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viernes, 12 de diciembre de 2008

Pavo huido: Juan Villoro

Pavo huido
Juan Villoro
12 Dic. 08

El rico ingenio yucateco bautizó como "pavo huido" a un guiso donde el relleno se sirve sin el pavo que lo contenía. El platillo vino a mi memoria porque la recesión mundial ha hecho que los pavos se vuelvan infrecuentes.

Cincuenta años atrás, la temporada navideña era dominada por el bacalao, los romeritos y los turrones. Sólo algunos rancheros de azotea criaban un guajolote en una jaula para colgar la ropa y le torcían el pescuezo el 24 por la mañana.

El intrépido paladar nacional disfruta el pavo remojado en mole o en pipián. Por desgracia, no es así como la moda sugiere que se coma en Navidad. Aunque se le inyecten néctares, el pavo que se hornea entero resulta insípido para un pueblo capaz de distinguir el chile de árbol del cuaresmeño. ¿Por qué se impuso entre nosotros? Por la misma razón por la que se impuso la cultura pop: es un gran espectáculo; como el pino navideño o las nevadas que rentaríamos si pudiéramos hacerlo, demuestra que la fecha es especial. Ver un pavo horneado es un triunfo de la utilería: garantiza fiesta. Desde un punto de vista simbólico, está más cerca de la esfera con espejos de las discotecas que de la cochinita pibil. Esto no significa que no le encontremos el gusto, sobre todo si disponemos de suficientes jalapeños. Además, el postpavo mejora en tortas.

A partir de los años sesenta, los Reyes Magos, proveedores católicos por excelencia, perdieron importancia ante Santa Claus, filántropo pagano, y el pavo gringo ganó lugar en nuestras mesas.

No fue fácil aceptar ese guiso de preparación incómoda y resultados simples. Aún recuerdo la Navidad en que mi primo Mickey usó una férula después de tanto inyectar el pavo.

Como suele ocurrir con los procesos coloniales, pasamos de la indiferencia a una resignada asimilación y de ahí a considerar que una Navidad sin pavo era como un nacimiento sin Niño Dios. La conducta de mi generación se vio afectada por estos cambios, que resumiré en tres episodios. El protagonista es mi amigo Edgar Magnus, quien me autorizó a usar su nombre con fines edificantes.

En la fase de adaptación al pavo se consideraba lujoso ganar uno en una rifa. Hace 20 años, Edgar fue al festejo del programa de radio donde hacía cápsulas sobre música clásica. Le tocó al lado de una mujer tan guapa que se concentró en el tequila para que no se notara que le estaba viendo el escote. Cuando llegaron los mariachis, él ya había abdicado como experto en Bach y debutó como trovador ranchero. Tuvo tal éxito que el conductor del programa le regaló un pavo "a nombre de todos los compañeros". El animal congelado estaba ahí para una rifa, pero el sorteo resultaba innecesario después de lo que habían visto. Edgar regresó a su mesa como un hombre distinto, y no sólo porque cargaba una pieza de 4 kilos: la chica del escote lo vio como si él volviera de las cruzadas.

El comportamiento humano depende de convenciones mínimas. Hace dos décadas ganar un pavo a las cinco de la tarde significaba poderío. Esto quiere decir que Edgar llegó a su casa a las cinco de la mañana sin avisar que se le había hecho tarde. Cuando su esposa lo vio con la corbata en la frente, él explicó: "¡es que gané un pavo!" (mientras tanto, el ave se había descongelado en la cajuela de su Renault 18 y olía mal).

Durante años, mi amigo se arrepintió del talismán con que arruinó su matrimonio. "Imagínate nada más: ¡por un pavo!", me dijo mil veces. De nada sirvió recordarle que hubo un tiempo en que ese animal fue escaso y significativo.

En su segunda fase Edgar dejó de ver al pavo como un salvoconducto que le daba derechos de licencioso superhéroe y lo aceptó como una rutina sacrificial (la víctima no era el ave, sino él). Hace 10 años compartimos la Navidad de los tres pavos. Edgar siempre ha estado a la altura de su apellido. Si pierde el empleo, te ofrece whisky etiqueta azul. Sin embargo, ese 24 de diciembre todos (incluida su segunda esposa) sabíamos que el exceso gastronómico no se debía a su generosidad. Después de perder a una mujer por confiar demasiado en un pavo, quería retener a otra con dos refuerzos. Para atenuar suspicacias dijo: "el pavo está baratísimo". Era cierto, el producto que antes parecía criado por selectos mormones de Salt Lake City ahora se reproducía en los supermercados.

Esto trajo otro problema. Edgar se durmió en la autopista a Querétaro, y la culpa fue del pavo. Resulta que esa carne blanca tiene una sustancia levemente narcótica. Si te pasas de rebanadas, te da sueño. Mi amigo lo averiguó del peor modo. Del 25 al 28 comió sobras de la cena de Navidad e incluso preparó sándwiches para el camino. Cerró los ojos y acabó en un sembradío. La familia salió sin un rasguño, pero el auto fue pérdida total. El pavo barato costó un Stratus.

El episodio del tercer tipo es el más difícil de contar. Edgar ha visto ovnis ("pero no me han abducido", aclara, convencido de que le creemos y estamos a punto de preguntarle cómo son las chicas de Alfa Centauri).

En la playa de Mocambo y el desierto de Altar vio luces que su mente condensó en naves y su superstición en gurús lejanos (sintió una paz que no le ha dado el yoga).

¿Cómo se conecta esto con los pavos? La crisis económica ha cambiado los menús de las fiestas de fin de temporada; los precios de los alimentos han hecho que los peneques y los tlacoyos vuelvan a parecer sabrosos. Sin embargo, en días de recesión Edgar ha visto pavos. Sus amigos pensamos que no se trata de un suceso comprobable, sino de un "avistamiento de pavos".

Ayer cenamos en su casa. Pensamos que nos daría pavo prenavideño pero no fue así. "Edgar come con los ojos", su mujer usó el refrán destinado a quien se sirve porciones que no puede acabar. Para nosotros, la frase tuvo otro sentido.

En los duros tiempos por venir el pavo será un ovni casero. Sólo los ojos de Edgar Magnus podrán verlo.

kikka-roja.blogspot.com/

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