México, en estado de anomia sara lovera MÉXICO, D.F., 11 de septiembre (apro).- Anomia es la ausencia de creencia o de credibilidad en las normas y en las instituciones. Un estado, una situación donde las personas no se reconocen, no se aman, no se saludan, se repelen; donde no se acepta en el fondo, en lo más profundo, que hay normas, situaciones y modos de convivir. La democracia posible puede estar herida de muerte. La definición de anomia es simple y es, al mismo tiempo, síntoma de una enfermedad mayor que ataca a la población y a las y los políticos mexicanos. Cuando una sociedad cae en la anomia estamos frente a un grave problema. Según pláticas con expertas en teoría, una ley sirve a todas las personas. Es como el semáforo que no solamente facilita la vida de los demás conductores, sino también la mía, aunque a veces me moleste tener que parar cuando quiero avanzar. Con frecuencia se pasa de largo a la censura social y no sólo jurídica. Aquí alguien pasa la luz roja y los demás se ríen. Es así como existe una cultura anómica, internalizada por las personas. Si se analiza nuestra historia reciente, la anomia es un fenómeno que aparece lentamente. Hace 40 años no existía. Hoy se pasa de largo, no se reflexiona sobre la demanda del derrocamiento; no interesa que se documente la corrupción de cada funcionario, casi la mitad del gabinete del gobierno federal que ahora administra el país. La anomia en la vida cotidiana, en las personas que no saben reír, que no se expresan, que no son capaces de articular una relación profunda, trastoca la amistad y los afectos familiares. En la sociedad la anomia permite sin chistar asesinatos cada semana. Esa enfermedad es la que soporta vivir fuera de la norma y no sabe qué trasmitir a sus propios hijos. Es algo que podría estar relacionado con la desintegración social, con el hecho de que no se reconozca al otro dentro de la sociedad. Sí, no hay duda, yo creo que el desmembramiento del tejido social viene con la anomia. Lo que sucede en México todavía no llega a ser peor. Pero al pensar en el país, en su población, en los sucesos cotidianos, se mira un Estado corrupto, con policías que empiezan a chantajear a la gente, con hechos sangrientos que a nadie alteran. Atrás, me imagino, existe esta seca mentalidad que impide, por una parte, la pasión, y por la otra el reconocimiento de las y los demás. Esta falta de amor y afecto que han dejado hueco el corazón y que al extenderse socialmente afecta todas las relaciones y rompe el tejido social. Aunque no se quiere, hay que ver por dentro a la sociedad, sin caer en lo que caen los antropólogos estructuralistas simples o el chamanismo popular. Pero la anomia es terrible para y entre las mujeres, en una sociedad que nos oprime y nos excluye. Queremos ser incluidas en el Estado, pero el Estado que llega tendría que empezar por limpiarse a sí mismo. Implicaría sacar de la anomia a millones de mujeres. Escuché hace poco que la corrupción suele ser proyectada hacia la clase política, cuando en realidad se trata de un fenómeno sistémico. Encontramos a la corrupción en todos los niveles. Corrupción es mentir, es callar, es no compartir información, no hacer equipo, no explicar de dónde viene el dinero que se reparte en una asociación o durante una jornada común de trabajo, es no admitir que es necesario abrir los archivos. Es tanta y tan profunda, como la más grave de dar una cuota, de usar el tráfico de influencias, de robar al erario público o mandar asesinar a quien no está de acuerdo conmigo. El principio es el mismo. Cuando se piensa que no hay necesidad de normas, de distribución de poder, de diálogo y comprensión, la consecuencia es la ingobernabilidad y la falta de liderazgo y personalidad. En fin, que anomia y México parecen un matrimonio que puede tener consecuencias graves, porque hay mucha cólera, mucha rabia contenida. Ahora sé que México está en un estado de anomia crónica y todavía no estamos conscientes de eso. Comentarios: saralovera@yahoo.com.mx |
Kikka Roja
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