‘Ya lo perdimos...’
gloaeza@yahoo.comGuadalupe Loaeza
“¿Ustedes creen que ya lo perdimos?”, comenzó preguntándose, ayer por la noche, Enrique Hernández Alcazar, uno de los integrantes del archiescuchado y buenísimo programa de radio El Weso de la XEW. “Lo perdimos desde el 2001” , opinó Fernando Rivera Calderón. Finalmente todos llegaron a la conclusión de que las y los mexicanos ahora sí ya lo habíamos perdido. Pero, ¿a quién se referían estos muchachos quienes por lo general siempre se oyen tan animados y optimistas?, ¿quién se había “perdido”, es decir, quién había perdido la razón al grado de parecer completamente desubicado en tiempo y espacio? Claro, los periodistas se referían a Vicente Fox, a quien seguramente, ayer por la tarde, habían visto en la página de internet de nuestro periódico donde aparece el video de la última parte de la entrevista que le hiciera Rubén González Luengas conductor de KVEA-TV, la estación de la cadena Telemundo en Los Ángeles. “Lo que tengo allí está”. “Mal entrevistador”. “Mentiroso”. “Calumniador”. “Hazme bien la pregunta”. “Te reto a ti a no decir mentiras”. “Demuéstrame lo que estás diciendo”. “Yo tengo muchas propiedades, ¿que tú no tienes?”. “Eres muy mal entrevistador”. “Eres un vulgar”. “¡Estúpido!”, son unas de las tantas expresiones que utilizó Fox, totalmente enfurecido, en tanto el periodista le preguntaba a propósito del libro de Anabel Hernández, en el que se publican documentos del Registro Público de Guanajuato que afirman que una de las propiedades le pertenecen a Martita. “Yo no lo estoy acusando a usted”. “Yo no estoy mintiendo, le estoy preguntando de gente que lo ha acusado a usted”. “Discúlpeme, yo no lo estoy acusando”. “Yo se lo digo en su cara”. “No use al país para no responder a las preguntas que se le hacen...”, decía totalmente desconcertado el periodista, a quien ya le habían llamado la atención en inglés por el audio, para que diera por terminado el programa.
Pobre de Fox, porque efectivamente se veía completamente perdido, pero muy perdido. Alto como es, sentado en un silloncito de piel café oscuro, el ex presidente se veía en la imagen totalmente solo y rebasado por el contenido de las preguntas, de las que por cierto se ve que ya está harto. Su semblante también estaba perdido... Con una mirada totalmente perdida trataba de defenderse. Sus ojos se veían particularmente pequeños y su bigote, mal cortado. Todo resultaba patético, de pena ajena. Es evidente que desde que se publicó la revista Quién mostrando su paraíso (¿perdido?) en Guanajuato, últimamente, Fox no se halla. Seguramente duerme mal, tiene la boca seca y está tenso. No, nunca había estado tan perdido como aparece estos días en las entrevistas, ya sea la de CNN o la de Telemundo. Vicente Fox ya no sabe para dónde moverse, ni qué decir, ni cómo desmentir a los periodistas que no dejan de preguntar tantas indiscreciones sobre sus propiedades y su Jeep rojo. Como nunca, Fox se siente atacado, juzgado, acorralado y, lo que es peor, difamado; tiene la impresión de que todo el mundo le ha dado la espalda, especialmente los de su partido. ¡Está solo!, ¡está perdido! No concibe que no lo sigan aplaudiendo, él, que le dio tanto a México, él, el único que pudo sacar a los priistas “corruptos” de Los Pinos y el primer Presidente que hizo pública su declaración patrimonial. Lo que le gustaría a Vicente Fox es que en cada una de las entrevistas dijeran maravillas de su libro, le gustaría que lo felicitaran por su visión sobre la democracia y el libre mercado. Le gustaría que le preguntaran sobre su nieto Vicentillo, sobre sus caballos y cómo le hace para que le crezca tan bonito el brócoli en sus ranchos. Le gustaría que lo felicitaran por su inglés tan fluido y por todas sus conferencias tan interesantes.
Fox no entiende lo que le está sucediendo. “¿Y yo por qué?”, se ha de preguntar millones de veces por las noches y mientras se ducha en la regadera, sin obtener respuesta. No entiende por qué tiraron al suelo su escultura en Boca de Río. No entiende por qué se quedó tirada toda la noche, hasta que al otro día fue el presidente municipal del PAN y ordenó que la levantaran, ya sin su mano derecha. No entiende por qué muchos veracruzanos (¿nada más priistas?) le echaron a su estatua jitomates y huevos podridos. No entiende por qué la escupían y le brincaban encima. No entiende por qué tanta gente le guarda resentimiento y ahora lo critica como nunca se atrevió a hacerlo durante su sexenio. Fox se siente perdido. Su mente ya no le responde. Está irritable. Por eso se porta tan grosero con los periodistas que hacen su trabajo al preguntarle sobre lo que se le acusa. Él solito se está poniendo “piedritas en el camino”, como acusa que lo hacen los de la oposición.
Para que entendiera aún mejor Vicente Fox, habría que proponerle que se metiera a la página de YouTube y que escribiera “Presidente Fox”, allí encontraría la verdad. Allí se vería decenas de veces, como en un espejo, contestando a los periodistas en inglés y en un español muy coloquial. Se vería con Larry King y con la periodista Claudia Palacios de CNN en español a quien no dejaba hablar y le decía: “Fíjate, Claudia, cómo te están engañando también a ti... La Hummer no la uso, la manejo...”. Se vería hecho estatua de bronce (la cual es tan rígida y mal hecha que recuerda al hombre de hoja de lata de la película del Mago de Oz, él tampoco tenía cerebro...) y vería cómo una mujer la jala con una cuerda hasta tirarla por completo al suelo. “This is not Saddam Hussein. It’s Vicente Fox”, leería con sus ojitos totalmente azorados al pie de la imagen. Hay tanta y tanta información sobre el pobre “Presidente Fox” que pasaría horas viéndose y escuchándose defender de todos los ataques que tan “injustamente” le están haciendo en estas últimas semanas... “¿Quién está detrás de YouTube?”, tal vez se preguntaría totalmente fuera de sí al ver tantas “tonterías”, como dice que son todas estas denuncias. “¿Quién está pagando todas estas difamaciones?”, quizá se pregunte Fox sintiéndose totalmente perdido frente a su compu. A lo mejor termina tan enojado que hasta acabe insultándola y diciéndole cosas como: “Eres una vulgar, computadora ¡estúpida! Pruébame que tengo tantas propiedades. ¡Demuéstramelo!... ¡Mentirosa!...”.
¡Sí, ya lo perdimos…!
gloaeza@yahoo.com
Gracias, Marcelo!
Ahora sí, y gracias a Marcelo, ya recuperamos la “Ciudad de los Palacios”", como se refería a nuestra ciudad el barón de Humboldt. Cuando estuvo en México, en 1808, dijo las siguientes palabras: “Por una reunión de circunstancias poco comunes, he visto consecutivamente y en un corto espacio de tiempo Lima, México, Filadelfia, Washington, París, Roma, Nápoles, y las mayores ciudades de Alemania. Comparando unas con otras las impresiones que se suceden rápidamente en nuestros sentidos, se puede llegar a rectificar una opinión que acaso se ha adoptado con demasiada ligereza. En medio de las varias comparaciones cuyos resultados pueden ser menos favorables para la capital de México, debo confesar que esta ciudad ha dejado en mí cierta idea de grandeza, que atribuyo principalmente al carácter de grandiosidad y a la naturaleza de sus alrededores”.
Quizá para muchos lectores las impresiones de Humboldt les parezcan demasiado lejanas y hasta exageradas. Para otros, tal vez, hoy casi todo eso se ha perdido por completo. Pero no es así. Allí está esa ciudad de la que nos hablaba el barón, allí está pero no la veíamos, porque estaba demasiado oculta detrás de miles de puestos de ambulantes, detrás de montañas de basura y de mercancía “pirata”. Allí está esa ciudad, a la que también llamaban “flor de ciudades, con soberbias casas y calles suntuosas”, calles que ahora sí ya podremos caminar, disfrutar, pero sobre todo conocer como parte de nuestro Centro Histórico. Porque es cierto que no lo conocemos, no porque no hubiéramos querido, sino porque 15 mil vendedores ambulantes que ejercían el comercio informal en 192 manzanas nos lo impedían.
Ir al Centro Histórico, antes de esta medida tomada por el jefe de Gobierno desde el mes de marzo, se nos presentaba como una verdadera odisea llena de riesgos. Cómo nos frustraba no poder compartir con nuestros hijos (quienes, por desgracia, nada más conocen los malls de Santa Fe o de Perisur), ¡el alma de la ciudad!, nuestro Centro, aquél a donde solíamos ir a pasear como se acostumbra en cualquier capital europea.
Con qué nostalgia veíamos las escenas de algunas películas mexicanas de la década de los cuarenta y cincuenta, donde se nos muestra una ciudad sin contaminación, llena de árboles y muy caminable; en cuyas calles diversas tiendas ofrecían su mercancía. Por ejemplo en lo que es ahora Eje Central Lázaro Cárdenas, antes San Juan de Letrán, en donde se había construido en 1931 el primer paso peatonal de tipo subterráneo de la ciudad, entonces se podía ver el edificio de La Nacional , por muchos años el más alto de la capital. Todavía recuerdo muy bien, justo en la esquina de la Avenida Juárez y San Juan Letrán el aparador de la tienda “Nieto Regalos”. Estaban la “Churrería El Moro”, la “Copa de Leche” y los “Caldos Zenón”. La última vez que caminé por el Eje Central recuerdo que lo hice con mucha prisa entre dos hileras de vendedores ambulantes, peatones, niños correteándose y puestos de comida. Me sentí tan desubicada que me caí de bruces. Todos acudieron a levantarme. “No es nada”, les decía con un nudo en la garganta al ver tanto caos y tanta marginación. Había tanta gente que tuve la impresión de que mis pies no tocaban el piso y sin darme cuenta pasé frente a la Torre Latinoamericana , que por cierto ya cumplió 50 años de construida. No pude llegar a mi cita que era en Sanborn's de Madero y cuando reparé ya estaba yo en el edificio de Correos. Esa no era mi ciudad, era una suerte de mercado oriental como esos que se ven en las películas de aventureros europeos.
Pero ahora, gracias a Marcelo, ya podré caminar, sin caerme, por el Eje Lázaro Cárdenas. Podré por fin conocer algunos de los palacios a los que se refería Humboldt, por fin podré caminar hasta el Real y Más Antiguo Colegio de San Ildefonso, para después dirigirme a comer una deliciosa “tostada especial” en el café de Tacuba. Quiero conocer toda la zona del perímetro ‘A’ del Centro Histórico, de la que nos habla Artemio de Valle Arizpe en su libro “Calle vieja y calle nueva”. He aquí lo que nos cuenta el autor a propósito de los comercios que se encontraban en algunas calles muy cerca de Corregidora: “Se reunían varios barberos y formaban orquestas como buenos filarmónicos que eran; por eso, los más ponían gran rótulo encima de sus puertas: Música para bailes. También con grandes caracteres no faltaba el letrero de Barbería, y a veces bautizaban ésta con títulos tales como: El rizo de oro, La cabellera de Venus, El buen tono, La tijera maestra, y hasta hubo una por allí que se llamaba A los colegas de Dalila, lo que denotaba buen humor y gracejo”.
Ojalá que una vez rescatadas estas calles, los coiffeurs de Polanco como Gerard Tardiff, Noel y Jean Claude quieran instalar sucursales de su salón de coiffure en las vías aledañas al Zócalo. Lo mismo desearía para los Starbucks tan de moda, así como salas de arte o galerías. Por otro lado, no puedo dejar de considerar a las familias de todos esos ambulantes que durante tantos años dependieron de la economía informal. No obstante, le hago plena confianza al señor Ebrard para que muy pronto encuentre una ubicación que les permita a estos comerciantes vender más que cuando solían hacerlo en las calles del Centro Histórico.
Ahora, gracias a Marcelo, cuando reciba visitas del extranjero ya no sentiré pena ajena al pasearlos por el Zócalo. Al contrario, con mucho orgullo, los llevaré caminando, mientras les señalo algunos edificios de la época colonial, hasta la SEP , donde se encuentran los murales más bonitos de Diego Rivera, sin tener que atravesar ríos de gente, ni de puestos, ni de olores a fritangas. Ya no tendré que contestar preguntas embarazosas como: “¿Por qué estos ambulantes no cuentan con un espacio propio para vender su mercancía? ¿Está permitido que tomen así las calles? ¿Qué no hay una autoridad que impida esta invasión?”, etcétera, etcétera. Ni tendré que oír comentarios del tipo: “Es parte del folklore...”. O bien, “¿por qué mejor no visitamos San Ángel?” Lo peor de todo es que siempre terminaba llevándolos a Santa Fe o al Antara en Polanco para mostrarles que en efecto, en la Ciudad de México, también hay boutiques y tiendas departamentales y no todo se vende en las calles.
Por último, quiero decir que veo con entusiasmo que parte de las festividades del Centenario y Bicentenario de la Revolución e Independencia de México, podrán llevarse a cabo en las calles principales más importantes y hermosas de nuestra ciudad.
¡Gracias, Marcelo!
gloaeza@yahoo.com