La pequeña guerra que creció
Lorenzo Meyer
23 Jul. 09
El enfoque original de la "guerra contra el narcotráfico" fue norteamericano. ¿No sería útil uno mexicano?
El principio
Actualmente, tanto el discurso oficial como las crónicas sobre el conflicto entre el Estado mexicano y las organizaciones de narcotraficantes se refieren al mismo como una guerra. Si por ésta se entiende un estado de hostilidad intensa entre fuerzas opuestas, entonces se debe concluir que hace tiempo nuestro país es escenario de una guerra entre las instituciones de gobierno -Ejército, Armada y policías- y los cárteles de la droga.
Generalmente es posible saber cuándo y por qué se inician las guerras. Una peculiaridad de este caso es que resulta difícil fijar con precisión la fecha en que una mera serie de operaciones rutinarias de la autoridad contra productores y traficantes de sustancias prohibidas se transformó en una guerra que, en su última fase -los 32 meses del gobierno de Felipe Calderón-, ya ha cobrado la vida de más de 12 mil mexicanos.
El inicio
En el inicio, la naturaleza y característica de la lucha fueron determinadas por Estados Unidos, cuya presión dio origen a la convocatoria para formar una Comisión del Opio en Shanghai en 1909 y la Convención Internacional del Opio celebrada en La Haya en 1912. Ahí, 11 gobiernos acordaron prohibir el comercio del opio, la cocaína y la heroína.
En realidad, Inglaterra y Francia habían creado el problema que pretendían resolver con ilegalizar lo que antes habían fomentado al obligar a China a comprar y consumir opio a lo largo del siglo XIX -un comercio del que también se benefició Estados Unidos. Sin embargo, al inicio del siglo pasado, esas potencias se alarmaron al comprobar que su codicia había dado vida a un monstruo dentro de ellas mismas. Hoy la lucha sigue sin que ninguna autoridad nacional o internacional haya atinado a resolver realmente un problema que ya es universal.
México
Hasta los 1960 la producción, consumo y comercio de las drogas prohibidas, que ya incluían la marihuana, eran un problema menor entre nosotros. La exportación de drogas al mercado norteamericano era una operación modesta, básicamente en manos norteamericanas. El carácter actual del problema se inició en los 1970; cuando México, empujado por el gobierno de Washington y sin darse cuenta del tipo de conflicto en el que entraba, inició "la guerra". Froylán Enciso, un estudioso del tema, ha calificado lo que sucedió a partir de entonces como "la fundación de una cultura y un estilo de vida que, con el tiempo, mermó la imagen del gobierno mexicano" ("Drogas, narcotráfico y política en México: protocolo de hipocresía" en Una historia contemporánea de México, T. 4, pp. 183-245).
En México, ha sido siempre la presión norteamericana la que ha marcado el ritmo e intensidad con que se ha desarrollado la guerra contra el narcotráfico. Ante el incremento en el consumo de drogas en Estados Unidos, en junio de 1969, México se comprometió con su vecino del norte a combatir el "problema global de las drogas". Pero, como Washington no pudo resistir explotar la ocasión, de manera políticamente espectacular y absolutamente unilateral, en septiembre puso en marcha la "Operación Intercepción" (OI) que, con el pretexto de interceptar las drogas provenientes de México, dislocó la vida de la frontera común y humilló a un gobierno particularmente cooperador con Estados Unidos: el de Gustavo Díaz Ordaz. Lo que la OI buscó fue dejar en claro que la raíz de la drogadicción estaba en sistemas políticos como el mexicano, que por su ineptitud y corrupción, no detenían la producción y el tráfico de los estupefacientes que corrompían a la juventud norteamericana.
El inicio de una 'espléndida pequeña guerra'
"A Splendid Little War" llamó John Milton Hay, entonces secretario de Estado, a la guerra que libró Estados Unidos contra España en 1898. A juzgar por los propios documentos norteamericanos, en Washington quisieron creer que algo similar tendría lugar en México si se obligaba a su gobierno a resolver por la vía de la acción armada el problema que presentaba la producción de marihuana y cocaína para el mercado norteamericano.
El 15 de agosto de 1975, se presentó un reporte interno del gobierno norteamericano sobre la oferta de heroína elaborado para la Drug Review Task Force (Declassified Documents Reference System, N° CK3100097267). México, aseguró ese documento, era ya la fuente principal de heroína -77 por ciento- para el mercado norteamericano al punto que ya había sustituido a la "conexión franco-turca" en ese campo. Hacía ya 30 años que México cultivaba amapola y procesaba la heroína para el mercado estadounidense, por eso pudo sustituir a los proveedores asiáticos y franceses. Ya en 1947, las agencias norteamericanas habían detectado la existencia de 10 mil campos de amapola al norte de Culiacán. Sin embargo, por mucho tiempo la tarea de localización y destrucción de esos plantíos nunca estuvo a la altura de la extensión del problema (en los 1950 apenas se destruyeron anualmente entre 40 y 80 hectáreas de amapola y en el decenio siguiente 400). Y es que en los 1960 sólo se habían empleado en la tarea de localización de plantíos dos helicópteros y tres aviones ligeros.
En un memorándum elaborado cuatro meses antes, el 15 de abril de 1975 (Declassified Documents Reference System, N° CK3100112800), el Departamento de Estado ya había señalado el camino a la "solución final" del problema. Partía del supuesto que, pese a la tensión causada, la "Operación Intercepción" había valido la pena porque México ya "estaba siguiendo un vigoroso programa de destrucción de narcótico". El resultado final del programa dependía simplemente de poder transportar "a tiempo" a los policías federales y efectivos del Ejército que debían destruir los plantíos de amapola y marihuana. A la embajada realmente le entusiasmaba que el gobierno mexicano estuviera dispuesto a instalar retenes en los caminos de las zonas productoras e imponer penas de cárcel no menores a cinco años a los acusados de narcotráfico. Lo mejor de todo, según tan optimista informe, era que el vecino del sur destinaba ya ¡24 millones de dólares anuales en el programa de erradicación! aunque para la otra cara del problema, la prevención y tratamiento de adictos mexicanos, apenas se gastarían 1.6 millones de dólares. Obviamente las prioridades en la materia eran más norteamericanas que mexicanas.
Desde la esperanzada perspectiva que hace 34 años dominaba en Washington, el obstáculo a superar para que un México cooperador dejara de ser el proveedor creciente de "substancias narcóticas ilegales" para el mercado norteamericano era algo realmente sencillo: acabar con "la insuficiencia de material y personal entrenado [para usarlo] en México". Era ahí donde debía entrar la "ayuda" norteamericana.
Los documentos citados implicaban que la estrategia básica -identificación, destrucción del cultivo y cárcel para los responsables- consistía en que México pondría a los combatientes y Estados Unidos los aparatos. Por otra parte, apenas si hubo una mención sobre qué hacer con los campesinos implicados en la economía de la producción de drogas y ésta consistió en recomendar algo tan simple como irreal: un programa educativo para alentar la sustitución de ¡amapola por frijoles y maíz! Obviamente una recomendación de esa naturaleza sólo buscaba llenar el expediente pues la estrategia real se basaba en el unilateralismo: si lo básico era poner fin a la oferta, el camino más simple y directo era el de la fuerza. Cómo se iba a resolver en México el problema de cambiar la economía campesina de la amapola y la marihuana por la del maíz y el frijol, era algo que realmente a Washington no le importaba.
Una solución que no lo fue
Para 1975 Estados Unidos creyó haber encontrado la manera de terminar con el narcotráfico mexicano por la vía de la mera intensificación de la destrucción de plantíos y aumento de las penas a los infractores. Desde entonces han transcurrido más de 30 años y la estrategia sigue siendo básicamente la misma, la diseñada por Washington, pero el problema no se ha resuelto.
La "espléndida pequeña guerra" imaginada hace 34 años se ha convertido en un fracaso interminable que obliga a repensar el problema desde una perspectiva más compleja y realista por lo que se refiere a la ética, a las economías del consumo y producción de lo prohibido y a las debilidades institucionales de los gobiernos involucrados. Primero se deben identificar las estrategias que cuadren a los intereses de México como nación y sistema político, independientemente de lo que convenga a Estados Unidos. Después, y sólo después, se tendría que negociar la fórmula que hiciera compatibles esos intereses nuestros con los de la gran potencia.
Generalmente es posible saber cuándo y por qué se inician las guerras. Una peculiaridad de este caso es que resulta difícil fijar con precisión la fecha en que una mera serie de operaciones rutinarias de la autoridad contra productores y traficantes de sustancias prohibidas se transformó en una guerra que, en su última fase -los 32 meses del gobierno de Felipe Calderón-, ya ha cobrado la vida de más de 12 mil mexicanos.
El inicio
En el inicio, la naturaleza y característica de la lucha fueron determinadas por Estados Unidos, cuya presión dio origen a la convocatoria para formar una Comisión del Opio en Shanghai en 1909 y la Convención Internacional del Opio celebrada en La Haya en 1912. Ahí, 11 gobiernos acordaron prohibir el comercio del opio, la cocaína y la heroína.
En realidad, Inglaterra y Francia habían creado el problema que pretendían resolver con ilegalizar lo que antes habían fomentado al obligar a China a comprar y consumir opio a lo largo del siglo XIX -un comercio del que también se benefició Estados Unidos. Sin embargo, al inicio del siglo pasado, esas potencias se alarmaron al comprobar que su codicia había dado vida a un monstruo dentro de ellas mismas. Hoy la lucha sigue sin que ninguna autoridad nacional o internacional haya atinado a resolver realmente un problema que ya es universal.
México
Hasta los 1960 la producción, consumo y comercio de las drogas prohibidas, que ya incluían la marihuana, eran un problema menor entre nosotros. La exportación de drogas al mercado norteamericano era una operación modesta, básicamente en manos norteamericanas. El carácter actual del problema se inició en los 1970; cuando México, empujado por el gobierno de Washington y sin darse cuenta del tipo de conflicto en el que entraba, inició "la guerra". Froylán Enciso, un estudioso del tema, ha calificado lo que sucedió a partir de entonces como "la fundación de una cultura y un estilo de vida que, con el tiempo, mermó la imagen del gobierno mexicano" ("Drogas, narcotráfico y política en México: protocolo de hipocresía" en Una historia contemporánea de México, T. 4, pp. 183-245).
En México, ha sido siempre la presión norteamericana la que ha marcado el ritmo e intensidad con que se ha desarrollado la guerra contra el narcotráfico. Ante el incremento en el consumo de drogas en Estados Unidos, en junio de 1969, México se comprometió con su vecino del norte a combatir el "problema global de las drogas". Pero, como Washington no pudo resistir explotar la ocasión, de manera políticamente espectacular y absolutamente unilateral, en septiembre puso en marcha la "Operación Intercepción" (OI) que, con el pretexto de interceptar las drogas provenientes de México, dislocó la vida de la frontera común y humilló a un gobierno particularmente cooperador con Estados Unidos: el de Gustavo Díaz Ordaz. Lo que la OI buscó fue dejar en claro que la raíz de la drogadicción estaba en sistemas políticos como el mexicano, que por su ineptitud y corrupción, no detenían la producción y el tráfico de los estupefacientes que corrompían a la juventud norteamericana.
El inicio de una 'espléndida pequeña guerra'
"A Splendid Little War" llamó John Milton Hay, entonces secretario de Estado, a la guerra que libró Estados Unidos contra España en 1898. A juzgar por los propios documentos norteamericanos, en Washington quisieron creer que algo similar tendría lugar en México si se obligaba a su gobierno a resolver por la vía de la acción armada el problema que presentaba la producción de marihuana y cocaína para el mercado norteamericano.
El 15 de agosto de 1975, se presentó un reporte interno del gobierno norteamericano sobre la oferta de heroína elaborado para la Drug Review Task Force (Declassified Documents Reference System, N° CK3100097267). México, aseguró ese documento, era ya la fuente principal de heroína -77 por ciento- para el mercado norteamericano al punto que ya había sustituido a la "conexión franco-turca" en ese campo. Hacía ya 30 años que México cultivaba amapola y procesaba la heroína para el mercado estadounidense, por eso pudo sustituir a los proveedores asiáticos y franceses. Ya en 1947, las agencias norteamericanas habían detectado la existencia de 10 mil campos de amapola al norte de Culiacán. Sin embargo, por mucho tiempo la tarea de localización y destrucción de esos plantíos nunca estuvo a la altura de la extensión del problema (en los 1950 apenas se destruyeron anualmente entre 40 y 80 hectáreas de amapola y en el decenio siguiente 400). Y es que en los 1960 sólo se habían empleado en la tarea de localización de plantíos dos helicópteros y tres aviones ligeros.
En un memorándum elaborado cuatro meses antes, el 15 de abril de 1975 (Declassified Documents Reference System, N° CK3100112800), el Departamento de Estado ya había señalado el camino a la "solución final" del problema. Partía del supuesto que, pese a la tensión causada, la "Operación Intercepción" había valido la pena porque México ya "estaba siguiendo un vigoroso programa de destrucción de narcótico". El resultado final del programa dependía simplemente de poder transportar "a tiempo" a los policías federales y efectivos del Ejército que debían destruir los plantíos de amapola y marihuana. A la embajada realmente le entusiasmaba que el gobierno mexicano estuviera dispuesto a instalar retenes en los caminos de las zonas productoras e imponer penas de cárcel no menores a cinco años a los acusados de narcotráfico. Lo mejor de todo, según tan optimista informe, era que el vecino del sur destinaba ya ¡24 millones de dólares anuales en el programa de erradicación! aunque para la otra cara del problema, la prevención y tratamiento de adictos mexicanos, apenas se gastarían 1.6 millones de dólares. Obviamente las prioridades en la materia eran más norteamericanas que mexicanas.
Desde la esperanzada perspectiva que hace 34 años dominaba en Washington, el obstáculo a superar para que un México cooperador dejara de ser el proveedor creciente de "substancias narcóticas ilegales" para el mercado norteamericano era algo realmente sencillo: acabar con "la insuficiencia de material y personal entrenado [para usarlo] en México". Era ahí donde debía entrar la "ayuda" norteamericana.
Los documentos citados implicaban que la estrategia básica -identificación, destrucción del cultivo y cárcel para los responsables- consistía en que México pondría a los combatientes y Estados Unidos los aparatos. Por otra parte, apenas si hubo una mención sobre qué hacer con los campesinos implicados en la economía de la producción de drogas y ésta consistió en recomendar algo tan simple como irreal: un programa educativo para alentar la sustitución de ¡amapola por frijoles y maíz! Obviamente una recomendación de esa naturaleza sólo buscaba llenar el expediente pues la estrategia real se basaba en el unilateralismo: si lo básico era poner fin a la oferta, el camino más simple y directo era el de la fuerza. Cómo se iba a resolver en México el problema de cambiar la economía campesina de la amapola y la marihuana por la del maíz y el frijol, era algo que realmente a Washington no le importaba.
Una solución que no lo fue
Para 1975 Estados Unidos creyó haber encontrado la manera de terminar con el narcotráfico mexicano por la vía de la mera intensificación de la destrucción de plantíos y aumento de las penas a los infractores. Desde entonces han transcurrido más de 30 años y la estrategia sigue siendo básicamente la misma, la diseñada por Washington, pero el problema no se ha resuelto.
La "espléndida pequeña guerra" imaginada hace 34 años se ha convertido en un fracaso interminable que obliga a repensar el problema desde una perspectiva más compleja y realista por lo que se refiere a la ética, a las economías del consumo y producción de lo prohibido y a las debilidades institucionales de los gobiernos involucrados. Primero se deben identificar las estrategias que cuadren a los intereses de México como nación y sistema político, independientemente de lo que convenga a Estados Unidos. Después, y sólo después, se tendría que negociar la fórmula que hiciera compatibles esos intereses nuestros con los de la gran potencia.
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