Denise Dresser
1 Jun. 09
"Yo soy Carlos Slim" es la frase que acompaña la fotografía del empresario sonriente en la portada de la revista Quién. Da la impresión de ser un buen tipo y en muchos sentidos seguramente lo es. Le gusta el beisbol. Le gusta pasar tiempo con sus hijos. Le es fiel a la esposa fallecida que tanto amó. Sin duda posee enormes cualidades personales y un gran talento empresarial. Pero ése no es ni debería ser el tema de fondo cuando se analiza el impacto de Carlos Slim en el funcionamiento de la economía y la democracia en México.
Muchos mexicanos piensan que como el Sr. Slim tiene hábitos personales modestos, maneja su propio carro y no despliega de manera obvia el estilo de vida ostentoso de otros oligarcas mexicanos, no merece ser cuestionado. Esa posición es equivalente a sugerir que como John D. Rockefeller trataba bien a los niños y a los perros, el monopolio de Standard Oil no debió ser desmantelado. En lo que al Sr. Slim se refiere hay temas de fondo que van mucho más allá de la imagen que proyecta. Temas que México debe debatir y encarar: la manera en la cual Carlos Slim afecta a los consumidores, al crecimiento económico, y al proceso político.
Cualquier periodista, académico, investigador o empresario que intenta competir contra Carlos Slim lo sabe. Hay tan sólo un manojo de personas en México dispuestas a criticar públicamente al Sr. Slim, a hablar "on the record", a decir lo que tantos musitan en privado pero no se atreven a airear. Y es crucial que los mexicanos entiendan el porqué del temor, el porqué del silencio. La respuesta se halla en un sistema político disfuncional del cual el Sr. Slim se ha beneficiado y que ahora -debido a su peso en la economía mexicana- ha logrado poner a su servicio. Un sistema caracterizado por instituciones débiles, cortes corruptas, funcionarios cómplices, legisladores doblegados, consumidores poco conscientes de sus derechos o sin la capacidad legal para organizarse colectivamente, y medios en su mayoría silenciados porque dependen de su publicidad o apoyo financiero.
Sí, el Sr. Slim conduce su propio auto y no tiene casas en el extranjero. Pero eso no debería llevarnos a ignorar lo fundamental: el alto costo que el imperio de Carlos Slim tiene para los consumidores. Los precios de telefonía e internet en México son significativamente más altos que en el resto de mundo, por la posición predominante de Telmex. Y al ampararse ante cada decisión de la Cofetel y la Comisión Federal de Competencia, el Sr. Slim logra retrasar la creación de un sistema económico más abierto y más competitivo, que se traduciría en cuentas telefónicas más baratas para usted, para los pobres, para miles de pequeñas y medianas empresas.
Sí, el Sr. Slim provee empleo e invierte en México y maneja bien sus compañías. Pero ese no es un argumento suficiente para ignorar su influencia negativa sobre el crecimiento económico. Durante más de una década, el país ha crecido un promedio de 1.5 por ciento anual; una cifra pobre cuando se compara con otros mercados emergentes. Y ese subdesempeño crónico es resultado de cuellos de botella en la economía que los monopolios privados y públicos han colocado, con la anuencia del gobierno. México podría crecer mucho más -y crear muchos más empleos- si tuviera una economía dinámica, en la cual hubiera inversión masiva de numerosos jugadores en el ámbito de las telecomunicaciones. Si hubiera muchas más personas con celulares baratos, internet accesible, banda ancha disponible. Los atributos personales de Carlos Slim no deberían ocultar cómo impide la evolución de un sector clave para el desarrollo.
Sí, el Sr. Slim vive de manera sencilla y usa trajes que se compra en Sears. Pero al mismo tiempo, ha adquirido poder de veto sobre el sistema político y se ha vuelto demasiado poderoso para controlar. Como lo declara -"off the record"- un ex abogado de Telmex, la estrategia legal de la empresa ha sido retar cada decisión regulatoria del gobierno con el objetivo de retrasar la competencia. Hay empresarios que han sido obligados a salir del país por las órdenes de aprehensión que los abogados del Sr. Slim logran obtener de un juez. Cuando el Sr. Slim se reúne con Felipe Calderón y el Presidente le ruega que reduzca sus tarifas de interconexión, comparta la infraestructura de Telmex y elimine el redondeo, Slim se enoja y se niega a hacerlo. Empieza a ver cómo podrá ampararse y obstaculizar la decisión gubernamental de abrir la red de fibra oscura de la CFE a sus competidores.
Por eso, más que celebrar al empresario sonriente hay que mirar el otro lado de lo que Carlos Slim hace. Cómo frena. Cómo distorsiona. Cómo obtiene lo que quiere del gobierno a costa de los ciudadanos. Cómo doblega a los legisladores a costa de los consumidores, porque allí está el problema para el país. Aquello que los mexicanos deberían recordar la próxima vez que paguen su cuenta telefónica: detrás del hombre modesto sigue estando el monopolista que retrasa la modernización de México.
kikka-roja.blogspot.com/
Muchos mexicanos piensan que como el Sr. Slim tiene hábitos personales modestos, maneja su propio carro y no despliega de manera obvia el estilo de vida ostentoso de otros oligarcas mexicanos, no merece ser cuestionado. Esa posición es equivalente a sugerir que como John D. Rockefeller trataba bien a los niños y a los perros, el monopolio de Standard Oil no debió ser desmantelado. En lo que al Sr. Slim se refiere hay temas de fondo que van mucho más allá de la imagen que proyecta. Temas que México debe debatir y encarar: la manera en la cual Carlos Slim afecta a los consumidores, al crecimiento económico, y al proceso político.
Cualquier periodista, académico, investigador o empresario que intenta competir contra Carlos Slim lo sabe. Hay tan sólo un manojo de personas en México dispuestas a criticar públicamente al Sr. Slim, a hablar "on the record", a decir lo que tantos musitan en privado pero no se atreven a airear. Y es crucial que los mexicanos entiendan el porqué del temor, el porqué del silencio. La respuesta se halla en un sistema político disfuncional del cual el Sr. Slim se ha beneficiado y que ahora -debido a su peso en la economía mexicana- ha logrado poner a su servicio. Un sistema caracterizado por instituciones débiles, cortes corruptas, funcionarios cómplices, legisladores doblegados, consumidores poco conscientes de sus derechos o sin la capacidad legal para organizarse colectivamente, y medios en su mayoría silenciados porque dependen de su publicidad o apoyo financiero.
Sí, el Sr. Slim conduce su propio auto y no tiene casas en el extranjero. Pero eso no debería llevarnos a ignorar lo fundamental: el alto costo que el imperio de Carlos Slim tiene para los consumidores. Los precios de telefonía e internet en México son significativamente más altos que en el resto de mundo, por la posición predominante de Telmex. Y al ampararse ante cada decisión de la Cofetel y la Comisión Federal de Competencia, el Sr. Slim logra retrasar la creación de un sistema económico más abierto y más competitivo, que se traduciría en cuentas telefónicas más baratas para usted, para los pobres, para miles de pequeñas y medianas empresas.
Sí, el Sr. Slim provee empleo e invierte en México y maneja bien sus compañías. Pero ese no es un argumento suficiente para ignorar su influencia negativa sobre el crecimiento económico. Durante más de una década, el país ha crecido un promedio de 1.5 por ciento anual; una cifra pobre cuando se compara con otros mercados emergentes. Y ese subdesempeño crónico es resultado de cuellos de botella en la economía que los monopolios privados y públicos han colocado, con la anuencia del gobierno. México podría crecer mucho más -y crear muchos más empleos- si tuviera una economía dinámica, en la cual hubiera inversión masiva de numerosos jugadores en el ámbito de las telecomunicaciones. Si hubiera muchas más personas con celulares baratos, internet accesible, banda ancha disponible. Los atributos personales de Carlos Slim no deberían ocultar cómo impide la evolución de un sector clave para el desarrollo.
Sí, el Sr. Slim vive de manera sencilla y usa trajes que se compra en Sears. Pero al mismo tiempo, ha adquirido poder de veto sobre el sistema político y se ha vuelto demasiado poderoso para controlar. Como lo declara -"off the record"- un ex abogado de Telmex, la estrategia legal de la empresa ha sido retar cada decisión regulatoria del gobierno con el objetivo de retrasar la competencia. Hay empresarios que han sido obligados a salir del país por las órdenes de aprehensión que los abogados del Sr. Slim logran obtener de un juez. Cuando el Sr. Slim se reúne con Felipe Calderón y el Presidente le ruega que reduzca sus tarifas de interconexión, comparta la infraestructura de Telmex y elimine el redondeo, Slim se enoja y se niega a hacerlo. Empieza a ver cómo podrá ampararse y obstaculizar la decisión gubernamental de abrir la red de fibra oscura de la CFE a sus competidores.
Por eso, más que celebrar al empresario sonriente hay que mirar el otro lado de lo que Carlos Slim hace. Cómo frena. Cómo distorsiona. Cómo obtiene lo que quiere del gobierno a costa de los ciudadanos. Cómo doblega a los legisladores a costa de los consumidores, porque allí está el problema para el país. Aquello que los mexicanos deberían recordar la próxima vez que paguen su cuenta telefónica: detrás del hombre modesto sigue estando el monopolista que retrasa la modernización de México.
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