Migrantes y cohesión social gloaeza@yahoo.com Guadalupe Loaeza No hay cohesión social posible sin la inclusión de la mujer. En el caso de la mexicana esta inclusión enfrenta muchos desafíos, especialmente si es madre soltera, pobre e indígena. Las opciones de estas mujeres resultan ser muy limitadas, ya que su nivel de educación es prácticamente nulo. Las que cuentan con un poco más de recursos, es decir con algo de ahorros para pagar el “pollero” y una madre dispuesta a quedarse con sus hijos deciden, a pesar de poner en riesgo su vida, irse a trabajar del otro lado; del otro lado de la frontera lo que significa en México ir al primer mundo, Estados Unidos. Esto no ocurría antes, era, y de alguna manera sigue siendo, común que la mujer se quede detrás esperando a que el hombre migrante enviara dinero para mantener a la familia. De ahí que los pueblos compuestos por una gran mayoría de mujeres persistan como fenómeno habitual. Ahora, sin embargo, lo que vemos son poblaciones fantasmas, cuya población se compone de niños, ancianos y enfermos. Con lo primero que se topan actualmente estas mujeres migrantes es con un larguísimo muro (con una extensión de mil 123 kilómetros ), llamado el Muro de la Vergüenza porque no hay duda de que su construcción es una vergüenza tanto para Estados Unidos como para México. Éste es un muro que no necesariamente se encuentra dividiendo dos culturas, dos estratos económicos y dos lenguas; es un muro que divide a un grupo cultural más o menos homogéneo ya que los mexico-norteamericanos o “chicanos”, como también se les llama, han elevado en un gran porcentaje la población fronteriza del otro lado. En otras palabras, el Muro de la Vergüenza nos divide, nos ofende y nos hiere. Cuando se dice que la construcción de este muro es una decisión soberana del pueblo de Estados Unidos se está faltando a la verdad, en todo caso, sería una decisión de los “so-be-ra-nos” de Estados Unidos, ya que no es fruto de un referendo en aquella nación. Hemos de decir que dado el tamaño del problema son pocos los representantes de los medios de comunicación quienes se han referido insistentemente al problema. Muy pocos allá y para vergüenza nuestra muy pocos acá. Hemos de decir, también, que una excepción notable es la del sociólogo y Premio Nacional de Ciencias, Jorge Bustamente, quien semana a semana escribe en el periódico Reforma acerca del problema de la migración. Uno de los fenómenos que sirven para lograr un cierto grado de co-he-sión so-cial en una población es, paradójicamente, la adversidad; llámense guerras, desastres naturales, epidemias, etcétera. Ante estas situaciones muchos pueblos encuentran un pretexto para mantenerse unidos y luchar contra un enemigo común. El caso de la migración masiva de México hacia Estados Unidos no ha logrado entre los mexicanos ese efecto, a pesar de que el fenómeno migratorio, sobre todo para el país emisor, es un verdadero desastre demográfico. Y por si fuera poco este padecimiento social no ha encontrado una respuesta ni de los medios escritos ni mucho menos de los electrónicos. ¿A qué se deberá?, ¿acaso se debe a que el gobierno mexicano ha fallado de manera constante en su débil intento de crear empleos en el territorio mexicano y simplemente permite esta emigración masiva para subsanar la deficiencia? No hay que olvidar que después del petróleo la segunda entrada de divisas a México es por concepto de las remesas (6 mil 350 millones de dólares tan sólo en el segundo trimestre del 2007) que envían nuestros compatriotas legales o ilegales (en Estados Unidos hay 6 millones de mexicanos indocumentados). Valiente forma de solucionar el problema del desempleo... El problema migratorio es, además, una de las maneras más dolorosas y definitivas de desgarre del tejido social. Dentro de la complejidad de esta situación se dan casos de todo tipo; uno de ellos que ha servido como estandarte para algunos grupos de migrantes y para algunos representantes de la prensa, no porque fuera especialmente importante, porque casos como éste hay millones, sino porque se manejó con la sensiblería de una típica telenovela. Éste ha sido el reciente caso de Elvira Arellano, cuya deportación provocó una multitudinaria manifestación de protesta en varias ciudades de Estados Unidos, porque de nuestro lado la respuesta fue prácticamente inexistente. ¿Por qué nos importará tan poco a las y a los mexicanos el destino de nuestros compatriotas migrantes?, ¿por qué viviremos el problema con tanta distancia si acontece en nuestras propias narices? No es casual que los migrantes mexicanos sufran un doble abandono; el abandono del país al que llegan y lo que es más terrible, el abandono del país del que se van. Volviendo al caso de Elvira Arellano, lo que se le reprochaba era su activismo, es decir para los gringos y para nosotros ella debió haberse quedado callada y aguantar los malos tratos, como buena mujer mexicana. Elvira muestra otra cosa y que tiene que ver con la discriminación a la que se encuentran sometidos los migrantes: que el racismo va adquiriendo carta de naturalización en el país del “melting pot” y de las “libertades y oportunidades” porque a los mexicanos o a los latinos los identifican y persiguen por el color de su piel, de su pelo, de sus ojos. Y ese racismo se plasma en leyes contra los indocumentados, sí, como lo digo, “leyes” estatales y municipales. En el legislativo federal los representantes y senadores de Estados Unidos más radicales no dejan de presentar propuestas que van desde negar la ciudadanía a los hijos de indocumentados nacidos allá, hasta plantear que se otorgue licencia para disparar contra indocumentados a la Patrulla Fronteriza. La valla y la tecnología también avanzan... ¿Cuántas Elviras estarán en estos momentos planeando su muy escabrosa travesía para irse del otro lado?, ¿cuántas de ellas estarán en estos momentos despidiéndose de sus familias y de sus hijos con el corazón totalmente desgarrados?, ¿cuántas de ellas sueñan con salir de la miseria o con huir del hombre que las maltrata?, ¿cuántas pensarán que del otro lado se les resolverán todos sus problemas?, ¿cuántas se irán para nunca más volver, ya sea porque murieron en el desierto de Arizona o porque viven su país como ingrato e injusto? A fin de cuentas, ¿cuánto tiempo soportarán nuestras comunidades este injusto atentado contra la co-he-sión so-cial que significa el fenómeno migratorio? No, no hay cohesión social posible sin la inclusión de la mujer. Texto leído en el Foro Biarritz en Santiago de Chile. gloaeza@yahoo.com |
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Kikka Roja
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