Y sin embargo…
04 de octubre de 2009
La semana pasada presenté en este espacio algunas de las muchas declaraciones y contradeclaraciones sobre la crisis que han hecho el Presidente, los secretarios de Hacienda y Economía y los meros meros del banco de México y la OCDE. El objetivo no era “balconear” a esos funcionarios, sino hacerme preguntas sobre ese proceder. El espacio asignado me obliga a dividir en artículos una misma idea y ahora sigo.
El problema no es el discurso cambiante, sino que eso pone en evidencia que nuestros funcionarios no pudieron captar, entender y predecir los hechos aunque pretenden que sí pueden.
Y no son los únicos, lo mismo les sucedió a otros. Esto no lo digo porque mal de muchos sea consuelo de los demás, sino porque es un indicador significativo. Que se hayan equivocado los que tienen en sus manos a la economía más poderosa del planeta y cuentan con el poder para afectar a todo él con sus decisiones habla de un fenómeno que debe verse de otra manera. ¿Por qué Alan Greenspan, considerado por muchos como infalible (así lo calificó The Washington Post), subestimó la inestabilidad de los mercados y se mantuvo en su oposición a que el gobierno regule? ¿Por qué Ben Bernanke eligió el camino monetarista e hizo predicciones que no se cumplieron, como cuando le dijo al Congreso de EU que “parece posible contener el impacto de la crisis”?
Louis Menand dice que los fenómenos complejos tienen demasiadas variables que les afectan, ya que cada uno de los elementos que intervienen en ellos tiene un desarrollo o una evolución propios que altera al conjunto, tal que es imposible seguir todos sus condicionamientos.
Aceptar esta afirmación que parece tan lógica es sin embargo difícil, porque la cultura de hoy, que aprendimos precisamente de los estadounidenses, es que todo es conocible. Los científicos consideran que las “pruebas” experimentales, cuantitativas o estadísticas permiten hacer las inferencias adecuadas y tomar las decisiones correctas. Eso vale para todo: desde la enfermedad hasta el envejecimiento, desde los fenómenos naturales hasta el futuro. Esa cultura consiguió lo que durante siglos pareció imposible: tener certezas.
Son embargo, se trata de una ilusión, pues eso no es posible. Entonces, como afirma Edgar Morin, la única manera de disipar o por lo menos reducir las oscuridades y las incertidumbres es pensando de manera reduccionista y unidimensional, pretendiendo que las cosas son más simples de lo que son y dejando de lado la complejidad de los fenómenos, el “entramado infinito de interretroacciones”, como le llama este autor. Pero el resultado es que terminamos volviéndonos ciegos, incapaces de ver el conjunto y no sólo eso, además convencidos de que a partir de ese saber podemos controlar y predecir.
Se trata de una manera de pensar que resulta del modo como funciona hoy la ciencia: con saberes fragmentados. Los especialistas en un asunto lo conocen muy a fondo aunque en un espectro reducido. Y a pesar de eso, creen que pueden ver el bosque cuando de hecho sucede exactamente al revés: fracasan precisamente porque no pueden ver el panorama completo. Lo peor es que ni cuenta se dan de eso pues los seres humanos, dicen Elliot Aronson y Carol Travis, tenemos la convicción de que percibimos los objetos y los acontecimientos claramente, como ellos realmente son.
La especialización tan cerrada hace además que pierdan su disposición a revisar lo que creen y piensan. Philipe Tetlock ha mostrado cómo no pueden ni siquiera registrar información que no apoye su punto de vista, y si se les atraviesa algo que la ponga en duda, no se inmutan porque “el ser humano prefiere encontrar más razones para creer en lo que ya cree que para estar equivocado”.
De modo, pues, que era imposible que nuestros funcionarios hablaran de otra manera. Sus discursos y acciones cambiantes son resultado de que las situaciones cambian de un momento a otro en función de muchos factores que ellos no podían saber ni prever ni mucho menos controlar. Tiene razón Edgar Morin: relacionar los conocimientos es el desafío del siglo XXI.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
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Sara Sefchovich
Así habló Agustín
27 de septiembre de 2009
Cuando se hacía evidente la desaceleración de la economía de Estados Unidos, el secretario Carstens aseguró que afectaría a México pero no tanto. Fue su frase célebre de que allá les daría pulmonía pero aquí sólo catarrito. Cinco meses después, con la crisis encima y sin saber cómo enfrentarla, le convino mejor decir lo contrario, que: “La mejoría de México depende de Estados Unidos”.
Contradicciones, mentiras y cambios de discurso han sido la constante para referirse a la crisis. Hemos recorrido el típico camino mexicano que va del no pasa nada al sí pasa pero está bajo control, y por fin a es el desastre pero nosotros no tenemos la culpa.
En octubre del año pasado Carstens dijo que “el sistema financiero mexicano está sano, sólo hay que tener paciencia y confianza en él”. Todavía en abril de 2009 lo afirmaba como “sólido y estable”. Pero un mes después resultó que no tanto porque el 8 de mayo anunció que “México está en recesión”. Por suerte duró poco, porque una semana después, dijo que el país “había superado la peor parte” y “empezaba la recuperación”.
Pero siempre no fue así y en agosto dijo que estábamos en “shock financiero”. Y no sólo eso, sino que éramos uno de los países con mayor daño económico. Gurría abundó: “La economía mexicana es un desastre y llevamos 18 meses en caída libre”.
Sin embargo, dijeron que el gobierno federal tenía un guardadito de 100 mil millones para enfrentar “escenarios complicados”, y Carstens hasta se adornó: “Tuvimos la inteligencia de ahorrar para épocas de vacas flacas”. Pero seis meses después la cosa cambió: “Tenemos un hoyo de 300 mil millones de pesos y ya no tenemos recursos para los programas anticrisis”.
¿Cuáles fueron esos programas? Quién sabe. Porque el secretario de Economía había dicho que “el gobierno no considera aplicar una estrategia para evitar el impacto de la crisis financiera porque sería anticiparnos a algo que todavía no pasa”, aunque unos días después de estas declaraciones el Presidente habló de su “plan oportuno contra la crisis” y Carstens de “acciones muy importantes para mitigar las fuerzas recesionistas”. Y anunciaron resultados para pronto, los cuales, sin embargo, no se han visto.
Por supuesto, la culpa no la tienen ellos: “Entramos a una etapa más complicada de lo esperado”, “La desaceleración del PIB fue peor a la esperada”, “La inflación se fue al doble de lo previsto”, “La baja en la actividad económica fue más severa de lo previsto”.
¿Por qué previeron tan mal? Críptica respuesta del secretario de Hacienda: “El diagnóstico resultó incorrecto debido a que era muy difícil predecir qué factores negativos coincidirían en el mismo a fin de aumentar el riesgo”. Pero hay quien sí lo tiene claro: según la calificadora Moodys, “México falló en la política monetaria y fiscal para enfrentar la crisis. Tenía una situación macroeconómica saludable pero la desaprovechó”, y según Gurría: “Calculamos mal, no fuimos ni medianamente competentes”.
Aun así, frente a la incompetencia evidente, Carstens sigue haciendo propuestas: “Urgen reformas estructurales”, dijo, y como el Ché Guevara habló de “hacer dos o tres reformas fiscales”. Pero a fin de cuentas la propuesta terminó siendo “más impuestos y endeudamiento”, lo cual hasta Guillermo Ortiz considera mala idea, pero él asegura que “pondrán a México en la senda del crecimiento sostenible”.
¿Cuándo sucederá ese milagro? En su informe reciente el Presidente dijo que “retomaremos la senda del crecimiento en 2010”. Carstens cree que no: “México no participará de la recuperación económica pronosticada para 2010”.
Entonces, ¿por qué creerle al secretario cuando le jura al Senado que esta vez sí es la propuesta correcta? El año pasado aseguró que “el presupuesto para 2009 le dará una inyección de energía a la economía”, y no sucedió. Ahora dice que “la propuesta económica del gobierno surge de una verdadera política de Estado que trasciende la mera estrategia del gobierno para un año fiscal y es para llevar a la salud de las finanzas públicas”. Ah, bueno.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
kikka-roja.blogspot.com/
El problema no es el discurso cambiante, sino que eso pone en evidencia que nuestros funcionarios no pudieron captar, entender y predecir los hechos aunque pretenden que sí pueden.
Y no son los únicos, lo mismo les sucedió a otros. Esto no lo digo porque mal de muchos sea consuelo de los demás, sino porque es un indicador significativo. Que se hayan equivocado los que tienen en sus manos a la economía más poderosa del planeta y cuentan con el poder para afectar a todo él con sus decisiones habla de un fenómeno que debe verse de otra manera. ¿Por qué Alan Greenspan, considerado por muchos como infalible (así lo calificó The Washington Post), subestimó la inestabilidad de los mercados y se mantuvo en su oposición a que el gobierno regule? ¿Por qué Ben Bernanke eligió el camino monetarista e hizo predicciones que no se cumplieron, como cuando le dijo al Congreso de EU que “parece posible contener el impacto de la crisis”?
Louis Menand dice que los fenómenos complejos tienen demasiadas variables que les afectan, ya que cada uno de los elementos que intervienen en ellos tiene un desarrollo o una evolución propios que altera al conjunto, tal que es imposible seguir todos sus condicionamientos.
Aceptar esta afirmación que parece tan lógica es sin embargo difícil, porque la cultura de hoy, que aprendimos precisamente de los estadounidenses, es que todo es conocible. Los científicos consideran que las “pruebas” experimentales, cuantitativas o estadísticas permiten hacer las inferencias adecuadas y tomar las decisiones correctas. Eso vale para todo: desde la enfermedad hasta el envejecimiento, desde los fenómenos naturales hasta el futuro. Esa cultura consiguió lo que durante siglos pareció imposible: tener certezas.
Son embargo, se trata de una ilusión, pues eso no es posible. Entonces, como afirma Edgar Morin, la única manera de disipar o por lo menos reducir las oscuridades y las incertidumbres es pensando de manera reduccionista y unidimensional, pretendiendo que las cosas son más simples de lo que son y dejando de lado la complejidad de los fenómenos, el “entramado infinito de interretroacciones”, como le llama este autor. Pero el resultado es que terminamos volviéndonos ciegos, incapaces de ver el conjunto y no sólo eso, además convencidos de que a partir de ese saber podemos controlar y predecir.
Se trata de una manera de pensar que resulta del modo como funciona hoy la ciencia: con saberes fragmentados. Los especialistas en un asunto lo conocen muy a fondo aunque en un espectro reducido. Y a pesar de eso, creen que pueden ver el bosque cuando de hecho sucede exactamente al revés: fracasan precisamente porque no pueden ver el panorama completo. Lo peor es que ni cuenta se dan de eso pues los seres humanos, dicen Elliot Aronson y Carol Travis, tenemos la convicción de que percibimos los objetos y los acontecimientos claramente, como ellos realmente son.
La especialización tan cerrada hace además que pierdan su disposición a revisar lo que creen y piensan. Philipe Tetlock ha mostrado cómo no pueden ni siquiera registrar información que no apoye su punto de vista, y si se les atraviesa algo que la ponga en duda, no se inmutan porque “el ser humano prefiere encontrar más razones para creer en lo que ya cree que para estar equivocado”.
De modo, pues, que era imposible que nuestros funcionarios hablaran de otra manera. Sus discursos y acciones cambiantes son resultado de que las situaciones cambian de un momento a otro en función de muchos factores que ellos no podían saber ni prever ni mucho menos controlar. Tiene razón Edgar Morin: relacionar los conocimientos es el desafío del siglo XXI.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
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Sara Sefchovich
Así habló Agustín
27 de septiembre de 2009
Cuando se hacía evidente la desaceleración de la economía de Estados Unidos, el secretario Carstens aseguró que afectaría a México pero no tanto. Fue su frase célebre de que allá les daría pulmonía pero aquí sólo catarrito. Cinco meses después, con la crisis encima y sin saber cómo enfrentarla, le convino mejor decir lo contrario, que: “La mejoría de México depende de Estados Unidos”.
Contradicciones, mentiras y cambios de discurso han sido la constante para referirse a la crisis. Hemos recorrido el típico camino mexicano que va del no pasa nada al sí pasa pero está bajo control, y por fin a es el desastre pero nosotros no tenemos la culpa.
En octubre del año pasado Carstens dijo que “el sistema financiero mexicano está sano, sólo hay que tener paciencia y confianza en él”. Todavía en abril de 2009 lo afirmaba como “sólido y estable”. Pero un mes después resultó que no tanto porque el 8 de mayo anunció que “México está en recesión”. Por suerte duró poco, porque una semana después, dijo que el país “había superado la peor parte” y “empezaba la recuperación”.
Pero siempre no fue así y en agosto dijo que estábamos en “shock financiero”. Y no sólo eso, sino que éramos uno de los países con mayor daño económico. Gurría abundó: “La economía mexicana es un desastre y llevamos 18 meses en caída libre”.
Sin embargo, dijeron que el gobierno federal tenía un guardadito de 100 mil millones para enfrentar “escenarios complicados”, y Carstens hasta se adornó: “Tuvimos la inteligencia de ahorrar para épocas de vacas flacas”. Pero seis meses después la cosa cambió: “Tenemos un hoyo de 300 mil millones de pesos y ya no tenemos recursos para los programas anticrisis”.
¿Cuáles fueron esos programas? Quién sabe. Porque el secretario de Economía había dicho que “el gobierno no considera aplicar una estrategia para evitar el impacto de la crisis financiera porque sería anticiparnos a algo que todavía no pasa”, aunque unos días después de estas declaraciones el Presidente habló de su “plan oportuno contra la crisis” y Carstens de “acciones muy importantes para mitigar las fuerzas recesionistas”. Y anunciaron resultados para pronto, los cuales, sin embargo, no se han visto.
Por supuesto, la culpa no la tienen ellos: “Entramos a una etapa más complicada de lo esperado”, “La desaceleración del PIB fue peor a la esperada”, “La inflación se fue al doble de lo previsto”, “La baja en la actividad económica fue más severa de lo previsto”.
¿Por qué previeron tan mal? Críptica respuesta del secretario de Hacienda: “El diagnóstico resultó incorrecto debido a que era muy difícil predecir qué factores negativos coincidirían en el mismo a fin de aumentar el riesgo”. Pero hay quien sí lo tiene claro: según la calificadora Moodys, “México falló en la política monetaria y fiscal para enfrentar la crisis. Tenía una situación macroeconómica saludable pero la desaprovechó”, y según Gurría: “Calculamos mal, no fuimos ni medianamente competentes”.
Aun así, frente a la incompetencia evidente, Carstens sigue haciendo propuestas: “Urgen reformas estructurales”, dijo, y como el Ché Guevara habló de “hacer dos o tres reformas fiscales”. Pero a fin de cuentas la propuesta terminó siendo “más impuestos y endeudamiento”, lo cual hasta Guillermo Ortiz considera mala idea, pero él asegura que “pondrán a México en la senda del crecimiento sostenible”.
¿Cuándo sucederá ese milagro? En su informe reciente el Presidente dijo que “retomaremos la senda del crecimiento en 2010”. Carstens cree que no: “México no participará de la recuperación económica pronosticada para 2010”.
Entonces, ¿por qué creerle al secretario cuando le jura al Senado que esta vez sí es la propuesta correcta? El año pasado aseguró que “el presupuesto para 2009 le dará una inyección de energía a la economía”, y no sucedió. Ahora dice que “la propuesta económica del gobierno surge de una verdadera política de Estado que trasciende la mera estrategia del gobierno para un año fiscal y es para llevar a la salud de las finanzas públicas”. Ah, bueno.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM