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¿Armagedón económico-militar?
La crisis hipotecaria de Estados Unidos se profundiza, se generaliza y contagia la estructura bancaria mundial, descalabra los flujos financieros, acarrea estímulos y una mayor especulación junto a atisbos de pánico monetario para los grandes tenedores de dólares en Europa, Medio Oriente y Asia. Se desestabilizan las bolsas del mundo mientras la contaminación de la crisis bursátil se acelera por la respuesta de los inversionistas europeos y asiáticos ante el torpe rescate ideado por la Casa Blanca de Fannie Mae y Freddie Mac, los dos gigantes del mercado hipotecario estadunidense. Paul Robson, estratega monetario del Royal Bank of Scotland Group de Londres sintetizó la situación así: “La gente piensa que ésta es la próxima oleada –de quiebras–… Los inversionistas huyen de los problemas de los bancos regionales de Estados Unidos” (International Herald Tribune –IHT–, 15/7/08).
El IHT también informa que ayer la Televisión de California mostraba escenas que recuerdan las estampidas de 1929: largas filas de clientes del IndyMac Bancor, incautado por las autoridades el viernes pasado, mientras en Wall Street circulaban listas de otras empresas prestamistas “vulnerables”. Junto al pánico, la sacudida es de orden mayor por la reticencia de los inversionistas ante el rescate de 100 mil millones de dólares (mmdd) propuesto: la cantidad es más que “modesta” si se tiene presente que esos gigantes inmobiliarios poseen la mitad de las garantías hipotecarias estimadas en 5 billones de dólares. Según el Departamento del Tesoro, la deuda de esas entidades asciende a los 800 mmdd en el caso de Fannie y 740 mmdd para Freddie (La Jornada, 15/7/08), cifra que duplica el PNB de México. Agréguese a esto –en medio de un incalificable genocidio– la desestabilidad regional y los costos de la guerra en Irak, de acuerdo con Joseph Stiglitz entre los 3 y 5 billones de dólares.
Por lo que los impactos se sienten desde Tokio y Shangai hasta Londres y Sydney, involucrando a gigantes como Mitsubishi Financial Group, el UBS de Suiza, al Deutche Bank y a HSBC Holdings de Inglaterra. Además, los fundamentales de la economía de Estados Unidos se cimbran, Detroit y el empleo se desploman y en junio los precios de gasolina y alimentos elevaron el índice inflacionario general por encima del ritmo de los últimos 25 años, mientras la desaceleración coquetea con una recesión distinta a la de los años 70 del siglo pasado, por el peak-oil y el colapso ambiental en curso, que acentúa el riesgo de depresión con secuelas sociopolíticas y militares potencialmente devastadoras.
Lo que ilustra, otra vez, que estamos no sólo ante el poder del capital y sus coaliciones de clase –que Jeff Faux llama “el partido de Davos” en Guerra global de clases (México,UACM, 2008), sino también de sus crecientes contradicciones, que se expresan hoy de manera más universal y destructiva que ayer, en contextos de incertidumbre y riesgo balístico y termonuclear.
En medio del ímpetu de esta crisis general se hunde el globalismo pop y la ortodoxia neoliberal. Excepto entre acólitos y tecnócratas, aquello de que el Estado se desvanece y todo debe dejarse a la mano invisible del mercado aparece como otra estafa de Reagan y Thatcher. Algo similar se observó en el periodo librecambista, de la crisis de 1870 al terremoto militar iniciado en 1914. Desde entonces la relación entre mercados desregulados, crisis y guerra ha estado en el núcleo de la indagación de la ciencia social. El caos de 1929 mostró que los mercados, dejados a su dinámica invariablemente colapsan.
Existen fuertes fisuras y tensiones entre los polos de poder, anidadas en el desastre humano y estratégico de la guerra en Irak, los déficit gemelos de Estados Unidos y el desborde especulativo en curso gestado al calor desregulador de los años 80. Esta crisis conlleva peligros terminales y opciones de futuro. Para Latinoamérica la alternativa está en la construcción de una arquitectura político-monetaria, militar y financiera propia.
El IHT también informa que ayer la Televisión de California mostraba escenas que recuerdan las estampidas de 1929: largas filas de clientes del IndyMac Bancor, incautado por las autoridades el viernes pasado, mientras en Wall Street circulaban listas de otras empresas prestamistas “vulnerables”. Junto al pánico, la sacudida es de orden mayor por la reticencia de los inversionistas ante el rescate de 100 mil millones de dólares (mmdd) propuesto: la cantidad es más que “modesta” si se tiene presente que esos gigantes inmobiliarios poseen la mitad de las garantías hipotecarias estimadas en 5 billones de dólares. Según el Departamento del Tesoro, la deuda de esas entidades asciende a los 800 mmdd en el caso de Fannie y 740 mmdd para Freddie (La Jornada, 15/7/08), cifra que duplica el PNB de México. Agréguese a esto –en medio de un incalificable genocidio– la desestabilidad regional y los costos de la guerra en Irak, de acuerdo con Joseph Stiglitz entre los 3 y 5 billones de dólares.
Por lo que los impactos se sienten desde Tokio y Shangai hasta Londres y Sydney, involucrando a gigantes como Mitsubishi Financial Group, el UBS de Suiza, al Deutche Bank y a HSBC Holdings de Inglaterra. Además, los fundamentales de la economía de Estados Unidos se cimbran, Detroit y el empleo se desploman y en junio los precios de gasolina y alimentos elevaron el índice inflacionario general por encima del ritmo de los últimos 25 años, mientras la desaceleración coquetea con una recesión distinta a la de los años 70 del siglo pasado, por el peak-oil y el colapso ambiental en curso, que acentúa el riesgo de depresión con secuelas sociopolíticas y militares potencialmente devastadoras.
Lo que ilustra, otra vez, que estamos no sólo ante el poder del capital y sus coaliciones de clase –que Jeff Faux llama “el partido de Davos” en Guerra global de clases (México,UACM, 2008), sino también de sus crecientes contradicciones, que se expresan hoy de manera más universal y destructiva que ayer, en contextos de incertidumbre y riesgo balístico y termonuclear.
En medio del ímpetu de esta crisis general se hunde el globalismo pop y la ortodoxia neoliberal. Excepto entre acólitos y tecnócratas, aquello de que el Estado se desvanece y todo debe dejarse a la mano invisible del mercado aparece como otra estafa de Reagan y Thatcher. Algo similar se observó en el periodo librecambista, de la crisis de 1870 al terremoto militar iniciado en 1914. Desde entonces la relación entre mercados desregulados, crisis y guerra ha estado en el núcleo de la indagación de la ciencia social. El caos de 1929 mostró que los mercados, dejados a su dinámica invariablemente colapsan.
Existen fuertes fisuras y tensiones entre los polos de poder, anidadas en el desastre humano y estratégico de la guerra en Irak, los déficit gemelos de Estados Unidos y el desborde especulativo en curso gestado al calor desregulador de los años 80. Esta crisis conlleva peligros terminales y opciones de futuro. Para Latinoamérica la alternativa está en la construcción de una arquitectura político-monetaria, militar y financiera propia.
Kikka Roja
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