Horizonte político
José Antonio Crespo
El perfil del voto nulo
La gran mayoría de encuestadores coincidía, antes de la jornada electoral, en que quienes anularan deliberadamente el voto, como protesta, no serían muchos, pues aunque al ser encuestados declaraban tener la intención de hacerlo (se llegó a registrar hasta 25% con esa postura), la probabilidad de que, en efecto, asistieran a las urnas era baja (diversos ejercicios así lo indicaban). Las primeras encuestas de salida arrojaron como estimación del voto de protesta un porcentaje de entre 4 y 6% (sin tomar en cuenta los anulados por error). De confirmarse eso en los resultados oficiales, habrá diversos intentos para dilucidar por qué decidieron esos ciudadanos anular su voto en vez de sufragar por un partido, o simplemente abstenerse, como lo hizo la gran mayoría. Y también vendrán las especulaciones sobre qué es lo que esos votantes (y otros) desearían ver en una nueva reforma electoral (cuya discusión se inició en el Senado desde antes de haberse probado totalmente, lo que recuerda al fabricante de ataúdes que toma las medidas al agonizante, antes de morir). Habrá que tener cuidado con eso: una cosa son las posturas y preferencias que a título personal hayan expresado quienes públicamente se adhirieron a la convocatoria anulista —sean comentaristas, miembros o líderes de algunas de organizaciones promotoras del voto de protesta— y otra muy distinta son las reformas que cada uno de los electores que hayan anulado su voto encontraría como aceptables (pues, cabe recordarlo una vez más, la expresión anulista no es un partido político ni una organización con un programa único, consensuado o indiscutible). Legalmente, el voto de protesta es una inconformidad con los candidatos registrados. Es lo único que se puede reconocer como punto vinculante, lo que no quita ninguna validez a esta forma de uso del voto, y bastaría para que los partidos acusen recibo. A buen entendedor, pocas palabras (o votos nulos). El martes pasado, por ejemplo, se realizó una Asamblea Nacional por el Voto Nulo, que presentó una agenda mínima y a la que acudieron 45 grupos que promovieron esta forma de protesta electoral. Coincidieron en algunos puntos y en otros no (como la reelección consecutiva).
Para explorar con mayor precisión cuál o cuáles razones y pretensiones tienen quienes emitieron un voto de protesta, nada mejor que las encuestas y los sondeos. Algunos se levantaron antes de la jornada electoral y arrojan alguna luz, aunque bastante tenue, por lo que esperamos que las encuestas de salida levantadas ayer ayuden a conocer las razones, reformas preferidas y el perfil sociodemográfico de los anulistas. Dos semanas antes de la elección, el diario Reforma (24-28/VI/2009) publicó un sondeo nacional (pero telefónico) que, en primer lugar, refleja lo que ya sabemos hace mucho: que lo mismo entre anulistas que entre quienes deseaban votar por un partido, hay un gran descontento con el sistema de partidos. Sólo 12% considera que los legisladores piensan en sus representados al tomar decisiones (cifra que coincide con la de Gobernación de 2008). Consecuentemente, 79% no se siente representado por ningún partido, si bien, como es natural, esa sensación es mayor entre los anulistas potenciales (87%). Y la credibilidad sobre la limpieza electoral va por mitades (como ocurrió con el resultado oficial de 2006): entre los anulistas, de nuevo, el escepticismo era mayor (62%), pero aun entre los partidistas, la desconfianza no era despreciable (42%). Y si bien la mayoría de los ciudadanos siente que sus derechos y libertades son esencialmente respetados en este país, hay 18 puntos porcentuales de diferencia entre los anulistas (67%) y los partidistas (85%).
Por otro lado, mucho se habló durante el debate sobre qué hacer con el sufragio de si los partidos son opciones distintas o son semejantes en el ejercicio del poder (premisas que no resultan contradictorias, como muchos lo pretenden): más o menos la mitad de encuestados dice que sí hay diferencia entre los partidos (51%), mientras 48% considera que no hay distinción esencial, proporción que entre el subgrupo de anulistas crece, comprensiblemente, hasta llegar a 66%: 18 puntos de diferencia. Por otro lado destaca que, contrariamente a lo dicho por los detractores del movimiento anulista, éste no es antipolítico o antidemócrata, ni desea prescindir de los partidos. Contrario a ello, los anulistas coinciden con el resto de la ciudadanía en que la democracia hay que fortalecerla (82%) y que los partidos son necesarios (74%). Eso, si bien los medios para exigir y presionarlos no son compartidos (23% no veía mal la anulación del voto). Además, entre los anulistas se refleja más decepción y rechazo que entre los partidistas (por ejemplo, 20% de anulistas rechazaba el arreglo democrático actual, frente a 12% entre los votantes partidistas).
Y en cuanto a lo que se quisiera como reformas a futuro, el grueso del universo entrevistado (anulistas o partidistas) comparte las siguientes reformas aunque en distinta proporción: 1) Reducir recursos públicos a los partidos (79%); 2) Disminuir el número de legisladores plurinominales (68%). 3) Reelección consecutiva de legisladores (68%). 4) Instaurar las candidaturas independientes (58%). 5) En cuanto a uno de los tema más espinosos de la reforma electoral, la prohibición para comprar espacios en medios electrónicos por los partidos políticos, la opinión está dividida: 49% estaría por eliminarla y 48% por preservarla, pero aquí no se hizo la diferencia entre anulistas y partidistas. Esperemos, entonces, a explorar con más detalle los datos captados por las encuestas de salida del día de ayer, para conocer mejor a esa corriente de ciudadanos que decidieron emitir una protesta mediante su voto, en vez de sufragar nuevamente por algún partido político o de alimentar el enorme ejército abstencionista.
Para explorar con mayor precisión cuál o cuáles razones y pretensiones tienen quienes emitieron un voto de protesta, nada mejor que las encuestas y los sondeos. Algunos se levantaron antes de la jornada electoral y arrojan alguna luz, aunque bastante tenue, por lo que esperamos que las encuestas de salida levantadas ayer ayuden a conocer las razones, reformas preferidas y el perfil sociodemográfico de los anulistas. Dos semanas antes de la elección, el diario Reforma (24-28/VI/2009) publicó un sondeo nacional (pero telefónico) que, en primer lugar, refleja lo que ya sabemos hace mucho: que lo mismo entre anulistas que entre quienes deseaban votar por un partido, hay un gran descontento con el sistema de partidos. Sólo 12% considera que los legisladores piensan en sus representados al tomar decisiones (cifra que coincide con la de Gobernación de 2008). Consecuentemente, 79% no se siente representado por ningún partido, si bien, como es natural, esa sensación es mayor entre los anulistas potenciales (87%). Y la credibilidad sobre la limpieza electoral va por mitades (como ocurrió con el resultado oficial de 2006): entre los anulistas, de nuevo, el escepticismo era mayor (62%), pero aun entre los partidistas, la desconfianza no era despreciable (42%). Y si bien la mayoría de los ciudadanos siente que sus derechos y libertades son esencialmente respetados en este país, hay 18 puntos porcentuales de diferencia entre los anulistas (67%) y los partidistas (85%).
Por otro lado, mucho se habló durante el debate sobre qué hacer con el sufragio de si los partidos son opciones distintas o son semejantes en el ejercicio del poder (premisas que no resultan contradictorias, como muchos lo pretenden): más o menos la mitad de encuestados dice que sí hay diferencia entre los partidos (51%), mientras 48% considera que no hay distinción esencial, proporción que entre el subgrupo de anulistas crece, comprensiblemente, hasta llegar a 66%: 18 puntos de diferencia. Por otro lado destaca que, contrariamente a lo dicho por los detractores del movimiento anulista, éste no es antipolítico o antidemócrata, ni desea prescindir de los partidos. Contrario a ello, los anulistas coinciden con el resto de la ciudadanía en que la democracia hay que fortalecerla (82%) y que los partidos son necesarios (74%). Eso, si bien los medios para exigir y presionarlos no son compartidos (23% no veía mal la anulación del voto). Además, entre los anulistas se refleja más decepción y rechazo que entre los partidistas (por ejemplo, 20% de anulistas rechazaba el arreglo democrático actual, frente a 12% entre los votantes partidistas).
Y en cuanto a lo que se quisiera como reformas a futuro, el grueso del universo entrevistado (anulistas o partidistas) comparte las siguientes reformas aunque en distinta proporción: 1) Reducir recursos públicos a los partidos (79%); 2) Disminuir el número de legisladores plurinominales (68%). 3) Reelección consecutiva de legisladores (68%). 4) Instaurar las candidaturas independientes (58%). 5) En cuanto a uno de los tema más espinosos de la reforma electoral, la prohibición para comprar espacios en medios electrónicos por los partidos políticos, la opinión está dividida: 49% estaría por eliminarla y 48% por preservarla, pero aquí no se hizo la diferencia entre anulistas y partidistas. Esperemos, entonces, a explorar con más detalle los datos captados por las encuestas de salida del día de ayer, para conocer mejor a esa corriente de ciudadanos que decidieron emitir una protesta mediante su voto, en vez de sufragar nuevamente por algún partido político o de alimentar el enorme ejército abstencionista.
Contrariamente a lo dicho por los detractores del movimiento anulista, éste no es antipolítico o antidemócrata.
kikka-roja.blogspot.com/