John Saxe-Fernández
Para todo efecto práctico 2025 ya está aquí. Esta sutil percepción de Michael T. Klare, contenida en una de sus reflexiones (American Preeminence is Disappearing Fifteen Years Early www.Tomdispatch) sobre un documento reciente del National Intelligence Council (NIC) Global Trends 2025, no sólo alude a un fenómeno que es imperativo atender: la aguda contracción temporal que ocurre en tiempos de crisis. También concita la atención sobre la necesidad de la crítica teórica y conceptual, vital cuando aumentan las áreas de incertidumbre –desde lo económico a lo político/social y estratégico/militar– y se aceleran cambios en la ecuación de poder mundial, regional, nacional.
El documento del NIC, ente vinculado a la CIA, ofrece un análisis multifactorial desde el que se concluye que en los próximos 15 años la preeminencia de Estados Unidos gradualmente habrá desaparecido, junto al surgimiento paralelo de otras potencias, especialmente China e India. El uso del término preeminencia ofrece un retrato cabal de la posición estadunidense. Hace 17 años en un documento del Estado Mayor Conjunto de ese país para referirse al mismo fenómeno, se advertía que “…el mundo no es unipolar, como pensaron algunos después del derrumbe de la Unión Soviética”, para luego identificar los retos hegemónicos en Europa y Asia.
Pero el término de monopolaridad o unipolaridad y no uno como preeminencia fue el que se popularizó entre analistas de un amplio espectro político que va desde Noam Chomsky, una de las voces más lúcidas de nuestro tiempo (quien utiliza la noción de monopolaridad militar en su caracterización del medio ambiente global), hasta Richard Haas, vocero el Foreign Relations Council, el cabildo de cabildos del alto capital, por representar históricamente a la cúpula corporativa de Estados Unidos.
Ya me referí en varias ocasiones a la necesidad de reconocer la poca pertinencia de expresiones como las de posguerra fría o monopolaridad, aún a nivel militar, para caracterizar una época de crisis de acumulación y de conmoción hegemónica, en que la competencia por la supremacía se traslada de lleno a un primer plano en la estructuración de la estrategia global hacia adelante de Estados Unidos, en un contexto de intensa centrifugación que se observó y se observa entre los países capitalistas centrales, con su propensión hacia el regionalismo y la conformación de bloques, históricamente proclives en tiempos de debacle económica, a los amurallamientos comerciales y de inversión como el TLCAN, la manifestación más palpable y cruda de crisis hegemónica.
Esto impacta con fuerza la proyección de poder económico-comercial, de inversión y estratégico-militar de Estados Unidos hacia América Latina y el hemisferio, empezando por México y Canadá: en ningún momento podemos asumir que el choque estratégico-ideológico entre Estados Unidos y la URSS concentró el meollo de las variables independientes desde las que se derivaron las contradicciones centrales del lapso posterior a la Segunda Guerra Mundial, hasta principios de la década de 1990.
Como he advertido en La compra-venta de México (2002), caracterizar a lo que siguió al desplome soviético como posguerra fría o monopolaridad implica que alrededor de la contradicción este-oeste giraban todas las otras contradicciones como entre centro y periferia capitalista, que se expresaron en la lucha anticolonial y antimperialista en Asia, África y América Latina.
De aquí lo valioso de las observaciones y ponderaciones de Klare, que le hacen concluir que los planteamientos del NIC hechos hace apenas 11 meses fueron rebasados por el torrente de la crisis. Los vertiginosos cambios que se detectan, muy alejados de la monopolaridad, apenas dan alguna relevancia a las predicciones de entonces, desapareciendo la gradualidad en la pérdida de preeminencia de Estados Unidos. Pero el peligro de guerra general aumenta, por la palpable tendencia de compensar esa pérdida con la fuerza militar que aún tiene a mano.
El documento del NIC, ente vinculado a la CIA, ofrece un análisis multifactorial desde el que se concluye que en los próximos 15 años la preeminencia de Estados Unidos gradualmente habrá desaparecido, junto al surgimiento paralelo de otras potencias, especialmente China e India. El uso del término preeminencia ofrece un retrato cabal de la posición estadunidense. Hace 17 años en un documento del Estado Mayor Conjunto de ese país para referirse al mismo fenómeno, se advertía que “…el mundo no es unipolar, como pensaron algunos después del derrumbe de la Unión Soviética”, para luego identificar los retos hegemónicos en Europa y Asia.
Pero el término de monopolaridad o unipolaridad y no uno como preeminencia fue el que se popularizó entre analistas de un amplio espectro político que va desde Noam Chomsky, una de las voces más lúcidas de nuestro tiempo (quien utiliza la noción de monopolaridad militar en su caracterización del medio ambiente global), hasta Richard Haas, vocero el Foreign Relations Council, el cabildo de cabildos del alto capital, por representar históricamente a la cúpula corporativa de Estados Unidos.
Ya me referí en varias ocasiones a la necesidad de reconocer la poca pertinencia de expresiones como las de posguerra fría o monopolaridad, aún a nivel militar, para caracterizar una época de crisis de acumulación y de conmoción hegemónica, en que la competencia por la supremacía se traslada de lleno a un primer plano en la estructuración de la estrategia global hacia adelante de Estados Unidos, en un contexto de intensa centrifugación que se observó y se observa entre los países capitalistas centrales, con su propensión hacia el regionalismo y la conformación de bloques, históricamente proclives en tiempos de debacle económica, a los amurallamientos comerciales y de inversión como el TLCAN, la manifestación más palpable y cruda de crisis hegemónica.
Esto impacta con fuerza la proyección de poder económico-comercial, de inversión y estratégico-militar de Estados Unidos hacia América Latina y el hemisferio, empezando por México y Canadá: en ningún momento podemos asumir que el choque estratégico-ideológico entre Estados Unidos y la URSS concentró el meollo de las variables independientes desde las que se derivaron las contradicciones centrales del lapso posterior a la Segunda Guerra Mundial, hasta principios de la década de 1990.
Como he advertido en La compra-venta de México (2002), caracterizar a lo que siguió al desplome soviético como posguerra fría o monopolaridad implica que alrededor de la contradicción este-oeste giraban todas las otras contradicciones como entre centro y periferia capitalista, que se expresaron en la lucha anticolonial y antimperialista en Asia, África y América Latina.
De aquí lo valioso de las observaciones y ponderaciones de Klare, que le hacen concluir que los planteamientos del NIC hechos hace apenas 11 meses fueron rebasados por el torrente de la crisis. Los vertiginosos cambios que se detectan, muy alejados de la monopolaridad, apenas dan alguna relevancia a las predicciones de entonces, desapareciendo la gradualidad en la pérdida de preeminencia de Estados Unidos. Pero el peligro de guerra general aumenta, por la palpable tendencia de compensar esa pérdida con la fuerza militar que aún tiene a mano.
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