardo Jiménez publicado en la revista Chilango de mayo. Se trata de gays torturados y ultimados con sadismo por “ligues” que los invitaron a sus casas. Mientras la justicia persiste en llamar a los asesinatos “crímenes pasionales”, el reportaje, siguiendo la línea correcta de interpretación, los califica como “crímenes de odio”. En 25 países así son tipificados. Sin embargo, en México todavía no se considera tal clasificación.
La investigación de los periodistas Santiago y Jiménez ofrece un panorama deprimente, no sólo por la descripción de los asesinatos, sino por la actitud de la justicia. Joel Alfredo Díaz, fiscal de Homicidios de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF), descarta que los crímenes hayan sido por homofobia, y Lucía Reza, titular de la Unidad Especializada en Mujeres y Personas con Preferencias Sexuales Diferentes, enfatiza la hipótesis de crimen pasional al sostener que: “(Los gays) son más apasionados, amorosos, exigen más fidelidad, lo que a veces no se presenta tanto en las otras relaciones (heterosexuales)”. ¿De dónde salieron estos funcionarios? ¿Dónde se “especializaron”? ¿Qué leen? ¿Cómo se informan con tanta fidelidad?
Carlos Monsiváis ha definido la homofobia como “negación tumultuaria de la pluralidad, anhelo de exterminio a escala, ejercicio del desprecio que es pedestal instantáneo del despreciador, saña en el asesinato de los diferentes que multiplica la prepotencia”. La tortura y la saña interminables caracterizan a las muertes relatadas en Chilango.
Ante esta situación, la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, a través de su Cuarta Visitaduría General, ya ingresó una queja de oficio el 7 de mayo. Pero de entonces para acá la tragedia ha aumentado: en lo que va del año ya suman 13 los brutales asesinatos de gays. ¿Crímenes pasionales? ¡Por favor! El desinterés gubernamental ante estos horrores me recuerda al que se manifestó en Ciudad Juárez ante las mujeres asesinadas. También ahí se habló de crímenes pasionales. Y tuvo que crecer la presión nacional e internacional para que empezaran a considerarse crímenes de odio: feminicidios.
Estas carnicerías expresan un grado extremo de homofobia. Monsiváis ha dicho que, “en la homofobia, el prejuicio se vuelve ley, y las cóleras y los temores, mientras más delirantes más apreciados, justifican la persecución a los ojos de los prejuiciosos”. Y difícilmente la justicia va a encontrar a los asesinos si las autoridades se resisten a ver este tipo de ejecuciones.
Bajo el término homofobia se designa tanto una dimensión personal que se manifiesta en miedo, asco y rechazo hacia las personas homosexuales como una dimensión cultural de la sociedad, que autoriza la discriminación con su indiferencia ante los horrores cometidos contra estas personas. La manifestación emocional de tipo fóbico, comparable a la claustrofobia, puede llevar a una patología de agresión y, con frecuencia, de crimen. Las formas específicas de hostilidad hacia las personas homosexuales van desde los discursos y actos discriminatorios, hasta los discursos y actos de odio, y el silencio ante estas manifestaciones nos vuelve cómplices.
Hace rato que se sabe que la orientación sexual por sí misma no expresa patología. Las prácticas sexuales de una persona no definen ni su calidad moral ni la ética de sus acciones. Hay personas heterosexuales con conductas patológicas y personas homosexuales con comportamientos sanos mental y socialmente. Por eso, en países democráticos avanzados, lo que se ha convertido en objeto de oprobio y de sanción jurídica es la homofobia y no la homosexualidad. En la Unión Europea, por iniciativas del Parlamento y de la Corte de la región, todo país signatario de la Convención Europea de los Derechos Humanos ya procedió a la despenalización de la homosexualidad. Así, el Tratado de Ámsterdam, que incorpora la orientación sexual entre los motivos de discriminación que deben ser abolidos, ha sido ratificado por todos los países miembros de la Unión. Hoy, en el proceso de construcción política del ciudadano y en la calificación del sujeto de derecho los europeos no hacen distingos, por ejemplo, tomando como base la condición de homosexualidad.
Es absolutamente indispensable que las autoridades cobren conciencia de la gravedad de la homofobia, no sólo porque vidas humanas están en riesgo, sino también porque constituye una amenaza para los valores democráticos. La homofobia no es solamente violencia y discriminación en contra de las personas homosexuales, sino también agrede la convivencia respetuosa. Ya lo señaló Monsiváis: “La homofobia florece en las atmósferas del menosprecio a los derechos humanos y civiles, donde, en cualquier circunstancia, las víctimas son culpables y hay, de hecho oficialmente, seres de segunda clase”.
El reportaje en Chilango es una llamada de alerta, a la que la PGJDF debería poner más atención, y las procuradurías de las demás entidades federativas tomar en cuenta muy, pero muy seriamente.
kikka-roja.blogspot.com/
La investigación de los periodistas Santiago y Jiménez ofrece un panorama deprimente, no sólo por la descripción de los asesinatos, sino por la actitud de la justicia. Joel Alfredo Díaz, fiscal de Homicidios de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF), descarta que los crímenes hayan sido por homofobia, y Lucía Reza, titular de la Unidad Especializada en Mujeres y Personas con Preferencias Sexuales Diferentes, enfatiza la hipótesis de crimen pasional al sostener que: “(Los gays) son más apasionados, amorosos, exigen más fidelidad, lo que a veces no se presenta tanto en las otras relaciones (heterosexuales)”. ¿De dónde salieron estos funcionarios? ¿Dónde se “especializaron”? ¿Qué leen? ¿Cómo se informan con tanta fidelidad?
Carlos Monsiváis ha definido la homofobia como “negación tumultuaria de la pluralidad, anhelo de exterminio a escala, ejercicio del desprecio que es pedestal instantáneo del despreciador, saña en el asesinato de los diferentes que multiplica la prepotencia”. La tortura y la saña interminables caracterizan a las muertes relatadas en Chilango.
Ante esta situación, la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, a través de su Cuarta Visitaduría General, ya ingresó una queja de oficio el 7 de mayo. Pero de entonces para acá la tragedia ha aumentado: en lo que va del año ya suman 13 los brutales asesinatos de gays. ¿Crímenes pasionales? ¡Por favor! El desinterés gubernamental ante estos horrores me recuerda al que se manifestó en Ciudad Juárez ante las mujeres asesinadas. También ahí se habló de crímenes pasionales. Y tuvo que crecer la presión nacional e internacional para que empezaran a considerarse crímenes de odio: feminicidios.
Estas carnicerías expresan un grado extremo de homofobia. Monsiváis ha dicho que, “en la homofobia, el prejuicio se vuelve ley, y las cóleras y los temores, mientras más delirantes más apreciados, justifican la persecución a los ojos de los prejuiciosos”. Y difícilmente la justicia va a encontrar a los asesinos si las autoridades se resisten a ver este tipo de ejecuciones.
Bajo el término homofobia se designa tanto una dimensión personal que se manifiesta en miedo, asco y rechazo hacia las personas homosexuales como una dimensión cultural de la sociedad, que autoriza la discriminación con su indiferencia ante los horrores cometidos contra estas personas. La manifestación emocional de tipo fóbico, comparable a la claustrofobia, puede llevar a una patología de agresión y, con frecuencia, de crimen. Las formas específicas de hostilidad hacia las personas homosexuales van desde los discursos y actos discriminatorios, hasta los discursos y actos de odio, y el silencio ante estas manifestaciones nos vuelve cómplices.
Hace rato que se sabe que la orientación sexual por sí misma no expresa patología. Las prácticas sexuales de una persona no definen ni su calidad moral ni la ética de sus acciones. Hay personas heterosexuales con conductas patológicas y personas homosexuales con comportamientos sanos mental y socialmente. Por eso, en países democráticos avanzados, lo que se ha convertido en objeto de oprobio y de sanción jurídica es la homofobia y no la homosexualidad. En la Unión Europea, por iniciativas del Parlamento y de la Corte de la región, todo país signatario de la Convención Europea de los Derechos Humanos ya procedió a la despenalización de la homosexualidad. Así, el Tratado de Ámsterdam, que incorpora la orientación sexual entre los motivos de discriminación que deben ser abolidos, ha sido ratificado por todos los países miembros de la Unión. Hoy, en el proceso de construcción política del ciudadano y en la calificación del sujeto de derecho los europeos no hacen distingos, por ejemplo, tomando como base la condición de homosexualidad.
Es absolutamente indispensable que las autoridades cobren conciencia de la gravedad de la homofobia, no sólo porque vidas humanas están en riesgo, sino también porque constituye una amenaza para los valores democráticos. La homofobia no es solamente violencia y discriminación en contra de las personas homosexuales, sino también agrede la convivencia respetuosa. Ya lo señaló Monsiváis: “La homofobia florece en las atmósferas del menosprecio a los derechos humanos y civiles, donde, en cualquier circunstancia, las víctimas son culpables y hay, de hecho oficialmente, seres de segunda clase”.
El reportaje en Chilango es una llamada de alerta, a la que la PGJDF debería poner más atención, y las procuradurías de las demás entidades federativas tomar en cuenta muy, pero muy seriamente.
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