Agustín Basave
12-Oct-2009
El proyecto de la Cédula de identidad y el conflicto de Luz y Fuerza del Centro prueban que en México no hay borrón pero sí hay cuenta nueva y que la austeridad en el gasto ha sido la última de nuestras prioridades.
Para Ale, para mañana: feliz cumpleaños.
Los mexicanos somos barrocos por tradición. Se trata de “un estilo de ornamentación caracterizado por la profusión de volutas, roleos y otros adornos en que predomina la línea curva” (RAE). Empezamos por la arquitectura, pasamos a la literatura y acabamos contagiando al resto de nuestra cultura. Hasta ahí todo está bien. Celebro nuestra predilección por ese estilo artístico, que ha producido obras sublimes. Dejo de congratularme, sin embargo, cuando esa afinidad se traduce en un ethos reacio a las líneas rectas, que nos hace darles vueltas a las cosas hasta enredarlas y enredarnos a nosotros mismos. Y me rebelo cuando nuestro barroquismo invade la cosa pública y se vuelve redundancia y rebuscamiento, convirtiendo un problema de la sociedad en una disfuncionalidad del Estado.
Ejemplos sobran. Ya he hablado en este espacio de la proliferación de entidades gubernamentales que duplican o intrincan funciones, de la maraña de instrumentos legales que hemos producido. Pero esta vez seré más preciso, y para muestra me bastarán dos botones: el proyecto de la Cédula de identidad y el conflicto de Luz y Fuerza del Centro, que prueban que en México no hay borrón pero sí hay cuenta nueva y que la austeridad en el gasto ha sido la última de nuestras prioridades. Y que no sabemos distinguir eficacia de eficiencia.
Aunque me preocupa el mal uso que se suele dar en este país a las bases de datos personales, simpatizo con la idea de una identificación holística. Pero la razón de mi simpatía es justamente lo que han soslayado las autoridades: la creación de la tarjeta única del ciudadano, la que reemplace gradualmente a la prolija documentación que hoy tenemos que tramitar y cargar los mexicanos y que le cuesta demasiado dinero al erario. Si bien es imposible eliminar de golpe la credencial de elector, el pasaporte, la cartilla militar, la licencia de manejar, la cédula profesional o el carnet del IMSS o el del ISSSTE, es tecnológicamente viable concentrar al menos varios de ellos. La abreviación de los procedimientos y el ahorro que se lograrían con la convergencia es difícil de sobreestimar. Menos ventanillas, menos personal, menos requisitos, menos corrupción, menos tiempo perdido. No obstante, la Secretaría de Gobernación se atoró en el primer escollo: cuando el Instituto Federal Electoral protestó porque el proyecto desincentivaría la obtención de su credencial, anunció que ambas identificaciones coexistirían. Los argumentos del IFE son válidos, pero nada justifica el dispendio que implicará la producción de dos documentos carísimos y redundantes. ¿Por qué no buscamos otro incentivo para votar? Porque optamos por el facilismo de pagar más, sin importarnos la crisis, y porque no entendemos que la simplificación es siempre la solución más eficiente.
Y qué decir de la liquidación de LyFC. Más allá de posturas políticas está la realidad de una institución que nos cuesta muchísimo y nos da un pésimo servicio, cuya existencia al margen de la Comisión Federal de Electricidad no nos ofrece ninguna ventaja. Aunque en esto tienen más culpa los gobiernos que han comprado apoyos y votos con prebendas que el Sindicato Mexicano de Electricistas, mis reflejos me llevan a reaccionar positivamente a la idea de que, sin privatización, la CFE absorba a LyFC. Estoy de acuerdo con quienes se quejan de que se actúe contra una organización gremial y no se haga nada contra otras que son peores, pero no creo que lo correcto sea eximir al SME en aras de una ideología sino exigir decisiones contra todo el corporativismo vicioso. Querer servicios públicos más baratos y de mayor calidad y sindicatos más transparentes y honestos no es de derecha ni de izquierda: es de sentido común. No sé si la Secretaría del Trabajo tenga un plan estratégico para impulsar un nuevo sindicalismo, y espero que haga algo para encauzar a los trabajadores desempleados del SME hacia actividades productivas. Lo que sí sé es que prácticamente todos los presidentes del México reciente, estatistas y neoliberales, coincidieron en que la CFE debía absorber a LyFC. Y que sin acciones de ese tamaño no habrá impuestos que alcancen para pagar nuestro colosal gasto corriente.
La mexicanísima tendencia a enmarañar las cosas ha dañado nuestra tiroides burocrática y nos ha vuelto proclives al gigantismo. En efecto, nunca nos faltan justificaciones para la promiscuidad presupuestaria. El federalismo, por ejemplo, nos sirve para defender los presupuestos de 32 institutos y de otros tantos tribunales electorales estatales, y de miles de corporaciones policiacas. Y en nombre del crecimiento del país nunca nos falta algún matiz para diferenciar y legitimar a un organismo federal que hace lo mismo que otro. Y es que, usualmente, frente a la disyuntiva de no hacer olas o enfrentar intereses creados, preferimos el caos permanente al caos temporal. En otras palabras, nos gusta el desmadre.
Ejemplos sobran. Ya he hablado en este espacio de la proliferación de entidades gubernamentales que duplican o intrincan funciones, de la maraña de instrumentos legales que hemos producido. Pero esta vez seré más preciso, y para muestra me bastarán dos botones: el proyecto de la Cédula de identidad y el conflicto de Luz y Fuerza del Centro, que prueban que en México no hay borrón pero sí hay cuenta nueva y que la austeridad en el gasto ha sido la última de nuestras prioridades. Y que no sabemos distinguir eficacia de eficiencia.
Aunque me preocupa el mal uso que se suele dar en este país a las bases de datos personales, simpatizo con la idea de una identificación holística. Pero la razón de mi simpatía es justamente lo que han soslayado las autoridades: la creación de la tarjeta única del ciudadano, la que reemplace gradualmente a la prolija documentación que hoy tenemos que tramitar y cargar los mexicanos y que le cuesta demasiado dinero al erario. Si bien es imposible eliminar de golpe la credencial de elector, el pasaporte, la cartilla militar, la licencia de manejar, la cédula profesional o el carnet del IMSS o el del ISSSTE, es tecnológicamente viable concentrar al menos varios de ellos. La abreviación de los procedimientos y el ahorro que se lograrían con la convergencia es difícil de sobreestimar. Menos ventanillas, menos personal, menos requisitos, menos corrupción, menos tiempo perdido. No obstante, la Secretaría de Gobernación se atoró en el primer escollo: cuando el Instituto Federal Electoral protestó porque el proyecto desincentivaría la obtención de su credencial, anunció que ambas identificaciones coexistirían. Los argumentos del IFE son válidos, pero nada justifica el dispendio que implicará la producción de dos documentos carísimos y redundantes. ¿Por qué no buscamos otro incentivo para votar? Porque optamos por el facilismo de pagar más, sin importarnos la crisis, y porque no entendemos que la simplificación es siempre la solución más eficiente.
Y qué decir de la liquidación de LyFC. Más allá de posturas políticas está la realidad de una institución que nos cuesta muchísimo y nos da un pésimo servicio, cuya existencia al margen de la Comisión Federal de Electricidad no nos ofrece ninguna ventaja. Aunque en esto tienen más culpa los gobiernos que han comprado apoyos y votos con prebendas que el Sindicato Mexicano de Electricistas, mis reflejos me llevan a reaccionar positivamente a la idea de que, sin privatización, la CFE absorba a LyFC. Estoy de acuerdo con quienes se quejan de que se actúe contra una organización gremial y no se haga nada contra otras que son peores, pero no creo que lo correcto sea eximir al SME en aras de una ideología sino exigir decisiones contra todo el corporativismo vicioso. Querer servicios públicos más baratos y de mayor calidad y sindicatos más transparentes y honestos no es de derecha ni de izquierda: es de sentido común. No sé si la Secretaría del Trabajo tenga un plan estratégico para impulsar un nuevo sindicalismo, y espero que haga algo para encauzar a los trabajadores desempleados del SME hacia actividades productivas. Lo que sí sé es que prácticamente todos los presidentes del México reciente, estatistas y neoliberales, coincidieron en que la CFE debía absorber a LyFC. Y que sin acciones de ese tamaño no habrá impuestos que alcancen para pagar nuestro colosal gasto corriente.
La mexicanísima tendencia a enmarañar las cosas ha dañado nuestra tiroides burocrática y nos ha vuelto proclives al gigantismo. En efecto, nunca nos faltan justificaciones para la promiscuidad presupuestaria. El federalismo, por ejemplo, nos sirve para defender los presupuestos de 32 institutos y de otros tantos tribunales electorales estatales, y de miles de corporaciones policiacas. Y en nombre del crecimiento del país nunca nos falta algún matiz para diferenciar y legitimar a un organismo federal que hace lo mismo que otro. Y es que, usualmente, frente a la disyuntiva de no hacer olas o enfrentar intereses creados, preferimos el caos permanente al caos temporal. En otras palabras, nos gusta el desmadre.
abasave@prodigy.net.mx
kikka-roja.blogspot.com/
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