Fin del ciclo Madame Durand
Guadalupe Loaeza
Para mi queridísima Elena Poniatowska. Todavía me veo, corriendo y llegando tarde siempre que iba a buscar a mis tres hijos chez Madame Durand, como decíamos las señoras-niñas-bien al referirnos al colegio maternal y de primaria más exclusivo de la Ciudad de México. El problema era estacionarse en las calles de Eugenio Sué en la colonia Polanco. A esas horas, una de la tarde, ya se encontraban estacionados en doble fila decenas de Grand Marquis, Chrysler Le Baron, Ford Mustang, y uno que otro Renault 18 último modelo de la década de los ochenta. En la puerta de una vieja casa estilo californiano de los cincuenta estaban la directora, Madame Durand y sus dos hijas, Gisele y Danielle (las tres de ojos azules y con la tez siempre bronceada) llamando a los niños cuyos apellidos brillaban por su presencia: Azcárraga, Peyrelongue, Pinsón, Molina, Redo, Cortina, Corcuera, Suberville, Malet, Coutollenc, Legorreta, Carral, Landucci, Madero, etcétera, etcétera.
Mientras salían los niños todos y todas enfundadas con su uniforme, una batita de cuadritos rojos y blancos, a las afueras del colegio se iban formando dos grupos totalmente opuestos: el los de los choferes con las nanas y el de las mamás impecablemente bien vestidas, peinadas, bronceadas, maquilladas y manicuradas. En esa época sus conversaciones giraban alrededor de las devaluaciones, de sus viajes, de sus fiestas y de sus week end en Tepoz o en Valle. Las que llegaban medio "fachosas" y por añadidura eran pobretonas, ellas de plano optaban por no bajarse del coche. En suma, tener a sus hijos chez Madame Durand era un must, que hacía toda la diferencia. De ahí que fuera el colegio más indicado para las señoras que acababan de llegar de la provincia y que querían relacionarse, socialmente hablando; para las consideradas new rich; pero sobre todo resultaba ideal, para los hijos de políticos millonarios obsesionados por integrarse entre la burguesía mexicana. Por muy snob, pretenciosos y hasta elitistas que hubieran sido los alumnos del Madame Durand, ya sea por su cupo limitado o por el hecho de que el programa venía de Francia, el caso es que era sobre todo, un excelente colegio cuyo nivel de enseñanza resultaba superior al de muchos otros privados. Todos sus alumnos salían escribiendo y leyendo, salían recitando a La Fontaine en francés, salían con muy buenos modales, pero sobre todo, salían con unas bases sumamente sólidas para emprender el vuelo en otro plantel. Por lo general los descendientes de familias francesas se iban al Liceo Franco Mexicano.
En cambio, los de las familias mexicanas más conservadoras optaban por el Regina o por el del Bosque para sus niñas, y por el Cumbres o por el Irlandés para sus niños. No obstante, sus diferentes destinos, el solo hecho de haber pasado por los salones del Madame Durand, era como un sello de garantía; bastaba con que se reencontraran en cualquier lugar para reconocerse, pero sobre todo, para identificarse como un digno o una digna alumna de Madame Durand o de una de sus dos hijas. En todo esto pensaba ayer por la tarde en uno de los teatros Manolo Fábregas, mientras a lo lejos escuchaba a Madame Danielle Durand explicando, con la voz entrecortada, por qué se veía forzada de cerrar para siempre el colegio de su madre después de 57 años de haber abierto sus puertas por "causas de fuerza mayor". Gracias a una señora muy linda que se encontraba sentada a mi lado, me enteré que en realidad la razón principal por la que se veían obligados en abandonar la casa de Eugenio Sué, no era tanto por su elevada renta de por sí pesada para su presupuesto, sino porque sus dueños deseaban construir en su lugar un gran edificio. Algo que siempre se le reconoció a la familia Durand es que su colegio nunca lo vieron como un negocio, dinero que ahorraban, dinero que invertían en magníficos maestros y en mejores servicios para su alumnado. Una vez que Dany (de jovencita era muy semejante a Brigitte Bardot), como todo el mundo la llama, evocó a su madre, hermanas y a su hermano Jean Claude (QEPD), antiguo administrador, habló de las tres generaciones de alumnos y alumnas que habían pasado por las aulas del colegio y por su Mini-Cours que ya llevaba 20 años. "Aquí están entre nosotros, los abuelos, los padres, los hijos, los nietos y hasta los bisnietos de muchos de alumnos. A todos les digo muchas gracias", decía con los ojos llenos de lágrimas. En seguida le dio la palabra al primer, sí al primer alumno de chez Madame Durand en 1950.
Cuando a lo lejos, descubrí a este señor medio canoso y de anteojos en el escenario, no lo podía creer. Era nada menos que Claude Jean un pretendiente muy tenaz que tuve a los 18 años. Me dio gusto y a la vez tristeza. La idea de todos esos años transcurridos, entre su primera infancia y la adolescencia, época en que lo conocí, me aterró. "Un ciclo al que llamaré 'Durand' ha terminado. Un ciclo cuya característica siempre fue la vocación por la enseñanza, la gran disponibilidad y un enorme afecto por los alumnos del curso de Lulú Durand, su fundadora. Deseo ahora rendirle homenaje de parte de los que fuimos sus primeros alumnos y de aquellos que ya no están entre nosotros como mis grandes amigos Jean Claude Durand y Jean Paul Barbaroux. "Fue Jeannie, la hermana de Lulú quien después tomó la estafeta; luego vino Chantal, y al cabo de un tiempo, la tomó Dany, la heredera de la vocación a la que aducía líneas arriba, y quien permitió inculcar a nuestros hijos los valores de siempre, pero que sobre todo, les enseñó el arraigo a la francofonía. Por todo lo anterior deseo agradecer a Dany, gracias por haber estado aquí. Por lo que me concierne, le agradezco también por permitir que mi nieto se haya beneficiado de la educación 'Durand'. A pesar de que fue por muy poquito tiempo. ¡Gracias Dany!", terminó por decir Claude Jean sumamente conmovido.
La señora de al lado estaba prácticamente en lágrimas. "Es que este colegio representa la vielle France; es que nadie de la embajada francesa ayuda a Dany; es que con este cierre se acaba toda una época; es que si Dany aceptaba un injerencia de más de 50% se vería obligada de rendir cuentas y ni su mamá ni ella están acostumbradas a eso; es que una ética moral como la de la familia Durand ya no existe". Para ese momento, también yo tenía ya un nudo en la garganta. Mientras tanto en el escenario Dany seguía homenajeando con un perfume a las maestras, a las nanas de toda la vida del colegio, al portero, a los mozos, a los músicos, a las secretarias, a Olga, la nieta de la mejor colaboradora de Madame Durand. Una pérdida más. Una pérdida irremplazable. Ya no habrá Madame Durand, ya no se cantará su himno que decía: "Cada día aprendemos a volar más alto, cada día aprendemos una lección.". P.D. Ojalá que le dieran a Dany Durand la Legión de Honor por haber enseñado a dos generaciones de niños a amar a Francia desde México.
gloaeza@yahoo.com
Kikka Roja
Mientras salían los niños todos y todas enfundadas con su uniforme, una batita de cuadritos rojos y blancos, a las afueras del colegio se iban formando dos grupos totalmente opuestos: el los de los choferes con las nanas y el de las mamás impecablemente bien vestidas, peinadas, bronceadas, maquilladas y manicuradas. En esa época sus conversaciones giraban alrededor de las devaluaciones, de sus viajes, de sus fiestas y de sus week end en Tepoz o en Valle. Las que llegaban medio "fachosas" y por añadidura eran pobretonas, ellas de plano optaban por no bajarse del coche. En suma, tener a sus hijos chez Madame Durand era un must, que hacía toda la diferencia. De ahí que fuera el colegio más indicado para las señoras que acababan de llegar de la provincia y que querían relacionarse, socialmente hablando; para las consideradas new rich; pero sobre todo resultaba ideal, para los hijos de políticos millonarios obsesionados por integrarse entre la burguesía mexicana. Por muy snob, pretenciosos y hasta elitistas que hubieran sido los alumnos del Madame Durand, ya sea por su cupo limitado o por el hecho de que el programa venía de Francia, el caso es que era sobre todo, un excelente colegio cuyo nivel de enseñanza resultaba superior al de muchos otros privados. Todos sus alumnos salían escribiendo y leyendo, salían recitando a La Fontaine en francés, salían con muy buenos modales, pero sobre todo, salían con unas bases sumamente sólidas para emprender el vuelo en otro plantel. Por lo general los descendientes de familias francesas se iban al Liceo Franco Mexicano.
En cambio, los de las familias mexicanas más conservadoras optaban por el Regina o por el del Bosque para sus niñas, y por el Cumbres o por el Irlandés para sus niños. No obstante, sus diferentes destinos, el solo hecho de haber pasado por los salones del Madame Durand, era como un sello de garantía; bastaba con que se reencontraran en cualquier lugar para reconocerse, pero sobre todo, para identificarse como un digno o una digna alumna de Madame Durand o de una de sus dos hijas. En todo esto pensaba ayer por la tarde en uno de los teatros Manolo Fábregas, mientras a lo lejos escuchaba a Madame Danielle Durand explicando, con la voz entrecortada, por qué se veía forzada de cerrar para siempre el colegio de su madre después de 57 años de haber abierto sus puertas por "causas de fuerza mayor". Gracias a una señora muy linda que se encontraba sentada a mi lado, me enteré que en realidad la razón principal por la que se veían obligados en abandonar la casa de Eugenio Sué, no era tanto por su elevada renta de por sí pesada para su presupuesto, sino porque sus dueños deseaban construir en su lugar un gran edificio. Algo que siempre se le reconoció a la familia Durand es que su colegio nunca lo vieron como un negocio, dinero que ahorraban, dinero que invertían en magníficos maestros y en mejores servicios para su alumnado. Una vez que Dany (de jovencita era muy semejante a Brigitte Bardot), como todo el mundo la llama, evocó a su madre, hermanas y a su hermano Jean Claude (QEPD), antiguo administrador, habló de las tres generaciones de alumnos y alumnas que habían pasado por las aulas del colegio y por su Mini-Cours que ya llevaba 20 años. "Aquí están entre nosotros, los abuelos, los padres, los hijos, los nietos y hasta los bisnietos de muchos de alumnos. A todos les digo muchas gracias", decía con los ojos llenos de lágrimas. En seguida le dio la palabra al primer, sí al primer alumno de chez Madame Durand en 1950.
Cuando a lo lejos, descubrí a este señor medio canoso y de anteojos en el escenario, no lo podía creer. Era nada menos que Claude Jean un pretendiente muy tenaz que tuve a los 18 años. Me dio gusto y a la vez tristeza. La idea de todos esos años transcurridos, entre su primera infancia y la adolescencia, época en que lo conocí, me aterró. "Un ciclo al que llamaré 'Durand' ha terminado. Un ciclo cuya característica siempre fue la vocación por la enseñanza, la gran disponibilidad y un enorme afecto por los alumnos del curso de Lulú Durand, su fundadora. Deseo ahora rendirle homenaje de parte de los que fuimos sus primeros alumnos y de aquellos que ya no están entre nosotros como mis grandes amigos Jean Claude Durand y Jean Paul Barbaroux. "Fue Jeannie, la hermana de Lulú quien después tomó la estafeta; luego vino Chantal, y al cabo de un tiempo, la tomó Dany, la heredera de la vocación a la que aducía líneas arriba, y quien permitió inculcar a nuestros hijos los valores de siempre, pero que sobre todo, les enseñó el arraigo a la francofonía. Por todo lo anterior deseo agradecer a Dany, gracias por haber estado aquí. Por lo que me concierne, le agradezco también por permitir que mi nieto se haya beneficiado de la educación 'Durand'. A pesar de que fue por muy poquito tiempo. ¡Gracias Dany!", terminó por decir Claude Jean sumamente conmovido.
La señora de al lado estaba prácticamente en lágrimas. "Es que este colegio representa la vielle France; es que nadie de la embajada francesa ayuda a Dany; es que con este cierre se acaba toda una época; es que si Dany aceptaba un injerencia de más de 50% se vería obligada de rendir cuentas y ni su mamá ni ella están acostumbradas a eso; es que una ética moral como la de la familia Durand ya no existe". Para ese momento, también yo tenía ya un nudo en la garganta. Mientras tanto en el escenario Dany seguía homenajeando con un perfume a las maestras, a las nanas de toda la vida del colegio, al portero, a los mozos, a los músicos, a las secretarias, a Olga, la nieta de la mejor colaboradora de Madame Durand. Una pérdida más. Una pérdida irremplazable. Ya no habrá Madame Durand, ya no se cantará su himno que decía: "Cada día aprendemos a volar más alto, cada día aprendemos una lección.". P.D. Ojalá que le dieran a Dany Durand la Legión de Honor por haber enseñado a dos generaciones de niños a amar a Francia desde México.
gloaeza@yahoo.com
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