17 de mayo de 2012
A la memoria de Carlos Fuentes, escritor eterno y amigo generoso; a Silvia Lemus, con mis deseos de que su recuerdo la aliente siempre.
No voy a hacer una reseña más de la visita de Enrique Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana el pasado 11 de mayo (llamémosle el 11-M para abreviar). Me limitaré a agregar algo notable que ocurrió dentro del auditorio Sánchez Villaseñor: el estruendoso duelo de abucheos y porras que acompañó a EPN en su camino al recinto se convirtió en un impactante silencio en el momento en que tomó el micrófono, y ese silencio respetuoso se prolongó durante casi toda su intervención. Los estudiantes lo escucharon con atención y solamente cerca del final se oyeron algunos gritos aislados. Pese al apasionamiento generalizado, nadie le impidió hablar. Él correspondió a ese clima, justo es reconocerlo, al referirse a sus críticos con respeto. Los problemas empezaron después, cuando ya terminada su comparecencia decidió pedir la palabra de nuevo para justificar su actuación en el caso Atenco. Eso exacerbó los ánimos de por sí caldeados entre los activistas por los derechos humanos, un tema muy sensible en la Ibero. Lo que ocurrió a partir de ese instante es harina de otro costal, uno que ha sido vaciado y rellenado varias veces para descalificar a los muchachos.