México y Cuba, de nuevo
Miguel Ángel Granados Chapa
24 Oct. 08
Olvidados o dejados atrás los agravios y los hechos que pusieron su relación al borde de la ruptura, con la visita del canciller cubano, Felipe Pérez Roque, se han normalizado las relaciones entre los dos países
Terminó anteayer la visita a México del canciller cubano, Felipe Pérez Roque, y con ella concluyó también el prolongado periodo de tensiones entre los dos gobiernos, que en más de un momento se aproximaron a la ruptura formal, aunque la hubo en los hechos en mayo de 2004.
Muchos factores contribuyeron a que las relaciones se normalizaran, entre los cuales no fue menor el olvido deliberado de ofensas específicas que se asestaron funcionarios de los dos países. Cuando Pérez Roque conversó durante cerca de una hora con el presidente Felipe Calderón -uno de los momentos culminantes de su estancia de esta semana- no tenía presente que pocas semanas antes de romper con el presidente Fox, su secretario de Energía, sin vela formal en el entierro, y en posición francamente injerencista, habló de la necesidad de que Fidel Castro renunciara al liderazgo cubano. El año próximo, en cambio, tal vez se encuentre con él, en su carácter de líder de la Revolución, cuando atienda la invitación de viajar a Cuba que el canciller le extendió en nombre del presidente Raúl Castro.
Al saludar en el Senado a Santiago Creel, Pérez Roque dejaba también atrás el peor momento de la accidentada relación entre su país y el nuestro durante el sexenio pasado. Como secretario de Gobernación, Creel convirtió un problema diplomático en uno de seguridad nacional al imputar a funcionarios cubanos conductas lesivas para México, de cuya naturaleza sólo tendremos noticia cierta dentro de 8 años, cuando se cumplan los 12, a partir de 2004, en que la información respectiva deje de ser tenida como reservada conforme a la legislación de transparencia. Como resultado de la descalificación formulada en Bucareli contra viajeros cubanos que no hicieron más que entrevistarse con dirigentes de partidos mexicanos, fue declarada persona non grata el consejero Orlando Silva, forzado a salir de México horas antes de que debiera hacerlo también el embajador Jorge Bolaños, expulsado al mismo tiempo que el canciller Luis Ernesto Derbez ordenaba a la embajadora Roberta Lajous salir de La Habana y volver a México. Toda una intriga con ingredientes propios de la literatura y el cine de espionaje, urdida sólo porque el gobierno cubano había deportado días atrás a Carlos Ahumada, el empresario usado por Carlos Salinas y Vicente Fox para embatir contra las posibilidades de Andrés Manuel López Obrador de llegar a la Presidencia de la República.
Para hacer cerrar con el ungüento de la amnesia deliberada las heridas abiertas entre los dos países por la bronca comprada por Fox a su canciller Jorge G. Castañeda faltó un encuentro, así fuera casual como el ocurrido con Creel, de Pérez Roque con su antiguo homólogo. No pudo ser porque a diferencia de Calderón y Creel, Castañeda no se halla en ninguno de los escenarios donde ocurrió la visita del diplomático cubano y porque persiste su animadversión contra el régimen de la isla, posición que se traduce en fuerte y permanente crítica a la actual actitud de la diplomacia mexicana hacia La Habana.
Puesto que Calderón estaba por muchos motivos obligado a ostentarse como continuador de la política de su antecesor, que contribuyó centralmente a hacerlo llegar a Los Pinos, se afanó en distanciarse de su antiguo jefe en temas que le generaran el menor costo político posible. Uno de ellos fue el de su política hacia el sur, donde Fox había causado más de un desastre. De modo explícito e insistente, la canciller Patricia Espinosa buscó mejorar la maltrecha relación con Venezuela y Cuba. Y Calderón mismo hizo a la normalización de las relaciones con la isla una aportación significativa, al designar embajador (después del interinato profesional de José Ignacio Piña Rojas) a Gabriel Jiménez Remus, un político que corona sus días con un discreto y eficaz desempeño diplomático, durante seis años en Madrid y a partir de septiembre de 2007 en La Habana.
Significado dirigente del ala liberal, demócrata, centrista, del partido Acción Nacional, la carrera de Jiménez Remus se vio abruptamente interrumpida por la derrota que la ultraderecha le infligió cuando a fines de 1994 buscó ser candidato a gobernador de Jalisco. Aunque después volvió al Congreso, donde había sido y sería un diputado y un senador sobresaliente, su trayectoria panista merecía un desenlace digno, que él encontró en la diplomacia. A su llegada a Cuba comenzó a trabajar por la recuperación del antiguo nexo entre los dos países, que él mismo había alimentado cuando visitó ese país a la cabeza de legisladores de su partido.
Con el apoyo de la canciller Espinosa Cantellano, Jiménez Remus practicó un acto de justicia histórica (y poética) cuando en diciembre pasado entregó la condecoración del Águila Azteca al expulsado embajador Bolaños, que de ese modo pasó a ser honrado por el mismo gobierno -si bien a través de personeros distintos- que lo vilipendió. Ocupado después en asuntos menos simbólicos, el embajador mexicano fue pieza decisiva para el arreglo de la deuda cubana con México, regularizada en febrero, y para la firma del memorándum migratorio que fue el principal elemento sustantivo de la normalización diplomática y que Pérez Roque suscribió en esta visita. Problema de gravedad creciente, la migración cubana hacia Estados Unidos, a través de México, requería un abordamiento en que se manifestara la buena voluntad de las partes, imposible de expresar en las tristes condiciones imperantes en el sexenio pasado, y que pasaron ya a la historia.
Cajón de Sastre
Al cumplir mecánicamente la máxima de dirigir obedeciendo, y eludir por lo tanto su responsabilidad de orientar con su criterio propio al grueso de sus seguidores, que optaron por la resistencia civil, Andrés Manuel López Obrador incurrió en un error. No logró evitar la aprobación de los siete dictámenes que constituyen la reforma petrolera y arrojó por la borda el mérito que corresponde al movimiento que encabeza en la naturaleza y desenlace del amplio proceso que llegó a su fin en el Senado. En cambio, se distanció de los legisladores de los partidos que lo postularon a la Presidencia y del grupo de expertos e intelectuales que prepararon la propuesta ciudadana que sirvió de modo principal a frenar la tendencia anticonstitucional que López Obrador identificó en las iniciativas de la Presidencia y del PRI.
Terminó anteayer la visita a México del canciller cubano, Felipe Pérez Roque, y con ella concluyó también el prolongado periodo de tensiones entre los dos gobiernos, que en más de un momento se aproximaron a la ruptura formal, aunque la hubo en los hechos en mayo de 2004.
Muchos factores contribuyeron a que las relaciones se normalizaran, entre los cuales no fue menor el olvido deliberado de ofensas específicas que se asestaron funcionarios de los dos países. Cuando Pérez Roque conversó durante cerca de una hora con el presidente Felipe Calderón -uno de los momentos culminantes de su estancia de esta semana- no tenía presente que pocas semanas antes de romper con el presidente Fox, su secretario de Energía, sin vela formal en el entierro, y en posición francamente injerencista, habló de la necesidad de que Fidel Castro renunciara al liderazgo cubano. El año próximo, en cambio, tal vez se encuentre con él, en su carácter de líder de la Revolución, cuando atienda la invitación de viajar a Cuba que el canciller le extendió en nombre del presidente Raúl Castro.
Al saludar en el Senado a Santiago Creel, Pérez Roque dejaba también atrás el peor momento de la accidentada relación entre su país y el nuestro durante el sexenio pasado. Como secretario de Gobernación, Creel convirtió un problema diplomático en uno de seguridad nacional al imputar a funcionarios cubanos conductas lesivas para México, de cuya naturaleza sólo tendremos noticia cierta dentro de 8 años, cuando se cumplan los 12, a partir de 2004, en que la información respectiva deje de ser tenida como reservada conforme a la legislación de transparencia. Como resultado de la descalificación formulada en Bucareli contra viajeros cubanos que no hicieron más que entrevistarse con dirigentes de partidos mexicanos, fue declarada persona non grata el consejero Orlando Silva, forzado a salir de México horas antes de que debiera hacerlo también el embajador Jorge Bolaños, expulsado al mismo tiempo que el canciller Luis Ernesto Derbez ordenaba a la embajadora Roberta Lajous salir de La Habana y volver a México. Toda una intriga con ingredientes propios de la literatura y el cine de espionaje, urdida sólo porque el gobierno cubano había deportado días atrás a Carlos Ahumada, el empresario usado por Carlos Salinas y Vicente Fox para embatir contra las posibilidades de Andrés Manuel López Obrador de llegar a la Presidencia de la República.
Para hacer cerrar con el ungüento de la amnesia deliberada las heridas abiertas entre los dos países por la bronca comprada por Fox a su canciller Jorge G. Castañeda faltó un encuentro, así fuera casual como el ocurrido con Creel, de Pérez Roque con su antiguo homólogo. No pudo ser porque a diferencia de Calderón y Creel, Castañeda no se halla en ninguno de los escenarios donde ocurrió la visita del diplomático cubano y porque persiste su animadversión contra el régimen de la isla, posición que se traduce en fuerte y permanente crítica a la actual actitud de la diplomacia mexicana hacia La Habana.
Puesto que Calderón estaba por muchos motivos obligado a ostentarse como continuador de la política de su antecesor, que contribuyó centralmente a hacerlo llegar a Los Pinos, se afanó en distanciarse de su antiguo jefe en temas que le generaran el menor costo político posible. Uno de ellos fue el de su política hacia el sur, donde Fox había causado más de un desastre. De modo explícito e insistente, la canciller Patricia Espinosa buscó mejorar la maltrecha relación con Venezuela y Cuba. Y Calderón mismo hizo a la normalización de las relaciones con la isla una aportación significativa, al designar embajador (después del interinato profesional de José Ignacio Piña Rojas) a Gabriel Jiménez Remus, un político que corona sus días con un discreto y eficaz desempeño diplomático, durante seis años en Madrid y a partir de septiembre de 2007 en La Habana.
Significado dirigente del ala liberal, demócrata, centrista, del partido Acción Nacional, la carrera de Jiménez Remus se vio abruptamente interrumpida por la derrota que la ultraderecha le infligió cuando a fines de 1994 buscó ser candidato a gobernador de Jalisco. Aunque después volvió al Congreso, donde había sido y sería un diputado y un senador sobresaliente, su trayectoria panista merecía un desenlace digno, que él encontró en la diplomacia. A su llegada a Cuba comenzó a trabajar por la recuperación del antiguo nexo entre los dos países, que él mismo había alimentado cuando visitó ese país a la cabeza de legisladores de su partido.
Con el apoyo de la canciller Espinosa Cantellano, Jiménez Remus practicó un acto de justicia histórica (y poética) cuando en diciembre pasado entregó la condecoración del Águila Azteca al expulsado embajador Bolaños, que de ese modo pasó a ser honrado por el mismo gobierno -si bien a través de personeros distintos- que lo vilipendió. Ocupado después en asuntos menos simbólicos, el embajador mexicano fue pieza decisiva para el arreglo de la deuda cubana con México, regularizada en febrero, y para la firma del memorándum migratorio que fue el principal elemento sustantivo de la normalización diplomática y que Pérez Roque suscribió en esta visita. Problema de gravedad creciente, la migración cubana hacia Estados Unidos, a través de México, requería un abordamiento en que se manifestara la buena voluntad de las partes, imposible de expresar en las tristes condiciones imperantes en el sexenio pasado, y que pasaron ya a la historia.
Cajón de Sastre
Al cumplir mecánicamente la máxima de dirigir obedeciendo, y eludir por lo tanto su responsabilidad de orientar con su criterio propio al grueso de sus seguidores, que optaron por la resistencia civil, Andrés Manuel López Obrador incurrió en un error. No logró evitar la aprobación de los siete dictámenes que constituyen la reforma petrolera y arrojó por la borda el mérito que corresponde al movimiento que encabeza en la naturaleza y desenlace del amplio proceso que llegó a su fin en el Senado. En cambio, se distanció de los legisladores de los partidos que lo postularon a la Presidencia y del grupo de expertos e intelectuales que prepararon la propuesta ciudadana que sirvió de modo principal a frenar la tendencia anticonstitucional que López Obrador identificó en las iniciativas de la Presidencia y del PRI.
Correo electrónico: miguelangel@granadoschapa.com
Kikka Roja
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