Carlos Fuentes
14 Sep. 09
La primera mitad del gobierno de Felipe Calderón se le fue al presidente en la guerra contra el narcotráfico y en el acomodamiento con los poderes fácticos, públicos y privados.
Contra el narco, Calderón se empeñó a fondo. Guerra perdida, por varias razones. Reveló la dispersión de la fuerza pública en un confeti de autoridades municipales, estatales y federales, ineficaces para dar una gran batalla conjunta contra un enemigo huidizo y malvado. Reveló que las policías mexicanas estaban tan penetradas por el narco como éste por aquéllas: una simbiosis que inutiliza a las policías y fortalece a los narcos. Y por último, la orden de marcha a un ejército nacional -en ausencia de las fuerzas ya mencionadas- que desvirtuó su misión, que no es perseguir criminales, sino proteger a la nación, sus fronteras y sus instituciones. ¿Qué los narcos dañan a todas éstas? Posiblemente, aunque más daño le hacen a un ejército derrotado por los criminales, mejor armados gracias a los expendios abiertos de los EE.UU.
Lo cual nos conduce al origen del problema, la demanda norteamericana de droga. Sin ella, no habría oferta mexicana. ¿Puede Obama, como lo hizo Roosevelt al despenalizar el alcohol, despenalizar el consumo de drogas? Todos sabemos que no. O sea, a lo más que se puede aspirar es a una cooperación acrecentada de México y los EE.UU. para combatir la oferta mexicana y el consumo norteamericano. Largo proceso, lleno de escollos, el menor de los cuales es que, en tanto se identifica al origen mexicano de la droga, poco o nada se conoce del destino norteamericano de la misma.
Batalla, por todo ello, difícil de ganar. Donde muere un capo, aparecen dos y donde mueren dos, surgen cuatro. El expendio de vidas y fortunas, entre tanto, no hace más que crecer.
Los expresidentes Ernesto Zedillo, César Gaviria y Fernando Henrique Cardoso han ofrecido un proyecto de despenalización gradual, empezando por la marihuana. Otro proyecto loable, pero a largo plazo.
Entretanto, los precios del petróleo fluctúan con alarma, el turismo deja de venir y los trabajadores migratorios -fuente primera de ingresos para México- dejan de migrar. Toda una fuerza de trabajo enérgica, mayoritariamente joven, se quedará en México y buscará trabajo. Si no lo encuentra, será fácil presa de la gran red de la droga.
Por esta razón -y otras muchas- es importante el giro político dado por Felipe Calderón con sus diez mandamientos. Expresamente, Calderón deja de atender como prioridad monomaníaca el tema del narcotráfico y, de paso, se aleja de una política de "apapachamiento" de las grandes corporaciones privadas y de los grandes sindicatos públicos.
Calderón, nuestro presidente Moisés, sube al Monte Sinaí de la república y allí recibe las tablas de la ley. Los diez mandamientos son tan importantes, tan trascendentes, que por su misma naturaleza rebasan el periodo sexenal de la presidencia actual y aspiran a convertirse en ideario de la República. Es casi (casi) como si Calderón dejase en herencia una agenda que le trasciende a él y obliga a sus sucesores, probablemente el PRI y deseablemente un PRI inteligente, o sea el de Beatriz Paredes. ¿Y de alguien más?
Los mandamientos de Calderón, bien conocidos a estas alturas, merecen ser repetidos, subrayados y analizados. Consisten en frenar la pobreza ("sin desvío de fondos oficiales"). En ofrecer cobertura universal de salud. En reformar las finanzas públicas. En la reforma regulatoria (derogar lo innecesario o injustificable). Profundizar la lucha contra el crimen y por la seguridad. Y una reforma política de fondo.
Dejo aparte las cuatro reformas que me parecen esenciales para que el todo funcione.
La reforma de las telecomunicaciones (cobertura mayor, convergencia de tecnologías, competencia entre los actores) supone romper el actual duopolio Televisa-TV Azteca, no para desaparecer a estas empresas, sino para obligarlas a competir con nuevos, distintos actores, como sucede en todos los países avanzados. Que la oferta del actual duopolio sea mejor de lo que hoy es, depende de la competencia de nuevos actores y de perspectivas que reflejen el pluralismo ganado por la sociedad pero negado por el duopolio.
La reforma del sector energético significa que Petróleos Mexicanos, sin perder su carácter de empresa pública nacional, incremente su fuerza con políticas que admitan cooperación con empresas privadas y empresas públicas extranjeras (Petrobras, por ejemplo). Mantener a PEMEX en perpetua Capitis Diminutio por un prurito histórico y nacionalista mal entendido, en nada le sirve a PEMEX o al país. Empresa nacional pública con modalidades de cooperación privada y con otras empresas públicas como Petrobras: esto renovaría e impulsaría a PEMEX.
La educación de excelencia pregonada por el Presidente supone mejorar la calidad de la enseñanza pública, que es la que mayoritariamente atiende a nuestra población. Multiplicar los centros de enseñanza en un país de lejanías salvables, incrementar la red de escuelas móviles como las que hoy circulan en Veracruz, preparar a un magisterio moderno, informado, consciente de su importancia como educador básico de un país que le exigirá cada vez más a sus maestros, que cada vez se conformará menos con lo malo o lo menos malo y demandará la excelencia magisterial que prepare a México para el empleo profesional, tecnológico y político de una gran nación, no de un raquítico "país tropical" e injusto.
Y, al cabo, una reforma laboral que signifique ocuparse de la renovación de infraestructuras que México requiere para absorber útilmente su mano de obra en la renovación urbana y portuaria, de carreteras, de escuelas, de bosques, de tierras rescatables a la erosión, de aguas utilizables y distribuibles de manera racional.
Todo un programa, es cierto, para el futuro inmediato y para el mediato también. Durante lo que falta del sexenio actual, alguno de los diez mandamientos podrá empezar a cumplirse, ninguno a cabalidad. Acaso Calderón ha asumido su condición de mandatario rengo o saliente para trascenderla como inductor de una agenda nacional pospuesta y urgente, que se convierta en su verdadero legado. El tiempo lo dirá.
Y Moisés oyó la pregunta: ¿por qué sigues sentado allí, en tanto que todo tu pueblo está de pie y cerca de ti de la madrugada hasta el anochecer? Y Moisés subió al Monte Sinaí y el pueblo le vio descender con las tablas de la ley (Éxodo, XVIII).
kikka-roja.blogspot.com/
Contra el narco, Calderón se empeñó a fondo. Guerra perdida, por varias razones. Reveló la dispersión de la fuerza pública en un confeti de autoridades municipales, estatales y federales, ineficaces para dar una gran batalla conjunta contra un enemigo huidizo y malvado. Reveló que las policías mexicanas estaban tan penetradas por el narco como éste por aquéllas: una simbiosis que inutiliza a las policías y fortalece a los narcos. Y por último, la orden de marcha a un ejército nacional -en ausencia de las fuerzas ya mencionadas- que desvirtuó su misión, que no es perseguir criminales, sino proteger a la nación, sus fronteras y sus instituciones. ¿Qué los narcos dañan a todas éstas? Posiblemente, aunque más daño le hacen a un ejército derrotado por los criminales, mejor armados gracias a los expendios abiertos de los EE.UU.
Lo cual nos conduce al origen del problema, la demanda norteamericana de droga. Sin ella, no habría oferta mexicana. ¿Puede Obama, como lo hizo Roosevelt al despenalizar el alcohol, despenalizar el consumo de drogas? Todos sabemos que no. O sea, a lo más que se puede aspirar es a una cooperación acrecentada de México y los EE.UU. para combatir la oferta mexicana y el consumo norteamericano. Largo proceso, lleno de escollos, el menor de los cuales es que, en tanto se identifica al origen mexicano de la droga, poco o nada se conoce del destino norteamericano de la misma.
Batalla, por todo ello, difícil de ganar. Donde muere un capo, aparecen dos y donde mueren dos, surgen cuatro. El expendio de vidas y fortunas, entre tanto, no hace más que crecer.
Los expresidentes Ernesto Zedillo, César Gaviria y Fernando Henrique Cardoso han ofrecido un proyecto de despenalización gradual, empezando por la marihuana. Otro proyecto loable, pero a largo plazo.
Entretanto, los precios del petróleo fluctúan con alarma, el turismo deja de venir y los trabajadores migratorios -fuente primera de ingresos para México- dejan de migrar. Toda una fuerza de trabajo enérgica, mayoritariamente joven, se quedará en México y buscará trabajo. Si no lo encuentra, será fácil presa de la gran red de la droga.
Por esta razón -y otras muchas- es importante el giro político dado por Felipe Calderón con sus diez mandamientos. Expresamente, Calderón deja de atender como prioridad monomaníaca el tema del narcotráfico y, de paso, se aleja de una política de "apapachamiento" de las grandes corporaciones privadas y de los grandes sindicatos públicos.
Calderón, nuestro presidente Moisés, sube al Monte Sinaí de la república y allí recibe las tablas de la ley. Los diez mandamientos son tan importantes, tan trascendentes, que por su misma naturaleza rebasan el periodo sexenal de la presidencia actual y aspiran a convertirse en ideario de la República. Es casi (casi) como si Calderón dejase en herencia una agenda que le trasciende a él y obliga a sus sucesores, probablemente el PRI y deseablemente un PRI inteligente, o sea el de Beatriz Paredes. ¿Y de alguien más?
Los mandamientos de Calderón, bien conocidos a estas alturas, merecen ser repetidos, subrayados y analizados. Consisten en frenar la pobreza ("sin desvío de fondos oficiales"). En ofrecer cobertura universal de salud. En reformar las finanzas públicas. En la reforma regulatoria (derogar lo innecesario o injustificable). Profundizar la lucha contra el crimen y por la seguridad. Y una reforma política de fondo.
Dejo aparte las cuatro reformas que me parecen esenciales para que el todo funcione.
La reforma de las telecomunicaciones (cobertura mayor, convergencia de tecnologías, competencia entre los actores) supone romper el actual duopolio Televisa-TV Azteca, no para desaparecer a estas empresas, sino para obligarlas a competir con nuevos, distintos actores, como sucede en todos los países avanzados. Que la oferta del actual duopolio sea mejor de lo que hoy es, depende de la competencia de nuevos actores y de perspectivas que reflejen el pluralismo ganado por la sociedad pero negado por el duopolio.
La reforma del sector energético significa que Petróleos Mexicanos, sin perder su carácter de empresa pública nacional, incremente su fuerza con políticas que admitan cooperación con empresas privadas y empresas públicas extranjeras (Petrobras, por ejemplo). Mantener a PEMEX en perpetua Capitis Diminutio por un prurito histórico y nacionalista mal entendido, en nada le sirve a PEMEX o al país. Empresa nacional pública con modalidades de cooperación privada y con otras empresas públicas como Petrobras: esto renovaría e impulsaría a PEMEX.
La educación de excelencia pregonada por el Presidente supone mejorar la calidad de la enseñanza pública, que es la que mayoritariamente atiende a nuestra población. Multiplicar los centros de enseñanza en un país de lejanías salvables, incrementar la red de escuelas móviles como las que hoy circulan en Veracruz, preparar a un magisterio moderno, informado, consciente de su importancia como educador básico de un país que le exigirá cada vez más a sus maestros, que cada vez se conformará menos con lo malo o lo menos malo y demandará la excelencia magisterial que prepare a México para el empleo profesional, tecnológico y político de una gran nación, no de un raquítico "país tropical" e injusto.
Y, al cabo, una reforma laboral que signifique ocuparse de la renovación de infraestructuras que México requiere para absorber útilmente su mano de obra en la renovación urbana y portuaria, de carreteras, de escuelas, de bosques, de tierras rescatables a la erosión, de aguas utilizables y distribuibles de manera racional.
Todo un programa, es cierto, para el futuro inmediato y para el mediato también. Durante lo que falta del sexenio actual, alguno de los diez mandamientos podrá empezar a cumplirse, ninguno a cabalidad. Acaso Calderón ha asumido su condición de mandatario rengo o saliente para trascenderla como inductor de una agenda nacional pospuesta y urgente, que se convierta en su verdadero legado. El tiempo lo dirá.
Y Moisés oyó la pregunta: ¿por qué sigues sentado allí, en tanto que todo tu pueblo está de pie y cerca de ti de la madrugada hasta el anochecer? Y Moisés subió al Monte Sinaí y el pueblo le vio descender con las tablas de la ley (Éxodo, XVIII).