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Los cínicos, siempre
Quién hubiera pensado hace pocos sexenios, digamos, en tiempos del nefasto Salinas de Gortari o poco antes, durante la grisura delamadridista, que ya es decir malo, neoliberal y tecnócrata, o más acá, durante la grisura zedillista, quién hubiera pensado, decía, que una noticia atroz, de ésas que reflejan el estado de indefensión en que chapoteamos a diario los empavorecidos ciudadanos de este triste país, diez días después de su emisión en la televisión pasaría a convertirse en el guión de un anuncio propagandístico del gobierno. Hubiéramos dicho que nadie es tan cínico. Ahora sucede: las mismas escenas del noticiario cuando daba cuenta de la captura de una veintena de fronterizos mentales metidos a secuestradores; las mismas escenas de la liberación de una comerciante y su hijo, apenas diez días después, son tomas que apoyan el parlamento en off, la voz imperiosa que anuncia, con tono amenazador, que el gobierno federal ahora sí, ¡ahora sí!, se pone las pilas y sale en defensa de su indefenso redil. Y luego resulta que en otro caso de secuestro, más sonado porque, aunque como dice Carmen Aristegui no se le debe regatear un ápice a la tragedia de esa familia, allí el Ministerio Público, en lugar de indolente o burlón sí hubo de hacer su trabajo, porque el apellido, la cadena de tiendas, la amistad con los jefes, pero sobre todo porque el dinero, el poderoso dinero ora sí hizo bailar al perro, y digo, pues, que en ese caso, poco después de las jactancias propagandísticas del gobierno en la tele, venimos a saber que al menos uno de los secuestradores era, precisamente, agente federal de alto nivel, la encargada, además de montar falsos retenes para secuestrar y asesinar, de la prevención del delito; paradoja fractal que encierra otra que encierra otra que encierra otra y así hasta un infinitamente perverso ejercicio de dialéctica y esquizofrenia: afirmar a pantalla algo para que la realidad refleje lo contrario…
Quién hubiera creído que durante dos días, en todos los seudonoticieros de las principales televisoras privadas de México, un secretario de Hacienda haría la misma declaración: que la gasolina suba no es gasolinazo, para ese mismo día, o el anterior, o el siguiente, endosarnos sendos aumentos en el combustible, y aunque día a día uno se topa con el nuevo aumento de la semana, el funcionario de marras, pintando la más odiosa, cínica sonrisa, afirme, como si fuésemos idiotas, que no, que no sube tanto, que los aumentos no suponen inflación.
Nadie hubiera creído posible, ni siquiera durante los seis años de estupideces de Vicente Fox y trapacerías de su mujercita, que un secretario de Gobernación se atrevería a hacer negocio con su propia investidura y aparecer luego a cámara a decir que sí suscribió contratos de sus empresas como proveedor de servicios a empresas estatales, motivo más que sobrado para que en otros países no solamente se le destituyese, sino para fincarle gravísimas responsabilidades, porque eso, aquí y en China, se llama corrupción, y hay países, digo, donde se paga con el fusilamiento, público, además.
Quién en sus cabales hubiera platicado entonces que el gobierno, otra vez el maldito gobierno, siempre el pinche gobierno nos iba a atiborrar de anuncios de impecable producción –las tomas abiertas, la postproducción de alto nivel de video a formatos cinematográficos, el audio bien cuidado, la narración vivaz y convincente– para hacernos saber el montón de toneladas de hortalizas y frutas que este país va a producir este año, para que en realidad y salvo pocas, millonarias excepciones, la agroindustria mexicana sea un inmenso, polvoso y reseco Chamizal, en el mejor de los casos obligada receptoría de injerencias extranjeras en forma de semillas transgénicas o de granos no aptos para consumo humano; o que las autoridades están preocupadísimas y puestísimas para construir escuelas y hospitales que, si acaso fuesen efectivamente levantados, carecerán cotidianamente de lo más elemental para su funcionamiento, y de todos modos la negligencia, la burocracia, la operación de las mafias internas, inherentes a cualquier oficina de ellos, del gobierno, se traducen en mala atención, en indolencia, en nulo aprendizaje y chambitas de maquila.
Por eso uno termina coincidiendo con el inepto que se dice presidente, y se congratula de que el formato del informe presidencial haya sido en efecto arrasado, si no hay nada, absolutamente nada que informar como no sea así, mintiendo como mercachifle, con anuncios en la tele.
Quién hubiera creído que durante dos días, en todos los seudonoticieros de las principales televisoras privadas de México, un secretario de Hacienda haría la misma declaración: que la gasolina suba no es gasolinazo, para ese mismo día, o el anterior, o el siguiente, endosarnos sendos aumentos en el combustible, y aunque día a día uno se topa con el nuevo aumento de la semana, el funcionario de marras, pintando la más odiosa, cínica sonrisa, afirme, como si fuésemos idiotas, que no, que no sube tanto, que los aumentos no suponen inflación.
Nadie hubiera creído posible, ni siquiera durante los seis años de estupideces de Vicente Fox y trapacerías de su mujercita, que un secretario de Gobernación se atrevería a hacer negocio con su propia investidura y aparecer luego a cámara a decir que sí suscribió contratos de sus empresas como proveedor de servicios a empresas estatales, motivo más que sobrado para que en otros países no solamente se le destituyese, sino para fincarle gravísimas responsabilidades, porque eso, aquí y en China, se llama corrupción, y hay países, digo, donde se paga con el fusilamiento, público, además.
Quién en sus cabales hubiera platicado entonces que el gobierno, otra vez el maldito gobierno, siempre el pinche gobierno nos iba a atiborrar de anuncios de impecable producción –las tomas abiertas, la postproducción de alto nivel de video a formatos cinematográficos, el audio bien cuidado, la narración vivaz y convincente– para hacernos saber el montón de toneladas de hortalizas y frutas que este país va a producir este año, para que en realidad y salvo pocas, millonarias excepciones, la agroindustria mexicana sea un inmenso, polvoso y reseco Chamizal, en el mejor de los casos obligada receptoría de injerencias extranjeras en forma de semillas transgénicas o de granos no aptos para consumo humano; o que las autoridades están preocupadísimas y puestísimas para construir escuelas y hospitales que, si acaso fuesen efectivamente levantados, carecerán cotidianamente de lo más elemental para su funcionamiento, y de todos modos la negligencia, la burocracia, la operación de las mafias internas, inherentes a cualquier oficina de ellos, del gobierno, se traducen en mala atención, en indolencia, en nulo aprendizaje y chambitas de maquila.
Por eso uno termina coincidiendo con el inepto que se dice presidente, y se congratula de que el formato del informe presidencial haya sido en efecto arrasado, si no hay nada, absolutamente nada que informar como no sea así, mintiendo como mercachifle, con anuncios en la tele.
Kikka Roja
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