Javier Aranda Luna
Los datos son claros y abrumadores: cada vez más los grandes laboratorios no sólo investigan y fabrican medicamentos, sino también crean enfermedades.
Por lo menos eso prueba el incremento exponencial de "síndromes" y "patologías" de los últimos años y los excesivos gastos de marketing y comunicación por concepto de lanzamiento de un nuevo medicamento, que han estimado en más de 600 millones de dólares.
Muchas de esas patologías "tienen límites confusos, mal definidos, y otras parecen ser fabricadas con métodos de dudosa calidad científica", apunta categórico Emilio de la Rosa en su libro La fabricación de nuevas patologías, publicado por el FCE.
Hace unas décadas, nos recuerda el director del Centro de Investigación y de Estudio Salud y Sociedad de París, las compañías farmacéuticas contrataban representantes para sensibilizar a los médicos sobre la prescripción de los nuevos productos, mientras que ahora los business plans también incluyen al público general.
Gracias al marketing, la industria farmacéutica "aprovecha y explota nuestros miedos ancestrales de la muerte, del hándicap y la enfermedad".
¿Ha escuchado algo sobre el "trastorno de déficit de atención" o hiperacitvidad? ¿Del síndrome disfórico premenstrual, de la "disfunción sexual femenina", de la "hipertensión arterial" o de la "depresión bipolar"? Según De la Rosa son casos típicos donde el mercadeo ha jugado un papel fundamental para multiplicar los ingresos de los laboratorios “detectando cierto número de síntomas anodinos y presentarlos como componentes de una enfermedad…”, con los que se han organizado campañas de comunicación "con la finalidad de dar a la nueva enfermedad un estatus y un reconocimiento respetables dentro del sistema".
El tratamiento del síndrome premenstrual es paradigmático y el destinado al "trastorno de déficit de atención" ni se diga: el uso de metilfenidato (Ritalin o Concerta), dice el autor del libro, no mejora el rendimiento escolar a largo plazo; en 25 por ciento ese medicamento "es ineficaz y causa una serie de problemas y cuestionamientos vinculados al hecho que tiene efectos semejantes a la cocaína".
En 2006 un comité de seguridad sanitaria de la Administración de Alimentos y Fármacos (FDA, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos había solicitado que Ritalin y sus derivados "tuvieran una etiqueta negra" para alertar sobre sus efectos secundarios. La recomendación fue cambiada por otra que sugería que la alerta figurara en la nota de utilización del medicamento, en las conocidas letras chiquitas. "La FDA siguió este último dictamen".
Pese a sus peligrosos efectos secundarios, como las alucinaciones en algunos casos, la "píldora de la obediencia" fue tan bien posicionada en el mercado que es prescrita en la actualidad por más médicos, apunta De la Rosa, y es demandada por más padres. Cabe recordar que en el país tuvo que prohibirse la administración de Ritalin en escuelas de educación elemental porque en algunos planteles del estado de México así se controlaba a los "niños problema".
Si vivimos en el reino del marketing –donde algunos escritores ya se valen de agencias de publicidad para ser famosos y los políticos invierten más recursos en el manejo de medios que en superar su analfabetismo funcional–, ¿no convendrá que los poderes públicos controlaran la información que los laboratorios proporcionan, como propone De la Rosa? Además de evitar efectos secundarios que en ocasiones resultan más peligrosos que las afecciones que se combaten, se podrían ahorrar recursos y destinarlos a campañas preventivas más baratas. Podríamos empezar a combatir la obesidad, por ejemplo, prohibiendo la venta de comida chatarra dentro y fuera de las escuelas y ofreciendo a los niños, como ocurre en Inglaterra, tiras de pepino y zanahoria, peras, manzanas o alguna fruta de temporada.
La fabricación de las nuevas patologías nos muestra con abundantes datos dos viejos vicios que existen en el mecanismo del mercado: el engaño como estrategia y el frenesí por el dinero fácil. ¿No es para los que no pueden, sino para los que quieren más?
kikka-roja.blogspot.com/
Por lo menos eso prueba el incremento exponencial de "síndromes" y "patologías" de los últimos años y los excesivos gastos de marketing y comunicación por concepto de lanzamiento de un nuevo medicamento, que han estimado en más de 600 millones de dólares.
Muchas de esas patologías "tienen límites confusos, mal definidos, y otras parecen ser fabricadas con métodos de dudosa calidad científica", apunta categórico Emilio de la Rosa en su libro La fabricación de nuevas patologías, publicado por el FCE.
Hace unas décadas, nos recuerda el director del Centro de Investigación y de Estudio Salud y Sociedad de París, las compañías farmacéuticas contrataban representantes para sensibilizar a los médicos sobre la prescripción de los nuevos productos, mientras que ahora los business plans también incluyen al público general.
Gracias al marketing, la industria farmacéutica "aprovecha y explota nuestros miedos ancestrales de la muerte, del hándicap y la enfermedad".
¿Ha escuchado algo sobre el "trastorno de déficit de atención" o hiperacitvidad? ¿Del síndrome disfórico premenstrual, de la "disfunción sexual femenina", de la "hipertensión arterial" o de la "depresión bipolar"? Según De la Rosa son casos típicos donde el mercadeo ha jugado un papel fundamental para multiplicar los ingresos de los laboratorios “detectando cierto número de síntomas anodinos y presentarlos como componentes de una enfermedad…”, con los que se han organizado campañas de comunicación "con la finalidad de dar a la nueva enfermedad un estatus y un reconocimiento respetables dentro del sistema".
El tratamiento del síndrome premenstrual es paradigmático y el destinado al "trastorno de déficit de atención" ni se diga: el uso de metilfenidato (Ritalin o Concerta), dice el autor del libro, no mejora el rendimiento escolar a largo plazo; en 25 por ciento ese medicamento "es ineficaz y causa una serie de problemas y cuestionamientos vinculados al hecho que tiene efectos semejantes a la cocaína".
En 2006 un comité de seguridad sanitaria de la Administración de Alimentos y Fármacos (FDA, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos había solicitado que Ritalin y sus derivados "tuvieran una etiqueta negra" para alertar sobre sus efectos secundarios. La recomendación fue cambiada por otra que sugería que la alerta figurara en la nota de utilización del medicamento, en las conocidas letras chiquitas. "La FDA siguió este último dictamen".
Pese a sus peligrosos efectos secundarios, como las alucinaciones en algunos casos, la "píldora de la obediencia" fue tan bien posicionada en el mercado que es prescrita en la actualidad por más médicos, apunta De la Rosa, y es demandada por más padres. Cabe recordar que en el país tuvo que prohibirse la administración de Ritalin en escuelas de educación elemental porque en algunos planteles del estado de México así se controlaba a los "niños problema".
Si vivimos en el reino del marketing –donde algunos escritores ya se valen de agencias de publicidad para ser famosos y los políticos invierten más recursos en el manejo de medios que en superar su analfabetismo funcional–, ¿no convendrá que los poderes públicos controlaran la información que los laboratorios proporcionan, como propone De la Rosa? Además de evitar efectos secundarios que en ocasiones resultan más peligrosos que las afecciones que se combaten, se podrían ahorrar recursos y destinarlos a campañas preventivas más baratas. Podríamos empezar a combatir la obesidad, por ejemplo, prohibiendo la venta de comida chatarra dentro y fuera de las escuelas y ofreciendo a los niños, como ocurre en Inglaterra, tiras de pepino y zanahoria, peras, manzanas o alguna fruta de temporada.
La fabricación de las nuevas patologías nos muestra con abundantes datos dos viejos vicios que existen en el mecanismo del mercado: el engaño como estrategia y el frenesí por el dinero fácil. ¿No es para los que no pueden, sino para los que quieren más?
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