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Carta al candidato
Para los que con valentía y dignidad anularon el voto
Oiga, candidato o candidata (va a perdonar que no empiece yo esta pública misiva con un adjetivo falsamente amable o amistoso como “estimada” o “apreciado”; es que a este aporreateclas no se le da mucho la hipocresía connatural a la política mexicana, y olvídese también de los nombramientos patéticos de “licenciada” o “doctor”, eso se lo dejamos a las decenas, cientos, miles de lameculos de los que se hace o hará rodear, porque de eso está hecha la burocracia mexicana):
Fíjese que a pesar de la instintiva desconfianza que me inspiran usted y sus alecuijes partidistas, a pesar del asco que me causa casi siempre lo que usted llama “trabajo” o “carrera” y, además, considerando que por nada del mundo hubiera yo pensado que le iba a dirigir la palabra algún día, tengo algo que decirle: gracias. Gracias, candidato, de que por fin se calló usted. Debo confesarle que me importa muy poco (a mí y a muchos) si ganó o perdió, y salvo contadas, contadísimas excepciones, me importa un bledo (a mí y a muchos) a qué partido dice usted pertenecer. Esto por muchas razones, la principal que, no tardando, cualquier día lo vemos a usted pavoneándose con los colores de quien hoy es su adversario o hasta su enemigo, y es que no son la lealtad ideológica ni la coherencia ética precisamente virtudes de las que puedan presumir ni usted ni sus correligionarios, sino más bien esa tendencia a lo camaleónico, a ir sumando postulaciones de distintos partidos en su huacal, a ser poseedores de una honestidad digamos que al menos variopinta por acomodaticia.
Pero reitero el agradecimiento porque ya no hay que soportar los merolicos de su vocería mediática, los horribles anuncios de la radio, toda esa basura que cuelgan ustedes en postes y puentes, ensuciando nuestras calles, que son nuestras, de la ciudadanía, oiga, y no suyas en tanto no demuestre que usted sí paga impuestos, sí se soba el lomo trabajando (si trabajo tiene), que vive con miedo a los balazos de los delincuentes, pero con más miedo a los policías que se pueda topar en la noche o, peor, que conoce el pavor que resbala por el espinazo cuando se topa con un retén del ejército; que ha perdido su trabajo o su patrimonio por las trapacerías y estupideces de funcionarios como usted, que son del gobierno de usted o del sindicato del crimen que es en realidad su partido… que es usted ciudadano de a pie, vaya, pero usted y yo sabemos que eso en realidad no pasa en un país de castas y oligarquías como el nuestro. Ojalá tenga al menos la decencia de mandar pintar las bardas ahora de un color que oculte sus pintas majaderas de electorera parafernalia.
Pero sobre todo le agradezco infinitamente que deje usted de plantar su jeta a cuadro en mi televisión, que ya me deje en paz, que no vuelva nunca, aunque eso también sabemos usted y yo que es poco probable, porque a la primera oportunidad, aunque tenga usted cuentas pendientes con la justicia, aunque su administración anterior sea un cochinero, aunque tenga usted fama y pruebas en contra de ratero, de delincuente, de corrupto, de déspota o hasta de lenón, va usted a volver intentarlo algún día, porque las enfermedades del poder y del dinero y de los negocios sucios no se curan nomás porque sí, y porque entre los de su clase, candidata, candidato, la vocación verdadera del servicio público, el valor cívico y las ganas genuinas de enderezar este barco que hace mucho, por culpa suya y de sus contlapaches o patrones empezó a escorar hasta enseñar impúdicamente el pantoque, son babas de perico.
Sonría incómodo porque ganó o porque perdió. Si perdió ya no es usted amenaza, al menos por un tiempo. Si ganó, le deseo sinceramente que esto que le hace sonreír los mofletes sea la rifa del tigre. Hágase mientras tanto el que la virgen le habla. Hágase guaje. Hágase el sordo, el disimulado, el simpático, el valiente. Hágase rico, ándele, que esos son menesteres que a usted y a los que son como usted poco o nada les cuesta.
Hasta el día en que termine de desperezarse –cosa por lo pronto harto difícil, eso se lo tengo que conceder a usted– el monstruo de las mil justicieras cabezas que presuntamente es el pueblo, ese día que se levante, le digo, y se sacuda del lomo las garrapatas que son como usted y los que son como usted y allá vayan a dar, a esa ecuménica lejanía que para los mexicanos empieza con la “ch”, porque resultó que sí, que muchos como yo ya estábamos hartos de usted. Hasta entonces, candidato o candidata, espero no tener que volver a oír su jodido pregón.
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Tele para hipocondriacos
Para don Rubén Mújica, por el señalamiento
¿De cuándo para acá la televisión tiene cédula de médico o licencia para extender recetas,? ¿Cómo podría pálidamente atreverse a recomendar medicinas si es medio de una sola vía que no admite réplicas? ¿Quién le otorgó facultades de diagnóstico a distancia?
Porque desde hace rato se despacha sola sugiriendo, recomendando, recetando medicamentos no siempre de origen confiable. Desde mejunjes aparentemente inocuos para los granos que típicamente atormentan la dermis de los adolescentes, hasta complicados tratamientos para una agresiva gastritis de ésas que trepanan el duodeno, pasando por toda clase de analgésicos, ungüentos, bálsamos, lociones capilares, desinfectantes, antiinflamatorios, catalizadores metabólicos, antigripales y una numerosa variedad de placebos disfrazados de medicinas que no sirven para nada más que embaucar incautos, desde complejos vitamínicos hasta supuestos potenciadores de la energía sexual. Hasta hace muy poco, el gobierno federal y sus presuntas dependencias corresponsables en un asunto como éste, que involucra la veracidad publicitaria lo mismo que la tan vapuleada salud pública de los mexicanos –la Procuraduría del Consumidor, la Secretaría de Comunicaciones, la de Economía, la de Educación Pública, pero sobre todo la de Salud– se mantuvieron al margen, haciéndose ojo de hormiga ante el cinismo y la insistencia machacona del merolico televisivo auspiciado por empresas de toda farmacéutica laya, desde trasnacionales de vigorosos tentáculos hasta laboratorios de reciente aparición, y cuyos verdaderos propietarios, si bien escudados en sociedades anónimas, prestanombres y toda clases de vericuetos legaloides para ocultar genealogías, suelen estar, directa o indirectamente, demasiado cerca de puestos públicos o de reputados apellidos del jet set empresarial y político, ése cuyos distinguidos personeros y guapas embajadoras suelen tapizar las odiosas secciones de sociales.
El origen de todo esto es, desde luego, la mórbida enfermedad de la publicidad, mal que aqueja a la televisión harto más que a otros medios de comunicación y cuyos síntomas toman cuerpo, principalmente, en ausencia de escrúpulos. Así que la televisión es perfectamente capaz de ponerse a anunciar un producto que en la teoría absorbe la grasa de los alimentos que uno consume, para convertirla en una especie de bolo nauseabundo del que uno se deshará maravillosamente en cuestión de segundos por vía, que nunca lo dicen, rectal. Qué importa que la posibilidad de que el bebistrajo en efecto cause la pérdida inmediata de la materia grasa en los alimentos a la par que le acarrea a quien lo consuma una complicación gástrica o una descompensación cardiovascular que lo lleve, en el mejor de los casos, a un área hospitalaria de terapia intensiva. Qué importa que el cándido sujeto experimente inesperadas reacciones cutáneas, de alergia, o síntomas de alguna clase de envenenamiento, o simplemente una diarrea de córrele que te alcanzo, si lo realmente importante para los fronterizos ejecutivos de la televisora es haber obtenido el contrato publicitario de marras. ¿La salud?, hombre, esa es asunto y responsabilidad de cada quién… qué importa que sus ruidosos anuncios proclamen categóricamente la cura de sus migrañas o de su gordura, si es responsabilidad del comprador leer las letras chiquitas que vienen con el empaque… Mal pensado el asunto se podría llegar a sospechar de un perverso contubernio que involucraría desde luego a las televisoras y los fabricantes de medicinas reales y presuntas, pero también, como beneficiarios colaterales, a algunos médicos y hospitales.
Hace poco se anunciaban impunemente antigripales a base de efedrina, pero entonces se la consideró, por empujón de nuestros vecinos del norte, sustancia perniciosa. Durante años tanto los fabricantes como sus personeros del gobierno sabían de los aspecto oscuros de la efedrina, y los anuncios allí siguieron. Allí están otros de productos de esa misma clase que entre sus efectos secundarios disparan la presión arterial, pero como no requieren receta y los anuncian en la tele… qué importa que la hipertensión sea una de las principales causas de mortalidad entre adultos en México.
Qué importan tantas cosas, tanta turbiedad, tanta omisión –por cobarde indolencia– oficial. Si al fin y al cabo los principales responsables, los laboratorios farmacéuticos y los publicistas de la tele, están haciendo con la credulidad y la salud del mexicano uno de los mejores negocios de nuestra historia…
kikka-roja.blogspot.com/
Fíjese que a pesar de la instintiva desconfianza que me inspiran usted y sus alecuijes partidistas, a pesar del asco que me causa casi siempre lo que usted llama “trabajo” o “carrera” y, además, considerando que por nada del mundo hubiera yo pensado que le iba a dirigir la palabra algún día, tengo algo que decirle: gracias. Gracias, candidato, de que por fin se calló usted. Debo confesarle que me importa muy poco (a mí y a muchos) si ganó o perdió, y salvo contadas, contadísimas excepciones, me importa un bledo (a mí y a muchos) a qué partido dice usted pertenecer. Esto por muchas razones, la principal que, no tardando, cualquier día lo vemos a usted pavoneándose con los colores de quien hoy es su adversario o hasta su enemigo, y es que no son la lealtad ideológica ni la coherencia ética precisamente virtudes de las que puedan presumir ni usted ni sus correligionarios, sino más bien esa tendencia a lo camaleónico, a ir sumando postulaciones de distintos partidos en su huacal, a ser poseedores de una honestidad digamos que al menos variopinta por acomodaticia.
Pero reitero el agradecimiento porque ya no hay que soportar los merolicos de su vocería mediática, los horribles anuncios de la radio, toda esa basura que cuelgan ustedes en postes y puentes, ensuciando nuestras calles, que son nuestras, de la ciudadanía, oiga, y no suyas en tanto no demuestre que usted sí paga impuestos, sí se soba el lomo trabajando (si trabajo tiene), que vive con miedo a los balazos de los delincuentes, pero con más miedo a los policías que se pueda topar en la noche o, peor, que conoce el pavor que resbala por el espinazo cuando se topa con un retén del ejército; que ha perdido su trabajo o su patrimonio por las trapacerías y estupideces de funcionarios como usted, que son del gobierno de usted o del sindicato del crimen que es en realidad su partido… que es usted ciudadano de a pie, vaya, pero usted y yo sabemos que eso en realidad no pasa en un país de castas y oligarquías como el nuestro. Ojalá tenga al menos la decencia de mandar pintar las bardas ahora de un color que oculte sus pintas majaderas de electorera parafernalia.
Pero sobre todo le agradezco infinitamente que deje usted de plantar su jeta a cuadro en mi televisión, que ya me deje en paz, que no vuelva nunca, aunque eso también sabemos usted y yo que es poco probable, porque a la primera oportunidad, aunque tenga usted cuentas pendientes con la justicia, aunque su administración anterior sea un cochinero, aunque tenga usted fama y pruebas en contra de ratero, de delincuente, de corrupto, de déspota o hasta de lenón, va usted a volver intentarlo algún día, porque las enfermedades del poder y del dinero y de los negocios sucios no se curan nomás porque sí, y porque entre los de su clase, candidata, candidato, la vocación verdadera del servicio público, el valor cívico y las ganas genuinas de enderezar este barco que hace mucho, por culpa suya y de sus contlapaches o patrones empezó a escorar hasta enseñar impúdicamente el pantoque, son babas de perico.
Sonría incómodo porque ganó o porque perdió. Si perdió ya no es usted amenaza, al menos por un tiempo. Si ganó, le deseo sinceramente que esto que le hace sonreír los mofletes sea la rifa del tigre. Hágase mientras tanto el que la virgen le habla. Hágase guaje. Hágase el sordo, el disimulado, el simpático, el valiente. Hágase rico, ándele, que esos son menesteres que a usted y a los que son como usted poco o nada les cuesta.
Hasta el día en que termine de desperezarse –cosa por lo pronto harto difícil, eso se lo tengo que conceder a usted– el monstruo de las mil justicieras cabezas que presuntamente es el pueblo, ese día que se levante, le digo, y se sacuda del lomo las garrapatas que son como usted y los que son como usted y allá vayan a dar, a esa ecuménica lejanía que para los mexicanos empieza con la “ch”, porque resultó que sí, que muchos como yo ya estábamos hartos de usted. Hasta entonces, candidato o candidata, espero no tener que volver a oír su jodido pregón.
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Tele para hipocondriacos
Para don Rubén Mújica, por el señalamiento
¿De cuándo para acá la televisión tiene cédula de médico o licencia para extender recetas,? ¿Cómo podría pálidamente atreverse a recomendar medicinas si es medio de una sola vía que no admite réplicas? ¿Quién le otorgó facultades de diagnóstico a distancia?
Porque desde hace rato se despacha sola sugiriendo, recomendando, recetando medicamentos no siempre de origen confiable. Desde mejunjes aparentemente inocuos para los granos que típicamente atormentan la dermis de los adolescentes, hasta complicados tratamientos para una agresiva gastritis de ésas que trepanan el duodeno, pasando por toda clase de analgésicos, ungüentos, bálsamos, lociones capilares, desinfectantes, antiinflamatorios, catalizadores metabólicos, antigripales y una numerosa variedad de placebos disfrazados de medicinas que no sirven para nada más que embaucar incautos, desde complejos vitamínicos hasta supuestos potenciadores de la energía sexual. Hasta hace muy poco, el gobierno federal y sus presuntas dependencias corresponsables en un asunto como éste, que involucra la veracidad publicitaria lo mismo que la tan vapuleada salud pública de los mexicanos –la Procuraduría del Consumidor, la Secretaría de Comunicaciones, la de Economía, la de Educación Pública, pero sobre todo la de Salud– se mantuvieron al margen, haciéndose ojo de hormiga ante el cinismo y la insistencia machacona del merolico televisivo auspiciado por empresas de toda farmacéutica laya, desde trasnacionales de vigorosos tentáculos hasta laboratorios de reciente aparición, y cuyos verdaderos propietarios, si bien escudados en sociedades anónimas, prestanombres y toda clases de vericuetos legaloides para ocultar genealogías, suelen estar, directa o indirectamente, demasiado cerca de puestos públicos o de reputados apellidos del jet set empresarial y político, ése cuyos distinguidos personeros y guapas embajadoras suelen tapizar las odiosas secciones de sociales.
El origen de todo esto es, desde luego, la mórbida enfermedad de la publicidad, mal que aqueja a la televisión harto más que a otros medios de comunicación y cuyos síntomas toman cuerpo, principalmente, en ausencia de escrúpulos. Así que la televisión es perfectamente capaz de ponerse a anunciar un producto que en la teoría absorbe la grasa de los alimentos que uno consume, para convertirla en una especie de bolo nauseabundo del que uno se deshará maravillosamente en cuestión de segundos por vía, que nunca lo dicen, rectal. Qué importa que la posibilidad de que el bebistrajo en efecto cause la pérdida inmediata de la materia grasa en los alimentos a la par que le acarrea a quien lo consuma una complicación gástrica o una descompensación cardiovascular que lo lleve, en el mejor de los casos, a un área hospitalaria de terapia intensiva. Qué importa que el cándido sujeto experimente inesperadas reacciones cutáneas, de alergia, o síntomas de alguna clase de envenenamiento, o simplemente una diarrea de córrele que te alcanzo, si lo realmente importante para los fronterizos ejecutivos de la televisora es haber obtenido el contrato publicitario de marras. ¿La salud?, hombre, esa es asunto y responsabilidad de cada quién… qué importa que sus ruidosos anuncios proclamen categóricamente la cura de sus migrañas o de su gordura, si es responsabilidad del comprador leer las letras chiquitas que vienen con el empaque… Mal pensado el asunto se podría llegar a sospechar de un perverso contubernio que involucraría desde luego a las televisoras y los fabricantes de medicinas reales y presuntas, pero también, como beneficiarios colaterales, a algunos médicos y hospitales.
Hace poco se anunciaban impunemente antigripales a base de efedrina, pero entonces se la consideró, por empujón de nuestros vecinos del norte, sustancia perniciosa. Durante años tanto los fabricantes como sus personeros del gobierno sabían de los aspecto oscuros de la efedrina, y los anuncios allí siguieron. Allí están otros de productos de esa misma clase que entre sus efectos secundarios disparan la presión arterial, pero como no requieren receta y los anuncian en la tele… qué importa que la hipertensión sea una de las principales causas de mortalidad entre adultos en México.
Qué importan tantas cosas, tanta turbiedad, tanta omisión –por cobarde indolencia– oficial. Si al fin y al cabo los principales responsables, los laboratorios farmacéuticos y los publicistas de la tele, están haciendo con la credulidad y la salud del mexicano uno de los mejores negocios de nuestra historia…