Juan Villoro
28 Ago. 09
"Voy a ver al zombi", dijo un amigo al despedirse. Se refería a su hijo de 17 años con el que ya no cruza palabras. Otro amigo comentó que también su hijo había desaparecido de la vida familiar. Encerrado bajo llave, oía canciones sobre el fin del mundo y se abismaba en la computadora. Este segundo caso tuvo un saldo productivo. El muchacho abandonó los estudios formales, pero siguió un curso en línea como programador de software. Meses después obtuvo un empleo -también en línea- y se independizó, lo cual significa que ahora paga renta por estar encerrado.
Si en los años sesenta y setenta ser joven significaba irse de la casa, ahora significa aislarse dentro de ella. La tecnología digital permite que la gente se sustraiga del entorno donde hierve el agua y se refugie en la pantalla donde aparecen amigos más o menos concretos.
El fenómeno aqueja sobre todo a los varones, que se protegen de la humanidad con explosiones de desodorante. La industria química ha creado lociones ultrafuertes que son ideales para las paradojas de la adolescencia: prometen contactos de fábula y al mismo tiempo hacen que todos te dejen en paz.
Cerrar puertas, encapsularse en una fragante nube, subir el volumen de la música y extraviarse en la computadora son características de los varones digitales.
El fenómeno se ha vuelto aún más complejo en el país con mayor presencia tecnológica: Japón. Quien presenta esta conducta es tipificado como hikikomori (sustantivo que viene de "apartarse" o "recluirse"). Enrique Vila-Matas describe así a estos renunciantes: "Sienten tristeza y apenas tienen amigos, y la gran mayoría duerme o se tumba a lo largo del día, y miran la televisión o se concentran en el ordenador durante la noche. En Japón se les llama también solteros parásitos. O sea que aquellas máquinas solteras que inventara Duchamp se han hecho realidad".
El hikikomori se opone a las reglas que soportan los demás japoneses. ¿Su melancolía proviene de la alienación que provoca la sociedad postindustrial o se trata de un arte cultivado con esfuerzo, como el bonsai o el origami? No es por falta de opciones que un japonés renuncia a otro horizonte que mirar el techo. ¿Qué ha llevado al 20 por ciento de los varones adolescentes a alejarse de ese modo?
Mi interpretación es que el hikikomori es un samurai tímido. En el pacífico Japón contemporáneo resulta difícil ejercer el oficio que durante siglos encandiló la mente de los jóvenes vernáculos. La inmensa mayoría de los hikikomori son hombres y casi todos responden a los rasgos que Yukio Mishima distinguió en el samurai moderno. Pocos años antes de practicar su suicidio ritual, Mishima actualizó el Hagakure, prontuario samurai recogido en el siglo XVIII. Las condiciones básicas de quien asume esa existencia son el desprecio por la vida y el alejamiento de toda tentación mundana. El samurai es un carismático outsider, un romántico que ama de lejos y aguarda el momento de sacrificarse: "El Hagakure es un intento de curar el carácter pacífico de la sociedad moderna a partir de la potente medicina de la muerte".
Antes del harakiri, el samurai escribe un poema, en el que resume su visión del mundo en cinco versos. Su mensaje es altamente estético, sigue una moral estricta. Por medio de la espada o el pincel defiende una armonía que lo excede. Existe como el follaje, al margen de sí mismo, garantizando la renovación de un orden natural que cobra conciencia de sí mismo a través de la sangre y la belleza.
La cultura valora al samurai y recela del ciber-recluso, pero no se trata de entes tan apartados. Sin ser guerreros singulares, los hikikomori se sustraen a la banalidad de la vida moderna. En un mundo sin épica, se dan de baja. Son espectros, suicidas aplazados.
¿Han sido derrotados por una sociedad competitiva? No necesariamente; su conducta no es demasiado ajena al heroísmo vegetal de quien medita en un templo. El primer hikikomori fue precisamente el profeta de la ética samurai. El Hagakure proviene de las enseñanzas de Yamamoto, quien estuvo al servicio de un shogun del siglo XVIII. De acuerdo con la tradición, debía suicidarse al morir su Señor. No lo hizo porque un edicto abolió los suicidios rituales, pero se retiró del mundo y durante 20 años perduró en calidad de hikikomori.
El Japón moderno no reconoce la fertilidad de la violencia. Como Yamamoto en el segundo acto de su vida, el samurai contemporáneo busca el alejamiento. En ocasiones falla y toma un rifle: los hikikomori se volvieron famosos cuando uno de ellos secuestró un autobús y comenzó a disparar.
Es posible que el país de Godzilla, los tamagochis y los pokemones ofrezca claves secretas para el comportamiento de la juventud digital. ¿Asistimos a la preparación larvaria de los samurais del porvenir? ¿El enclaustramiento es el "lado B" de la violencia? ¿Elimina la agresión o la incuba sigilosamente?
El amigo que definió a su hijo como un espectro recibió este consejo de una amiga: "Apapacha a tu zombi".
La frase puede convertirse en el lema mexicano para combatir la alienación.
kikka-roja.blogspot.com/
Si en los años sesenta y setenta ser joven significaba irse de la casa, ahora significa aislarse dentro de ella. La tecnología digital permite que la gente se sustraiga del entorno donde hierve el agua y se refugie en la pantalla donde aparecen amigos más o menos concretos.
El fenómeno aqueja sobre todo a los varones, que se protegen de la humanidad con explosiones de desodorante. La industria química ha creado lociones ultrafuertes que son ideales para las paradojas de la adolescencia: prometen contactos de fábula y al mismo tiempo hacen que todos te dejen en paz.
Cerrar puertas, encapsularse en una fragante nube, subir el volumen de la música y extraviarse en la computadora son características de los varones digitales.
El fenómeno se ha vuelto aún más complejo en el país con mayor presencia tecnológica: Japón. Quien presenta esta conducta es tipificado como hikikomori (sustantivo que viene de "apartarse" o "recluirse"). Enrique Vila-Matas describe así a estos renunciantes: "Sienten tristeza y apenas tienen amigos, y la gran mayoría duerme o se tumba a lo largo del día, y miran la televisión o se concentran en el ordenador durante la noche. En Japón se les llama también solteros parásitos. O sea que aquellas máquinas solteras que inventara Duchamp se han hecho realidad".
El hikikomori se opone a las reglas que soportan los demás japoneses. ¿Su melancolía proviene de la alienación que provoca la sociedad postindustrial o se trata de un arte cultivado con esfuerzo, como el bonsai o el origami? No es por falta de opciones que un japonés renuncia a otro horizonte que mirar el techo. ¿Qué ha llevado al 20 por ciento de los varones adolescentes a alejarse de ese modo?
Mi interpretación es que el hikikomori es un samurai tímido. En el pacífico Japón contemporáneo resulta difícil ejercer el oficio que durante siglos encandiló la mente de los jóvenes vernáculos. La inmensa mayoría de los hikikomori son hombres y casi todos responden a los rasgos que Yukio Mishima distinguió en el samurai moderno. Pocos años antes de practicar su suicidio ritual, Mishima actualizó el Hagakure, prontuario samurai recogido en el siglo XVIII. Las condiciones básicas de quien asume esa existencia son el desprecio por la vida y el alejamiento de toda tentación mundana. El samurai es un carismático outsider, un romántico que ama de lejos y aguarda el momento de sacrificarse: "El Hagakure es un intento de curar el carácter pacífico de la sociedad moderna a partir de la potente medicina de la muerte".
Antes del harakiri, el samurai escribe un poema, en el que resume su visión del mundo en cinco versos. Su mensaje es altamente estético, sigue una moral estricta. Por medio de la espada o el pincel defiende una armonía que lo excede. Existe como el follaje, al margen de sí mismo, garantizando la renovación de un orden natural que cobra conciencia de sí mismo a través de la sangre y la belleza.
La cultura valora al samurai y recela del ciber-recluso, pero no se trata de entes tan apartados. Sin ser guerreros singulares, los hikikomori se sustraen a la banalidad de la vida moderna. En un mundo sin épica, se dan de baja. Son espectros, suicidas aplazados.
¿Han sido derrotados por una sociedad competitiva? No necesariamente; su conducta no es demasiado ajena al heroísmo vegetal de quien medita en un templo. El primer hikikomori fue precisamente el profeta de la ética samurai. El Hagakure proviene de las enseñanzas de Yamamoto, quien estuvo al servicio de un shogun del siglo XVIII. De acuerdo con la tradición, debía suicidarse al morir su Señor. No lo hizo porque un edicto abolió los suicidios rituales, pero se retiró del mundo y durante 20 años perduró en calidad de hikikomori.
El Japón moderno no reconoce la fertilidad de la violencia. Como Yamamoto en el segundo acto de su vida, el samurai contemporáneo busca el alejamiento. En ocasiones falla y toma un rifle: los hikikomori se volvieron famosos cuando uno de ellos secuestró un autobús y comenzó a disparar.
Es posible que el país de Godzilla, los tamagochis y los pokemones ofrezca claves secretas para el comportamiento de la juventud digital. ¿Asistimos a la preparación larvaria de los samurais del porvenir? ¿El enclaustramiento es el "lado B" de la violencia? ¿Elimina la agresión o la incuba sigilosamente?
El amigo que definió a su hijo como un espectro recibió este consejo de una amiga: "Apapacha a tu zombi".
La frase puede convertirse en el lema mexicano para combatir la alienación.