josé gil olmos MÉXICO D.F., 1 de octubre (apro).- El mediodía del martes, frente al Palacio de Gobierno de Jalapa, Ramiro Guillén Tapia se prendió fuego. Su cuerpo se convirtió en antorcha mientras alcanzaba a decir: “Si quieren que dé mi vida para que nos hagan caso, se las doy.” La mañana de este miércoles, menos de 24 horas después, el líder campesino, de origen popoluca, murió en un hospital de Jalapa, en medio del asombro de representantes del gobierno de Fidel Herrera y de la Secretaría de la Reforma Agraria, quienes declararon que no entendían por qué se había inmolado si ya todo estaba arreglado. Cuando Ramiro Guillén se prendió fuego, la gente que pasaba por la plaza Sebastián Lerdo de Tejada miraba la protesta como si fuera un espectáculo cotidiano, como quien mira la venta de un nuevo disco pirata o un acto de escapismo. Nada de asombro ante el máximo grado de la protesta social. Antes de que iniciara el dantesco espectáculo, alrededor del dirigente del Comité Regional Prodefensa de los Derechos Humanos del Sur de Veracruz estaban los fotógrafos esperando que se inmolara, lo mismo que los socorristas y algunos transeúntes. En las fotos se ve a Ramiro con el cuerpo embadurnado de combustible haciendo declaraciones a la prensa; y cuando se prende fuego, las miradas de los asistentes no cambian mucho. Las llamas envolvieron a Ramiro sin que nadie intentara detenerlo antes de que iniciara su acto de protesta. Una vez que le apagaron el fuego, aún de pie, hizo otras declaraciones a los reporteros: “Lo hice porque las autoridades no sirven, sólo son engaños y yo tenía que responder a mi pueblo”. Y es que, según sus compañeros, el gobernador les había cancelado 107 audiencias para resolver un conflicto de tenencia de tierras. Algunos medios de comunicación se abstuvieron de publicar la imagen de Ramiro envuelto en llamas. En los que se atrevieron a publicarla en primera plana, se hizo hincapié en el nivel de desesperación del campesino para llamar la atención del gobierno estatal. Seguramente en los próximos días pocos recordarán que Ramiro decidió inmolarse como una medida extrema de manifestar su inconformidad frente a las autoridades estatales que poco o nada les importaba resolver el conflicto agrario. Es posible que su muerte sea en vano, pues el gobierno de Fidel Herrera y los anteriores se han negado a resolver el conflicto agrario en el municipio de Soteapa, por la tenencia de 200 hectáreas. Los grados de violencia al que los mexicanos estamos sometidos desde hace años han mermado considerablemente nuestra capacidad de asombro; pero el problema se agrava cuando esta insensibilidad llega a los distintos niveles de gobierno. Fue “una decisión personal y nosotros no tenemos ninguna responsabilidad en ella”, sostuvo Reinaldo Escobar Pérez, secretario general de Gobierno, en una conferencia de prensa ofrecida en Palacio de Gobierno. En tanto que el gobernador Fidel Herrera, de plano, se hizo “ojo de hormiga” y desapareció de la escena pública alegando que se encontraba muy ocupado atendiendo el problema de las inundaciones en el estado. La muerte del campesino popoluca no debería pasar desapercibida para nadie, ni para los gobernantes ni para la ciudadanía. Su inmolación tendría que ser una llamada de atención para todos: medios, políticos y sociedad, pues cuando se llega a este tipo de protestas es porque las otras expresiones de inconformidad ya no son suficientes y se necesita llegar al sacrificio de una vida para ganarle un espacio a la indiferencia y a la pasividad gubernamental. |
Kikka Roja
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