La defunción muy anunciada del G-8 (y del G-5)
Alfredo Jalife-Rahme
Foto Manmohan Singh, Gordon Brown, Stephen Harper y Taro Aso; al frente, Barack Obama, Nicolas Sarkozy, Angela Merkel, Silvio Berlusconi y Dimitri Medvediev, al término de la reunión del G-8 el pasado día 9 en la ciudad de L’Aquila, ItaliaFoto Ap
Ya habíamos externado la irrelevancia del oligopólico G-8 en el incipiente nuevo orden multipolar, que requiere nuevas agrupaciones más funcionales para lidiar con el tsunami financiero global, creado por la dupla anglosajona y que apenas inicia su doloroso despliegue.
Pero no es lo mismo que lo adelante Bajo la Lupa –a la que ni caso hicieron los cadavéricos panistas y neoliberales locales– a que lo exprese Der Spiegel (13/7/09), la revista más influyente de Alemania que, después de Estados Unidos, constituye la entidad más poderosa en el seno del desfalleciente Grupo de los Ocho, desde el punto de vista geoeconómico: El G-8 está muerto.
El G-8 ha fallecido y ni siquiera el G-5 tiene el mínimo futuro en su seno tal como fue diseñado, ya que constituye una excrecencia anómala del formato controlado por los neoliberales anglosajones y sus aliados (Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá y Japón), en el que participa sin voz ni voto el México neoliberal, a las órdenes exclusivas de Wall Street y la City.
Hasta ahora el centro de gravedad se ha trasladado al G-20 (con sus bemoles). Se cumple nuestra hipótesis (Hacia la desglobalización; Jorale Editores/Orfila, 07): descenso inevitable del G-7 y ascenso irresistible del BRIC (Brasil, Rusia, India y China), al unísono de las potencias petroleras del golfo Pérsico.
Rusia tendrá que definir su ambigüedad de pertenecer tanto al G-8 (donde no ha obtenido ni la membresía harapienta de la OMC) como al BRIC.
La multipolaridad será híbrida por necesidad teleológica y estará dominada mezcladamente tanto por el G-7 alicaído como por el resplandeciente BRIC.
De acuerdo con las tendencias geoeconómicas, el mismo G-7 es probable que sea depurado –donde Gran Bretaña, Japón y nuestros amigos de Canadá e Italia saldrán muy averiados de la hecatombe financiera global– para convertirse en un G-3 sin poder ni gloria, donde a duras penas sobrevivirán Estados Unidos y nuestros amigos de Alemania y Francia.
El abordaje de Dirk Kurbjuweit, de la revista Der Spiegel, es diferente (de corte demográfico) y más subjetivo que nuestro enfoque multidimensional y geoeconómico (que incluye la geoenergía), al centrar su singular análisis en los valores (¡súper sic!) occidentales, como los derechos humanos y la democracia, que fueron abandonados en la reciente cumbre del G-8 en L’Aquila, Italia.
No vamos a discutir los hipócritas y apócrifos derechos humanos (v.gr la barbarie torturadora en la cárcel de Abu Ghraib por el ejército invasor estadunidense en Iraq) y la seudodemocracia teledirigida que practica Estados Unidos en Florida y Ohio con un sistema electoral decimonónico de voto indirecto que beneficia a su omnipotente plutocracia.
Estados Unidos no es una democracia, sino una plutocracia gobernada por el eje Wall Street-Hollywood-Las Vegas-El Pentágono; ¡no confundamos!
Los valores occidentales no son tan homogéneos como propone Dirk Kurbjuweit, quien quizá ignora que no es lo mismo el relativo mayor avance CIVILIZADO (así con mayúsculas) de Francia y Alemania, en todos los rubros posmodernos humanistas, que la magna SIMULACIÓN (con mayúsculas también) estadunidense: la hoy decadente civilización occidental es de origen europeo, mientras su simulación es estadunidense.
Occidente (incluido el oriental Japón, que se deformó grotescamente al volverse una caricatura anglosajona) sucumbió a la concupiscencia del hipermaterialismo bursátil, al haber vendido su alma infausta a Mefistófeles. Esa es la verdadera tragedia de Occidente (what ever that means), por lo que urge se abreve del genial Goethe para detener su estrepitosa caída.
El problema primordial de Estados Unidos –líder indiscutible del G-7 (que sufre el reflejo de su decadencia), más que del G-8, donde Rusia se ha rebelado y revelado– es su aplicación de dos pesos y dos medidas de los derechos humanos y la democracia, exageradamente selectivos y exclusivos, que han sido eviscerados de su significado universal: cierra obscenamente los ojos en su frontera sur ante las atrocidades (v.gr Acteal y Aguas Blancas) y magnos fraudes electorales de sus adoctrinados instrumentos vecinales (los neoliberales De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox y Calderón: 27 años de ignominia ininterrumpida), mientras vocifera y maldice los lejanos agravios en Zimbabwe y Kirguistán.
Con todo nuestro respeto para Dirk Kurbjuweit, de Der Spiegel (que significa espejo en alemán), el peor espejo negro en materia de derechos humanos y democracia de Estados Unidos es la putrefacción hedionda del México neoliberal en todos los parámetros cotejables que los otros miembros distinguidos del G-7 han dejado hacer y dejado pasar.
Dirk Kurbjuweit lamenta que el G-8 está muerto, al menos como foro de liderazgo global, cuando las decisiones importantes se realizan en otra parte, en el G-20.
Hasta cierto punto, porque hasta ahora el G-20 ha operado bajo la batuta anglosajona en sus dos recientes cumbres disfuncionales de Washington y Londres.
En espera de las cruciales elecciones de Alemania en septiembre, que definirán la orientación de Europa continental en el nuevo orden multipolar, la canciller Angela Merkel ha fustigado los poderes de la Reserva Federal (The Wall Street Journal, 3/6/09) y ha empezado a tomar sana distancia de la dupla anglosajona (Stratfor, 5/6/09, y del anterior canciller Joschka Fischer, The Daily Star 5/6/09) y parece rebelarse al proyecto bipolar del G-2 entre Estados Unidos y China.
Es probable que por ello Dirk Kurbjuweit se embelezca tanto con el G-20 y adelante que, en su próxima cumbre en Pittsburgh, España no estará presente a exigencia perentoria de India (un error, a nuestro juicio, porque no es lo mismo la España de Aznar López que la de Rodríguez Zapatero, como el México neoliberal no es ya, ni nunca fue, de Calderón, tampoco de Fox ni de los neoliberales De la Madrid, Salinas y Zedillo) y su lugar será ocupado por Turquía e Indonesia (un acierto, pero faltan más): estados con democracias imperfectas (sic), pero con amplias poblaciones, cuando en el futuro lo que contará (sic) son los números, no los valores (sic).
Los principales temas de la cumbre del G-8 fueron el clima, el agua y la nutrición, que delinean la supervivencia común. ¿Cuál es el problema? ¿Acaso no es mejor pensar en las poblaciones derelictas y en el patrimonio universal, que en pasar arreglando las imperfecciones descomunales del plutocrático mercado neoliberal?
Pues sí existe problema, porque el enfoque de Dirk Kurbjuweit es neomalthusiano (no olvidar: un modelo exclusivista anglosajón), todo lo contrario al humanismo, al considerar que el planeta no puede cargar con una mayor población, por lo que el enfoque de la política mundial se ha trasladado a la gente para reducirla (¿exterminarla selectivamente?), que ahora es vista como seres que usan (sic) mucha agua y emiten (sic) mucho bióxido de carbono, lo cual exige imponer (sic) límites. ¡Oh la-la!
¡Qué bueno que fenezca el neomalthusiano G-8! ¿Quién lo sustituirá?
kikka-roja.blogspot.com/
Pero no es lo mismo que lo adelante Bajo la Lupa –a la que ni caso hicieron los cadavéricos panistas y neoliberales locales– a que lo exprese Der Spiegel (13/7/09), la revista más influyente de Alemania que, después de Estados Unidos, constituye la entidad más poderosa en el seno del desfalleciente Grupo de los Ocho, desde el punto de vista geoeconómico: El G-8 está muerto.
El G-8 ha fallecido y ni siquiera el G-5 tiene el mínimo futuro en su seno tal como fue diseñado, ya que constituye una excrecencia anómala del formato controlado por los neoliberales anglosajones y sus aliados (Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá y Japón), en el que participa sin voz ni voto el México neoliberal, a las órdenes exclusivas de Wall Street y la City.
Hasta ahora el centro de gravedad se ha trasladado al G-20 (con sus bemoles). Se cumple nuestra hipótesis (Hacia la desglobalización; Jorale Editores/Orfila, 07): descenso inevitable del G-7 y ascenso irresistible del BRIC (Brasil, Rusia, India y China), al unísono de las potencias petroleras del golfo Pérsico.
Rusia tendrá que definir su ambigüedad de pertenecer tanto al G-8 (donde no ha obtenido ni la membresía harapienta de la OMC) como al BRIC.
La multipolaridad será híbrida por necesidad teleológica y estará dominada mezcladamente tanto por el G-7 alicaído como por el resplandeciente BRIC.
De acuerdo con las tendencias geoeconómicas, el mismo G-7 es probable que sea depurado –donde Gran Bretaña, Japón y nuestros amigos de Canadá e Italia saldrán muy averiados de la hecatombe financiera global– para convertirse en un G-3 sin poder ni gloria, donde a duras penas sobrevivirán Estados Unidos y nuestros amigos de Alemania y Francia.
El abordaje de Dirk Kurbjuweit, de la revista Der Spiegel, es diferente (de corte demográfico) y más subjetivo que nuestro enfoque multidimensional y geoeconómico (que incluye la geoenergía), al centrar su singular análisis en los valores (¡súper sic!) occidentales, como los derechos humanos y la democracia, que fueron abandonados en la reciente cumbre del G-8 en L’Aquila, Italia.
No vamos a discutir los hipócritas y apócrifos derechos humanos (v.gr la barbarie torturadora en la cárcel de Abu Ghraib por el ejército invasor estadunidense en Iraq) y la seudodemocracia teledirigida que practica Estados Unidos en Florida y Ohio con un sistema electoral decimonónico de voto indirecto que beneficia a su omnipotente plutocracia.
Estados Unidos no es una democracia, sino una plutocracia gobernada por el eje Wall Street-Hollywood-Las Vegas-El Pentágono; ¡no confundamos!
Los valores occidentales no son tan homogéneos como propone Dirk Kurbjuweit, quien quizá ignora que no es lo mismo el relativo mayor avance CIVILIZADO (así con mayúsculas) de Francia y Alemania, en todos los rubros posmodernos humanistas, que la magna SIMULACIÓN (con mayúsculas también) estadunidense: la hoy decadente civilización occidental es de origen europeo, mientras su simulación es estadunidense.
Occidente (incluido el oriental Japón, que se deformó grotescamente al volverse una caricatura anglosajona) sucumbió a la concupiscencia del hipermaterialismo bursátil, al haber vendido su alma infausta a Mefistófeles. Esa es la verdadera tragedia de Occidente (what ever that means), por lo que urge se abreve del genial Goethe para detener su estrepitosa caída.
El problema primordial de Estados Unidos –líder indiscutible del G-7 (que sufre el reflejo de su decadencia), más que del G-8, donde Rusia se ha rebelado y revelado– es su aplicación de dos pesos y dos medidas de los derechos humanos y la democracia, exageradamente selectivos y exclusivos, que han sido eviscerados de su significado universal: cierra obscenamente los ojos en su frontera sur ante las atrocidades (v.gr Acteal y Aguas Blancas) y magnos fraudes electorales de sus adoctrinados instrumentos vecinales (los neoliberales De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox y Calderón: 27 años de ignominia ininterrumpida), mientras vocifera y maldice los lejanos agravios en Zimbabwe y Kirguistán.
Con todo nuestro respeto para Dirk Kurbjuweit, de Der Spiegel (que significa espejo en alemán), el peor espejo negro en materia de derechos humanos y democracia de Estados Unidos es la putrefacción hedionda del México neoliberal en todos los parámetros cotejables que los otros miembros distinguidos del G-7 han dejado hacer y dejado pasar.
Dirk Kurbjuweit lamenta que el G-8 está muerto, al menos como foro de liderazgo global, cuando las decisiones importantes se realizan en otra parte, en el G-20.
Hasta cierto punto, porque hasta ahora el G-20 ha operado bajo la batuta anglosajona en sus dos recientes cumbres disfuncionales de Washington y Londres.
En espera de las cruciales elecciones de Alemania en septiembre, que definirán la orientación de Europa continental en el nuevo orden multipolar, la canciller Angela Merkel ha fustigado los poderes de la Reserva Federal (The Wall Street Journal, 3/6/09) y ha empezado a tomar sana distancia de la dupla anglosajona (Stratfor, 5/6/09, y del anterior canciller Joschka Fischer, The Daily Star 5/6/09) y parece rebelarse al proyecto bipolar del G-2 entre Estados Unidos y China.
Es probable que por ello Dirk Kurbjuweit se embelezca tanto con el G-20 y adelante que, en su próxima cumbre en Pittsburgh, España no estará presente a exigencia perentoria de India (un error, a nuestro juicio, porque no es lo mismo la España de Aznar López que la de Rodríguez Zapatero, como el México neoliberal no es ya, ni nunca fue, de Calderón, tampoco de Fox ni de los neoliberales De la Madrid, Salinas y Zedillo) y su lugar será ocupado por Turquía e Indonesia (un acierto, pero faltan más): estados con democracias imperfectas (sic), pero con amplias poblaciones, cuando en el futuro lo que contará (sic) son los números, no los valores (sic).
Los principales temas de la cumbre del G-8 fueron el clima, el agua y la nutrición, que delinean la supervivencia común. ¿Cuál es el problema? ¿Acaso no es mejor pensar en las poblaciones derelictas y en el patrimonio universal, que en pasar arreglando las imperfecciones descomunales del plutocrático mercado neoliberal?
Pues sí existe problema, porque el enfoque de Dirk Kurbjuweit es neomalthusiano (no olvidar: un modelo exclusivista anglosajón), todo lo contrario al humanismo, al considerar que el planeta no puede cargar con una mayor población, por lo que el enfoque de la política mundial se ha trasladado a la gente para reducirla (¿exterminarla selectivamente?), que ahora es vista como seres que usan (sic) mucha agua y emiten (sic) mucho bióxido de carbono, lo cual exige imponer (sic) límites. ¡Oh la-la!
¡Qué bueno que fenezca el neomalthusiano G-8! ¿Quién lo sustituirá?