El despertar José Agustín Ortiz Pinchetti jaorpin@yahoo.com.mx ■ ¿El gobierno que nos merecemos? Calderón y sus voceros amenazan con aprobar la reforma petrolera como de rayo, en cuanto termine el trámite del debate. Entonces, ¿por qué una consulta pública en el Distrito Federal? Varios nos sermonean: ¿Para qué nos sirven los legisladores si no confiamos en ellos? Ellos deben saber mucho más que nosotros sobre un tema tan oscuro como el petrolífero. Un escritor propuso que en lugar de consulta mejor enviáramos cartas a los senadores para que supieran nuestra opinión. Esto es frecuente en países mucho más fríos que en México. Aquí, mandar cartas a los diputados y esperar que nos contesten o por lo menos que las lean es una ilusión. La propuesta me parece humorada. Hace 40 años Jorge Ibargüengoitia escribió: “¿Cuántos mexicanos saben el nombre de su diputado? ¿Cuántos lo conocen de vista? ¿Cuántos han hablado con él? ¿Cuántos le han mandado cartas? ¿Cuántos han sabido que su diputado diga algo en la Cámara? ¿Cuántos han estado de acuerdo con lo que dijo?” Temo que las mismas preguntas encontrarían las mismas respuestas negativas hoy. Es un infortunio que Ibargüengoitia no esté con nosotros para hacer la crónica humorística de nuestra transición a la democracia. En realidad nuestro sistema parlamentario no tiene la utilidad que se le atribuye en la Constitución. Se supone que los 500 diputados y los 128 senadores producen leyes. En realidad, un grupo de 20 personas en cada cámara decide qué vale la pena aprobar y qué debe ser rechazado. Bastaría un pequeño consejo en un edificio modesto y nos ahorraríamos cantidades formidables de dinero. Pero, ¿qué pensarían de nosotros los países civilizados? Se supone que el Poder Legislativo controla al Ejecutivo. Permítanme esbozar una discreta sonrisa; la corrupción sigue impune a pesar de la legión de legisladores y los miles de asesores y empleados, las comisiones investigadoras, la Auditoría Superior de la Federación, el despilfarro y el tráfico de influencias. Senadores y diputados tienen las peores calificaciones entre los más sombríos oficios. En contraste con esta descomposición, la conciencia pública está creciendo. Sara Sefchovich dice que lo mejor de la propuesta calderonista es que puso en marcha un debate que sacude la inercia mental que venimos arrastrando, y señala que en el fondo hay un cambio cultural. La demanda de una consulta y las movilizaciones son semillas (o síntomas) de un cambio de conciencia, que trasciende la reforma petrolera. Cada vez es más evidente que no nos merecemos las pésimas instituciones que tenemos. Esto hace prever que en un futuro próximo habrá gran tensión entre el movimiento social y la clase política. La consulta del 27 de julio es una forma civilizada para dar cauce a una pugna inevitable. |
Kikka Roja
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